viernes, 28 de octubre de 2011

Día 234(22 de octubre): Central Park y más



Y el último día de mi gran viaje por el mundo había llegado. No podía más que vivirlo con incredulidad, con una sensación de liviandad, como si, más que nunca, estuviera soñando en vez de estar despierto. ¿Era posible que estuviera culminando algo que, en un principio, parecía no tener fin, o si lo tenía, era tan vasto, tan gigantesco, que era imposible imaginarme llegando a él?

Por un lado me sentía cumplido y realizado. Satisfecho de haber vivido una experiencia aplicando el máximo de mis energías, una experiencia en la que intenté ser consciente a tiempo completo, utilizando este blog como un ancla que me obligara a no dejar que el tiempo pasara en vano, y pudiera, día a día, reflexionar e incorporar enseñanzas sobre lo que iba viviendo. Me había obligado a hacerme siempre un tiempo, cada día, o cada dos, para reflexionar y pasar por escrito todo lo que pudiera, sabiendo que el día de mañana, el árbol de la memoria seguiría creciendo gracias a las fuertes raíces que había ayudado a crear.

También estaba la alegría de volver a encontrarse con la familia y con los amigos y con el país que uno ama, y que le dio todas las posibilidades para poder vivir lo que había vivido en los meses pasados.

Por el otro lado, había una sensación extraña de inseguridad. ¿Cómo sería la vida de acá en más? Tenía que pensar en otros proyectos, ya que realizar un viaje como éste, extenso y por medio mundo, había robado mis energías durante muchos años. Era un sueño que había logrado cumplir.

Pero aún  me quedaba un día y estaba en Nueva York.

Después de desayunar fuimos a conocer el Central Park. El parque se situaba muy cerca del hostel, en el corazón de Manhattan pero por no haber tenido tiempo, no habíamos pasado por él. Es uno de los parques más conocidos del mundo y escenas de muchas películas han sido filmadas allí. En el parque hay áreas para actividades deportivas e incluso pistas para patinaje sobre hielo. Observamos que muchos neoyorquinos, salen a correr y a andar en bicicleta, y la población infantil realiza deportes en las áreas destinadas a ello. Fútbol y béisbol son los deportes más practicados en el parque.

Carteles ubicados en varios sectores del parque, recuerdan que está prohibido: acampar, fumar, cocinar, soltar perros salvo en determinadas áreas, usar drogas y alcohol, alimentar pájaros y ardillas, entrar al parque cuando está cerrado, obstruir entradas, amplificar música o sonido, hacer carreras de autos, hacer actividades comerciales.


A su vez, hay sendas en las que se puede circular en una sola dirección. Más de uno se preguntará, de que viene ir al parque si pareciera que hasta respirar está prohibido. Y es algo que también me pregunto, y la certeza de los neoyorquinos de que están siendo continuamente filmados también contribuye a la realidad de una ciudad en la que los ciudadanos se encuentran en una compleja mezcla de libertades, prohibiciones, paranoia e hipocresía. Bajo la atenta mirada y regla del dios del consumismo, y su tan inocente juego de inventar necesidades para luego poder satisfacerlas, donde antes sólo había satisfacción, porque la satisfacción también es ausencia de necesidades.

Cuando salimos del Central Park, seguimos vagando por Manhattan hasta que dimos con el Rockefeller Center. Pese a la insistencia de Paul en subir al observatorio "Top of the Rock", situado en uno de los edificios más altos, no quise hacerlo. En Nueva York no es seguro subir a ningún edificio alto, vaya a saber uno si no se andan con ganas de hacer una guerra en Medio Oriente.

En el Rockefeller Center, se encuentra la fascinante pista de hielo de “Mi pobre angelito 2: Perdido en Nueva York”. La pista estaba llena y se podía observar: un patinador profesional de metro sesenta, que se movía por la pista cual mariposa en un jardín de rosas, un gordo de metro noventa y ocho, que perseguía al primer patinador e imitaba sus movimientos, de manera más tosca, claro, para carcajadas de su público y para sus propias, otro patinador, éste moreno y con una remera de un equipo de la NHL, de lentes de sol, gorro y conectado a un ipod, que se proponía patinar veloz y esquivar a las decenas de patinadores como si estuviera en una competencia por el oro, una morena delgada y de talle XXL que realizaba una competencia despareja con las leyes de gravedad que se empeñaban en hacerla caer de pecho al hielo. Tan variopinto escenario motivó que nos detuviéramos un buen rato ante las barandas de la pista.


Luego pasamos por la tienda de Lego, y volvimos al hostel donde se festejaba la que daban en llamar Hostelbeerfest, o algo así, la cuestión era que en el jardín se servía cerveza gratis desde la una de la tarde. Cuando llegamos, cerca de las siete y media, nos encontramos con nuestros amigos colombianos que ya tenían un pedo de varios colores tocando música con una guitarra y un tambor.

Después de tomar alguna cerveza fuimos con  Paul a cenar, lo que fue mi última cena fuera del país.



Participación estelar Paul Faget: “…faltó nombrar la visita al edificio Dakota, donde vivía John Lennon. Es un hito importante haber pasado por allí: Lennon peleó mucho por vivir en Nueva York, estuvo en trámites muchos años para obtener una visa de residente. Le fascinaba la ciudad y su ambiente de tolerancia. En ese edificio fue que luchó por la paz, se escondían (con Yoko Ono) bajo las sábanas, salían a pasear por el Central Park. Fue su época más iluminada me parece, queriendo cambiar el mundo desde una ciudad de respeto y vanguardia, que fue también la que lo mató, y ahí se terminó el sueño de una generación.”




miércoles, 26 de octubre de 2011

Día 233(21 de octubre): Museo Americano de Historia Natural y Ziggy


El itinerario del día me llevaba a uno de los museos más importantes del mundo, el Museo Americano de Historia Natural. La visita la hice sólo, ya que Paul prefirió visitar un museo de portaviones.

En el hall del museo hay reproducciones de gigantescos dinosaurios que a uno le estimulan la imaginación y son un gran preámbulo de lo que encontrará puertas adentro.

Lo que más me interesaba del museo eran los fósiles de dinosaurios que se encontraban en el cuarto piso, el piso más alto del museo, pero antes de subir me perdí en las galerías del primer piso. Me encontré con un salón lleno de espectaculares dioramas de mamíferos y aves y salones dedicados a las civilizaciones antiguas, de todo el mundo, incluidas las a americanas. Todo estaba en un excelente estado y expuesto de tal manera que uno podía observar con detenimiento lo que le interesaba. Al contrario de otros museos, donde la presencia de una multitud obligan a uno a estar constantemente en movimiento, allí, si bien había mucha gente, el espacio era tal que en ningún momento uno se siente incomodado por la muchedumbre.


Y después de deambular por el primer piso, subí directamente al cuarto. Me encontré con una exposición espectacular de dinosaurios de todas las eras que satisfago completamente mi curiosidad. Era increíble ver los restos de estos animales, armados y expuestos en posiciones, que tantos millones de años atrás habían sido dueños y señores de nuestro planeta. Las placas informaban al visitante con datos muy interesantes y que permitían lograr un nuevo entendimiento.

El museo era gigantesco y era imposible cubrirlo con una única visita, así que una vez completado el último piso, y después de pasar brevemente por la Sala del Espacio en la planta baja, me fui del museo y volví al hostel.


Para la noche fuimos a ver a Ziggy Marley al teatro Best Buy en Times Square. Fue un espectáculo de reggae fantástico, en donde por momentos parecía que estuviéramos asistiendo a una presentación del legendario Bob Marley. Tocó grandes temas, entre ellos el clásico “Tomorrow People”.

domingo, 23 de octubre de 2011

Día 232(20 de Octubre): Bicicleteando Manhattan


En la mañana salimos hacia Wall Street para conocer el centro del distrito financiero de Nueva York. Pasamos por la bolsa de valores donde la policía custodiaba todo un perímetro rodeado de vallas. Para entrar en el edificio había que pasar todo un sistema de seguridad con la autorización previa. Podíamos intentar saltar la valla y llegar a la puerta, pero no creo que consiguiéramos llegar, y aún así lo menos que te podía pasar es que varios policías se te tiren arriba y te lleven detenido. Era demasiado riesgo.



Continuando con la excursión matutina, conocimos el lugar donde habían estado las Torres Gemelas hasta el atentado del nueve de septiembre del 2001. Hoy es llamada Zona Cero y están en construcción cinco rascacielos, planeados para aumentar su altura con el paso del tiempo. Entramos a la Capilla de San Paul, que se considera que se salvó milagrosamente del derrumbe cuando cayeron las torres gemelas. Allí fue un muy importante centro de refugio para los bomberos y voluntarios que hicieron el trabajo de rescate de las víctimas del atentado. En la Iglesia más antigua de Manhattan, abierta en 1776. Hoy rinde homenaje continuo a las víctimas del 11/9.

Continuando el tour por la ciudad con el guía Paul Faget, avanzamos hasta la concentración del movimiento de Los Indignados que luchan por terminar con el orden económico y social, es decir terminar con el sistema capitalista. Hacen campamento en una plaza de Manhattan, con carpas para dormir, garrafas para cocinar, y carteles para mostrar su indignación. La plaza es, claro, el sueño de todo homeless que aprovechan la concentración para instalarse allí y disfrutar de comida caliente y compañía. Cuando intentamos informarnos un poco más sobre el movimiento, nos percatamos que en el discurso no aparece una sola idea, una sola propuesta. El movimiento solamente critica el orden actual, pero sin proponer nada a cambio.

Y luego conocimos otros edificios característicos de Nueva York, como el edificio de Donald Trump, el Ayuntamiento y otros más. Visitamos China Town y Little Italy. Volvimos al hostel para tomarnos un descanso breve y salir a bicicletear Manhattan.

En Manhattan encontramos muchísimas personas de habla hispana, uno puede comunicarse en español con casi la mitad de los habitantes. Antes de entablar una conversación lo mejor es preguntar si el otro habla español.

A las tres de la tarde alquilamos las bicicletas y salimos hacia Downtown y al Brooklyn Bridge. Es fácil ubicarse en Manhattan ya que las calles son llamadas por un número que crece a medida que uno se dirige hacia el norte. Nuestro hostel se ubicaba en la calle 103, y debíamos ir hacia el sur mucho más allá de la calle 1. Fuimos por la rambla del río Hudson. Del otro lado podíamos ver los edificios de la ciudad de Nueva Jersey. Fue un paseo muy bonito donde pudimos conocer cómo viven muchos neoyorquinos su tiempo de ocio, corriendo, andando en bici y leyendo al sol con la vista al río. Después de andar varios kilómetros nos encontramos de golpe, a lo lejos con la Estatua de la Libertad.


La mejor experiencia del día fue cruzar el Brooklyn Bridge en bicicleta. El puente tiene una senda para bicicletas y peatones que pasa por encima de por donde pasan los vehículos. La vista de Manhattan de un lado y de Brooklyn del otro es impresionante.

Fue muy cómico volver con las bicicletas en el subte. Era un largo viaje, y el vagón comenzó a llenarse demasiado. Las bicicletas están permitidas en el subte, pero después de haberlas trasportado allí, uno se pregunta de por cu{al razón lo están. La gente no ponía mala cara, en absoluto, pero hacía maniobras de circo para ubicarse entre las ruedas y los manillares.

Por la noche salimos a recorrer algunos boliches cercanos al hostel, como el Underground donde presenciamos una banda de surf de los sesenta.

Día 231(19 de octubre): Nueva York y Times Square


Sin contratiempos en el vuelo llegué a Nueva York a la una y media de la tarde. Había salido de París a las once de la mañana y, viajando poco más de ocho horas en avión, le había ganado seis horas al reloj. Hay quienes dicen que para recuperar cada hora se necesita de un día, haciendo la cuenta iba a necesitar seis días, días que no tenía, así que no tenía que pensar demasiado en eso.

Cuando llegué a Nueva York estaba agotado, las últimas tres noches había dormido muy mal, la primera de ellas en una carpa sin colchón y con un sobre de dormir inadecuado para el frío de Suiza, la siguiente de costado en el asiento de atrás de la Traffic, y la última apenas unas horas en la camioneta durante el viaje desde Interlaken hasta París. Y en el avión apenas había pegado ojo. Además estaba la incomodidad de haber pasado varios días sin poder bañarme.

Ni bien llegué al aeropuerto pregunté en el centro de información la mejor manera de llegar a Manhattan. Me indicaron que debía tomarme el tren aéreo que conectaba con una línea de subte que me llevaría a la dirección indicada. Dos horas me llevó llegar hasta el hostel donde me esperaba mi amigo Paul Faget. Paul, quien trabaja en una agencia de viajes, se había tomado una semana de vacaciones y había viajado a Nueva York, donde me acompañaría los días que estuviera en esa ciudad.

Luego de hacer los trámites en el hostel, bien ubicado en Manhattan, subí a mi piso con las ganas desesperadas de dejar el equipaje y darme un baño urgente. Pero había un problema. Paul estaba en la puerta de nuestro cuarto. Cuando nos encontramos nos dimos un efusivo abrazo y rápidamente me contó la situación. Así como el ascensor no funcionaba, lo que había provocado que tuviera que subir los cuatro pisos con entre piso del edificio con mi pesada valija, tampoco lo estaban haciendo los sistemas electrónicos de las puertas de los cuartos. Las tarjetas magnéticas no podían abrirlas. Un chino desnudo en toalla esperaba con cara de pocos amigos a que se solucionara el problema. Así que nos sentamos en el corredor y comenzamos a ponernos al día rápidamente. Paul estaba muy emocionado con la ciudad de Nueva York y con lo que había vivido en los últimos días. Me contaba sobre lo que había hecho, sobre la oferta nocturna, sobre lo que pasaba en el hostel.

Después de bañarme y descansar unos breves minutos, salimos a conocer Times Square, ícono de Nueva York. Ubicado entre Broadway y la Séptima Avenida es conocido por los carteles de neón y por las pantallas gigantes y por la cantidad innumerable de comercios. La meca del consumismo.



La sensación que uno tiene al caminar por allí es muy extraña. Los sentidos se ven bombardeados por carteles luminosos que compiten cada uno por ser más brillantes y llamativos que el otro, en una carrera sin límites para captar la atención del público. La mente se detiene al no poder procesar tanta información, y uno se transforma en un autómata que no puede más que dejarse llevar por las pantallas, primero una, después otra, después otra. La calidad de las pantallas es de última tecnología, y uno atina a preguntarse el valor de las mismas considerando que la pantalla que le regaló Chávez al Uruguay para instalar en el Centenario costaba cerca de un millón de dólares, y todos sabemos la calidad lamentable que tiene.

Y en la calle uno se encuentra siempre con sorpresas. Es que en Nueva York siempre algo está pasando en cada esquina. Negros y blancos con aspectos de indigentes con carteles pidiendo dinero para la cerveza y la marihuana, artistas callejeros que bailan o hacen música, congregaciones religiosas, grupos de policías discutiendo, concentraciones de turistas, y todo lo que uno pueda imaginar. No hay tiempo para aburrirse. No hay tiempo para cerrar los ojos. Tampoco, claro, hay mucho tiempo para pensar.

El sistema de metro es muy extraño, y no digo que haya que ser un experto para utilizarlo correctamente, lo que es seguro es que hay que estudiarlo detenidamente para no terminar en Bronx o en cualquier parte de la ciudad. Por ejemplo, hay algunas líneas que tienen sistemas expreso, es decir, en la misma estación, uno puede tomarse hasta tres diferentes trenes, uno que para en todas las estaciones, otro que para en algunas y otro en casi ninguna. Es útil para recorrer grandes distancias. A su vez tienen diferentes frecuencias de acuerdo a la hora y el día de la semana. Es decir, para llegar a un sitio, uno debe saber qué líneas están funcionando para elegir que conexiones debe hacer. Pero a pesar de esta complejidad, el sistema funciona bien y es raro que haya una multitud en un vagón. Por alguna razón que nunca llegué a entender, siempre hay asientos libres y la gente pareciera que prefiere ir parada. Por eso, por más que a veces tomaba los metros llenos, siempre viajaba sentado.

Después de conocer Times Square, después de caminar por Broadway y de ver los famosos teatros donde hay musicales y óperas y comedias, perfomances de actores como Hugh Grant y Samuel Jackson, y después de comenzar a alucinar con las divertidas sorpresas que uno encuentra en cada esquina, después de comenzar a sentir el vertiginoso ritmo de la ciudad, después de entender un poco de qué va esto de Nueva York, volvimos al hostel y desde allí, salimos a recorrer algunos boliches. Música en vivo es lo que no falta en Nueva York y pudimos escuchar una excelente banda con una cantante india y un tipo que era el as de los vientos, y tocaba flauta, clarinete y saxo. Terminamos en un boliche con sobredosis de buen rock n roll. Para movernos nos tomábamos taxis que no son tan caros. La ciudad nunca duerme y uno puede estar trillando todo el día y toda la noche sin parar. Ya eran las tres de la mañana en Nueva York, pero para mí, aunque no quisiera pensar en la diferencia horaria, eran como las nueve y necesitaba dormir un poco.