jueves, 13 de octubre de 2011

Día 221-222(8 de octubre-9 de octubre): Roma y el Vaticano


En el primer día en Roma salimos en busca del free tour en español que, según las indagaciones realizadas en internet, comenzaba a las cinco de la tarde y salía desde la Plaza España. Nuestro apartamento se encontraba cerca de la estación Furio Camilo, perteneciente a la línea A. Para llegar a la Plaza España debíamos tomar la línea A y bajarnos seis o siete estaciones después.

El barrio de nuestro apartamento era de trabajadores, sin atractivo turístico. Es por eso que nos sorprendió la impresionante cantidad de turistas que caminaban por la Plaza España y sus alrededores. De estos turistas, una cantidad muy importante era hispano hablante, así que volvimos de pronto y en parte, al mundo que se comunica en español. Para hacerse entender con los italianos era además y salvo excepciones, más eficaz utilizar el español que el inglés.

La Plaza, que dicho sea de paso me parecía de las más extrañas que había conocido, siendo esa extrañeza, paradoja intrínseca, debida a la carencia de algo extraño que la pusiera por encima o al menos a un costado de las demás, se veía colmada de turistas, como ya he dicho, pero además de turistas se veía colmada de vendedores ambulantes. Como en El Cairo, como en Agra, como en Ho Chi Minh. Al menos en Roma no atosigaban a los turistas con sus interminables persecuciones, pero sí lo hacían con el desgaste visual que provoca en el observador la secuencia de una pelota de goma que sale de la mano y se estrella en un pedazo de cartón, donde parece hacerse gelatina y se esparce todo a su ancho, para volver a su tamaño original y a la mano de su dueño. La variación estaba, para quien la buscara, en la acertada variedad de colores, de todo el espectro del arco iris, que poseían las bolas de goma. Otras chucherías eran ofrecidas, esta vez en locales oficiales, no faltaban las postales, los llaveros, y las miniaturas del Coliseo y de la torre de Pisa.

Y allí nos encontrábamos, en la Plaza España, sentados en una escalinata, esperando que sea la hora del tour. Cuando faltaban cinco minutos para las cinco salimos a buscar, entre toda la multitud, al guía que comenzaría el tour en español. Comúnmente es fácil identificarlos, ya sea porque el lugar no es tan concurrido, o porque se hacen visibles utilizando sea un palo sea un motivo de colores, que mueven con su brazo alzado. Esta vez había muchos guías con motivos, identificables entre la multitud pero ninguno era el que buscábamos. Tampoco ninguno supo decirnos dónde comenzaba el tour en español, y a medida que pasaba el tiempo y se agotaban nuestros recursos, nos fuimos dando cuenta de que el tour iba a quedar para otro día. Y simplemente caminamos por las calles, intentando comprender más sobre la naturaleza italiana, de la que, sin lugar a dudas, hemos heredado mucho. Dimos con la Plaza del Pueblo donde había un acto de un partido político y la plaza toda se vestía para ocasión con globos y carteles gigantes.

Antes de volver al apartamento habíamos de visitar la Fuente de Trevi, considerada largamente por la crítica y público general como la fuente más hermosa del mundo entero. Y tampoco es que quien escribe conozca todas las fuentes del mundo pero que es hermosa lo es, y que de todas las que vi es la más hermosa también. Enorme, impactante, celestial. Bellísima. Para muestra las fotos sirven pero para entenderlo no basta más que estar ahí.

Cuando se hacía la noche volvimos al apartamento, con la suerte de que al volver, elegimos el camino correcto para que nos encontráramos con un restaurante que se inauguraba en el día y en el que conmemorando el suceso se invitaba a los transeúntes con un aperitivo de cortesía; para nosotros no significaba una cena pero sí una entrada contundente.

El segundo día salimos bien temprano rumbo al Vaticano junto a Alf y a Bocha. Era domingo y según había leído en Internet, los domingos la entrada a los Museos del Vaticano era gratuita. También nos tomamos la línea A y nos bajamos algunas estaciones después de la Plaza España, en Octtaviana. Cuando salimos a la superficie nos encontramos con un mar de gente que se dirigía hacia el Vaticano. Sin embargo, cuando el camino se dividía, uno hacia la Plaza de San Pedro, otro rodeando la muralla hacia el Museo del Vaticano, vimos que no había nadie que tomara este segundo camino. Nos pareció muy extraño y pudimos comprobar en un cartel cuando, obstinadamente habiendo tomado el camino hacia el museo y dirigiéndonos hasta él, que los domingos el museo estaba cerrado con la excepción del último domingo del mes, en el que estaba abierto y era gratis para todos. Había omitido leer ese pequeño detalle.

La situación no daba para amargarse mucho, volviendo algunos metros sobre nuestros pasos, caminando con la muralla a nuestro lado, teníamos para nosotros la Plaza de San Pedro, y atravesando la misma, la Basílica homónima.

Fue así que entramos al país más chico del mundo, el Vaticano, conocido también como la Santa Sede de la Iglesia Católica. Mucha gente hacía cola para entrar a la Basílica. En el centro de la plaza se erigía el obelisco, construido en Egipto. Sobre las columnatas que se elevaban alrededor de la plaza, se encontraban las figuras de santos de todas las épocas, cuyos nombres, naturaleza y motivos, son manejados sólo por expertos en el tema.

Después de contemplar un buen rato las hermosas esculturas y la arquitectura de la Basílica, y de respirar la atmósfera del sitio, nos pusimos en la cola para entrar en la Basílica. Una vez que pasamos por los detectores de metales y hubimos pagado el audio guía en español que nos instruiría durante la visita  a la Basílica de San Pedro, entramos en la misma. Pensaba en lo contenta que se pondría mi abuela cuando le contara que había estado allí, en la Basílica de San Pedro.



La mayor iglesia de la cristiandad es sin lugar a dudas un lugar fantástico e impresionante. Fuimos recorriendo las naves siguiendo las indicaciones del audio guía y contemplando las diferentes esculturas, frescos, altares, capillas y monumentos. Satisfecha nuestra curiosidad cultural y espiritual, salimos de la Basílica y nos tomamos el metro hacia Plaza España.

Desde allí y luego de almorzar, realizaríamos el tour gratis por la ciudad que comenzaba a las dos de la tarde. En el recorrido del tour, visitamos el obelisco del triunfo, que ya que estamos y para dejar en el lugar que merecen a los italianos, no vaya a ser cosa que alguno lea estas páginas y se sienta ofendido por la omisión de este detalle, ésta vez no había sido robado a los egipcios, el parlamento, que brilla por su humildad, con la oficina de Berlusconi, que da a la plaza y en cuyo interior uno puede imaginar escenas de secretarias, y no mucho más.

A continuación seguimos hacia la Plaza Venecia. Allí conocimos el espléndido monumento a Victor Manuel II, el primer rey de Italia luego de la unificación en 1861. El monumento fue construido luego de tirar abajo un monasterio del siglo III después de cristo, del cual sólo quedan algunos muros. Una pena.

Siguiendo con el tour, el cual para quien esté leyendo con un mínimo de atención podrá pensar que fue un recorrido por plazas, y ahora que medito sobre esto me siento estafado, no por el tour que no estuvo nada mal, sino por el nombre del mismo, que debería hacer mención sobre la cantidad de plazas que incluye, pasamos a visitar la Plaza del Campidoglio, diseñada por el mismísimo Miguel Ángel. Para llegar a la plaza uno debe subir una larga escalinata adornada con obras escultóricas, y de pronto se encuentra con una estatua ecuestre de bronce de Marco Aurelio.

Dejando atrás esta plaza fuimos a parar a una explanada, desde la cual se tenía una maravillosa vista del Foro Romano. Desde donde estábamos podíamos observar las ruinas de una civilización; en lo alto de la colina se podía ver el sitio mismo donde nació el imperio romano, que con el paso del tiempo se volvió un lugar sagrado donde sólo vivían los emperadores; en lo bajo podíamos ver la estructuras de lo que fueron construcciones emblemáticas de la época romana.

Y el tour terminó enfrente al Coliseo y se nos dieron indicaciones para el ingreso al mismo. No íbamos a entrar en el día, lo que sí haríamos sería ir a buscar las entradas para volver el día siguiente. No la compraríamos haciendo la cola en el Coliseo, sino que caminaríamos una cuadra y la compraríamos luego de hacer la cola en el Sitio Arqueológico. Como la entrada es válida para los dos sitios, al comprarla en el Sitio Arqueológico se ahorra un enorme tiempo, ya que este último lugar no es tan frecuentado por turistas.

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