miércoles, 31 de agosto de 2011

Día 180-181(29 de agosto-30 de agosto): Ciudad y metro de Moscú


A diferencia de San Petersburgo, ciudad planeada, Moscú nació y creció orgánicamente en torno al Kremlin (fortaleza) con el correr de los siglos. Es el río Moscova el que le da el nombre a la ciudad.

La población ronda los dieciséis millones de personas lo que la convierte en la ciudad más poblada de Rusia y de Europa. No hay barrios marginales y la desocupación es muy baja. El experimento soviético dejó sus huellas en esta ciudad, y así lo vemos en la cantidad de estatuas en honor a Lenin, Stalin, Marx, y en honor a los obreros, quienes eran los únicos que podían llevar a cabo la revolución.

Uno de los íconos de Moscú, junto al Kremlin y a la plaza roja, es el metro, el más bello y más grande del mundo. Se comenzó a construir en el año 30, con dos objetivos principales. El primero era descongestionar las calles y el segundo era para sobrevivir a los ataques aéreos alemanes. Hay dos líneas secretas que hoy están cerradas, y hay accesos desde las escuelas. Tenían la función de un bunker.

La filosofía subyacente en la arquitectura y en el arte de la mayoría de las estaciones, era mostrarles a los obreros lo que sería el futuro para el que trabajaban. Un recuerdo del futuro comunista. Así, los obreros se dirigían a sus puestos de trabajo atravesando un palacio subterráneo.




Hoy en día el metro es utilizado diariamente por diez millones de personas. El recorrido entre estaciones me llamó la atención ya que es mucho más extenso al resto de los recorridos de los metros de otras partes del mundo. La mayoría de las estaciones son en honor a la guerra, pero también las hay en honor a la ciencia, como Mendelevska, en honor al ruso que inventó la tabla peródica, en honor a la carrera austronáutica, y en la línea más reciente hay una estación en honor al célebre escritor Dostoviesky. Abundan las estatuas, vitrales y esculturas. Si bien todas las estaciones son diferentes, cada línea mantiene su unidad.

Los rusos tienen por el metro un cariño muy especial. Todos tienen una estación preferida y anécdotas sobre ellas,  y están ligadas a momentos especiales de la vida, como por ejemplo el primer beso.

En el primer día en Moscú salimos en grupo a visitar varias estaciones del metro. Comenzamos por Partizanskaya, seguimos por Kurskaya y continuamos por Komsomolskava, Novoslobodska, Mendelevska, Chechovskaya, Tsvetnoy Bulvar y Dostoievskava. Las disculpas si los nombres no son del todo correctos.

Sobre las siete de la tarde presenciamos una función del circo de Moscú, que si bien fue un espectáculo agradable, no colmó mis expectativas y no logró deslumbrarme. Lo mejor fue el acto de los domadores de tigres y panteras y los equilibristas.

Luego fuimos en barra hasta la plaza roja donde el cumpleañero Matías Arizaga quería celebrar su aniversario tomando unas cervezas. Había un escenario montado para un festival de desfiles militares que impidió que tuviéramos una óptima panorámica de la plaza, pero nos maravillamos con la impresionante y colorinche Catedral de San Basilio iluminada por luces de colores que realzaban la enorme de gama de los mismos que ya tiene de por sí.

En el segundo día en Moscú realizamos un city tour por la ciudad. De a poco me fui enamorando de esta bellísima ciudad y de su gente, en especial de sus mujeres tan pero tan hermosas.

En una de las paradas visitamos la Catedral de Cristo Salvador de Moscú, reconstruida luego de la disolución de la URSS. Había sido construida originariamente en el siglo XIX para conmemorar la victoria sobre Napoleón, pero Stalin en una errónea lectura de Marx (“la religión es el opio de los pueblos”) lo mandó demoler junto con otra cantidad enorme de obras arquitectónicas. En ese sitio estaba planeado construirse el grandioso Palacio de los Soviets, la mayor construcción del mundo. El enorme edificio de 400 metros de altura, sería el monumento supremo del estado socialista y recibiría congresos, celebraciones. Coronando el edificio se construiría una estatua de Lenin de cien metros de altura. Ya se habían instalado fábricas para proveer el material necesario para su construcción y ya estaban diseñados los planos cuando Stalin decidió frenar la empresa asustado por el poderío de la fuerza aérea alemana.

Más tarde volvimos al hotel a descansar. Y me di cuenta de que a un mes y medio de concluir mi viaje ya siento nostalgia por anticipado. Una nostalgia que me va a acompañar el resto de mi vida, una nostalgia dulce, amada, pero claro dolorosa como toda nostalgia. Un dolor lindo y entrañable. Aún queda mucho por conocer, y mucho más quedará cuando vuelva a Montevideo. Es que, parafraseando a nuestro guía Marcel, un viaje como el nuestro es equivalente a diez años de psicoanálisis. 

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