lunes, 10 de octubre de 2011

Día 219-220(6 de octubre-7 de octubre): El peregrinaje a Roma


Nuestra idea era conseguir un ferry nocturno que nos llevara hasta Bari, pero sólo salían los martes. Era jueves y sólo podíamos hacer el trayecto a la una de la tarde. El ferry era muy caro (setenta euros cada uno) y pensamos que por el precio pagado debería tener una terraza para tomar sol, casino, e internet. Alguno hasta aventuró que podría tener hasta piscina. Bueno, si consideramos que el ferry nocturno con camarote desde Estocolmo a Helsinki nos había costado veinte euros no estábamos tan volados.

Después de dejar el apartamento en condiciones, nos dirigimos al puerto donde debimos hacer los trámites de aduana y esperar en la fila hasta que nos indicaron que podíamos entrar los autos al barco. Una vez que los estacionamos salimos a recorrer las instalaciones. No había nada que hacer en el barco. Más que dejar correr el tiempo leyendo o mirando una película. No había siquiera conexión a internet, y todos dábamos por sentado que íbamos a poder comunicarnos con nuestras familias después de cuatro días en que habíamos estado sin acceso a la web.

Fue un viaje que al final no se me hizo tan pesado ya que comencé un libro de Saramago y le dediqué varias horas a su lectura, y además pude conocer un pintoresco y numeroso grupo de religiosos italianos que se ubicaron cerca de donde nosotros estábamos sentados. Lo interesante del caso es que estuvieron cerca de una hora discutiendo por el lugar en los asientos y cuando se pusieron de acuerdo vino uno con una guitarra y cual fogón en Valizas se pusieron a cantar temas de Jesús a todo volumen y acompañando con palmas. Mi lectura se vio entorpecida como se podrán imaginar. No sólo era la molestia auditiva y la pérdida de concentración derivada de una melodía y un canto repetitivo hasta el atontamiento sino que al estar en la última fila de asientos tenía detrás de mí la tribuna, con algunos integrantes que apoyaban sus codos en el respaldo de mi asiento y se acomodaban para aplaudir al ritmo de la música. Esto provocaba que mi asiento se batiera cual melena de metalero en un concierto de Black Sabbath. No queriendo molestar a tan espirituoso grupo, no sea cosa que se me enoje Jesús, me resigné a mi fatal destino y me dediqué cien por ciento a observar al coro. Aplausos, palmadas, Jesús te ama con señalización del dedo, hasta volaban los rosarios por el aire como remeras en la cancha del Tanque Sisley. Cuando pensaba que ya se habían aburrido e iba a poder retomar la lectura encontraban otro hit con el que delirar y llegar al orgasmo eclesiástico una vez más. En fin, todo pareció terminar cuando uno de los entusiastas propuso recorrer el barco cantando los mejores temas. Una maravillosa idea, la cual hubiera propuesto yo de habérseme ocurrido. Uno tras otro fueron dando por aprobada la moción. Resuelto el problema de por dónde comenzar y donde terminar el peregrinaje se fueron trasladando en fila, cantando y aplaudiendo, a otros sectores del barco más afortunados. Algunos rezagados estimulados por la fiebre musical discutían y se abrazaban, se abrazaban y discutían, discutían y se abrazaban y cuando se daban cuento que el grupo las había dejado, después de discutir se abrazaban por última vez y se retiraban en busca de su líder. Pensé que la paz había vuelto, y en efecto así era pero no por mucho tiempo. Poco tiempo después se realizó una misa con tan buena fortuna que el lugar elegido fue mi sector del barco. Armado de paciencia logré que mi cerebro desconectara el sentido del oído para poder seguir concentrado en la lectura. Cuando me aburrí salí a caminar por el barco, y oh mi sorpresa cuando pasé por la cafetería y allí otro grupo religioso cantaba los mismos cánticos que ya había oído pocas horas antes. Será así en toda Italia, me preguntaba,  habrá en cada esquina una guitarra y un coro cantando esta canción una y otra vez, me cuestionaba. Y yo que pensaba que el infierno sería un lugar donde tuvieras que escuchar la misma nota por toda la eternidad, me estaría acercando a él. Estaré vivo me preguntaba. Pero claro que estaba vivo, sólo estaba un poco estupidizado por la música. Si hasta pensé por un momento en hablar con el cura para unirme al grupo. No parlo italiano pero toco el piano. Si puedo acompañar la música. Si claro, eso espero. Por suerte cuando salí a fumar un cigarro el aire fresco me hizo replantearme las cosas y me di cuenta que era una locura unirme al grupo. Tenía que seguir el viaje. O al menos si me iba a unir lo haría más adelante.

Ya era de noche cuando llegamos a Bari. En la aduana debimos abrir una de las valijas pero al constatar que no llevábamos droga, alcohol en demasía ni contrabando proseguimos viaje. Pusimos rumbo a Sorrento donde pensábamos pasar la noche y al día siguiente hacer playa. Varias horas después, con la aguja del reloj marcando las doce, nos encontramos en el pueblo, o éste se encontró con nosotros. Queríamos tirar las carpas por algún lado, pero no encontrábamos lugar. Las calles eran muy angostas y la Traffic rozaba las fachadas de las casas. Finalmente encontramos un estacionamiento donde aparcamos el auto. Era un lugar tenebroso y oloroso como un basural. Un pedro ladraba pero no lo podíamos ver. Se armaron dos carpas, por mi parte preferí dormir, o más bien dormitar, en el asiento delantero de la Traffic.

Amaneció fresco y nublado y nuestra idea de hacer playa desapareció con el cenit. Rápidamente seguimos camino hacia Pompeya para conocer las ruinas. Había dormido muy mal y me dolía la cabeza y preferí tirarme a descansar por lo que me perdí de conocer la antigua ciudad, transformada en piedra por la lava del Vesubio.

Cuando los chiquilines volvieron me encontraba en asiento de atrás. La camioneta estaba estacionada en un camping lleno de árboles y los lugares eran muy pequeños. Matías Arizaga comenzó a hacer maniobras para sacar la camioneta. Matías Uranga le daba indicaciones. En mi ensoñación me daba cuenta de que eran demasiadas maniobras, la camioneta iba para adelante y para atrás. De pronto escuché el ruido del desastre. Un árbol se había puesto en el camino de la Traffic. Consecuencia: vidrio trasero totalmente destrozado. Llamamos al seguro contra todo riesgo y comprobamos que estábamos cubiertos por él. Pero el problema era que era viernes y era difícil solucionarlo ese mismo día y debíamos seguir camino hacia Roma, donde teníamos reservado un apartamento. Los Matías junto a Lucho se quedaron para comenzar a resolver el problema mientras que los demás continuamos por la costa amalfitana rumbo a Roma. Pudimos ver hermosos paisajes a pesar de que el día no era el mejor para tal fin, nublado y neblinoso. Paramos en Amalfi para comer unas pizzas y continuamos hacia Roma.

Llegamos por la noche y no hubo tiempo más que para definir jugando al truco los lugares a ocupar en las camas.

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