domingo, 10 de julio de 2011

Día 126-128(6 de julio-8 de julio): Conociendo Estambul

En estos días nos dedicamos a conocer los lugares de interés más importantes en Estambul. Salíamos temprano en la mañana y volvíamos antes de que anocheciera.

Estambul es una megalópolis de catorce millones de personas. Tiene una mayoría musulmana pero gran parte de la población es laica y hay una minoría de cristianos y de judíos. El estado es laico y no toma parte en ninguna religión. Por toda la ciudad hay numerosas mezquitas, iglesias y sinagogas.

Estambul se ubica entre Asia y Europa. El estrecho del Bósforo además de conectar el mar de Mármara con el mar Negro, separa los dos continentes. Dos puentes fueron construidos sobre el estrecho.

Cuando se habla de Estambul siempre se menciona que está divida en tres partes; la ciudad vieja en continente europeo, y la ciudad nueva subdividida en la parte europea y la parte asiática. Las zonas históricas de la ciudad han sido declaradas patrimonio de la humanidad por la UNESCO.

En el primer día de excursión, visitamos la mezquita azul, la iglesia de Santa Sofía, la cisterna basílica, el palacio de Topkapi, y el gran Bazar.

El segundo día, visitamos la iglesia de Santa Irene, el museo de arte turco e islámico, el bazar de las especias y navegamos por el mar de Mármara hasta el Bósforo.

También conocimos el Cuerno de Oro, el Hipódromo de Constantinopla, el obelisco de Constantino y el de Tutmosis III, la torre Galata, la plaza de Taksin entre otros muchos lugares, por lo que se puede decir que conocimos mucho de Estambul y muy rápido.

De todos estos lugares los que me parecieron más interesantes y más bonitos fueron la iglesia de Santa Sofía y el Palacio de Topkapi. Disfruté mucho también del paseo en barco por el estrecho del Bósforo.

La Iglesia de Santa Sofía está ubicada en frente de la Mezquita Azul en la plaza del ex Hipódromo de Constantinopla. Su edificación comenzó en la era del emperador Constantino I(324-337) y concluyó en la era del emperador Constantino II en el año 360. Producto de una rebelión se incendió completamente no quedando rastros de ella. Teodosio II la volvió a inaugurar en el año 415. Su destino era volver a incendiarse otra vez en el año 532. Esta vez quedarían algunos vestigios para la posteridad. Justiniano II la mandó a construir nuevamente, esta vez más suntuosa, poco tiempo después de que quedara destruida por la rebelión de Nica. La historia de la iglesia continúa con los años, haciéndola un icono de Estambul.

El Palacio de Topkaki era el centro de la administración del Imperio Otomano. Fue construida entre 1460 y 1478. Consta de cuatro patios, y numerosas salas.

El turco es en general una persona agresiva. En los días en que estuvimos en Estambul vimos varias peleas, y varias discusiones fuertes. En muchos boliches prohíben el ingreso sólo a hombres y sólo permiten la entrada a parejas. Como nos llamaba la atención este fenómeno averiguamos que esto era porque los hombres se peleaban por las mujeres. También notamos de qué manera no les sacan el ojo a las mujeres. Nuestras compañeras se sentían molestas al caminar entre los turcos. Por último mencionar que el turco es el resultado de la mezcla de muchas etnias por lo que son muy diferentes entre ellos.

La segunda noche salimos a un boliche cerca de la peatonal principal. Nos sentamos en una de las mesas, y escuchamos música en vivo. La gente es muy desinhibida y las mujeres se paran en las sillas a bailar los temas que les gustan. El público participa aplaudiendo y cantando las canciones. La noche en Estambul es muy atractiva y hay un sinfín de opciones, boliches de rock, de metal, discotecas, bares, restaurantes. Sólo caminar por la peatonal es una apuesta segura y muy divertida.

El tercer día descansamos en el hotel escuchando música y conversando. Salimos a comer y caminamos un poco por las inmediaciones. En Estambul uno nunca sabe lo que se puede encontrar a cada vuelta de la esquina.

miércoles, 6 de julio de 2011

Día 125(5 de julio): Llegando a Estambul

En la madrugada en el aeropuerto, intentamos ver el partido de Uruguay. Movimos cielo y tierra para poder verlo en algún canal de cable (incluso nos habíamos instalado en un café y esperábamos que pusieran la señal), pero finalmente esto no fue posible. Nos conformamos con ver el partido a saltos con una conexión a internet lentísima.

Todos los uruguayos que teníamos el vuelo a las dos y media nos agrupábamos alrededor de varias computadoras ubicadas en el piso alfombrado de las cercanías de la puerta de embarque. Algunas banderas tapaban las mochilas y adornaban las espaldas de algunos compañeros. La gente pasaba y no entendía lo que estábamos haciendo y se acercaba a mirar y a preguntar. Me hizo pensar de qué manera tan inentendible para el resto del mundo, estamos ligados a nuestro país a través del fútbol.

Cuando estaba en Filipinas varios meses atrás, tuve una charla con Yoval, el israelita que pasó varios días con nosotros en El Nido. Le pregunté como estereotipaba a los uruguayos, ahora que conocía a algunos. Me respondió que al uruguayo lo único que lo ligaba a su país era el fútbol. Es una gran verdad, llevamos el fútbol y su folclore en la sangre. Claro que también nos ligan muchas otras cosas, más desdibujadas. En el caso de Israel, la religión, la guerra y el pasado forman parte de su raíz común. Para nosotros, un país de menos de doscientos años, por más que nos quieran inculcar un sentimiento patriótico en los programas escolares a través de textos históricos borroneados y ajustados a éste objetivo, no hay momento en que salga más el sentimiento de pertenencia y de patria que cuando juega la selección. Lo vivimos así en el pasado mundial.

Cuando me preguntó cuál era el estereotipo que teníamos en Uruguay del israelita, tuve que responderle de la manera más objetiva ya que hablábamos en esos términos. No le gustó mucho mi respuesta, como era de esperar.

Pasamos por los escáneres de la puerta de embarque con las computadoras prendidas pasando los últimos minutos del partido. Fue una situación que quizá el personal del aeropuerto no haya vivido en sus vidas.

Llegamos a Estambul cerca de las seis de la mañana. Salimos del aeropuerto deseando subirnos a los ómnibus para llegar al hotel lo antes posible para abrazar a la almohada. Casi no pude disfrutar de la primera vista de la ciudad con el cansancio de tanto viaje. Sólo pensaba que había pisado ya, con ventisiete años, los cinco continentes.

El grupo de cien personas que llegaba a Turquía se repartía en tres hoteles. A mi me tocó el City Center, un hotel sin destaque pero bien ubicado, cerca de la peatonal principal de la ciudad.

Cuando llegamos queríamos subir en seguida a las habitaciones, pero esto no era lo que iba a pasar. Nuestras habitaciones estaban ocupadas, y recién a las dos de la tarde iban a estar disponibles para nosotros. Hubo gente que entró en crisis y comenzó a increpar al pobre guía que nos acompañaba y al personal del hotel que poco tenían que ver con este problema. Las habitaciones estaban alquiladas a partir de este día y por lo general el check in es después de las dos de la tarde. Si hubieran sido alquiladas a partir de la noche anterior hubiera sido otro cantar. Si no hubieran estado ocupadas seguramente nos hubieran permitido hacer antes el check in, pero lo estaban.



Dejamos el equipaje en un pasillo y en varios grupos salimos a recorrer las inmediaciones del hotel. Caminamos por la peatonal hasta el final, y ya advertimos la profunda diferencia con los últimos países que habíamos visitado. La vestimenta de la gente, la limpieza de las calles, el clima templado, los precios más altos; todo nos decía que habíamos dejado atrás el continente asiático.

La ciudad de Estambul es bellísima y me parecía mentira estar caminando por lo que había sido Bizantino y Constantinopla, respirando el aire de una ciudad con tanta historia. Sin tener mucha idea de por donde caminábamos, visitamos una alta torre, un puente desde el que pescaban muchísimos turcos, atravesamos ferias, vimos de lejos mezquitas. Nos hacía falta un guía que nos explicara que significaba cada sitio. Pero ya tendríamos tiempos de informarnos en los siguientes días, mientras disfrutábamos sólo de perdernos por la ciudad.

En el camino de vuelta a la ciudad entramos a una exhibición de la obra de Patricia Piccinini. No estábamos preparados para ver la clase de arte que ésta artista realiza y salimos de la muestra con una sensación muy extraña.



Al fin teníamos el cuarto preparado, y luego de una breve sesión con el computador me desvanecí completamente. Me desperté ya tarde, pero dio para cenar y salir a tomar una cerveza a los boliches de la peatonal. Así como en el día me había sorprendido la cantidad de jugo de frutas que beben los turcos, en la noche me sorprendió la cantidad de bandas o solistas que tocan en los cientos de bares y boliches que colman las calles de Estambul.

martes, 5 de julio de 2011

Día 121-124(01 de julio-04 de julio): Sharm el Sheijh


Salimos del hotel de El Cairo muy temprano, luego del desayuno. Nos subimos a los ómnibus y comenzamos el trayecto hacia Sharm el Sheijh. Nos esperaban casi ocho horas de viaje así que muchos fueron durmiendo, otros leyendo, otros mirando películas en la computadora.

La ruta transcurría por el desierto. En todas direcciones lo único que se veía era arena y dunas, o formaciones rocosas. Cada tanto, debíamos detenernos para un control militar. Quien sabe lo que buscaban, pero como mencionaba anteriormente, en todo el país aún siguen las repercusiones de lo que fue la revolución a comienzo de año y el ambiente es de inestabilidad.

Sólo paramos una vez para refrescarnos y comer alguna cosa. Iban pasando las horas y el paisaje no cambiaba. Hasta que, luego de más de siete horas de viaje, pudimos ver por fin el agua del mar Rojo.

Pocos turistas llegan a Egipto en estas fechas. En parte es debido a que es verano y la temporada alta es en invierno, pero en mayor medida se debe a que hoy no es del todo seguro visitar Egipto. En Sharm el Sheij esto no es la excepción.

Esta ciudad balneario es elegida por turistas de alto poder adquisitivo. Sería algo así como Punta del Este de Egipto. A este lugar es el que llegó Mubarak luego de que fuera destituido por la fuerza a comienzos de año.

A medida que nos íbamos adentrando en el balneario, se podía percibir el cambio con los otros lugares que visitamos en Egipto. Los pocos turistas que caminaban por las calles eran occidentales. Las construcciones eran muy bonitas, generalmente de color blanco. Muchas palmeras y plantas decoraban las casas. De un lado se veían colinas, y del otro se veía el mar. Todo lucía idílico.

Teníamos muchas ganas de llegar al hotel después de tantas horas dentro del autobús, así que cuando llegamos a Jolly Ville Golf and Resort fue un gran alivio. Allí íbamos a pasar las próximas tres noches. Ni el más fantasioso podía imaginar el lujo, la infraestructura y los servicios que tenía este hotel, hecho para ricos.

El hall del hotel era imponente. La decoración majestuosa. Todo era lujoso. Busqué la llave de mi cuarto y fue a dejar las valijas. Pude observar las mesas, los sillones, las lámparas, las escaleras. El hotel era enorme y de un lujo al que no estábamos acostumbrados.

Dejé todo en el cuarto y salí a conocer las instalaciones. El hotel tenía un sinfín de piscinas, dos toboganes, mesas de ping pong, futbolito, canchas de tennis y de fútbol, varios restaurantes, discotecas, sala de convenciones, almacén, animadores, salón de juegos para niños, un enorme gimnasio. Los muelles sobre el mar rojo permitían saltar al mar y también tomar sol en las reposeras. La vista desde allí era una belleza. Todo a lo largo de la costa, en recovecos con vistas asombrosas hacia el mar, había reposeras con sombrillas. Cada sitio era el lugar perfecto para pasar el día.




Quería conocer todo rápidamente, así que me di un baño en el mar rojo, me bañé en la piscina, jugué al ping pong, al futbolito, jugué al fútbol, hice aparatos. El agua del mar rojo es de un color azul fuerte y transparente. Es bien fresca y es un placer bañarse en ella. Los pececitos aumentan el colorido de las aguas.

En la noche del primer día me acosté muy temprano; cerca de las nueve de la noche ya estaba durmiendo. Pensaba ir a pasear al centro pero me dormí y me desperté a las seis y media de la mañana.

El segundo día me pasé en la piscina principal jugando al futbolito y bañándome en la piscina. A la tardecita cenamos con Julio y Virgin y después nos juntamos en una de las casas a escuchar música y tomar alguna cosita.

En la noche hubo fiesta en la discoteca y el grupo de viaje estaba todo allí. Después la seguimos hasta altas horas y ya había amanecido cuando volví al cuarto.


Los otros días los pasamos en la piscina y en los muelles, disfrutando del agua y del sol. En todos los días que pasé allí no salí del hotel. Se estaba tan bien allí que no daban ganas de moverse. Fueron días de descanso y de sol.

El último día en el Sharm me despedí de Julio y Virgin. El grupo de viaje comenzaba a separarse. Por mi parte me iba a Turquía con un grupo de cien personas. Otro grupo grande se iba a Jordania e Israel. Otros tantos se separaban del grupo para seguir libres. Julio y Virgin hacían esto último.

Así que mando mis mejores deseos a Julio y Virgin para que sigan viajando de una manera exitosa y disfrutando y aprendiendo en cada destino que les toque visitar. Dos grandes amigos, dos excelentes personas. Nos veremos nuevamente cuando nos encontremos en Uruguay, allá por el mes de Octubre. Los echaré mucho en falta.

Tres ómnibus salieron directo hacia el aeropuerto de El Cairo. Yo iba en uno de ellos ya que nuestro vuelo hacia Estambul, salía a las dos de la mañana. El viaje fue incómodo y largo ya que el aire acondicionado estaba roto y al ómnibus se le rompió el motor. En el medio del desierto tuvimos que parar a cambiarnos de vehículo.

Llegamos al aeropuerto cerca de la medianoche cansados y con ganas de hacer rápido el check-in para intentar ver el debut de Uruguay en las eliminatorias.

Seguiríamos sin dormir hasta la tarde del otro día, pero eso ya es otra historia que será contada en la próxima ocasión.

sábado, 2 de julio de 2011

Día 120(30 de junio): El Museo de El Cairo




La principal visita de este día fue el Museo Egipcio de El Cairo. En él se exhiben 120.000 objetos. Al carecer de mucho tiempo sólo recorrimos las exposiciones principales.

Luego de despertarnos en el tren tuvimos un breve viaje hacia el museo. El día anterior había habido manifestaciones en la ciudad y el clima no era el mejor, por lo que íbamos mirando por las ventanas por si veíamos algo fuera de lo común.

Aquí hago un alto para contar que en cada viaje en ómnibus en Egipto, vamos con escolta policial. Además un hombre de particular va armado en los asientos de adelante. Es que el ambiente quedó caldeado luego de que Mubarak fuera destituido del poder, y en el período de traslación en el que estamos, reina una gran incertidumbre y se esperan manifestaciones y posibles actos de violencia.

Pero en fin, llegamos sin problemas al museo de El Cairo, y después que nos repartieran los tickets de entrada y los auriculares ingresamos al mismo.

La primera sala que recorrimos fue la que expone el tesoro de la tumba de Tutankamón. Como explicaba anteriormente, la tumba de Tutankamón fue la única encontrada sin saquear. Lo que se encontró en ella es una fiel muestra de cómo decoraban y llenaban de tesoros las tumbas de los faraones. También hay que tener en cuenta que Tutankamón fue un faraón poco célebre en su tiempo y murió muy joven por lo que resta imaginar lo que serían los tesoros robados de las tumbas de los faraones más importantes como Ramsés.

La calidad y cantidad de objetos de la exposición y el estado de conservación de los mismos es increíble. Alhajas y amuletos de oro, collares de oro con piedras preciosos, urnas de marfil, imágenes de Tutankamón y de varios dioses, tronos de oro y por supuesto la máscara y el sarcófago de oro de Tutankamón son sólo algunos de los abundantes objetos que podemos encontrar.

Para entrar a la sala de las momias hay que sacar un ticket extra. Por supuesto no iba a perder la oportunidad de ver en persona las momias mejor conservadas del mundo.

La sensación que uno tiene cuando se encuentra cara a cara con Ramsés II, hombre que murió hace más de tres mil años es de sobrecogimiento. Cómo explicar lo inexplicable, cómo contemplar lo que nunca pudo haber sido contemplado. Pero allí ante mí, Ramsés II dormía su sueño eterno. Sus flacos y largos brazos se cruzaban ante su pecho, preparado para ingresar al mundo de los muertos.

Lo que nunca habrá imaginado Ramsés II es que más de tres mil años después de muerto iba a ser un objeto de exposición en un museo, y que sería contemplado por un hombre de otro continente del que nunca escuchó ni su nombre. Quien sabe donde estará dentro de tres mil años más.

También otras momias de exponían en la sala y la impresión era la misma. Hombres y mujeres muertos a diferentes edades, que vivieron por un soplo de aire y que murieron por una eternidad.

Después recorrimos varias salas del museo, dividido en diferentes períodos de la historia. Uno encuentra muy buen material, pero echa de menos una adecuada señalización y una mejor consigna de los objetos expuestos.

Volvimos al autobús y recorrimos dos mezquitas, una iglesia y una sinagoga. Todas muy bonitas, pero no me impresionaron demasiado. Para un día ya tenía bastante con conocer las momias y el tesoro de Tutankamón!

Como las manifestaciones del día anterior habían sido en la plaza en frente al hotel donde nos habíamos alojado la primer noche en El Cairo, nos cambiamos de hotel. Nos alojamos en el Holday Inn un hotel con mucho más lujo. Las habitaciones eran enormes, el gimnasio completo, la piscina muy bonita.

Allí pasamos la noche y despedimos al Nacho que se separaba del grupo. Con Nacho pasamos casi cuatro meses juntos, compartiendo cuarto en la etapa del grupo de viaje. La convivencia, salvo pequeños roces, fue espectacular. Ambos aprendimos a adaptarnos y a respetar el lugar del otro. Le deseo lo mejor en su vuelta a Uruguay y en su viaje por Sudamérica, y ya nos veremos a fin de Octubre para compartir anécdotas y experiencias. Como siempre un gran amigo, que tengo la suerte de conocer desde hace ya más de quince años.