sábado, 23 de julio de 2011

Día 142(22 de julio): La luna de Atenas


En la mañana hice el check-out en el camping de Paraga, y a través del camino de pedregullo, que serpentea entre las rocas de la colina que bordea al mar, volví al camping Paradise. Allí, en una cabina, había dejado a resguardo mi valija.

Sobre el mediodía me tomé el autobús que salía desde Paradise hacia el puerto. Habría de esperar luego varias horas para tomarme el barco, cuya salida estaba prevista para la una y cuarenta y cinco.

Se hacía la hora y el barco no aparecía, así que pensé que seguramente se habría retrasado. Pero una pareja de asiáticos, con los que había cruzado algunas palabras, me indicaron que el barco se habría roto y que deberíamos cambiar el boleto. Por suerte había otro barco que salía a las dos y cuarto y tomamos ese. Tuve que pagar una diferencia de once euros.

Las seis horas en el barco pasaron rápidamente. Compré una tarjeta de internet de tres euros que me permitió conectarme por dos horas. Además hice amistad con una búlgara cincuentona que estaba viviendo en Grecia. Me contó todo lo que se podía hacer en Atenas, cuáles eran las mejores islas de la zona, sobre los años que visitó España y Portugal y sobre su vida en Rusia, donde había trabajado varios años. Una viajera con ganas de hablar, que viéndome que estaba conectado a la web me obligó a agregarla al Facebook. Una fenómena.

Y así, llegué al puerto Piraeus en Atenas. Buscando el equipaje en la bodega, me encontré con dos compañeras del grupo de viaje y nos tomamos el metro juntos. Nos bajábamos en diferentes estaciones ya que habíamos reservado en diferentes hostels. Ellas se quedaban dos noches mientras que yo sólo dormiría en Atenas y al otro día temprano iría al aeropuerto para volar a Londres

El día anterior en Mykonos, había hecho la reserva para el hostel San Remo y había aprovechado para imprimir el boleto del autobús que me trasladaría desde Londres hasta París. Pero en la mañana me había dado cuenta de que me había entreverado y en lugar de haber hecho la reserva para el día 22 la había hecho para el día 23. Cuando me percaté del error, tenía un breve tiempo para intentar enmendarlo porque el ómnibus desde Paradise hacia el puerto estaba por salir. Intenté hacerlo pero no pude. Así que me largué hacia el hostel sin saber si una vez allí iba a tener una cama.

Una vez en el hostel, el chico de la recepción me dijo que no había más camas, pero que una chica que había reservado la última que le quedaba todavía no había llegado. Y que si no llegaba antes de la una de la mañana me podía dar su lugar.

You have the roof if you want, agregó. Is the roof ok?, pregunté. Yes, it´s ok, there is a ladie from Polland sleeping there. It will cost eight euros.

Estaba cansado y lo único que quería era darme un baño. Pensé unos segundos. O más bien no quise pensar y crucé los dedos. Ok, it is better than nothing. I´ll take it, but if the the girl does not came at one you will give me her bed, le anuncié. Ok, no problem. I will look for some blanket.

Lo que había interpretado sobre la conversación mantenida con el recepcionista es que había un lugar en the roof (cuya traducción no conocía pero imaginé se trataba de un altillo) y que yo iba a dormir allí a no ser que la chica que había reservado no viniera antes de la una. En ese caso, iba a dormir en su cama. Me iba a costar ocho euros.

Mientras esperaba que volviera el chico de la recepción, pequeño, moreno y con la cara sucia de barbilla, me puse a hablar con unas chicas que resultaron ser de Argentina. Acordamos ir a tomar unas cervezas a una plaza dos horas después.

El recepcionista me pidió que lo acompañara a subir las escaleras. En ese momento tomé la valija –o lo que quedaba de ella después de casi cinco meses de darle de bomba- y cuando me vio hacerlo me dijo que me convenía dejarla allí porque las escaleras eran estrechas. Mi cara de confusión lo hizo cambiar de opinión. Ok ok there is a place upstairs. Algo no andaba bien, pensé.

Subimos hasta el primer piso, donde el amigo de nacionalidad desconocida dejó las mantas sobre una cama plegable con un colchón dentro que estaba ubicada contra la pared, en el pasillo que conducía al baño y a unas pocas habitaciones. Me señaló una puerta que daban a unas escaleras angostas que subían un piso más. Y se dio media vuelta y se fue. Dejé la valija en el piso y subí las escaleras sin querer entender lo que había alquilado. Y así era. Un lugar en el techo del edificio! A cielo abierto! Claro, roof significaba techo. Otros edificios se elevaban en la oscuridad de la noche. 

Bajé a la antesala que comunicaba el pasillo con las escaleras que subían al techo y me resigné. Por lo menos me iba a dar un baño. Mientras sacaba las cosas de la valija  una brasilera subió las escaleras y se puso a esperar que quedara libre el baño. Así que tuve que esperar que se bañara. Y comprobé que las brasileras demoran en bañarse.

Luego bajé y me encontré con las argentinas y salimos a tomar una cerveza a un bar que quedaba en una plaza a cuatro cuadras del hostel. Estudiantes de letras las tres, resultó en una charla muy entretenida.

Volvimos a eso de la una y veinte y cuando llegamos había otra persona en la recepción. Un tipo alto y gordo. Que tomaba cerveza y miraba en su laptop “The Big Bang Theory”, el programa cómico de risas enlatadas. Me dijo que si hubiera llegado diez minutos antes me hubiera dado la cama, pero que ahora había llegado la chica. Que hijo de puta el gordo, me la está gozando, les dije a las argentinas. Una de ellas me prestó su sobre de dormir que terminé usando de almohada.

Nos quedamos un rato más despiertos y a eso de las tres de la mañana subí al techito a pasar una noche bajo las estrellas y la luna. De pasada manoteé el colchón que me había sido negado y me lo llevé para arriba. En el techo ya dormía la chica polaca. Armé mi camita, respiré hondo y me metí entre las mantas.

No estaba tan mal, a pesar de algún mosquito que daba vueltas. Y cuando me olvidé del mosquito y abrí nuevamente los ojos, la luna se estaba retirando y el cielo se teñía de naranja. Se escuchaban los pajaritos. El fresco aire matinal me llenaba los pulmones.

Había sobrevivido la noche en el techo en Atenas y una cómica anécdota pasaba a engrosar las filas. Me puse el vaquero y con una sonrisa en el rostro bajé a lavarme los dientes.

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