En Varsovia habíamos coincidido diecinueve integrantes del grupo de viaje que nos alojamos en el mismo hostel.
En la mañana, templada y agradable, salimos a conocer la ciudad, y si bien estábamos lejos del centro, preferimos ir caminando en lugar de tomarnos un tren. Varsovia había sufrido mucho las consecuencias de la segunda guerra mundial y es una ciudad conocida por el gueto de Varsovia y su famoso levantamiento. Fue una caminata de un poco más de una hora y sirvió para ir conociendo la ciudad. Muchas de las calles estaban siendo arregladas para dar una mejor imagen de cara a la próxima Eurocopa, uno de cuyos países anfitriones es Polonia. De cualquier manera la ciudad parecía estar de alguna manera rota, incompleta, como si no hubiera habido tiempo de reconstruirla totalmente después de la guerra o se hubiera hecho de forma apurada. Había grandes parques, pero así como el césped crecía sin prolijidad y sin forma, los árboles se elevaban retorcidos y sus ramas se enroscaban unas con otras, algunas con hojas y otras ya sin ellas. El polvo flotaba en el aire y lo hacía denso y el viento lo paseaba de un lado al otro. Al cruzar un puente, en el que los vehículos volaban sobre el asfalto, reparé en que tenía miedo de que alguna piedra, de las tantas que andaban sueltas, saliera disparada y por azar me diera en un ojo.
Pero todo cambió cuando llegamos al centro propiamente dicho y caminamos por la avenida que conduce hasta el castillo real. La avenida estaba franqueada de restaurantes, todos muy bonitos, y de edificios de aspecto antiguo. Lo interesante es que el centro histórico de Varsovia había sido destruido completamente después del alzamiento de Varsovia en 1944 pero luego fue reconstruido al detalle tal como era antes. Estábamos ante un ejemplo de reconstrucción de una secuencia histórica que se extiende desde el siglo XIII hasta el siglo XX. En esa categoría fue declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO.
El escudo de Varsovia tiene el dibujo de una sirena con una espada y un escudo. Cuenta la leyenda que una sirena llegó a las orillas del río Vístula y quedó enamorada del lugar y decidió quedarse a vivir allí. Los pescadores y los comerciantes disfrutaban de sus hermosos cantos que hacían más amena su rutina. Pero un día, un hombre rico la secuestró y comenzó a cobrar a las personas que quisieran verla y escucharla cantar. Sus llantos fueron escuchados por un grupo de pescadores que la liberaron. Desde ese día la sirena protegió a la ciudad y por eso es que lleva consigo una espada y un escudo. Pudimos ver su estatua en la plaza del mercado.
Terminamos el recorrido de la ciudad en una plaza con una fuente que en los fines de semana ofrece al visitante un espectáculo de luces y sonidos, el cual no pudimos disfrutar por haber llegado entre semana. Allí en la fuente nos separamos en dos grupos, uno de los cuales siguió visitando algún lugar más, mientras el otro, en el cual me encontraba se encargó de realizar compras para el asado de la noche.
Es que en el hostel teníamos un brasero y un patio al aire libre con mesas y sillas que se prestaba inmejorablemente para hacer un gran asado. Y como uruguayos que somos no podíamos dejar pasar la oportunidad. Con chorizos, carne, cerdo, ensalada y vino hubo motivos de reunión y de festejos, que algunos culminamos con un póker en un salón aledaño que fue ganado por Mati Arizaga, con mucha suerte de su parte.
Al día siguiente teníamos planeado visitar un museo en la mañana y luego continuar hasta Cracovia donde pasaríamos la noche. Tuvimos la mala suerte de que el museo cerrara justo los martes, así que seguimos rumbo a Cracovia en un extenso viaje por carreteras en malas condiciones, de una vía y llenas de camiones. Llegamos cuando ya era de noche.
Allí sólo tuvimos tiempo para salir a cenar algo a la ciudad histórica.
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