domingo, 31 de julio de 2011

Día 150(30 de julio): Saint-Malo y el Monte Saint-Michel



Después de desayunar salimos rumbo a Saint-Malo, una comuna ubicada en la región de Bretaña. Es conocida por su ciudad cercada y por tener un puerto muy importante en la región.


Recorrimos el puerto donde apreciamos muchos botes y barcos. El día estaba hermoso, sin nubes y fresco. Un barco nos llamó la atención porque un cartel mostraba un mapa en el que estaban indicadas las rutas de sus viajes. A comienzos de siglo había realizado un viaje por Sudamérica pasando por Montevideo.



Luego entramos a la ciudad cercada. Los muros de la ciudad se mantienen en excelentes condiciones y uno puede caminar sobre ellos y tener una vista privilegiada del puerto y de la ciudad. Los edificios son muy antiguos y es un placer contemplarlos. Caminamos por la ciudad atravesando sus callecitas de piedra y rodeando plazas, hasta que llegamos a la costa, del otro lado. Allí hay una playa en la que muchas personas tomaban sol. A lo lejos veíamos fuertes y castillos. Pudimos caminar entre las rocas ya que la marea estaba baja. En la noche la marea subiría y haría imposible caminar por donde nosotros lo estábamos haciendo.

Como la marea sube y baja todos los días, hay una piscina instalada en la arena. Cuando la marea sube la llena y cuando baja, permite que niños y adultos disfruten de un baño de agua salada. La piscina cuenta también con un alto trampolín y con personal que controla que nadie pueda lastimarse. Seguramente, desalojan la piscina cuando la marea está por subir.

Mi madre y mi tía habían caminado hasta el fuerte y volvieron con una enorme bolsa de mejillones. Con sólo mirarlos se me hacía agua la boca. Lástima que no iba a poder probarlos porque me volvía a París temprano, en la mañana del día siguiente.

Una estatua me llamó la atención desde la playa. Situada en un promontorio, representaba a un hombre señalando hacia el oeste. Banderas azules flameaban muy cercanas. Cuando le pregunté a mi tío me respondió que se trataban de las banderas de Québec. El hombre en cuestión era Jacques Cartier, el primer explorador de Canadá. Había nacido en Saint-Malo y por lo tanto era una persona ilustre en la comuna.

Nuestra siguiente parada fue el Monte Saint-Michel. Sobre un promontorio rocoso en una isla mareal fue construida una abadía a fines de los años 900. Fueron los monjes de esa abadía quienes construyeron los albergues para los peregrinos. Tanto la abadía como todas las construcciones del monte son considerados monumentos históricos.

Al ser una isla mareal sólo era accesible cuando la marea estaba baja. Hoy en día hay una calle que permite su acceso en cualquier momento.

En este día, se esperaba que la marea subiera alrededor de las siete de la tarde. En el estacionamiento carteles indicaban que determinados sectores debían ser vaciados porque los vehículos corrían riesgo de ser llevados por la marea.

Subimos al monte y llegamos hasta las puertas de la abadía a través de las escaleras de piedra. Teníamos una vista privilegiada para observar la subida de la marea. Y la subida superó todas las expectativas que teníamos. Cerca de las siete de la tarde comenzó a entrar agua y en un breve lapso desaparecieron todos los bancos de arena. La fuerza de la marea era implacable.

Después volvimos hacia Contest a descansar. Al día siguiente debía despertarme temprano para volver a París e ir al aeropuerto a buscar a mi amigo Mariolo que venía desde Montevideo, previa escala en España para sumarse a la camioneta para recorrer la primera parte de Europa.



Día 149(29 de julio): El Palacio de Versalles


Cerca del mediodía partimos hacia Versalles. Para llegar allí tuvimos que salir del municipio de París tomando varias conexiones de metro y un tren. Una vez en Versalles, compramos una entrada completa, ya que además de visitar los jardines y el palacio, queríamos también visitar el Gran Tianón, la residencia a la que se retiraba María Antonieta a descansar.



Y aquí sobran las descripciones, sobran las reseñas históricas. Los jardines son una ciudad llena de bosques, calles y recovecos. Caminaba por allí pensando que en todos esos lugares habían ocurrido incontables pequeñas historias.

El palacio es grandioso. Los frescos en los techos, las esculturas, los marcos adornados, los candelabros, las decoraciones; todo es lujoso y excelso. En la mente se forma una idea sobre la manera en que vivían los nobles y reyes, rodeados de fantasía y derroche. Llegaron a vivir en el palacio cerca de 20.000 personas.




La arquitectura, la decoración y la disposición de los salones del palacio y de los jardines fueron idea de Luis XIV. Recién a los 44 años pudo instalarse en él, ya que en los años previos estuvo edificándolo y remodelándolo. Quería un palacio que reflejara su impronta y no la de sus antecesores. Además podía tener a los nobles alejados de los problemas de París y reducir así la posibilidad de una rebelión de la nobleza que atentara contra el gobierno y el rey. En el palacio daba vivienda a los nobles más importantes.

Luego de visitar el Palacio volvimos hacia la estación de tren. Allí esperamos a mi tía Rosario y a mi tío Gustavo. Nos fuimos en el auto hacia el pueblo donde viven llamado Contest. Es un pequeño pueblo de 900 habitantes ubicado en el distrito de Mayenne. Allí cenamos una picada de quesos, salmón ahumado, salsa de huevas y frutos secos, acompañando todo con un buen vino.

sábado, 30 de julio de 2011

Día 148(28 de julio): El Jardín de Luxemburgo


En la mañana salimos con la idea de conocer el Palacio y el Jardín de Luxemburgo, sede del Senado francés. Para llegar allí, como siempre, nos tomamos el metro e hicimos las conexiones correspondientes.

La estación de metro más cercana queda a varias cuadras del jardín. En el camino charlamos con un pintor de paredes colombiano, con quien mi padre hizo amistad, y nos contó que el bar que había a su costado tenía algo de especial. Este bar tiene historia, nos dijo, es un bar muy antiguo, aquí venía Voltaire, Russeau. En efecto, un cartel que habíamos pasado por alto indicaba que el bar funcionaba desde el año 1686. El colombiano nos contó que se podía vivir muy bien en París. Entre la señora y él percibían ingresos por 3000 euros y tenían a los hijos en el colegio a tiempo completo sin pagar nada o pagando una pequeña cuota. Hacía 22 años que vivía en París.

Un poco más adelante nos topamos con la Plaza de la Sorbote. A cada momento en la ciudad de París uno se topa con hermosas plazas, monumentos, esculturas. La historia vive en sus calles y en sus edificios. Uno puede pensar que el exceso de turistas le puede quitar un poco el encanto y en efecto, así es. Pero si uno olvida las largas colas, las cámaras de fotos, las boleterías, las excursiones, por un momento logra trasportarse a los tiempos del Renacimiento, y uno logra oír hasta los ecos de los cascos de caballos.




Cuando llegamos al jardín de Luxemburgo, nos sorprendió por la cantidad de flores y de árboles. Los bancos y sillas, kioscos y restaurantes que allí había, acentuaba la atmósfera nostálgica y desgastada. Como si estuviéramos en un parque de hace siglos. También había fuentes y esculturas. El palacio se erguía sobrio y elegante frente a la más grande las fuentes. Almorzamos e incluso nos dio para tomar un café, que no estaba en los planes.

Pasado el mediodía nos dirigimos al Panteón. No entramos pero lo contemplamos desde fuera. Luego nos dirigimos hacia las callecitas que lo bordean, todas muy pintorescas.

La última visita de la tarde fue la Catedral de Notre Dame. Mis padres ya la habían visitado, mientras que para mi era la primera vez. Mientras hacía la cola se largó a llover, y como siempre los únicos que habían ido con paraguas eran los chinos. O tienen un sexto sentido para el mal clima o llevan siempre el paraguas consigo. La Catedral es tan imponente, majestuosa, magnánima.

Volvimos al apartamento y descansamos un rato antes de salir con Rosario a la Basílica del Sagrado Corazón de Montmartre. Ella descansa en la cima de la colina de Montmartre. La vista de París desde allí es muy bonita. Esperamos que se haga de noche para contemplar la basílica y a la ciudad de París iluminada.


viernes, 29 de julio de 2011

Día 147(27 de julio): El Museo del Louvre


El Museo del Louvre es en la actualidad el museo más visitado del mundo. Antes de ser un museo, el edifico fue el palacio real y antes el castillo del Louvre. Su historia se remonta al siglo XII cuando Felipe Augusto(1180-1223) rodeó a París con un muralla flanqueada al oeste por una fortaleza: el Louvre.

En 1793 (I República), se inaugura allí el Museo Central de las Artes. En 1803 el museo se convierte en el Museo Napoleón. En 1848, luego de varias ampliaciones, la II República decreta la terminación del Louvre, llamándolo Palacio del Pueblo.

El 1989 se inaugura la pirámide de cristal para centralizar la entrada de los visitantes. Desde el hall central, los visitantes pueden dirigirse hacia las diferentes alas y así tienen acceso a todas las colecciones.

Las obras de arte expuestas en el Louvre, pertenecen a diferentes civilizaciones, culturas y épocas. Así nos encontramos con pinturas occidentales (francesa, italiana, flamenca, holandesa, alemana, española, inglesa), esculturas y antigüedades orientales, egipcias, griegas, etruscas y romanas, y arte del Islam.

Los orígenes de tan tremenda colección son varios. Podemos citar las colecciones reales, la revolución francesa (supresión de órdenes monásticas, desafectación de las iglesias, abandono de bienes por la nobleza huida), guerras napoleónicas, donaciones de coleccionistas privados, entre otras.

El Museo presenta obras de arte anteriores al año 1848. Las obras de años posteriores se encuentran expuestas en otros museos que abundan en la capital francesa.

Abarcar todo el Louvre es algo imposible. Su recorrido es de varios kilómetros y la cantidad de obras de arte es enorme. Hay que recorrer humildemente algún sector y no pretender más. Uno puede pasarse una vida dentro del museo y no llegar a conocerlo en su totalidad.

En lo particular me interesaban las colecciones de pinturas. En lo que iba del viaje ya había admirado muchísimas esculturas y antigüedades egipcias, griegas y romanas, y también había contemplado objetos de arte islámico y orientales.




Al recorrer los pasillos donde están expuestas las pinturas italianas y francesas uno no puede evitar sentirse insignificante. Es tanta la belleza y perfección de cada obra, y son tantas las que están expuestas, que uno camina mareado, con la sensibilidad sobre estimulada.

Pudimos ver La Gioconda, La Coronación de Napoleón, La Balsa de la Medusa, entre otras. Me gustaría saber mucho más sobre pinturas para poder haberlas apreciado mejor.

En cuanto a esculturas contemplamos La Victoria de Samotracia y La Venus de Nilo, entre otras.

Quien viene a París debe visitar el Louvre. Sería un pecado no hacerlo.

jueves, 28 de julio de 2011

Día 146(26 de julio): El río Sena


Salimos alrededor de las diez de la mañana. Partimos rumbo al río Sena que corta por el centro a París. La idea era tomar un barco para realizar un paseo y poder ver desde allí, lugares tan importantes como el Museo del Louvre, la Torre Eiffel y la Catedral de Notre Dame.

Antes pasamos por la Iglesia de la Madeleine. Nuevamente me sorprendieron las fascinantes esculturas que adornan el interior de la iglesia.



Luego visitamos la Plaza Vendome, con la columna Vendome en el centro y con las hermosas fachadas de los edificios que rodean la plaza que fueron declaradas monumentos históricos.

Sólo caminar por París es algo que vale la pena en sí mismo; los edificios antiguos, las plazas, la gente. La ciudad es bonita, limpia y rezuma elegancia e historia. Pero nadie puede imaginarse que París está libre de la pobreza. Cuando bajamos a las orillas del Sena a buscar un bote, pasamos por debajo de un puente. En los espacios libres bajo el puente, se amontonan colchones, utensillos de cocina, sábanas y ropa. En las escaleras que suben a la calle, se respiran feos olores a orín y materia fecal.

Recorrimos el Sena en un bote que iba parando a recoger y bajar gente en cada punto importante. En los márgenes del río podíamos ver las iglesias, catedrales y museos más importantes de París. Pasamos bajo muchos puentes. Fue un lindo paseo.

Luego visitamos el barrio República donde compramos una valija para sustituir la mía que se había convertido en peso muerto. Es que entre tantas selvas, desiertos, montañas, playas, ciudades, pueblos, había dicho no va más, me quedo en París.

En la noche salí con mis primas y sus novios y otra pareja a un bar en el centro de París. Allí comí salmón y brindamos con cerveza. Fue una salida muy entretenida.

miércoles, 27 de julio de 2011

Día 145(25 de julio): La Torre Eiffel

En la mañana preparamos un mate y salimos a recorrer las calles de Marx Dormoy, el barrio en el que está ubicado el apartamento. Es un barrio de trabajadores, alejado del París turístico.

El perfil cosmopolita de París se distingue claramente al recorrer sus calles, encontrando personas de todas las razas. La raza negra tiene una prominencia muy marcada.

Mientras recorríamos las calles del barrio buscábamos una lavandería, e íbamos mirando los comercios y los precios. Era difícil comunicarse con los vendedores ya que rara vez entendían algo de inglés, y el francés de mis padres… bueno digamos que es un poco básico.

Después de solucionar el problema de la lavandería, volvimos al apartamento y comimos un pollo al spiedo que habíamos comprado a sólo cinco euros. Luego de estudiar cómo llegar en el mapa de metros, nos dirigimos hacia la avenida de los Campos Elíseos.

El metro nos dejó en la Plaza de la Concordia, situada al comienzo de la Avenida de los Campos Elíseos. Del otro lado se encuentra el Jardín de las Tullerías, y más allá el Museo del Louvre.

En la Plaza de la Concordia estuvo instalada la guillotina, en los tiempos de la Revolución Francesa. Allí fueron ejecutados Luis XVI y María Antonieta. Es la segunda plaza más grande de Francia. Además de una hermosa vista de la Torre Eiffel, en la plaza se encuentra el obelisco de Luxor, y varias fuentes con hermosas figuras.





Desde allí decidimos recorrer el Jardín de las Tullerías, antes de comenzar a recorrer la Avenida de los Campos Elíseos. Es un hermoso parque al que acuden parejas, románticos y solitarios, y personas que buscan un lugar tranquilo para echarse, para leer o tomar sol. Allí está instalado un pequeño parque de diversiones. Una atracción llama la atención sobre las demás. Una cabina de metal con forma bola en la que caben dos personas es sujeta al piso de la estructura. Cuando se suelta, la bola sale despedida hacia arriba por la fuerza de los cables de resortes que están tensados desde lo alto de las dos columnas ubicadas a ambos lados de la bola. La velocidad del ascenso asusta. La palidez del rostro de los que bajan aterrorizan.



Después de pasear un rato y sacarnos varias fotos, nos dirigimos hacia la Avenida de los Campos Elíseos. Algunas veces nos detuvimos a descansar ya que mi padre no estaba todavía bien de la tendinitis de la pierna. La avenida es conocida como la más hermosa y famosa del mundo. Allí tienen sede casas glamorosas; Chanel, Louis Vuitton, Cartier, Hugo Boss y muchas más.








Y llegamos al Arco del Triunfo. Para llegar al él, tuvimos que cruzar de cualquier manera la calle arriesgando nuestras vidas. Es que la manera correcta de llegar al centro de la plaza donde está ubicado, es a través de un túnel subterráneo. Pero viéndolo tan cerca, tan hermoso, la ansiedad nos ganó y ni nos fijamos en el túnel. Aprovechando una reducción del número de vehículos que daban vuelta la plaza, apuramos el paso y amén de algún bocinazo que no recuerdo si existió o no, llegamos debajo del Arco.

El Arco del Triunfo fue mandado construir por Napoleón Bonaparte. Lo que más asombra es la perfección y la enormidad de las figuras esculpidas. Debajo del arco se encuentra la Tumba al Soldado Desconocido de la Primera Guerra Mundial.

Ya anochecía y debíamos apurarnos para visitar la Torre Eiffel. La búlgara que había conocido en el ferry que me trasladó desde Mykonos hasta Atenas me había recomendado visitarla durante la noche. Siguiendo su recomendación, en la noche llegaríamos.





Ni bien nos bajamos del metro, las luces de la torre se encendieron. Desde la estación de metro hasta la Torre debíamos caminar alrededor de diez cuadras. Al ratito de llegar, las luces blancas titilantes comenzaron su espectáculo. Era impresionante estar debajo de ese símbolo de Francia, luciendo tan esplendoroso bajo esa iluminación.

Al día siguiente me encontraría viajando en barco por el Sena, cuando al pasar cerca de la torre, presenciaría cómo un grupo de niños señalaban la torre y gritaban emocionados: Le tour Eiffel! Le tour Eiffel! Lo que interpreto como que los franceses llevan este símbolo en su corazón desde pequeños.

Y esto contrasta con la visión que tuvo Guy de Maupassant y Verlaine. A continuación un extracto de la Guía Berlitz de París:

Guy de Maupassant firmó un manifiesto contra “esta torre vertiginosamente ridícula” y Verlaine se desviaba en sus idas por París para no verla.

Y por ese día no hubo más, comimos en un restaurante de comida china y nos fuimos a dormir, cansados por el largo día.

martes, 26 de julio de 2011

Día 143-144(23 de julio-24 de julio): En París, en familia (Uruguay Campeón)


Y después de varios días de viaje, llegué al fin a París.

Luego de desayunar en el hotel San Remo de Atenas, salí junto a las argentinas hacia el metro. Ellas seguían con sus visitas en Atenas mientras que yo me dirigía hacia el aeropuerto para tomarme el vuelo hacia Londres.

En la estación del metro me encontré con varios compañeros del grupo de viaje que tenían el mismo vuelo que yo, así que me despedí de las argentinas y seguí junto a ellos hacia el aeropuerto.

Un par de meses atrás cuando mis padres me confirmaron que iban a estar en París en estas fechas comencé a averiguar de qué manera iba a viajar hacia París desde Londres. El vuelo de Atenas Londres lo tenía reservado junto a toda la vuelta al mundo y la agencia Rumbos no me aceptó el cambio por un Atenas París.

Después de buscar la mejor opción en función del precio y fecha, elegí el autobús que salía desde el aeropuerto de Londres el 24 a las nueve de la mañana. Las otras opciones – avión y tren- eran para la fecha en que reservaba, mucho más caras. Había otro autobús que salía desde Londres hacia París a las cinco de la tarde del mismo 23, pero pensé que no me iban a dar los tiempos. Mi vuelo llegaba a Londres a las cuatro de la tarde, y considerando que el aeropuerto de Londres es uno de los que tiene más movimientos del mundo, no me pareció adecuado reservar para el mismo día a las cinco de la tarde. Entre los traslados dentro del aeropuerto, migraciones, recuperación del equipaje, y algún contratiempo pensé que no me darían los tiempos.

Sin embargo a las cuatro y media de la tarde ya estaba fuera del aeropuerto, con mi valija rota a un costado y  mirando hacia la estación de autobuses con cara de pasmado. En media hora salía un autobús hacia París.

Rápidamente me dirigí hacia la oficina de National Express para intentar cambiar el pasaje. No tuve suerte, el ómnibus estaba lleno.

Ya resignado, recorrí la terminal arriba y abajo para hacerme una idea general de qué servicios y comodidades iba a disponer en las próximas dieciséis horas.

Los precios de los pocos restaurantes me asustaron. La Internet era paga y para peor no tenía carga en la computadora. El voltaje en el Reino Unido es de 240 voltios y no tenía el adaptador necesario. Pero tampoco veía enchufes. No tenía libros. En fin, estaba en el horno.

Al final me senté en un café y encontré un enchufe. Compré un adaptador y un día de Internet, y me pasé el resto del día en Internet y mirando películas. Cuando quise acordar, eran ya las dos de la mañana, y me tiré como pude en un sillón donde ya dormían cinco o seis personas.

Los empleados del café me despertaron temprano, cerca de las seis de la mañana. A las nueve me tomé el primer ómnibus del día. Éste me trasladó dentro del aeropuerto, allí me cambié a otro que llevó a la estación Victoria. A la hora me tomé el último autobús que me llevó directo a París, a través del Euro túnel.

Y cuando quise acordar eran las siete de la tarde y estaba por llegar a la terminal de Galiene en París. Después de todo se me había pasado rápido el tiempo. Pensar que antes de comenzar este viaje, me parecía largo el trayecto a Punta del Diablo desde Montevideo, de tres horas y media. Cuantas cosas han cambiado desde aquél 2 de marzo cuando salí de Montevideo.

Y muchas cosas se me pasaban por la cabeza cuando me bajaba del ómnibus. El gran momento de la despedida en el aeropuerto de Carrasco y la emoción de comenzar este viaje que había programado durante tantos años. Nunca me hubiera imaginado que me iba a encontrar con mis padres en París, en el medio del viaje.

Pero así fue. Con una gran felicidad, nos abrazamos. También estaba mi tía Rosario, que estaba viviendo en París hace ya varios años. Mucha emoción al juntarnos después de tanto tiempo.

Después de refrescarnos y de comer algo salimos hacia el apartamento del los padres del novio de mi prima Lucía, Alejandro. Allí nos quedaríamos por los próximos días. La televisión estaba prendida, y en pocos minutos comenzaba la final de la Copa América.

Con mis padres, mi tía Rosario, mis primas Lucía y Virginia y sus respectivos novios, fuimos testigos de cómo la selección, que tantas alegrías nos había dado el año anterior con el cuarto puesto en el mundial, se convertía en leyenda, derrotando 3 a 0 a Paraguay. Ganando holgadamente, dando un ejemplo de cómo se juega al fútbol, y sobretodo dando un ejemplo de humildad y de cómo haciendo bien las cosas se puede llegar a lo más alto. Uruguay no´má! Salud campeón! Que más podía pedir! Estaba en París en familia, recargando las pilas para el resto del viaje, y Uruguay era campeón de América por decimoquinta vez.

sábado, 23 de julio de 2011

Día 142(22 de julio): La luna de Atenas


En la mañana hice el check-out en el camping de Paraga, y a través del camino de pedregullo, que serpentea entre las rocas de la colina que bordea al mar, volví al camping Paradise. Allí, en una cabina, había dejado a resguardo mi valija.

Sobre el mediodía me tomé el autobús que salía desde Paradise hacia el puerto. Habría de esperar luego varias horas para tomarme el barco, cuya salida estaba prevista para la una y cuarenta y cinco.

Se hacía la hora y el barco no aparecía, así que pensé que seguramente se habría retrasado. Pero una pareja de asiáticos, con los que había cruzado algunas palabras, me indicaron que el barco se habría roto y que deberíamos cambiar el boleto. Por suerte había otro barco que salía a las dos y cuarto y tomamos ese. Tuve que pagar una diferencia de once euros.

Las seis horas en el barco pasaron rápidamente. Compré una tarjeta de internet de tres euros que me permitió conectarme por dos horas. Además hice amistad con una búlgara cincuentona que estaba viviendo en Grecia. Me contó todo lo que se podía hacer en Atenas, cuáles eran las mejores islas de la zona, sobre los años que visitó España y Portugal y sobre su vida en Rusia, donde había trabajado varios años. Una viajera con ganas de hablar, que viéndome que estaba conectado a la web me obligó a agregarla al Facebook. Una fenómena.

Y así, llegué al puerto Piraeus en Atenas. Buscando el equipaje en la bodega, me encontré con dos compañeras del grupo de viaje y nos tomamos el metro juntos. Nos bajábamos en diferentes estaciones ya que habíamos reservado en diferentes hostels. Ellas se quedaban dos noches mientras que yo sólo dormiría en Atenas y al otro día temprano iría al aeropuerto para volar a Londres

El día anterior en Mykonos, había hecho la reserva para el hostel San Remo y había aprovechado para imprimir el boleto del autobús que me trasladaría desde Londres hasta París. Pero en la mañana me había dado cuenta de que me había entreverado y en lugar de haber hecho la reserva para el día 22 la había hecho para el día 23. Cuando me percaté del error, tenía un breve tiempo para intentar enmendarlo porque el ómnibus desde Paradise hacia el puerto estaba por salir. Intenté hacerlo pero no pude. Así que me largué hacia el hostel sin saber si una vez allí iba a tener una cama.

Una vez en el hostel, el chico de la recepción me dijo que no había más camas, pero que una chica que había reservado la última que le quedaba todavía no había llegado. Y que si no llegaba antes de la una de la mañana me podía dar su lugar.

You have the roof if you want, agregó. Is the roof ok?, pregunté. Yes, it´s ok, there is a ladie from Polland sleeping there. It will cost eight euros.

Estaba cansado y lo único que quería era darme un baño. Pensé unos segundos. O más bien no quise pensar y crucé los dedos. Ok, it is better than nothing. I´ll take it, but if the the girl does not came at one you will give me her bed, le anuncié. Ok, no problem. I will look for some blanket.

Lo que había interpretado sobre la conversación mantenida con el recepcionista es que había un lugar en the roof (cuya traducción no conocía pero imaginé se trataba de un altillo) y que yo iba a dormir allí a no ser que la chica que había reservado no viniera antes de la una. En ese caso, iba a dormir en su cama. Me iba a costar ocho euros.

Mientras esperaba que volviera el chico de la recepción, pequeño, moreno y con la cara sucia de barbilla, me puse a hablar con unas chicas que resultaron ser de Argentina. Acordamos ir a tomar unas cervezas a una plaza dos horas después.

El recepcionista me pidió que lo acompañara a subir las escaleras. En ese momento tomé la valija –o lo que quedaba de ella después de casi cinco meses de darle de bomba- y cuando me vio hacerlo me dijo que me convenía dejarla allí porque las escaleras eran estrechas. Mi cara de confusión lo hizo cambiar de opinión. Ok ok there is a place upstairs. Algo no andaba bien, pensé.

Subimos hasta el primer piso, donde el amigo de nacionalidad desconocida dejó las mantas sobre una cama plegable con un colchón dentro que estaba ubicada contra la pared, en el pasillo que conducía al baño y a unas pocas habitaciones. Me señaló una puerta que daban a unas escaleras angostas que subían un piso más. Y se dio media vuelta y se fue. Dejé la valija en el piso y subí las escaleras sin querer entender lo que había alquilado. Y así era. Un lugar en el techo del edificio! A cielo abierto! Claro, roof significaba techo. Otros edificios se elevaban en la oscuridad de la noche. 

Bajé a la antesala que comunicaba el pasillo con las escaleras que subían al techo y me resigné. Por lo menos me iba a dar un baño. Mientras sacaba las cosas de la valija  una brasilera subió las escaleras y se puso a esperar que quedara libre el baño. Así que tuve que esperar que se bañara. Y comprobé que las brasileras demoran en bañarse.

Luego bajé y me encontré con las argentinas y salimos a tomar una cerveza a un bar que quedaba en una plaza a cuatro cuadras del hostel. Estudiantes de letras las tres, resultó en una charla muy entretenida.

Volvimos a eso de la una y veinte y cuando llegamos había otra persona en la recepción. Un tipo alto y gordo. Que tomaba cerveza y miraba en su laptop “The Big Bang Theory”, el programa cómico de risas enlatadas. Me dijo que si hubiera llegado diez minutos antes me hubiera dado la cama, pero que ahora había llegado la chica. Que hijo de puta el gordo, me la está gozando, les dije a las argentinas. Una de ellas me prestó su sobre de dormir que terminé usando de almohada.

Nos quedamos un rato más despiertos y a eso de las tres de la mañana subí al techito a pasar una noche bajo las estrellas y la luna. De pasada manoteé el colchón que me había sido negado y me lo llevé para arriba. En el techo ya dormía la chica polaca. Armé mi camita, respiré hondo y me metí entre las mantas.

No estaba tan mal, a pesar de algún mosquito que daba vueltas. Y cuando me olvidé del mosquito y abrí nuevamente los ojos, la luna se estaba retirando y el cielo se teñía de naranja. Se escuchaban los pajaritos. El fresco aire matinal me llenaba los pulmones.

Había sobrevivido la noche en el techo en Atenas y una cómica anécdota pasaba a engrosar las filas. Me puse el vaquero y con una sonrisa en el rostro bajé a lavarme los dientes.

Día 133-141(13 de julio-21 de julio): Mykonos


Mykonos es una de las tantas islas paradisíacas del archipiélago de las Cícladas en el mar Egeo. Como casi todas las islas de la región, es protagonista de un capítulo en la mitología griega. En el suelo de Mykonos tuvo lugar la batalla ente Zeus y los Gigantes.

Cuando nos bajamos del ferry en Mykonos, un pequeño ómnibus del Camping Paradise Beach estaba esperando a los turistas que arribábamos desde Samos.  Media hora después estábamos haciendo el check in en el camping junto a Martín Guarinoni, quien iba a ser mi compañero de cabina durante mi estadía en la isla.



Lo primero que me llamó la atención –más allá del hermoso color de agua azul intenso- fue lo árido de la vegetación. Todo lucía seco y amarillo, como si no hubiera llovido en años. Las callecitas eran angostas y los vehículos debían detenerse para dejar paso a los que venían de frente.

Luego encontraríamos las arterias principales en las que sí se podía circular rápido y de forma segura. Pero todo en el interior de la isla, subiendo y bajando las colinas, estas angostas y zigzagueantes callecitas provocaban que circular por ellas fuera un peligro constante.

Sería común luego ver jóvenes con sus brazos enyesados, con enormes raspaduras en piernas, pies y espaldas, y con moretones por doquier. El transporte más común eran las motos y cuatriciclos de alquiler. Si sumamos a esto el alcohol, la oscuridad  nocturna y las calles ya descriptas, el resultado era el lógico.

El boliche más conocido de Mykonos es el Tropicana. Éste estaba ubicado en la playa de nuestro camping. Allí anima un personaje llamado Sasa, de nacionalidad italiana. Su uniforme para la fiesta –que comienza a las cinco de la tarde y termina a la una de la mañana- es una tanga con una trompa de elefante que cubre su miembro. Mediante sus comentarios alienta el libertinaje. Se cree un Dios. Y para muchos de los que asisten al boliche lo es. La gente se descontrola a niveles altísimos.

La música electrónica era la única música que sonaba. Desde primeras horas de la tarde comenzaba en los bares sobre la playa, luego continuaba en Tropicana y seguía hasta altas horas en las discotecas de un lado y otro de la playa, que se alternaban para abrir; una lo hacía en los días pares y otra en los impares. Llegaba un momento en que no podía pensar, saturado por esta música.


Los primeros días la playa no estaba del todo llena y se podía disfrutar de reposar al sol y de bañarse en el agua, fresca y salada. Al tercer día comenzó la temporada alta y la playa quedó repleta de gente. Las reposeras –que costaban cuatro euros cada una- estaban casi todas utilizadas. Los pequeños rincones de arena que quedaban libres eran generalmente cotizados por los que no querían pagar los cuatro euros de la reposera más los cuatro euros de la sombrilla. Y no era agradable tirarse en la arena sin espacio, escuchando electrónica a todo trapo.

Sobre la tarde, cuando caía el sol, la algarabía comenzaba y preparábamos alguna bebida espirituosa para ponernos a tono y disfrutar de la fiesta. Una de las noches fuimos a la discoteca Cabo Paradise. Allí todos estaban bien vestidos, las mujeres producidas y todo era más tranquilo. La electrónica claro, no dejaba de sonar.


El cuarto o quinto día alquilamos una moto y salimos a recorrer la isla. Después de pasar por el pueblo a comer, preguntamos por una playa tranquila donde no hubiera música. Nos dieron algunas indicaciones y fuimos a buscar la playa. Sin embargo las calles además de angostas eran laberínticas. A veces había que agarrar para la izquierda si querías ir a la derecha. Y no había una correcta señalización.

Pero al final, dimos con una playa llamada Ftelia Beach. Alejado de la música electrónica, en una playa hermosísima, vacía y con sus extensas arenas esparcidas al final de una gran bahía, pude disfrutar a pleno de la playa.  

Después fuimos a conocer Super Paradise Beach, donde se mantiene el mismo estilo que la Paradise, aunque un tono menor.


El centro de Mykonos es precioso. Las casa blancas con techos azules, los caminos empedrados, las luces de colores de las tiendas y los bares decorados lo transportan a uno tiempo atrás, cuando todo era diferente.

Sin embargo la música electrónica lo devuelve a uno al siglo XXI. Sin virtuosismo ni inspiración ninguna, sin poesía, sin reflexión, sin crítica social, con una única aspiración: buscar el trance. Pero un trance que no viene por la estimulación de los sentidos sino al contrario por la inhibición de éstos. No pensar, parece ser el lema de este siglo. Bien representado claro, por esta música. Que en dosis excesivas te lima el cerebro.

De a poco iban cayendo más y más compañeros del grupo. Con Martín ya teníamos todos los piques e íbamos compartiendo información útil con los recién llegados. Como por ejemplo que las reposeras eran gratis a partir de las seis. O como que tomando un vaso prestado del boliche podías rellenarlo en la playa e ir a la pista, ya que estaba prohibido ingresar con bebidas de afuera. Nuestro pequeño viático no soportaba más golpes del euro como para soñar tomarse un trago en la barra.

Luego de la octava noche despedí a Martín, un gran compañero, porque seguía rumbo a Atenas. Yo me quedaba una noche más. Como no tenía reserva, fui hasta el camping de Paraga Beach y alquilé una cama en un cuarto compartido. Me dediqué a descansar ya que en los días siguientes venían días de barcos, aviones, ómnibus y esperas en las terminales, hasta llegar a París, donde me encontraría con mis padres!