Al día siguiente temprano en la mañana partimos hacia Ámsterdam. Allí nos quedaríamos por cuatro noches, conociendo la ciudad y adaptándonos a la nueva etapa del viaje, donde haríamos las más de las veces vida de camping, durmiendo en carpas y cocinando arroz y fideos.
Parecía que el verano nunca había llegado a Holanda. Los días eran frescos y nublados y llovía regularmente. Las noches eran muy frías y había que abrigarse adecuadamente. El camping era un gran predio de césped donde las carpas se instalaban sin ningún orden. No existía el concepto de parcela. Uno podía usar los baños pero para darse una ducha había que ingresar una ficha que se compraba en recepción. Valía 0,80 y había que comprarlas antes que cerrara recepción si querías bañarte.
Tanto en el camping como en la ciudad la marihuana es algo tan común como el cigarrillo. La gente camina o se sienta a conversar y se prende uno. Por toda la ciudad hay cafés donde venden de todos los tipos. Hay fuertes y suaves, de acuerdo al gusto del consumidor. También hay tiendas donde venden hongos alucinógenos y sustancias varias y pastillas energizantes.
La ciudad de Ámsterdam es muy hermosa y una de las cosas que más contribuye a ello es la cantidad de canales que forman una especie de telaraña. El noventa y cinco por ciento de los habitantes no tienen manifestación religiosa, y la mayoría de las iglesias antiguas son hoy restaurantes o museos. Las calles son muy angostas y es complicado moverse en vehículo, más para nosotros que manejábamos una camioneta grande. Hay un millón de bicicletas circulando por la ciudad, y si se compara con la población que es de ochocientos mil habitantes nos da una idea del día a día de la ciudad. Hay sendas para las bicicletas, y se respeta el paso primero de éstas, incluso antes que el del peatón. Cuando recién habíamos llegado no distinguíamos cuál era la senda de bicicletas y cuál la de los peatones, y varias veces estuvimos cerca de ser atropellados. Las vías de tren pasan por el centro de la ciudad, y también el visitante tiene que tener cuidado.
Visitar la zona roja es una gran experiencia. Las mujeres, muchas de ellas tapas de revista, se exhiben tras las ventanas. Detrás de ellas hay una cama. Cuando entra un cliente, corre las cortinas rojas y lo atiende. La prostitución es legal en Holanda, y el término trabajadora sexual es el utilizado para referirse a las mujeres que se prostituyen. El precio ronda entre los treinta y los cincuenta euros. También abundan los sex shops y los cines porno.
La zona roja funciona hace siglos y a ella acudían los hombres que llegaban en los barcos luego de viajar por muchos meses durante la Edad Media. Era una fuente de ingreso para las iglesias de la época ya que los hombres arrepentidos, le dejaban una suma de dinero para que sus pecados sean olvidados.
En Ámsterdam se inventó el primer peaje, que debía pagarse para circular sus canales. Hoy en día te cobran hasta para pasar al baño, y uno supone que esta naturaleza comercial la llevan incorporada en los genes.
Luego de las cuatro noches en Ámsterdam partimos en la mañana hacia Alemania. Viajamos por varias horas hasta Bremen, y allí nos alojamos en un camping. El verano tampoco había llegado a Alemania y la lluvia arreciaba y caía la noche. Por suerte en el camping había un salón comunal y cocinas donde preparamos tortelines con estofado de cerdo.
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