viernes, 28 de octubre de 2011

Día 234(22 de octubre): Central Park y más



Y el último día de mi gran viaje por el mundo había llegado. No podía más que vivirlo con incredulidad, con una sensación de liviandad, como si, más que nunca, estuviera soñando en vez de estar despierto. ¿Era posible que estuviera culminando algo que, en un principio, parecía no tener fin, o si lo tenía, era tan vasto, tan gigantesco, que era imposible imaginarme llegando a él?

Por un lado me sentía cumplido y realizado. Satisfecho de haber vivido una experiencia aplicando el máximo de mis energías, una experiencia en la que intenté ser consciente a tiempo completo, utilizando este blog como un ancla que me obligara a no dejar que el tiempo pasara en vano, y pudiera, día a día, reflexionar e incorporar enseñanzas sobre lo que iba viviendo. Me había obligado a hacerme siempre un tiempo, cada día, o cada dos, para reflexionar y pasar por escrito todo lo que pudiera, sabiendo que el día de mañana, el árbol de la memoria seguiría creciendo gracias a las fuertes raíces que había ayudado a crear.

También estaba la alegría de volver a encontrarse con la familia y con los amigos y con el país que uno ama, y que le dio todas las posibilidades para poder vivir lo que había vivido en los meses pasados.

Por el otro lado, había una sensación extraña de inseguridad. ¿Cómo sería la vida de acá en más? Tenía que pensar en otros proyectos, ya que realizar un viaje como éste, extenso y por medio mundo, había robado mis energías durante muchos años. Era un sueño que había logrado cumplir.

Pero aún  me quedaba un día y estaba en Nueva York.

Después de desayunar fuimos a conocer el Central Park. El parque se situaba muy cerca del hostel, en el corazón de Manhattan pero por no haber tenido tiempo, no habíamos pasado por él. Es uno de los parques más conocidos del mundo y escenas de muchas películas han sido filmadas allí. En el parque hay áreas para actividades deportivas e incluso pistas para patinaje sobre hielo. Observamos que muchos neoyorquinos, salen a correr y a andar en bicicleta, y la población infantil realiza deportes en las áreas destinadas a ello. Fútbol y béisbol son los deportes más practicados en el parque.

Carteles ubicados en varios sectores del parque, recuerdan que está prohibido: acampar, fumar, cocinar, soltar perros salvo en determinadas áreas, usar drogas y alcohol, alimentar pájaros y ardillas, entrar al parque cuando está cerrado, obstruir entradas, amplificar música o sonido, hacer carreras de autos, hacer actividades comerciales.


A su vez, hay sendas en las que se puede circular en una sola dirección. Más de uno se preguntará, de que viene ir al parque si pareciera que hasta respirar está prohibido. Y es algo que también me pregunto, y la certeza de los neoyorquinos de que están siendo continuamente filmados también contribuye a la realidad de una ciudad en la que los ciudadanos se encuentran en una compleja mezcla de libertades, prohibiciones, paranoia e hipocresía. Bajo la atenta mirada y regla del dios del consumismo, y su tan inocente juego de inventar necesidades para luego poder satisfacerlas, donde antes sólo había satisfacción, porque la satisfacción también es ausencia de necesidades.

Cuando salimos del Central Park, seguimos vagando por Manhattan hasta que dimos con el Rockefeller Center. Pese a la insistencia de Paul en subir al observatorio "Top of the Rock", situado en uno de los edificios más altos, no quise hacerlo. En Nueva York no es seguro subir a ningún edificio alto, vaya a saber uno si no se andan con ganas de hacer una guerra en Medio Oriente.

En el Rockefeller Center, se encuentra la fascinante pista de hielo de “Mi pobre angelito 2: Perdido en Nueva York”. La pista estaba llena y se podía observar: un patinador profesional de metro sesenta, que se movía por la pista cual mariposa en un jardín de rosas, un gordo de metro noventa y ocho, que perseguía al primer patinador e imitaba sus movimientos, de manera más tosca, claro, para carcajadas de su público y para sus propias, otro patinador, éste moreno y con una remera de un equipo de la NHL, de lentes de sol, gorro y conectado a un ipod, que se proponía patinar veloz y esquivar a las decenas de patinadores como si estuviera en una competencia por el oro, una morena delgada y de talle XXL que realizaba una competencia despareja con las leyes de gravedad que se empeñaban en hacerla caer de pecho al hielo. Tan variopinto escenario motivó que nos detuviéramos un buen rato ante las barandas de la pista.


Luego pasamos por la tienda de Lego, y volvimos al hostel donde se festejaba la que daban en llamar Hostelbeerfest, o algo así, la cuestión era que en el jardín se servía cerveza gratis desde la una de la tarde. Cuando llegamos, cerca de las siete y media, nos encontramos con nuestros amigos colombianos que ya tenían un pedo de varios colores tocando música con una guitarra y un tambor.

Después de tomar alguna cerveza fuimos con  Paul a cenar, lo que fue mi última cena fuera del país.



Participación estelar Paul Faget: “…faltó nombrar la visita al edificio Dakota, donde vivía John Lennon. Es un hito importante haber pasado por allí: Lennon peleó mucho por vivir en Nueva York, estuvo en trámites muchos años para obtener una visa de residente. Le fascinaba la ciudad y su ambiente de tolerancia. En ese edificio fue que luchó por la paz, se escondían (con Yoko Ono) bajo las sábanas, salían a pasear por el Central Park. Fue su época más iluminada me parece, queriendo cambiar el mundo desde una ciudad de respeto y vanguardia, que fue también la que lo mató, y ahí se terminó el sueño de una generación.”




miércoles, 26 de octubre de 2011

Día 233(21 de octubre): Museo Americano de Historia Natural y Ziggy


El itinerario del día me llevaba a uno de los museos más importantes del mundo, el Museo Americano de Historia Natural. La visita la hice sólo, ya que Paul prefirió visitar un museo de portaviones.

En el hall del museo hay reproducciones de gigantescos dinosaurios que a uno le estimulan la imaginación y son un gran preámbulo de lo que encontrará puertas adentro.

Lo que más me interesaba del museo eran los fósiles de dinosaurios que se encontraban en el cuarto piso, el piso más alto del museo, pero antes de subir me perdí en las galerías del primer piso. Me encontré con un salón lleno de espectaculares dioramas de mamíferos y aves y salones dedicados a las civilizaciones antiguas, de todo el mundo, incluidas las a americanas. Todo estaba en un excelente estado y expuesto de tal manera que uno podía observar con detenimiento lo que le interesaba. Al contrario de otros museos, donde la presencia de una multitud obligan a uno a estar constantemente en movimiento, allí, si bien había mucha gente, el espacio era tal que en ningún momento uno se siente incomodado por la muchedumbre.


Y después de deambular por el primer piso, subí directamente al cuarto. Me encontré con una exposición espectacular de dinosaurios de todas las eras que satisfago completamente mi curiosidad. Era increíble ver los restos de estos animales, armados y expuestos en posiciones, que tantos millones de años atrás habían sido dueños y señores de nuestro planeta. Las placas informaban al visitante con datos muy interesantes y que permitían lograr un nuevo entendimiento.

El museo era gigantesco y era imposible cubrirlo con una única visita, así que una vez completado el último piso, y después de pasar brevemente por la Sala del Espacio en la planta baja, me fui del museo y volví al hostel.


Para la noche fuimos a ver a Ziggy Marley al teatro Best Buy en Times Square. Fue un espectáculo de reggae fantástico, en donde por momentos parecía que estuviéramos asistiendo a una presentación del legendario Bob Marley. Tocó grandes temas, entre ellos el clásico “Tomorrow People”.

domingo, 23 de octubre de 2011

Día 232(20 de Octubre): Bicicleteando Manhattan


En la mañana salimos hacia Wall Street para conocer el centro del distrito financiero de Nueva York. Pasamos por la bolsa de valores donde la policía custodiaba todo un perímetro rodeado de vallas. Para entrar en el edificio había que pasar todo un sistema de seguridad con la autorización previa. Podíamos intentar saltar la valla y llegar a la puerta, pero no creo que consiguiéramos llegar, y aún así lo menos que te podía pasar es que varios policías se te tiren arriba y te lleven detenido. Era demasiado riesgo.



Continuando con la excursión matutina, conocimos el lugar donde habían estado las Torres Gemelas hasta el atentado del nueve de septiembre del 2001. Hoy es llamada Zona Cero y están en construcción cinco rascacielos, planeados para aumentar su altura con el paso del tiempo. Entramos a la Capilla de San Paul, que se considera que se salvó milagrosamente del derrumbe cuando cayeron las torres gemelas. Allí fue un muy importante centro de refugio para los bomberos y voluntarios que hicieron el trabajo de rescate de las víctimas del atentado. En la Iglesia más antigua de Manhattan, abierta en 1776. Hoy rinde homenaje continuo a las víctimas del 11/9.

Continuando el tour por la ciudad con el guía Paul Faget, avanzamos hasta la concentración del movimiento de Los Indignados que luchan por terminar con el orden económico y social, es decir terminar con el sistema capitalista. Hacen campamento en una plaza de Manhattan, con carpas para dormir, garrafas para cocinar, y carteles para mostrar su indignación. La plaza es, claro, el sueño de todo homeless que aprovechan la concentración para instalarse allí y disfrutar de comida caliente y compañía. Cuando intentamos informarnos un poco más sobre el movimiento, nos percatamos que en el discurso no aparece una sola idea, una sola propuesta. El movimiento solamente critica el orden actual, pero sin proponer nada a cambio.

Y luego conocimos otros edificios característicos de Nueva York, como el edificio de Donald Trump, el Ayuntamiento y otros más. Visitamos China Town y Little Italy. Volvimos al hostel para tomarnos un descanso breve y salir a bicicletear Manhattan.

En Manhattan encontramos muchísimas personas de habla hispana, uno puede comunicarse en español con casi la mitad de los habitantes. Antes de entablar una conversación lo mejor es preguntar si el otro habla español.

A las tres de la tarde alquilamos las bicicletas y salimos hacia Downtown y al Brooklyn Bridge. Es fácil ubicarse en Manhattan ya que las calles son llamadas por un número que crece a medida que uno se dirige hacia el norte. Nuestro hostel se ubicaba en la calle 103, y debíamos ir hacia el sur mucho más allá de la calle 1. Fuimos por la rambla del río Hudson. Del otro lado podíamos ver los edificios de la ciudad de Nueva Jersey. Fue un paseo muy bonito donde pudimos conocer cómo viven muchos neoyorquinos su tiempo de ocio, corriendo, andando en bici y leyendo al sol con la vista al río. Después de andar varios kilómetros nos encontramos de golpe, a lo lejos con la Estatua de la Libertad.


La mejor experiencia del día fue cruzar el Brooklyn Bridge en bicicleta. El puente tiene una senda para bicicletas y peatones que pasa por encima de por donde pasan los vehículos. La vista de Manhattan de un lado y de Brooklyn del otro es impresionante.

Fue muy cómico volver con las bicicletas en el subte. Era un largo viaje, y el vagón comenzó a llenarse demasiado. Las bicicletas están permitidas en el subte, pero después de haberlas trasportado allí, uno se pregunta de por cu{al razón lo están. La gente no ponía mala cara, en absoluto, pero hacía maniobras de circo para ubicarse entre las ruedas y los manillares.

Por la noche salimos a recorrer algunos boliches cercanos al hostel, como el Underground donde presenciamos una banda de surf de los sesenta.

Día 231(19 de octubre): Nueva York y Times Square


Sin contratiempos en el vuelo llegué a Nueva York a la una y media de la tarde. Había salido de París a las once de la mañana y, viajando poco más de ocho horas en avión, le había ganado seis horas al reloj. Hay quienes dicen que para recuperar cada hora se necesita de un día, haciendo la cuenta iba a necesitar seis días, días que no tenía, así que no tenía que pensar demasiado en eso.

Cuando llegué a Nueva York estaba agotado, las últimas tres noches había dormido muy mal, la primera de ellas en una carpa sin colchón y con un sobre de dormir inadecuado para el frío de Suiza, la siguiente de costado en el asiento de atrás de la Traffic, y la última apenas unas horas en la camioneta durante el viaje desde Interlaken hasta París. Y en el avión apenas había pegado ojo. Además estaba la incomodidad de haber pasado varios días sin poder bañarme.

Ni bien llegué al aeropuerto pregunté en el centro de información la mejor manera de llegar a Manhattan. Me indicaron que debía tomarme el tren aéreo que conectaba con una línea de subte que me llevaría a la dirección indicada. Dos horas me llevó llegar hasta el hostel donde me esperaba mi amigo Paul Faget. Paul, quien trabaja en una agencia de viajes, se había tomado una semana de vacaciones y había viajado a Nueva York, donde me acompañaría los días que estuviera en esa ciudad.

Luego de hacer los trámites en el hostel, bien ubicado en Manhattan, subí a mi piso con las ganas desesperadas de dejar el equipaje y darme un baño urgente. Pero había un problema. Paul estaba en la puerta de nuestro cuarto. Cuando nos encontramos nos dimos un efusivo abrazo y rápidamente me contó la situación. Así como el ascensor no funcionaba, lo que había provocado que tuviera que subir los cuatro pisos con entre piso del edificio con mi pesada valija, tampoco lo estaban haciendo los sistemas electrónicos de las puertas de los cuartos. Las tarjetas magnéticas no podían abrirlas. Un chino desnudo en toalla esperaba con cara de pocos amigos a que se solucionara el problema. Así que nos sentamos en el corredor y comenzamos a ponernos al día rápidamente. Paul estaba muy emocionado con la ciudad de Nueva York y con lo que había vivido en los últimos días. Me contaba sobre lo que había hecho, sobre la oferta nocturna, sobre lo que pasaba en el hostel.

Después de bañarme y descansar unos breves minutos, salimos a conocer Times Square, ícono de Nueva York. Ubicado entre Broadway y la Séptima Avenida es conocido por los carteles de neón y por las pantallas gigantes y por la cantidad innumerable de comercios. La meca del consumismo.



La sensación que uno tiene al caminar por allí es muy extraña. Los sentidos se ven bombardeados por carteles luminosos que compiten cada uno por ser más brillantes y llamativos que el otro, en una carrera sin límites para captar la atención del público. La mente se detiene al no poder procesar tanta información, y uno se transforma en un autómata que no puede más que dejarse llevar por las pantallas, primero una, después otra, después otra. La calidad de las pantallas es de última tecnología, y uno atina a preguntarse el valor de las mismas considerando que la pantalla que le regaló Chávez al Uruguay para instalar en el Centenario costaba cerca de un millón de dólares, y todos sabemos la calidad lamentable que tiene.

Y en la calle uno se encuentra siempre con sorpresas. Es que en Nueva York siempre algo está pasando en cada esquina. Negros y blancos con aspectos de indigentes con carteles pidiendo dinero para la cerveza y la marihuana, artistas callejeros que bailan o hacen música, congregaciones religiosas, grupos de policías discutiendo, concentraciones de turistas, y todo lo que uno pueda imaginar. No hay tiempo para aburrirse. No hay tiempo para cerrar los ojos. Tampoco, claro, hay mucho tiempo para pensar.

El sistema de metro es muy extraño, y no digo que haya que ser un experto para utilizarlo correctamente, lo que es seguro es que hay que estudiarlo detenidamente para no terminar en Bronx o en cualquier parte de la ciudad. Por ejemplo, hay algunas líneas que tienen sistemas expreso, es decir, en la misma estación, uno puede tomarse hasta tres diferentes trenes, uno que para en todas las estaciones, otro que para en algunas y otro en casi ninguna. Es útil para recorrer grandes distancias. A su vez tienen diferentes frecuencias de acuerdo a la hora y el día de la semana. Es decir, para llegar a un sitio, uno debe saber qué líneas están funcionando para elegir que conexiones debe hacer. Pero a pesar de esta complejidad, el sistema funciona bien y es raro que haya una multitud en un vagón. Por alguna razón que nunca llegué a entender, siempre hay asientos libres y la gente pareciera que prefiere ir parada. Por eso, por más que a veces tomaba los metros llenos, siempre viajaba sentado.

Después de conocer Times Square, después de caminar por Broadway y de ver los famosos teatros donde hay musicales y óperas y comedias, perfomances de actores como Hugh Grant y Samuel Jackson, y después de comenzar a alucinar con las divertidas sorpresas que uno encuentra en cada esquina, después de comenzar a sentir el vertiginoso ritmo de la ciudad, después de entender un poco de qué va esto de Nueva York, volvimos al hostel y desde allí, salimos a recorrer algunos boliches. Música en vivo es lo que no falta en Nueva York y pudimos escuchar una excelente banda con una cantante india y un tipo que era el as de los vientos, y tocaba flauta, clarinete y saxo. Terminamos en un boliche con sobredosis de buen rock n roll. Para movernos nos tomábamos taxis que no son tan caros. La ciudad nunca duerme y uno puede estar trillando todo el día y toda la noche sin parar. Ya eran las tres de la mañana en Nueva York, pero para mí, aunque no quisiera pensar en la diferencia horaria, eran como las nueve y necesitaba dormir un poco.

viernes, 21 de octubre de 2011

Día 229-230(17 de octubre-18 de octubre): Los alpes suizos y la despedida de Los Limones


Bien entrada la tarde llegamos al valle desde el cual íbamos a subir al Shilthorn. Al principio no quería gastar los setenta euros que costaba el ascenso a la montaña, pero los chiquilines me terminaron convenciendo de que iba a ser una experiencia única, y los terminé pagando. Luego de realizada la experiencia puedo afirmar que subir al Shilthorn vale cada uno de los euros que pagué.

El valle desde el cual comenzaba el ascenso era muy bonito, con un extraordinario césped verde. Es increíble el color del césped, los árboles y las flores en Suiza. Pareciera que no existieran heladas que quemaran la vegetación. A nuestro alrededor se elevaban los alpes suizos con sus eternos picos nevados. A muchos metros de altura, cerca de los picos, valientes seres humanos desafiaban la gravedad volando en parapente.

Se llega a la montaña Shiltron después de varios tramos en teleférico. El primer tramo va desde Stechelberg hasta Mürren, deteniéndose primero en Gimmewald. El segundo te lleva desde Mürren hasta Birg. El último teleférico es el que realiza el tramo final, desde Birg hasta Shiltron. El altímetro marcará los 2.970 metros sobre el nivel del mar cuando se detenga en la estación de Shiltron.

En la cima de la montaña hay un mirador de trescientos sesenta grados, y debajo de él se encuentra un restaurante panorámico giratorio, en el cual fue filmada una de las películas de James Bond.


En la subida ya fuimos asombrándonos con el inigualable paisaje alpino, de una belleza que erizaba la piel. Y sobretodo en la estación de Mürren observando primero desde bajo y luego desde las alturas un pueblo soñado en el medio de las montañas. También pasamos sobre un lago helado, perdido y solitario, llamado Grausselli. Pero fue una vez que bajamos en la última estación cuando la experiencia alcanzó su máximo nivel. Estábamos a una altura de 2.970 metros, y el oxígeno que obteníamos con cada inhalación era muy poco. Salimos al mirador y pudimos ver todo a nuestro alrededor los picos nevados de los alpes suizos. Después bajamos por una escalera que en principio no permitía el paso y caminamos por la nieve, tomados de un cable de seguridad. Nos sentamos en unas rocas y nos quedamos más de una hora contemplando embelesados un paisaje que nunca jamás se borrara de nuestras retinas. Los cuervos graznaban y parecían mirarnos en calma y extrañados, como contemplando un animal que no les hará daño pero que está fuera de lugar es ese medioambiente, suyo por milenios.








Y llegó el momento en que tuvimos que deshacer el camino, ya exhaustos y satisfechos, con comentarios como que fue el mejor momento del viaje. En lo personal, se me hace difícil encontrar un mejor momento en este viaje increíble, lo que puedo asegurar es que ninguno olvidará lo que vivimos aquél día, a 2.970 metros sobre el nivel del mar, en los alpes suizos.

Ya se hacía de noche cuando tomamos los vehículos y volvimos a Interlaken a conocer algo de la ciudad en la noche. No dio para mucho, sólo cenamos y pusimos rumbo a Lucerna rápidamente. Y aquí comenzaron los problemas. Por alguna razón una valla bloqueaba la única ruta de salida de la ciudad. La Traffic se quedó esperando en un descanso cercano a la valla y la Zenit siguió por una oscura ruta lateral, con la idea de encontrar alguna salida de la ciudad, o algún lugar para aparcar y tirar las carpas. Quedaron en volver al cabo de pocos minutos.

Habían pasado más de cuarenta y cinco minutos y la Zenit no volvía. Los que estábamos en la Traffic, Matías A., Ciervo, Vago y yo comenzamos a inquietarnos. Surgieron ideas extrañas como que se habían metido en un terreno privado y habían tenido problemas. No sabíamos que hacer si tomar la ruta paralela o seguir esperando. Hacía mucho frío, y estábamos inmersos en una gran oscuridad.

Finalmente decidimos ir a buscarlos. Íbamos un tanto sugestionados y los bosques espesos lucían amenazadores. Pero poco después recibimos un mensaje de Alfonso: Acabamos de sobrevivir a un intento de asesinato del Bocha, estamos volviendo.

El mensaje nos tranquilizaba con respecto a que todos estaban bien y de hecho estaban volviendo. Pero, ¿que era eso del intento de asesinato? Así que discutiendo sobre este punto, volvimos al descanso de la ruta.

Cuando diez minutos después apareció la Zenit, nos enteramos de que en realidad se habían referido a que habían tenido que dar la vuelta el auto al lado de un barranco. Bocha iba dando indicaciones mientras Matías U. manejaba. Según Alfonso, habían estado a pocos centímetros de caer al barranco. Los demás decían que no era así, que la maniobra había sido segura.

Sin idea de donde armar el campamento decidimos armarlo ahí mismo, a pocos metros de donde estábamos. Así lo hicimos. Esta vez me tocó dormir en el asiento trasero de la Traffic.

Eran las ocho de la mañana y sentí unos golpes en la ventana. Miré para afuera y me encontré con una mujer policía que nos llamaba. Se veía un vehículo policial aparcado poco detrás. Otra vez, no podemos tener peor suerte, pensaba.

Nuevamente entregamos los pasaportes y nos hicieron salir de los vehículos y de las carpas. Nos quedamos parados en círculo a la espera de que comenzaran a hacernos preguntas o escuchar lo que fuera que nos fueran a decir. La mujer nos pidió que nos remangáramos los buzos y nos miró las venas. Buscaba marcas de jeringas. Comprobó que no éramos junkies y nos preguntó que hacíamos allí. Le respondimos que íbamos a Lucerna, y como encontramos la ruta cerrada no tuvimos otra que quedarnos allí acampando. Esto es propiedad privada, y la ruta ayer no estaba cerrada, nos dijo. Le pedimos que comprobara esto último porque podíamos asegurar que sí lo estaba por la noche.

Algunos minutos después volvió con los pasaportes y nos dijó que podíamos irnos. Así que, solucionado el inconveniente, fuimos a conocer Interlaken por el día. Interlaken traducido al español significa entre lagos. Es una pequeña y pintoresca ciudad ubicada entre los ríos Thun y Brienz. Algunos desayunamos en Hooters y luego de recorrer rápidamente la ciudad seguimos camino pero antes paramos a conocer uno de los lagos. No puedo decir cuál de los dos era, si el Thun o el Brienz. Era muy bonito, con aguas transparentes y con una vista como siempre, de postal de las montañas.

Por la tarde llegamos a Lucerna, una ciudad de 200.000 habitantes. Es muy famosa por tener el puente de madera más antiguo de Europa, del año 1365. Cruza el río Reuss. En el techo del puente se hallan numerosas pinturas que cuentan la historia de Lucerna. En el río Reuss viven una cantidad impresionante de cisnes, patos y gaviotas, que prácticamente están en la calle. No le tienen miedo a los humanos y uno puede sentarse en un muelle o una escollera y tener a estos animales a menos de un metro.

Luego de pasear por la ciudad y cruzar el puente KapelbrUcke pusimos rumbo a París, donde al otro día a las once de la mañana debía tomarme el vuelo a Nueva York. Iba a dejar a “Los Limones”, que seguían hacia España y algunos también luego de España seguían hacia Reino Unido.

Eran casi setecientos kilómetros y para evitar contratiempos salimos temprano. Esta vez el problema que tuvimos fue que la Zenit entró en tanque de reserva. Tuvimos que meternos en la primera salida de la autopista y terminamos en un pueblo fantasma. Pero en el pueblo, si bien había algunas estaciones de servicio, no pudimos cargar combustible. Las estaciones no tenían personal y sólo podíamos comprar con tarjeta de crédito, pero las internacionales que teníamos no servían.

Tuvimos que volver a la ruta, y con los dedos cruzados manejar los próximos veintiocho kilómetros hasta la siguiente estación de servicio. Si se les quedaba el auto, iban a tener que llamar a la asistencia, y la Traffic seguiría hacia París para que no me perdiera el vuelo. Pero no fue necesario, ya que con el último aliento, la Zenit llegó a la estación. Después del imprevisto llegamos a París cerca de las dos de la mañana.

Me despedí muy emocionado de mis compañeros de ruta de los últimos meses, de amigos con los que compartí momentos que nunca olvidaré y que seguiremos recordando en cada reunión, en cada encuentro. Para ellos dedicada esta entrada del blog y mis deseos de que sigan disfrutando en España y Reino Unido. Vamos, vamos los limones, vamos los limones de mi corazón. Los quiero y gracias por todos los buenos momentos.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Día 228(16 de octubre): Lago di Como y problemas con la policía suiza


Con la idea de visitar el lago di Como antes de entrar en tierras suizas, salimos por la mañana junto a Bocha, Ciervo y Matías Arizaga en la Traffic. Los demás iban a ver el partido de Novara contra Bologna en Novara, y nos encontraríamos por la noche en las afueras de Interlaken.




Sobre el mediodía ya estábamos en Como, en la ciudad donde vivió el Chino Recoba durante su paso por el Inter de Milán. Es una ciudad muy bonita y el lago es precioso con barcos y colinas donde reposan unas hermosas casas con vistas inmejorables. El agua es tan clara que se ven los grandes peces nadar de un lado a otro. Caminamos por la calle que bordea el lago, con frondosos árboles y un césped ideal para descansar al sol. Las flores crecían bendecidas por la luz del sol, que estaba alto en el cielo.

Algunas horas después ya partíamos rumbo a Suiza. No habíamos tenido en cuenta que Como es frontera de este país, y no habíamos terminado de acomodarnos en la camioneta cuando ya estábamos en la aduana. Iba manejando yo, así que tuve que hablar con el policía que nos hizo detenernos a un costado. Como siempre la Traffic llamaba la atención de las autoridades por su tamaño y por la matrícula, roja por el leasing.

El policía me pidió el carné de conducir y los pasaportes de todos, a lo que accedimos sin problemas. Me di cuenta de que algo andaba mal cuando por el espejo retrovisor pude ver que varios policías se habían reunido y se pasaban mi carnet uno al otro y se miraban y hablaban entre ellos. Segundos después entraron a la oficina. No entendía qué pasaba, algo olía feo, pero no quería perder la calma.

Ya habían pasado varios minutos cuando un policía me hace una seña desde la puerta de la oficina y me dice que me dirija hasta allí. Luego de entrar en ella me hacen pasar a un cuarto pintado de blanco que toda la pinta tenía de salón de interrogación, con un banco estrecho de madera pegado a la pared del fondo, y con una mesa, también de madera que salía de una de las paredes laterales. Me hacen sentar en el banco y esperar unos minutos.

No entendía nada y menos cuando un policía entra en la sala con un juego de fotocopias en las que se veían libretas de conducir de Uruguay y me dice que yo tenía una libreta de conducir falsificada. Yo le respondo que no, que de ninguna manera, que la libreta es original. No es buena, me dice el policía. Es buena, respondo. Abre sus ojos y me pone las fotocopias delante de mis ojos. Aquí están los modelos de las libretas de conducir uruguayas, hay modelo uno y modelo dos, la tuya no es ninguna de las dos. En efecto, no coincidía con los modelos que me mostraba. En una foto en negro del interior de la mía se veía escrito Polaroid y en los modelos que me mostraba decía varias veces Uruguay. La mía es buena también, le respondo. Y ahí siguió una interminable secuencia de No es buena, es buena que a los fines de la redacción no le haría nada bien reproducirla.

El policía se va y me deja varios minutos con mis propias cavilaciones. Me estaban acusando de falsificación de documentos. Mi libreta era original pero no coincidía con los modelos que les habían sido enviados desde mi país. Quién habrá sido el funcionario imbécil que no consideró que existen modelos de libretas anteriores que aún mantienen la vigencia. Por culpa de qué pelotudo me veía envuelto en este problema, en un domingo de octubre, en la frontera de Suiza.

Unos minutos después, que me parecieron años vuelve otro policía. Me indica que fuera a la camioneta y que volviera con mi equipaje y con mi billetera. Así hago y minutos después tengo mi valija en el piso de la sala y mi riñonera en la mesa de madera. Comienzo a sacar las cosas de dentro. Primero el bolsillo chico donde hay algunas colillas de cigarros. Luego el grande donde se encuentra con mi cámara que deja a un lado. Y comienza con la billetera. Saca el dinero que tenía, la tarjeta de débito y las tarjetas de crédito, mete todo en una bolsa y lo apunta en un formulario. Deja lo demás a un lado y me pide que lo guarde. A continuación me pide que abra la valija. Revisa todo rápidamente con sus guantes de goma y la cierra. Entonces me pide que me saque los championes, las medias, el vaquero, y así hasta que quedo completamente desnudo. Luego me pide que me vista. Y se va.

Había pasado media hora en la que ya no sabía en qué ocupar mi mente. La puerta se abre y entra Ciervo con su valija. Por lo menos tengo compañía. Me cuenta que uno de los policías había ido hasta la camioneta y les había pedido el carné de conducir a todos y la libreta de propiedad del vehículo. Nadie sabía donde estaba la libreta de propiedad. Habían descartado que yo pudiera saber donde estaba porque pensaron que algún policía me habría preguntado primero. Yo se la había pedido a Matías Uranga en la mañana y la tenía guardada en el sobre de Rumbos. Le digo al Ciervo que llame al policía y le diga que ya sabemos donde está. Le doy las indicaciones del lugar donde está el sobre de Rumbos y el policía vuelve con ellos y con una computadora. Abro el sobre y le doy la libreta. En que problemas estaríamos si no le hubiera pedido la libreta a Matías Uranga, pensaba.

Luego todo comienza a ir más rápido. Al Ciervo lo acusan de que él también había falsificado la libreta. La del Bocha y la de Matías A. estaban bien porque coincidían con su registro. Saco un libro de mi valija y comienzo a leer para poder tener la mente concentrada en algo. La policía comienza a tratarnos de otra manera, creo que comienzan a dudar de si tenemos razón o no. Algunos minutos después nos dejan salir de la sala y nos indican que esperemos en la camioneta. A todo esto Bocha y Matías Arizaga estaban durmiendo en la camioneta, porque se habían acostado muy tarde. Puede ser otra de las razones por las que nos comenzaran a tratar mejor, en qué cabeza cabe que dos delincuentes puedan estar durmiendo tranquilamente, mientras sus compañeros están siendo acusados e interrogados. Me prendo un cigarro y luego otro, mientras espero.

Me llaman para que haga una declaración sobre lo sucedido. Debía hacerla en un formulario impreso en español en el que se me acusaba de falsificación de documentos y en el que decía que las autoridades suizas podían llegar a denegarme la entrada al país, ahora o en un futuro. Declaro que mi libreta es original y que la policía suiza no tiene un registro correcto de las libretas originales y válidas en Uruguay. Se las leo. Me voy. Luego llaman al Ciervo quien declara lo mismo. Nos dicen que nuestras libretas serán analizadas por un experto luego de que haya una comunicación con Uruguay. Si son originales nos serán devueltas a nuestra casa en Uruguay. Así que nos quedamos sin libreta y sin la posibilidad de manejar en Suiza.

Muchos kilómetros nos separaban de Interlaken. Ya era tarde cuando encontramos la mejor P de lo que va del viaje, a treinta kilómetros del centro de la ciudad. Tampoco es que acampamos en muchas. Pero esta tenía mesas guarecidas con un techo del frío intenso que hacía en la noche. Además tenía baños limpios y una sala de información turística iluminada y vacía. Cocinamos tallarines con una rica salsa y jugamos al truco calentándonos con algún vino. Después armamos las carpas, y unos dentro de los vehículos y otros dentro de las carpas intentamos pasar la helada noche.

Día 226-227(14 de octubre-15 de octubre): Verona y Milán


El recorrido desde Roma hasta Milán era largo y nos dejaba de pasada por una ciudad como Verona, que no podíamos dejar de visitar. Dejamos el camping en Venecia y salimos rumbo a Verona, la ciudad en la que Shakespeare se inspiró para escribir Romeo y Julieta.

Sobre Verona debo decir que es una muy linda ciudad, y que después de dejar los vehículos estacionados nos dedicamos a perdernos en ella durante un par de horas. Pasamos por un pequeño estadio, si lo comparamos con el Coliseo, de la época romana y después caminamos por una peatonal con bonitos comercios. Luego buscamos la casa de Romeo y la casa de Julieta y como nos resultó difícil encontrarlas por nuestros medios, nos unimos a una excursión y seguimos sus pasos, convencidos de que tarde o temprano llegaríamos a ellas.

Y así fue que, siguiendo a la melindrosa excursión juvenil, primero pasamos por la casa de Romeo, sin mayor interés que un cartel que indicaba que esa casa en cuestión, era la casa de Romeo, si es que eso puede resultarle a alguien interesante, por eso hay gente para todo, y una prueba de esto era la cantidad de fotos que los turistas sacaban.





Y en segundo lugar visitamos la casa de Julieta, esta sí con un mayor interés, devenido del famoso balcón desde el cual salía Julieta a ver a Romeo. Para quien quisiera verlo también estaba para el análisis el circo que generaba la casa de dicha señorita, que señorita es demasiado decir para una mujer que ni siquiera existió, convertida en museo, con una estatua de la mismísima Julieta en el jardín, en la cual podías fotografiarte tocándole un seno, al menos esa era la foto clásica, la que todos querían, y esto puede decirse porque todos así posaban y porque el bronce del seno derecho brillaba como si lo hubieran pulido continuamente durante años y años. Para entrar al jardín debías atravesar un portal y un pasillo cerrado. No había milímetro cuadrado ni en la fachada de la casa, ni en las paredes del pasillo que se hubieran salvado de los colorinches graffitis de amor, y cuando ya no había espacio para escribir, no importaba, un chicle servía para tapar el graffiti anterior y dejar su marca en la casa de Julieta. Las que no se salvaban eran las casas de los vecinos que ya debían de haberse cansado de pintar las paredes y puertas de sus casas, porque los graffitis tenían el mismo efecto que la gelatina al derretirse.

Satisfecha nuestra curiosidad, ¿literaria?, almorzamos en un Mc Donald´s y volvimos al vehículo para seguir camino a Milán, donde pensábamos alojarnos por dos noches en un hostel que habíamos reservado por internet.

Al entrar a Milán nos dimos cuenta de que la ciudad no tenía por asomo el encanto de las ciudades italianas que veníamos visitando. Cuando llegamos al hostel tuvimos el primer problema de la noche. La recepcionista no tenía nuestra reserva, que habíamos hecho por hostelworld.com a la mañana. Cuando estábamos discutiendo, recibió una llamada al celular y luego de hablar unas palabras, le pasó el celular al Ciervo. Era el dueño del hostel y nos pedía disculpas pero el hostel estaba lleno. Nos había mandado correos, mensajes de texto y hasta había llamado a alguno de nuestros celulares pero no había podido comunicarse con nosotros para avisarnos del problema. Nos deseó suerte en la búsqueda de alojamiento. Eran cerca de la ocho de la noche y debíamos buscar un hostel o un hotel. Le pregunté a la recepcionista si podíamos usar el wi-fi del hostel para hacer otra reserva pero me respondió que el sistema se había caído y me mostró la hoja de papel con la que estaba trabajando al carecer de sistema informático. Nos indicó que a la vuelta de la esquina podíamos conseguir internet inalámbrico. Hacia allí fuimos.

Cuando conseguimos conectarnos, entramos a hostelworld.com, hostelbookers.com y otras páginas similares pero nos encontramos con el mismo problema. Ninguna permitía la reserva para el mismo día, siendo la hora que era. Así que anotamos la dirección de los hostels más económicos, y volvimos a la camioneta para hacer un recorrido por ellos.

El primero que fuimos se llamaba Leonardo da Vinci y en internet tenía un precio de doce euros y medio. El chico de recepción nos quería cobrar veinte cinco euros, que luego nos bajó a veinte, pero de ninguna manera podía hacernos el precio que salía en la página, porque ese precio era sólo para reservas por internet. El lugar no prometía y cuando con Mati A. le pedimos para conocer las habitaciones nos respondió que el dueño no lo permitía. Descartamos el lugar por la pinta de hotel de alta rotatividad y por la casi certeza de que nos encontraríamos cucarachas y ratas caminando por los cuartos. Lo bueno era que teníamos aún varios hostels por recorrer.

Y entonces comenzó la debacle. Manejamos de punta a punta de Milán y preguntamos en cada uno de los hostels cuya dirección habíamos anotado. En ninguno había lugar. Ya no sabíamos que hacer y eran cerca de las doce de la noche.

La Zenit aún estaba estacionada enfrente al primer hostel y en ella estaban Bocha y Alf. Los demás estábamos cerca de allí cenando, ya resignados a dormir en una P lejos de la ciudad. Ciervo estaba con la computadora a punto de hacer una reserva para un hostel para el día siguiente, cuando recibimos una llamada del Bocha. El dueño del hostel se había puesto averiguar y nos había conseguido alojamiento en un hotel con desayuno y wi-fi a diecinueve euros. Hotel Emmy. No lo pensamos dos veces y festejamos como si nos hubiésemos ganado un fin de semana en el Conrad.

El hotel no estaba tan mal, salvo el desayuno que era malísimo. Y en Milán no hicimos mucho. Estábamos cansados y nos dedicamos la mañana a recuperar fuerzas y ver partidos de fútbol por Internet.

En la tarde jugaba Milán contra Palermo en el San Siro. Todos menos Vago, Ciervo y yo habían comprado la entrada por Internet a un precio de cuarenta y cuatro euros. Ya me había resignado a perder un lindo partido por el Calcio, con la “Joya” Hernández de titular, y ya de paso conocer un estadio emblemático como el San Siro.

Cuando, cuatro horas antes de que comenzara el partido, los chiquilines fueron a retirar las entradas reservadas, Ciervo fue con ellos para ver si, por alguna de las cosas de la vida, quedaba entradas. Con Vago fuimos a almorzar tardíamente, ya eran casi las cinco de la tarde. Estábamos comiendo una pizza y sonó el celular de Vago. Ciervo había conseguido entradas a veinte euros y si íbamos rápido no íbamos a tener problema. Terminamos la pizza, fuimos a buscar la Traffic y salimos hacia el San Siro.


Algunas horas después ya estaba dentro, observando el calentamiento de los jugadores de ambas escuadras. El partido tuvo un solo equipo, el Milán, que ganó 3 a 0. Palermo no llegó al arco rival y la “Joya” no apareció pero pude ver a Robinho y a Ibrahimovic en un nivel espectacular. Una experiencia inolvidable.

lunes, 17 de octubre de 2011

Día 225-226(12 de octubre-13 de octubre): Florencia y Venecia


En la mañana salimos a recorrer Florencia, junto a Matías Uranga, Felipe Vago e Ignacio Lucho. La Zenit también recorrería Florencia pero más brevemente ya que luego viajaría hacia Pisa, antes de llegar por la noche a Venecia.

El centro de Florencia está cerrado para el tráfico no autorizado y nos resultó muy complicado conseguir estacionamiento. Dimos vuelta por los alrededores del centro por casi una hora hasta que dimos con un lugar libre y pudimos salir a conocer una muestra de Florencia.

En nuestra rápida visita pudimos conocer la Plaza de la República, la Plaza del Duomo, donde se encuentra Il Duomo de Santa Maria del Fiore y el Baptisterio de San Juan, y la Plaza de la Señoría, que es la plaza más importante de Florencia. También caminamos sin rumbo y nos encontramos con varias ferias y nos llamó la atención que en puestos de remeras de fútbol vendieran la remera de Uruguay de Forlán y Cavani. Y era la única remera de selecciones, las demás eran todas de cuadros italianos.


Después de cuatro horas volvimos a la camioneta y seguimos hacia Venecia. El GPS no indicaba bien la ruta y hubimos de perdernos en varias oportunidades, pero al fin, cuando ya era de noche llegamos al camping. Allí nos quedamos en una cabina que no estaba mal para el precio que pagamos, cincuenta euros. En el camping había muchos uruguayos del grupo de viaje de arquitectura.

Después de desayunar salimos junto a Matías Arizaga, Bocha y Alfonso a conocer la ciudad de Venecia. Nos tomamos un ómnibus que pasaba cerca del camping que nos dejó en la Plaza de Roma. Y qué podré decir de esta hermosa ciudad, en la cual los vehículos son góndolas y lanchas, y en las que es imposible no perderse y sentirse que estás en otro tiempo. Simplemente caminamos teniendo como punto de referencia la Plaza de Roma y la Plaza de San Marcos. La ciudad hoy tiene problemas por el fenómeno de la marea alta durante la primavera y el otoño que dos veces al día inunda la Plaza de San Marcos.

Al caminar por las estrechas callejuelas uno se va encontrando con tiendas de todo tipo, y las que más me llamaron la atención eran unas en las que vendía máscaras para fiesta. Arrastrado por la curiosidad entré en una y pude averiguar que en Venecia hace mucho tiempo los habitantes salían a la calle siempre de máscaras durante la mitad del año. Se terminó prohibiendo porque sucedían muchos crímenes. Hoy en día siguen haciéndolo pero sólo durante los once días que dura el carnaval.

Durante el día además de recorrer la ciudad entramos al Museo de Leonardo da Vinci donde se reproducen una serie de inventos del genio, y también entramos a la Basílica de San Marcos.

Volvimos al camping al atardecer para descansar, preparar la cena y dormir.


jueves, 13 de octubre de 2011

Día 223-224(10 de octubre-11 de octubre): Coliseo y Museos del Vaticano


En la mañana Matías Uranga y Matías Arizaga llevaron la Traffic a ponerle el vidrio trasero. Era lunes y abrían los talleres. El trabajo llevaba un día y medio y por eso extendimos nuestra estadía en Roma, pensada originalmente en tres noches, a cuatro noches. Por esta razón, y porque el apartamento en el que estábamos era muy cómodo, con dos cuartos, gran living, y espaciosa terraza, es que nos tomamos los días muy tranquilos y pasamos gran tiempo en el apartamento recuperando fuerzas.

Por la tarde, junto a Bocha y a Alf nos dirigimos hacia el Coliseo. Mandado a construir por el emperador Vespasiano en el año 72 D.C y culminado sólo ocho años después, por el emperador Tito. El nombre original era Anfiteatro Flavio y había sido realizado en honor a la Dinastía Flavio. El nombre Coliseo vino después en honor a la gran estatua que había junto a él, el Coloso de Nerón. Para tener una idea de las dimensiones de esta estatua, basta saber que sólo la cabeza medía tres metros de alto y que tenía la altura del mismo Coliseo.



En el Coliseo tenían lugar los espectáculos públicos donde luchaban gladiadores y mataban animales, realizaban ejecuciones y obras de teatro. En la fiesta de inauguración, que duraron cien días, se mataron más de cinco mil animales.

El edificio consta de tres niveles de arcos, para tener una idea de la magnitud del Coliseo, hay que imaginárselo con la gigantesca estatua del Coloso y con una estatua pequeña en cada uno de los arcos. En las arenas hay una batalla de gladiadores y se escucha el chocar de espadas entre los rugidos de la multitud, que está en su mayoría embriagada.

El último día en Roma dejamos el equipaje dentro de la Zenit, luego de ordenar y limpiar el caos en que se había transformado el apartamento. Debíamos pasar a buscar la Traffic a las cinco de la tarde así que teníamos el resto de la mañana y gran parte de la tarde para seguir recorriendo la ciudad.

Junto a Alf y a Bocha nos dirigimos rumbo al Museo del Vaticano, a visitar la Capilla Sixtina. Esta vez sí estaba abierto al público y por suerte no estaba tan lleno, aunque había partes en las que se dificultaba el transitar.



El Museo del Vaticano es un conjunto de museos temáticos, de jardines, galerías y monumentos. La colección de obras escultóricas y pictóricas es asombrosa. Vistamos el Museo Chiaramonti, donde se exhiben obras escultóricas, el Museo Gregoriano Egipcio, donde hay esfinges, sarcófagos y hasta una momia, todo en excelente estado de conservación, y parte de la Pinacoteca Vaticana. Pero claro, el punto más alto es la Capilla Sixtina, cuya descripción escapa largamente mi poder de redacción.

Su decoración es obra de los más grandes artistas del Renacimiento, siendo la bóveda decorada por Miguel Ángel. Uno podría estar días descubriendo detalles en los frescos, y asombrándose con la magia de estos genios, pero la realidad es que la visita debe ser rápida, uno está parado con cientos de personas pasando por su lado, escuchando voces en diferentes idiomas, y no puede concentrarse debidamente. De cualquier manera, haber visitado la Capilla Sixtina es una gran y recomendable experiencia.

Partimos a Florencia cerca de las siete de la tarde, habiendo solucionado el contratiempo de la camioneta. Llegamos tarde en la noche, y después de comer vimos el partido de Parguay Uruguay por las eliminatorias. Eran cerca de las tres de la mañana cuando pusimos la cabeza en la almohada.