jueves, 14 de julio de 2011

Día 132(12 de julio): Termina el Grupo de Viaje



En mi último día con el Grupo de Viaje conocimos la casa donde se dice vivió la Virgen María. Es un lugar de peregrinación no sólo de cristianos sino también de musulmanes, ya que Jesucristo fue uno de los profetas para esta religión.

La casa se encuentra en una colina, en el medio del bosque. Es pequeña y tuvimos que hacer fila para entrar en ella. Al bajar, pude ver una larga pared, en donde los fieles le piden favores que escriben en papel. Lo interesante es ver la diversidad de idiomas. Pude encontrar un pedido en chino.

Más tarde conocimos el sitio arqueológico de Efeso. Habían sido tantos los lugares visitados en los últimos días, lugares con tanta historia, que sentía que mi mente estaba saturada. Ya no le prestaba atención a las explicaciones del guía, y sólo contemplaba las ruinas, las columnas, las figuras. El calor golpeaba duro al mediodía, y la cantidad de gente sacando fotos y moviéndose en masa me molestaba. Era el momento adecuado para dejar el circuito turístico y volver a viajar libre, perdiéndose entre la gente, absorbiendo la cultura local.

Pasado el mediodía, nos detuvimos a almorzar en un restaurante a cinco minutos de Efeso. Ya había sentido que el grupo estaba terminando en Sharm el Sheij cuando el grupo se dividía y algunos ya quedaban libres, otros iban a Jordania y otros viajábamos a Turquía. Nuevamente volví a tener esa sensación; esta vez para mí y para otros venticuatro personas era el fin del grupo. El resto se quedaba una noche más en Turquía y viajaba a las islas griegas al día siguiente.

Tomamos la decisión de irnos un día antes del grupo ya que, junto a Guarinoni teníamos reservado una cabina en la playa de Paradise en Mykonos a partir del 13 de julio. El ferry desde Samos a Mykonos salía en la mañana y si salíamos el 13 en la mañana de Kusadasi a Samos nos perdíamos el único ferry del día hacia Mykonos. Y debíamos tomarnos el ferry del día 14, perdiendo una noche en Mykonos que ya habíamos pagado.

Así que poco después de las tres de la tarde estábamos en Kusadasi para tomarnos el ferry a Samos. No sabíamos qué hacer una vez en Samos, si quedarnos a dormir en el puerto o alquilar algo para bañarse y dormir por la noche.

El ferry era chico y la marea lo movía de un lado a otro. Algunos tuvieron ganas de vomitar. Pero finalmente llegamos todos a salvo a Samos. El agua azul y los montes colmados de vegetación de las islas que íbamos viendo a lo lejos me recordaban paisajes ya vistos varias veces en el viaje. Una sonrisa iluminaba mi rostro, la vida era un círculo y volvería a sentir sensaciones ya vividas. Me esperaban las paradisíacas islas griegas.

Cuando preparábamos el viaje, las islas griegas nos parecían lejanísimas. Deberíamos vivir muchas cosas antes de llegar, por fin, a este lugar tan hermoso. Pero el tiempo pasa, y atrás van quedando los destinos que se transformaron de ideas en el papel y de colores en el mapa, en recuerdos imborrables. La alquimia existe y la magia es el tiempo.

El puerto de Samos es pequeñísimo. Pensábamos que quizá, acomodando el equipaje contra la pared, resguardados en un lugar cerrado podíamos llegar a pasar la noche. Sin embargo no existía tal lugar cerrado y al salir de migraciones estábamos en la rambla de Samos. En frente una oficina de viajes vendía los pasajes que necesitábamos para viajar a Mykonos al día siguiente. También ofrecían información sobre hoteles.

Compramos los pasajes y nos alojamos en un hotel cerca del puerto. El arreglo incluía el traslado hacia el hotel y hacia el puerto al otro día. Por más que lo sabíamos la realidad del euro nos golpeaba sin anestesia adecuada. Dieciocho euros costó la noche. Negociado desde un precio inicial de veinticinco.

Ya era de noche y en el breve camino hacia el hotel me fui enamorando de las luces y del mar, de los montes y de las hermosas casas de tejas rojas.

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