Después de lavar los platos y las ollas de la comida de la noche, de desinflar los colchones y de, en fin, ordenar y llevar nuestro equipamiento a la camioneta, fuimos a conocer Viena. No teníamos mucho tiempo, apenas unas pocas horas, ya que estaba en nuestros planes llegar a Bratislava por la noche. Luego discutiríamos sobre esto y decidiríamos que no valía la pena quedarse en Eslovaquia sólo por un día y sólo la atravesaríamos para llegar a Budapest, capital de Hungría.
Viena es la capital de Austria con casi dos millones de habitantes. Es una de las capitales más antiguas de Europa y una de las ciudades con mayor calidad de vida del mundo.
Una vez en el centro, estacionamos cerca del Ayuntamiento, un edificio rodeado de un parque que nos sorprendió desde lejos. Paseamos por él un rato, y luego seguimos caminando por la ciudad. Nos sentamos a conversar en las escaleras del parlamento con una vista espléndida a la estatua de la diosa de la sabiduría de la mitología griega, llamada Pallas Atenea. El clima estaba muy agradable con un sol que acariciaba la piel.
Almorzamos en un pqrque y luego nos dirigimos hacia la ciudad vieja. La encontramos muy bonita, ordenada y limpia. Cuando volvíamos a buscar los autos, con un tiempo muy justo debido a que se nos acababan las horas de estacionamiento compradas pasamos por la Plaza de San Esteban y entramos a la Catedral de San Esteban. De estilo gótico tenía un interior muy vistoso. En las afueras de la misma, hombres vestidos de época ofrecían entradas para el concierto de la noche de música clásica, a realizarse dentro de la catedral.
Como en muchas ciudades europeas me llamó la atención las esculturas y estatuas que iba viendo a mi paso, muchas veces de arte abstracto. Se ubican en el medio de la vereda o en lugares insólitos y en Viena esto no era la excepción.
Y con mucho gusto a poco tomamos la camioneta y seguimos el itinerario. Después de varias horas en la ruta llegamos a Budapest.
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