Y el último día de mi gran viaje por el mundo había llegado. No podía más que vivirlo con incredulidad, con una sensación de liviandad, como si, más que nunca, estuviera soñando en vez de estar despierto. ¿Era posible que estuviera culminando algo que, en un principio, parecía no tener fin, o si lo tenía, era tan vasto, tan gigantesco, que era imposible imaginarme llegando a él?
Por un lado me sentía cumplido y realizado. Satisfecho de haber vivido una experiencia aplicando el máximo de mis energías, una experiencia en la que intenté ser consciente a tiempo completo, utilizando este blog como un ancla que me obligara a no dejar que el tiempo pasara en vano, y pudiera, día a día, reflexionar e incorporar enseñanzas sobre lo que iba viviendo. Me había obligado a hacerme siempre un tiempo, cada día, o cada dos, para reflexionar y pasar por escrito todo lo que pudiera, sabiendo que el día de mañana, el árbol de la memoria seguiría creciendo gracias a las fuertes raíces que había ayudado a crear.
También estaba la alegría de volver a encontrarse con la familia y con los amigos y con el país que uno ama, y que le dio todas las posibilidades para poder vivir lo que había vivido en los meses pasados.
Por el otro lado, había una sensación extraña de inseguridad. ¿Cómo sería la vida de acá en más? Tenía que pensar en otros proyectos, ya que realizar un viaje como éste, extenso y por medio mundo, había robado mis energías durante muchos años. Era un sueño que había logrado cumplir.
Pero aún me quedaba un día y estaba en Nueva York.
Después de desayunar fuimos a conocer el Central Park. El parque se situaba muy cerca del hostel, en el corazón de Manhattan pero por no haber tenido tiempo, no habíamos pasado por él. Es uno de los parques más conocidos del mundo y escenas de muchas películas han sido filmadas allí. En el parque hay áreas para actividades deportivas e incluso pistas para patinaje sobre hielo. Observamos que muchos neoyorquinos, salen a correr y a andar en bicicleta, y la población infantil realiza deportes en las áreas destinadas a ello. Fútbol y béisbol son los deportes más practicados en el parque.
Carteles ubicados en varios sectores del parque, recuerdan que está prohibido: acampar, fumar, cocinar, soltar perros salvo en determinadas áreas, usar drogas y alcohol, alimentar pájaros y ardillas, entrar al parque cuando está cerrado, obstruir entradas, amplificar música o sonido, hacer carreras de autos, hacer actividades comerciales.
A su vez, hay sendas en las que se puede circular en una sola dirección. Más de uno se preguntará, de que viene ir al parque si pareciera que hasta respirar está prohibido. Y es algo que también me pregunto, y la certeza de los neoyorquinos de que están siendo continuamente filmados también contribuye a la realidad de una ciudad en la que los ciudadanos se encuentran en una compleja mezcla de libertades, prohibiciones, paranoia e hipocresía. Bajo la atenta mirada y regla del dios del consumismo, y su tan inocente juego de inventar necesidades para luego poder satisfacerlas, donde antes sólo había satisfacción, porque la satisfacción también es ausencia de necesidades.
Cuando salimos del Central Park, seguimos vagando por Manhattan hasta que dimos con el Rockefeller Center. Pese a la insistencia de Paul en subir al observatorio "Top of the Rock", situado en uno de los edificios más altos, no quise hacerlo. En Nueva York no es seguro subir a ningún edificio alto, vaya a saber uno si no se andan con ganas de hacer una guerra en Medio Oriente.
En el Rockefeller Center, se encuentra la fascinante pista de hielo de “Mi pobre angelito 2: Perdido en Nueva York”. La pista estaba llena y se podía observar: un patinador profesional de metro sesenta, que se movía por la pista cual mariposa en un jardín de rosas, un gordo de metro noventa y ocho, que perseguía al primer patinador e imitaba sus movimientos, de manera más tosca, claro, para carcajadas de su público y para sus propias, otro patinador, éste moreno y con una remera de un equipo de la NHL, de lentes de sol, gorro y conectado a un ipod, que se proponía patinar veloz y esquivar a las decenas de patinadores como si estuviera en una competencia por el oro, una morena delgada y de talle XXL que realizaba una competencia despareja con las leyes de gravedad que se empeñaban en hacerla caer de pecho al hielo. Tan variopinto escenario motivó que nos detuviéramos un buen rato ante las barandas de la pista.
Luego pasamos por la tienda de Lego, y volvimos al hostel donde se festejaba la que daban en llamar Hostelbeerfest, o algo así, la cuestión era que en el jardín se servía cerveza gratis desde la una de la tarde. Cuando llegamos, cerca de las siete y media, nos encontramos con nuestros amigos colombianos que ya tenían un pedo de varios colores tocando música con una guitarra y un tambor.
Después de tomar alguna cerveza fuimos con Paul a cenar, lo que fue mi última cena fuera del país.
Participación estelar Paul Faget: “…faltó nombrar la visita al edificio Dakota, donde vivía John Lennon. Es un hito importante haber pasado por allí: Lennon peleó mucho por vivir en Nueva York, estuvo en trámites muchos años para obtener una visa de residente. Le fascinaba la ciudad y su ambiente de tolerancia. En ese edificio fue que luchó por la paz, se escondían (con Yoko Ono) bajo las sábanas, salían a pasear por el Central Park. Fue su época más iluminada me parece, queriendo cambiar el mundo desde una ciudad de respeto y vanguardia, que fue también la que lo mató, y ahí se terminó el sueño de una generación.”