sábado, 23 de julio de 2011

Día 133-141(13 de julio-21 de julio): Mykonos


Mykonos es una de las tantas islas paradisíacas del archipiélago de las Cícladas en el mar Egeo. Como casi todas las islas de la región, es protagonista de un capítulo en la mitología griega. En el suelo de Mykonos tuvo lugar la batalla ente Zeus y los Gigantes.

Cuando nos bajamos del ferry en Mykonos, un pequeño ómnibus del Camping Paradise Beach estaba esperando a los turistas que arribábamos desde Samos.  Media hora después estábamos haciendo el check in en el camping junto a Martín Guarinoni, quien iba a ser mi compañero de cabina durante mi estadía en la isla.



Lo primero que me llamó la atención –más allá del hermoso color de agua azul intenso- fue lo árido de la vegetación. Todo lucía seco y amarillo, como si no hubiera llovido en años. Las callecitas eran angostas y los vehículos debían detenerse para dejar paso a los que venían de frente.

Luego encontraríamos las arterias principales en las que sí se podía circular rápido y de forma segura. Pero todo en el interior de la isla, subiendo y bajando las colinas, estas angostas y zigzagueantes callecitas provocaban que circular por ellas fuera un peligro constante.

Sería común luego ver jóvenes con sus brazos enyesados, con enormes raspaduras en piernas, pies y espaldas, y con moretones por doquier. El transporte más común eran las motos y cuatriciclos de alquiler. Si sumamos a esto el alcohol, la oscuridad  nocturna y las calles ya descriptas, el resultado era el lógico.

El boliche más conocido de Mykonos es el Tropicana. Éste estaba ubicado en la playa de nuestro camping. Allí anima un personaje llamado Sasa, de nacionalidad italiana. Su uniforme para la fiesta –que comienza a las cinco de la tarde y termina a la una de la mañana- es una tanga con una trompa de elefante que cubre su miembro. Mediante sus comentarios alienta el libertinaje. Se cree un Dios. Y para muchos de los que asisten al boliche lo es. La gente se descontrola a niveles altísimos.

La música electrónica era la única música que sonaba. Desde primeras horas de la tarde comenzaba en los bares sobre la playa, luego continuaba en Tropicana y seguía hasta altas horas en las discotecas de un lado y otro de la playa, que se alternaban para abrir; una lo hacía en los días pares y otra en los impares. Llegaba un momento en que no podía pensar, saturado por esta música.


Los primeros días la playa no estaba del todo llena y se podía disfrutar de reposar al sol y de bañarse en el agua, fresca y salada. Al tercer día comenzó la temporada alta y la playa quedó repleta de gente. Las reposeras –que costaban cuatro euros cada una- estaban casi todas utilizadas. Los pequeños rincones de arena que quedaban libres eran generalmente cotizados por los que no querían pagar los cuatro euros de la reposera más los cuatro euros de la sombrilla. Y no era agradable tirarse en la arena sin espacio, escuchando electrónica a todo trapo.

Sobre la tarde, cuando caía el sol, la algarabía comenzaba y preparábamos alguna bebida espirituosa para ponernos a tono y disfrutar de la fiesta. Una de las noches fuimos a la discoteca Cabo Paradise. Allí todos estaban bien vestidos, las mujeres producidas y todo era más tranquilo. La electrónica claro, no dejaba de sonar.


El cuarto o quinto día alquilamos una moto y salimos a recorrer la isla. Después de pasar por el pueblo a comer, preguntamos por una playa tranquila donde no hubiera música. Nos dieron algunas indicaciones y fuimos a buscar la playa. Sin embargo las calles además de angostas eran laberínticas. A veces había que agarrar para la izquierda si querías ir a la derecha. Y no había una correcta señalización.

Pero al final, dimos con una playa llamada Ftelia Beach. Alejado de la música electrónica, en una playa hermosísima, vacía y con sus extensas arenas esparcidas al final de una gran bahía, pude disfrutar a pleno de la playa.  

Después fuimos a conocer Super Paradise Beach, donde se mantiene el mismo estilo que la Paradise, aunque un tono menor.


El centro de Mykonos es precioso. Las casa blancas con techos azules, los caminos empedrados, las luces de colores de las tiendas y los bares decorados lo transportan a uno tiempo atrás, cuando todo era diferente.

Sin embargo la música electrónica lo devuelve a uno al siglo XXI. Sin virtuosismo ni inspiración ninguna, sin poesía, sin reflexión, sin crítica social, con una única aspiración: buscar el trance. Pero un trance que no viene por la estimulación de los sentidos sino al contrario por la inhibición de éstos. No pensar, parece ser el lema de este siglo. Bien representado claro, por esta música. Que en dosis excesivas te lima el cerebro.

De a poco iban cayendo más y más compañeros del grupo. Con Martín ya teníamos todos los piques e íbamos compartiendo información útil con los recién llegados. Como por ejemplo que las reposeras eran gratis a partir de las seis. O como que tomando un vaso prestado del boliche podías rellenarlo en la playa e ir a la pista, ya que estaba prohibido ingresar con bebidas de afuera. Nuestro pequeño viático no soportaba más golpes del euro como para soñar tomarse un trago en la barra.

Luego de la octava noche despedí a Martín, un gran compañero, porque seguía rumbo a Atenas. Yo me quedaba una noche más. Como no tenía reserva, fui hasta el camping de Paraga Beach y alquilé una cama en un cuarto compartido. Me dediqué a descansar ya que en los días siguientes venían días de barcos, aviones, ómnibus y esperas en las terminales, hasta llegar a París, donde me encontraría con mis padres!

jueves, 14 de julio de 2011

Día 132(12 de julio): Termina el Grupo de Viaje



En mi último día con el Grupo de Viaje conocimos la casa donde se dice vivió la Virgen María. Es un lugar de peregrinación no sólo de cristianos sino también de musulmanes, ya que Jesucristo fue uno de los profetas para esta religión.

La casa se encuentra en una colina, en el medio del bosque. Es pequeña y tuvimos que hacer fila para entrar en ella. Al bajar, pude ver una larga pared, en donde los fieles le piden favores que escriben en papel. Lo interesante es ver la diversidad de idiomas. Pude encontrar un pedido en chino.

Más tarde conocimos el sitio arqueológico de Efeso. Habían sido tantos los lugares visitados en los últimos días, lugares con tanta historia, que sentía que mi mente estaba saturada. Ya no le prestaba atención a las explicaciones del guía, y sólo contemplaba las ruinas, las columnas, las figuras. El calor golpeaba duro al mediodía, y la cantidad de gente sacando fotos y moviéndose en masa me molestaba. Era el momento adecuado para dejar el circuito turístico y volver a viajar libre, perdiéndose entre la gente, absorbiendo la cultura local.

Pasado el mediodía, nos detuvimos a almorzar en un restaurante a cinco minutos de Efeso. Ya había sentido que el grupo estaba terminando en Sharm el Sheij cuando el grupo se dividía y algunos ya quedaban libres, otros iban a Jordania y otros viajábamos a Turquía. Nuevamente volví a tener esa sensación; esta vez para mí y para otros venticuatro personas era el fin del grupo. El resto se quedaba una noche más en Turquía y viajaba a las islas griegas al día siguiente.

Tomamos la decisión de irnos un día antes del grupo ya que, junto a Guarinoni teníamos reservado una cabina en la playa de Paradise en Mykonos a partir del 13 de julio. El ferry desde Samos a Mykonos salía en la mañana y si salíamos el 13 en la mañana de Kusadasi a Samos nos perdíamos el único ferry del día hacia Mykonos. Y debíamos tomarnos el ferry del día 14, perdiendo una noche en Mykonos que ya habíamos pagado.

Así que poco después de las tres de la tarde estábamos en Kusadasi para tomarnos el ferry a Samos. No sabíamos qué hacer una vez en Samos, si quedarnos a dormir en el puerto o alquilar algo para bañarse y dormir por la noche.

El ferry era chico y la marea lo movía de un lado a otro. Algunos tuvieron ganas de vomitar. Pero finalmente llegamos todos a salvo a Samos. El agua azul y los montes colmados de vegetación de las islas que íbamos viendo a lo lejos me recordaban paisajes ya vistos varias veces en el viaje. Una sonrisa iluminaba mi rostro, la vida era un círculo y volvería a sentir sensaciones ya vividas. Me esperaban las paradisíacas islas griegas.

Cuando preparábamos el viaje, las islas griegas nos parecían lejanísimas. Deberíamos vivir muchas cosas antes de llegar, por fin, a este lugar tan hermoso. Pero el tiempo pasa, y atrás van quedando los destinos que se transformaron de ideas en el papel y de colores en el mapa, en recuerdos imborrables. La alquimia existe y la magia es el tiempo.

El puerto de Samos es pequeñísimo. Pensábamos que quizá, acomodando el equipaje contra la pared, resguardados en un lugar cerrado podíamos llegar a pasar la noche. Sin embargo no existía tal lugar cerrado y al salir de migraciones estábamos en la rambla de Samos. En frente una oficina de viajes vendía los pasajes que necesitábamos para viajar a Mykonos al día siguiente. También ofrecían información sobre hoteles.

Compramos los pasajes y nos alojamos en un hotel cerca del puerto. El arreglo incluía el traslado hacia el hotel y hacia el puerto al otro día. Por más que lo sabíamos la realidad del euro nos golpeaba sin anestesia adecuada. Dieciocho euros costó la noche. Negociado desde un precio inicial de veinticinco.

Ya era de noche y en el breve camino hacia el hotel me fui enamorando de las luces y del mar, de los montes y de las hermosas casas de tejas rojas.

martes, 12 de julio de 2011

Día 130-131(10 de julio-11 de julio): Centro de Turquía

El primer día nos despertamos en Urgup y visitamos El Parque Nacional de Göreme, el Museo al Aire Libre de Zelve, la Ciudad Subterránea de Kaimaki y el Museo de Mevlana. Dormimos en la ciudad de Konya.

El segundo día continuamos el camino hacia el oeste y visitamos la antigua ciudad de Hierápolis. Dormimos en Pamukkale.

El primer día salimos temprano y antes de llegar al Parque nos bajamos en la ruta para sacarnos fotos con formaciones rocosas muy extrañas.


En el Parque Nacional de Göreme conocimos algunos de los recintos religiosos excavados en las rocas a partir del siglo III por los cristianos del período romano. Los frescos que se conservan en el interior mantienen el color a pesar del paso del tiempo. Imaginar a los monjes con su hábito rezando en estas iglesias no era muy difícil.

En el Museo al Aire Libre de Zelve, conocimos las cuevas donde vivían los habitantes de estos valles hasta mediados del Siglo XX cuando fueron desalojados por el gobierno debido al peligro de derrumbe. También pudimos ver una mezquita. Atravesamos un oscuro túnel que comunicaba las viviendas. Me resultó claustrofóbico, porque aún no había visitado nuestra siguiente parada.

En La Ciudad Subterránea de Kaimaki, conocimos los túneles, habitaciones y salas construidas en algún momento del pasado (se cree ente el siglo V y X) para esconderse en caso de invasiones. No se sabe la fecha ya que no hay ninguna inscripción ni ningún dibujo. Puede pensarse que quizá sean mucho, mucho más antiguos… Tiene ocho pisos, de los cuales sólo los primeros cuatro están abiertos al turismo. Los túneles son angostos y para recorrerlos hay que caminar agachado. Al recorrerlos la sensación de estar nuevamente en los Túneles Cu Chi en Vietnam fue instantánea.

El Museo de Mevlana ubicado en Konya,  fue nuestra última parada antes de llegar al hotel. A esta altura todos estábamos cansados del agotador viaje y de tantos lugares visitados. El museo es un lugar de peregrinación para los musulmanes. Allí se ubica la tumba de Mevlana, el célebre poeta musulmán.

El segundo día viajamos muchas horas y llegamos a Hierápolis pasadas las dos de la tarde. Además de las construcciones en ruinas, los templos, monumentos y anfiteatros se encuentran las atractivas cascadas de aguas termales. La vista de las piscinas de cal en diferentes niveles encandila la vista. Todo se vuelve blanco.

Luego llegamos al hotel en Pamukkale. Estaba cansadísimo y preferí descansar todo lo que pudiera antes que ir a bañarme a la espectacular piscina del hotel. Dormí casi doce horas y sólo me levanté para cenar.

Al día siguiente me esperaba la última mañana con el Grupo de Viaje. El viaje continuaba, de nuevo libre, por las islas griegas.

domingo, 10 de julio de 2011

Día 129(9 de julio): Hasta Capadocia

Más del noventa por ciento de Turquía se encuentra en territorio asiático. Salimos de Estambul a las seis de la mañana. Recién llegaríamos a la región de Capadocia a las ocho y media de la noche. Volvíamos a Asia. Fue un día en el que nos pasamos dentro del autobús, más allá de que paramos varias veces. En una de esas paradas, conocimos el Lago Salado y en otra conocimos las chimeneas de las hadas.

El lago salado tiene la particularidad de que cuando es verano, el agua se retira muchos metros y podemos caminar sobre la sal. Sostuve sobre mis manos grandes rocas de sal. Luego mojé mis pies en el agua. Cuando el agua se secaba, mis pies lucían blancos por la sal.

Continuamos por varias horas hasta que llegamos a las increíbles chimeneas de las hadas. Desde la colina podíamos contemplar el valle y las elevaciones de lava y las viviendas excavadas en ellas. A nuestro alrededor había un pequeño mercado donde vendían alfombras, pashmiras, vasijas y adornos de todo tipo. Un violín sonaba en algún parlante, interpretando la melodía de una canción clásica turca. Estaba atardeciendo. Fue un momento sublime, tremendamente emotivo. La contemplación de estas antiguas viviendas evocaba historias de la vida de sus habitantes en un pasado lejano. La música le daba el toque de sensibilidad que completaba la escena y estimulaba la imaginación, y el sol que se posaba sobre el horizonte teñía el pensamiento de melancolía. Si dejabas volar la mente ya veías una anciana sacudiendo una alfombra por una de las ventanas y llamando a su nieto que correteaba por las escaleras talladas en las cenizas de lava.

Vale decir que muchas veces estamos muy apretados de tiempo. El guía nos dio sólo veinte minutos para recorrer y sacar fotos en este bellísimo lugar. Sin embargo era imposible hacerlo en tan poco tiempo así que nos pasamos un poco del horario establecido. Era un lugar para pasarse un día entero y era una lástima andar tan apurados.

Llegamos al Perissian Hotel en Urgup casi sin tiempo para dejar el equipaje en los cuartos e ir al restaurante a cenar. En la piscina del hotel había una fiesta de casamiento y cuando me asomé a las escaleras que bajaban a ella pude escuchar música en vivo. Lo que escuché me dejó sin palabras. Una mujer con una voz espléndida cantaba secundado por una banda de muy buenos músicos:

“Aquí se queda la clara
La entrañable transparencia
De tu querida presencia
Comandante Che Guevara”

Salimos un rato al centro de Urgup y nos sentamos en una plaza a conversar. No había casi movimiento y no había un mayor interés en lo que veíamos en las calles. Así que volvimos al hotel a descansar; al día siguiente nos esperaba otro día de mucho viaje en autobús y de varias visitas interesantes.