martes, 26 de julio de 2011

Día 143-144(23 de julio-24 de julio): En París, en familia (Uruguay Campeón)


Y después de varios días de viaje, llegué al fin a París.

Luego de desayunar en el hotel San Remo de Atenas, salí junto a las argentinas hacia el metro. Ellas seguían con sus visitas en Atenas mientras que yo me dirigía hacia el aeropuerto para tomarme el vuelo hacia Londres.

En la estación del metro me encontré con varios compañeros del grupo de viaje que tenían el mismo vuelo que yo, así que me despedí de las argentinas y seguí junto a ellos hacia el aeropuerto.

Un par de meses atrás cuando mis padres me confirmaron que iban a estar en París en estas fechas comencé a averiguar de qué manera iba a viajar hacia París desde Londres. El vuelo de Atenas Londres lo tenía reservado junto a toda la vuelta al mundo y la agencia Rumbos no me aceptó el cambio por un Atenas París.

Después de buscar la mejor opción en función del precio y fecha, elegí el autobús que salía desde el aeropuerto de Londres el 24 a las nueve de la mañana. Las otras opciones – avión y tren- eran para la fecha en que reservaba, mucho más caras. Había otro autobús que salía desde Londres hacia París a las cinco de la tarde del mismo 23, pero pensé que no me iban a dar los tiempos. Mi vuelo llegaba a Londres a las cuatro de la tarde, y considerando que el aeropuerto de Londres es uno de los que tiene más movimientos del mundo, no me pareció adecuado reservar para el mismo día a las cinco de la tarde. Entre los traslados dentro del aeropuerto, migraciones, recuperación del equipaje, y algún contratiempo pensé que no me darían los tiempos.

Sin embargo a las cuatro y media de la tarde ya estaba fuera del aeropuerto, con mi valija rota a un costado y  mirando hacia la estación de autobuses con cara de pasmado. En media hora salía un autobús hacia París.

Rápidamente me dirigí hacia la oficina de National Express para intentar cambiar el pasaje. No tuve suerte, el ómnibus estaba lleno.

Ya resignado, recorrí la terminal arriba y abajo para hacerme una idea general de qué servicios y comodidades iba a disponer en las próximas dieciséis horas.

Los precios de los pocos restaurantes me asustaron. La Internet era paga y para peor no tenía carga en la computadora. El voltaje en el Reino Unido es de 240 voltios y no tenía el adaptador necesario. Pero tampoco veía enchufes. No tenía libros. En fin, estaba en el horno.

Al final me senté en un café y encontré un enchufe. Compré un adaptador y un día de Internet, y me pasé el resto del día en Internet y mirando películas. Cuando quise acordar, eran ya las dos de la mañana, y me tiré como pude en un sillón donde ya dormían cinco o seis personas.

Los empleados del café me despertaron temprano, cerca de las seis de la mañana. A las nueve me tomé el primer ómnibus del día. Éste me trasladó dentro del aeropuerto, allí me cambié a otro que llevó a la estación Victoria. A la hora me tomé el último autobús que me llevó directo a París, a través del Euro túnel.

Y cuando quise acordar eran las siete de la tarde y estaba por llegar a la terminal de Galiene en París. Después de todo se me había pasado rápido el tiempo. Pensar que antes de comenzar este viaje, me parecía largo el trayecto a Punta del Diablo desde Montevideo, de tres horas y media. Cuantas cosas han cambiado desde aquél 2 de marzo cuando salí de Montevideo.

Y muchas cosas se me pasaban por la cabeza cuando me bajaba del ómnibus. El gran momento de la despedida en el aeropuerto de Carrasco y la emoción de comenzar este viaje que había programado durante tantos años. Nunca me hubiera imaginado que me iba a encontrar con mis padres en París, en el medio del viaje.

Pero así fue. Con una gran felicidad, nos abrazamos. También estaba mi tía Rosario, que estaba viviendo en París hace ya varios años. Mucha emoción al juntarnos después de tanto tiempo.

Después de refrescarnos y de comer algo salimos hacia el apartamento del los padres del novio de mi prima Lucía, Alejandro. Allí nos quedaríamos por los próximos días. La televisión estaba prendida, y en pocos minutos comenzaba la final de la Copa América.

Con mis padres, mi tía Rosario, mis primas Lucía y Virginia y sus respectivos novios, fuimos testigos de cómo la selección, que tantas alegrías nos había dado el año anterior con el cuarto puesto en el mundial, se convertía en leyenda, derrotando 3 a 0 a Paraguay. Ganando holgadamente, dando un ejemplo de cómo se juega al fútbol, y sobretodo dando un ejemplo de humildad y de cómo haciendo bien las cosas se puede llegar a lo más alto. Uruguay no´má! Salud campeón! Que más podía pedir! Estaba en París en familia, recargando las pilas para el resto del viaje, y Uruguay era campeón de América por decimoquinta vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario