Mykonos es una de las tantas islas paradisíacas del archipiélago de las Cícladas en el mar Egeo. Como casi todas las islas de la región, es protagonista de un capítulo en la mitología griega. En el suelo de Mykonos tuvo lugar la batalla ente Zeus y los Gigantes.
Cuando nos bajamos del ferry en Mykonos, un pequeño ómnibus del Camping Paradise Beach estaba esperando a los turistas que arribábamos desde Samos. Media hora después estábamos haciendo el check in en el camping junto a Martín Guarinoni, quien iba a ser mi compañero de cabina durante mi estadía en la isla.
Lo primero que me llamó la atención –más allá del hermoso color de agua azul intenso- fue lo árido de la vegetación. Todo lucía seco y amarillo, como si no hubiera llovido en años. Las callecitas eran angostas y los vehículos debían detenerse para dejar paso a los que venían de frente.
Luego encontraríamos las arterias principales en las que sí se podía circular rápido y de forma segura. Pero todo en el interior de la isla, subiendo y bajando las colinas, estas angostas y zigzagueantes callecitas provocaban que circular por ellas fuera un peligro constante.
Sería común luego ver jóvenes con sus brazos enyesados, con enormes raspaduras en piernas, pies y espaldas, y con moretones por doquier. El transporte más común eran las motos y cuatriciclos de alquiler. Si sumamos a esto el alcohol, la oscuridad nocturna y las calles ya descriptas, el resultado era el lógico.
El boliche más conocido de Mykonos es el Tropicana. Éste estaba ubicado en la playa de nuestro camping. Allí anima un personaje llamado Sasa, de nacionalidad italiana. Su uniforme para la fiesta –que comienza a las cinco de la tarde y termina a la una de la mañana- es una tanga con una trompa de elefante que cubre su miembro. Mediante sus comentarios alienta el libertinaje. Se cree un Dios. Y para muchos de los que asisten al boliche lo es. La gente se descontrola a niveles altísimos.
La música electrónica era la única música que sonaba. Desde primeras horas de la tarde comenzaba en los bares sobre la playa, luego continuaba en Tropicana y seguía hasta altas horas en las discotecas de un lado y otro de la playa, que se alternaban para abrir; una lo hacía en los días pares y otra en los impares. Llegaba un momento en que no podía pensar, saturado por esta música.
Los primeros días la playa no estaba del todo llena y se podía disfrutar de reposar al sol y de bañarse en el agua, fresca y salada. Al tercer día comenzó la temporada alta y la playa quedó repleta de gente. Las reposeras –que costaban cuatro euros cada una- estaban casi todas utilizadas. Los pequeños rincones de arena que quedaban libres eran generalmente cotizados por los que no querían pagar los cuatro euros de la reposera más los cuatro euros de la sombrilla. Y no era agradable tirarse en la arena sin espacio, escuchando electrónica a todo trapo.
Sobre la tarde, cuando caía el sol, la algarabía comenzaba y preparábamos alguna bebida espirituosa para ponernos a tono y disfrutar de la fiesta. Una de las noches fuimos a la discoteca Cabo Paradise. Allí todos estaban bien vestidos, las mujeres producidas y todo era más tranquilo. La electrónica claro, no dejaba de sonar.
El cuarto o quinto día alquilamos una moto y salimos a recorrer la isla. Después de pasar por el pueblo a comer, preguntamos por una playa tranquila donde no hubiera música. Nos dieron algunas indicaciones y fuimos a buscar la playa. Sin embargo las calles además de angostas eran laberínticas. A veces había que agarrar para la izquierda si querías ir a la derecha. Y no había una correcta señalización.
Pero al final, dimos con una playa llamada Ftelia Beach. Alejado de la música electrónica, en una playa hermosísima, vacía y con sus extensas arenas esparcidas al final de una gran bahía, pude disfrutar a pleno de la playa.
Después fuimos a conocer Super Paradise Beach, donde se mantiene el mismo estilo que la Paradise, aunque un tono menor.
El centro de Mykonos es precioso. Las casa blancas con techos azules, los caminos empedrados, las luces de colores de las tiendas y los bares decorados lo transportan a uno tiempo atrás, cuando todo era diferente.
Sin embargo la música electrónica lo devuelve a uno al siglo XXI. Sin virtuosismo ni inspiración ninguna, sin poesía, sin reflexión, sin crítica social, con una única aspiración: buscar el trance. Pero un trance que no viene por la estimulación de los sentidos sino al contrario por la inhibición de éstos. No pensar, parece ser el lema de este siglo. Bien representado claro, por esta música. Que en dosis excesivas te lima el cerebro.
De a poco iban cayendo más y más compañeros del grupo. Con Martín ya teníamos todos los piques e íbamos compartiendo información útil con los recién llegados. Como por ejemplo que las reposeras eran gratis a partir de las seis. O como que tomando un vaso prestado del boliche podías rellenarlo en la playa e ir a la pista, ya que estaba prohibido ingresar con bebidas de afuera. Nuestro pequeño viático no soportaba más golpes del euro como para soñar tomarse un trago en la barra.
Luego de la octava noche despedí a Martín, un gran compañero, porque seguía rumbo a Atenas. Yo me quedaba una noche más. Como no tenía reserva, fui hasta el camping de Paraga Beach y alquilé una cama en un cuarto compartido. Me dediqué a descansar ya que en los días siguientes venían días de barcos, aviones, ómnibus y esperas en las terminales, hasta llegar a París, donde me encontraría con mis padres!
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