“…nunca seremos capaces de comprender bien, ni de interpretar mediante categorías sociales, filosóficas, psicológicas y morales accesibles a nosotros, el mayor mal que afectó a las víctimas de los nazis en los campos de concentración. No podemos comprenderlo porque esto es inconcebible. No tenemos ningún punto de referencia, ninguna posibilidad de recrear lo inconcebible. Todas las características de las reacciones humanas retroceden ante el nazismo. Auschwitz y los demás campos eran de otro mundo.”
Teresa Swiebocka
Prefacio del libro “He sobrevivido para contarlo” de Tadeusz Sobolewicz
La visita al campo de concentración de Auswhictz y Birkenau es una experiencia fuerte y que deja sus secuelas. Por algo los niños menores de catorce años tienen prohibida la entrada a los barracones que es en donde están las diferentes exposiciones.
Los campos estaban compuestos de barracones, donde se hacinaban judíos, prisioneros políticos, gitanos, homosexuales, soviéticos, entre otros, cámaras de gas, y crematorios. Para tener una idea de las diferentes dimensiones, en Auschwitz había ventiocho barracones, mientras que en Birkenau, el campo que se situaba a tres kilómetros y medio del primero y que se confunde en general con Auschwitz, llegó a haber trescientos. Allí estaba también el laboratorio de Mengele, el médico alemán que experimentaba con los prisioneros para reproducir más rápidamente a la raza aria, entre otras búsquedas que motivaban medios demenciales.
Nuestra guía hispanohablante, nos fue contando principalmente las condiciones de vida de los prisioneros del campo. Quienes lean esto ya tendrán alguna noción sobre lo que pasaba en los campos y su contexto histórico, así que solamente contaré algunas cosas que me impactaron profundamente.
La expectativa de vida, una vez ingresado al campo era de tres o cuatro meses. Los historiadores hablan del campo de Auschwitz como un campo con dos funciones: de exterminio y de concentración. Los sobrevivientes no están de acuerdo con esta clasificación. Para ellos los campos tenían una sola función: el exterminio, de manera directa y de manera indirecta. Debían trabajar durante todo el día inclementemente. No recibían alimentación suficiente para subsistir; comían apenas un ensopado aguachento una vez al día, un poco de pan y otro poco de mantequilla. Para recibir la ración se debían hacer colas en las que los lugares más codiciados eran los del medio. Si te tocaba el principio de la fila recibías sólo agua, mientras que si estabas al final probablemente la sopa se hubiera acabado. Regía la ley del más fuerte y los animales en que se habían convertido los prisioneros peleaban entre ellos por el mejor lugar. También la ley regía a la hora de dormir. Las cuchetas eran de tres pisos, y por cama debían entrar dos personas. Los más fuertes dormían en las de arriba, ya que en las de abajo se sufría la plaga de las ratas, y de la diarrea que caía desde arriba. Si bien había chimeneas y un sistema de calefacción no había combustible para hacerlo funcionar; sus fines eran exclusivamente de propaganda. En invierno se congelaban. Cuando se dice que los nazis los trataban como animales no es verdad, los trataban infinitamente peor. Podían hacer sus necesidades sólo dos veces al día y cuando los oficiales se lo ordenaban.
Los judíos que llegaban en los trenes eran separados en dos grupos. Cerca del ochenta por ciento iban directo a las cámaras de gas, aunque se les decía que los llevaban para que se bañaran y se desinfectaran. El restante vivía para trabajar en los campos el tiempo que su cuerpo soportara las condiciones infrahumanas.
Los bienes de los judíos pasaban a ser propiedad del III Reich. Lo que tuviera algún valor era luego vendido a precio muy barato en Alemania.
Toda una industria de la muerte se generó en torno al campo de concentración. A los muertos se les quitaban las joyas y los dientes de oro. El cabello de las mujeres muertas era guardado en bolsas que luego eran vendidas para relleno de almohadones, sillones y camas. En uno de los barracones se exponen toneladas de cabello, que fueron encontrados por los soviéticos cuando liberaron los campos. También se exponen toneladas de zapatos, cosméticos, valijas y toda clase de bienes de los prisioneros. Apilados como montañas, lastima pensar que en cada uno de ellos hubo alguna vez una lucecita de vida. Y ni hablar de la ropa de niños pequeños, sus zapatitos, sus gorritos, ¿cómo concebir que alguien arrebatara sus indefensas e inocentes vidas y el futuro de todos, dejando tal testimonio de brutalidad e inhumanidad que su sola contemplación agita en uno mismo vergüenza por la raza humana? Hoy sus anónimas voces, que quizá nunca fueron oídas, claman nunca más desgarradoramente.
Luego de la visita a Auschwitz, continuamos al campo de Birkenau. Visitamos los barracones con diferentes usos. Algunos de ellos son de madera y otros de ladrillos. Algunos eran dormitorios para prisioneros y otros para prisioneras, algunos eran baños y los menos eran duchas. Los prisioneros eran llevados a lo baños dos veces al día. La primera al levantarse y la segunda al volver del trabajo. No había ninguna intimidad y debían hacer sus necesidades en menos de un minuto, ya que luego debía entrar el siguiente barracón. Cuando los llevaban a las duchas aprovechaban para desinfectar sus ropas y los barracones dormitorio. Pero los prisioneros hacían cola a la intemperie, desnudos. En invierno muchos morían congelados.
El recorrido duró cerca de cuatro horas. Terminó en un memorial de los muertos en los campos en los que varios grupos de jóvenes israelitas se congregaban a rezar. Ya eran casi las seis de la tarde cuando volvimos a la camioneta y partimos hacia Praga, República Checa.
Sólo salía la Traffic ya que la Zenit tenía otro itinerario. En la Traffic estábamos, Bruno Chiesa, Alfonso Schynider, Juan Cuello, Matías Arizaga, Matías Uranga, Felipe Vago y yo. Al poco rato de hacer ruta, tuvimos un percance indignante que será contado en la próxima entrada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario