sábado, 30 de julio de 2011

Día 148(28 de julio): El Jardín de Luxemburgo


En la mañana salimos con la idea de conocer el Palacio y el Jardín de Luxemburgo, sede del Senado francés. Para llegar allí, como siempre, nos tomamos el metro e hicimos las conexiones correspondientes.

La estación de metro más cercana queda a varias cuadras del jardín. En el camino charlamos con un pintor de paredes colombiano, con quien mi padre hizo amistad, y nos contó que el bar que había a su costado tenía algo de especial. Este bar tiene historia, nos dijo, es un bar muy antiguo, aquí venía Voltaire, Russeau. En efecto, un cartel que habíamos pasado por alto indicaba que el bar funcionaba desde el año 1686. El colombiano nos contó que se podía vivir muy bien en París. Entre la señora y él percibían ingresos por 3000 euros y tenían a los hijos en el colegio a tiempo completo sin pagar nada o pagando una pequeña cuota. Hacía 22 años que vivía en París.

Un poco más adelante nos topamos con la Plaza de la Sorbote. A cada momento en la ciudad de París uno se topa con hermosas plazas, monumentos, esculturas. La historia vive en sus calles y en sus edificios. Uno puede pensar que el exceso de turistas le puede quitar un poco el encanto y en efecto, así es. Pero si uno olvida las largas colas, las cámaras de fotos, las boleterías, las excursiones, por un momento logra trasportarse a los tiempos del Renacimiento, y uno logra oír hasta los ecos de los cascos de caballos.




Cuando llegamos al jardín de Luxemburgo, nos sorprendió por la cantidad de flores y de árboles. Los bancos y sillas, kioscos y restaurantes que allí había, acentuaba la atmósfera nostálgica y desgastada. Como si estuviéramos en un parque de hace siglos. También había fuentes y esculturas. El palacio se erguía sobrio y elegante frente a la más grande las fuentes. Almorzamos e incluso nos dio para tomar un café, que no estaba en los planes.

Pasado el mediodía nos dirigimos al Panteón. No entramos pero lo contemplamos desde fuera. Luego nos dirigimos hacia las callecitas que lo bordean, todas muy pintorescas.

La última visita de la tarde fue la Catedral de Notre Dame. Mis padres ya la habían visitado, mientras que para mi era la primera vez. Mientras hacía la cola se largó a llover, y como siempre los únicos que habían ido con paraguas eran los chinos. O tienen un sexto sentido para el mal clima o llevan siempre el paraguas consigo. La Catedral es tan imponente, majestuosa, magnánima.

Volvimos al apartamento y descansamos un rato antes de salir con Rosario a la Basílica del Sagrado Corazón de Montmartre. Ella descansa en la cima de la colina de Montmartre. La vista de París desde allí es muy bonita. Esperamos que se haga de noche para contemplar la basílica y a la ciudad de París iluminada.


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