Egipto. Tierra de faraones, de reyes, de pirámides y de arena. Tierra del Nilo. Tierra de misterios, de supersticiones y de maldiciones. Tierra de dioses y diosas, de enigmas, de mentiras, de verdades, de descubrimientos. Tierra del sol, tierra del tiempo. Tierra de contradicciones, tierra de imposibles. Tierra del pasado, de sueños, tierra de fantasías. Egipto. Allí estamos… aunque nos cueste creerlo.
El primer día no dio para conocer mucho de El Cairo. Veníamos sin dormir y debíamos esperar al resto del grupo que iría cayendo en diferentes vuelos en el correr del día. En la tarde la mayoría recuperamos las horas de sueño. Estábamos alojados en el Radisson Hilton y desde la ventana de mi habitación se podía ver el legendario río Nilo, el río más largo del mundo. El río que le dio vida a la civilización más antigua de la historia.
Desde la ventana se veían también las autopistas y los autos que no paraban de circular. Se oían bocinazos de continuo a toda hora. Hacía mucho calor, pero no tanto como en Dubai.
En el segundo día conocimos las pirámides de Giza. Bien temprano bajamos al lobby con las valijas y las mochilas, ya que luego de visitar las pirámides, el valle de los reyes y el valle de las reinas, nos tomaríamos un tren desde El Cairo hasta Luxor y pasaríamos la noche en él.
Las pirámides de Giza están ubicadas en el medio de la ciudad de El Cairo. Es que el gobierno permitió que se construyeran casas y edificios en los alrededores de las pirámides. Me había dispuesto a un largo trayecto para llegar a ellas y de pronto, entre unas casas viejas, detrás de un basural, pude ver la primera.
No voy a extenderme sobre la emoción que me provocó ver con mis ojos este antiquísimo patrimonio de la humanidad. Teníamos incluida la visita a las pirámides, no así el ingreso a alguna de ellas. Compré el ticket extra para poder entrar a la gran pirámide de Keops.
Las pirámides de Giza son un conjunto de tres pirámides construidas en los tiempos de Imperio Antiguo, durante la IV dinastía, alrededor de 2.500 años antes de Cristo. Los faraones comenzaban la construcción de su tumba cuando iniciaban su reinado.
La más grande de todas es la pirámide de Keops. Su altura es de 137 metros y su base mide 230 metros de cada lado. Está construida con 2.300.000 bloques de piedra y pesa 6.000.000 de toneladas. La segunda más grande es la de Kefrén y la más chica es la pirámide de Micerinos.
Cuando nos bajamos del ómnibus en el estacionamiento los vendedores nos estaban esperando para atosigarnos. También se veían camellos montados. Nos habían advertido de que por una módica suma te ofrecían subirte al camello para sacarte una foto. El problema era que cuando querías bajarte no podías ya que ellos debían hacer que el camello se agachara y no lo hacían a menos que le dieras una suma muy alta de dinero.
El interior de la pirámide de Keops no tiene un atractivo especial más que el de poder contar luego de que estuviste dentro. En los tiempos de la IV dinastía no pintaban las paredes ni tallaban jeroglíficos. Avanzamos por el pasadizo, agachados y en penumbras, hasta que llegamos al sarcófago del faraón. Obviamente estaba vacío.
Después visitamos la esfinge, que cuida la tumba de Kefrén (la segunda pirámide). El rostro de la esfinge es el rostro del rey Kefrén que mandó tallar su imagen en la roca.
A 24 kilómetros de El Cairo se encuentra la ciudad de Menfis, capital de Egipto durante el Imperio Antiguo. Allí pudimos ver, entre otras cosas, el coloso de Ramsés II, uno de los reyes más importantes de Egipto, que reinó en los años de la XIX dinastía durante el Imperio Medio. La escultura es imponente, y muestra al rey tumbado en el suelo.
Por último, visitamos Saqqara, la necrópolis de Menfis, donde los faraones, príncipes y virreyes mandaban edificar sus tumbas desde la I hasta la XII dinastía. Allí visitamos el templo de la pirámide escalonada y pudimos ver desde la lejos la pirámide escalonada del rey Zoser, construída en la III dinastía.
La noche se acercaba y nos dirigimos hacia la terminal de trenes. Allí esperamos casi dos horas que pasara nuestro tren con cabinas para dos personas, donde pasaríamos la noche. Preocupados por los trenes que veíamos pasar y por la mugre de la estación, nos preguntábamos como sería nuestro tren. Finalmente no estaba mal y, si bien en el vagón que me tocó el aire acondicionado no funcionaba del todo bien, pasamos una noche agradable y pudimos descansar.
El tercer día en Egipto comenzó muy temprano. A las cuatro y cuarto de la mañana estaban golpeando las puertas de las cabinas, avisando que en cuarenta minutos llegaríamos a Luxor y que estaba pronto el desayuno. Podía haber seguido durmiendo durante horas, así que me salteé el desayuno y tuve que aprontar todo rápidamente cuando el tren se detuvo en la estación de Luxor, en destino.
La primera visita del día fue el Valle de los Reyes. Allí hicieron las tumbas los faraones de la dinastía XVIII hasta la XX. Como las pirámides eran fácilmente saqueadas por ladrones, los reyes buscaron lugares más ocultos para hacer sus tumbas. Encontraron este valle, cuyas colinas tenían formas similares a pirámides. Allí entramos a varias tumbas y nos encontramos con las paredes talladas y llenas de jeroglíficos y colores. Es increíble como después de tantos, tantos años se conserven tan bien. La tumba más famosa que allí se encuentra es la de Tutankamón. Este rey murió con sólo diecinueve años y no tuvo mayor importancia en su tiempo. Su fama mundial se debe a que fue la única tumba encontrada intacta y sin tocar por saqueadores. El tesoro allí guardado era monumental, y se encuentra en su mayoría en el museo de El Cairo. La momia de Tutankamón es la única que aún se encuentra en su tumba para exhibición de los turistas.
La segunda visita fue el templo de Hansepsut., el único templo egipcio construido en forma de terrazas. Hansepst gobernó el país durante veinte años en la XVIII dinastía, apartando a su hermano del trono que tenía trece años. Hansepsut fue la única mujer que gobernó Egipto durante un tiempo prolongado. Cuando Hansepsut su murió, su hermano Tutmosis III mandó destruir todas sus estatuas y retratos.
La tercera visita fue el Valle de las Reinas, donde eran enterrados los príncipes, princesas y esposas de los faraones durante la dinastía XVIII a la XX.
Luego de la última visita nos dirigimos hacia el Río Nilo, donde nos esperaba nuestro crucero. El grupo se dividió en dos barcos, Lady Carrol y Magic. A mi me tocó el segundo. Allí tuvimos tiempo libre para descansar y disfrutar del sol hasta la tardecita. El barco esa noche se quedaba anclado y recién al otro día luego de las visitas de la mañana, zarparía.
Cuando el sol se estaba poniendo volvimos al ómnibus para ir hacia el Templo de Karnak. Allí íbamos a presenciar un espectáculo de luces y sonido que se convertiría en uno de los espectáculos más memorables en lo que va del viaje.
Antes que la ciudad moderna plantara sus raíces entre los templos y esculturas, el Templo de Karnak estaba comunicado con el Templo de Luxor por la avenida de las esfinges, una calle en la que se alineaban a ambos lados cientos de esfinges.
El Templo de Karnak es el mayor templo de Egipto. En realidad es un complejo de tres templos, uno consagrado al dios de la guerra Montu y otro a la diosa Mut. Entre ambos se ubica el templo del dios Amón-Ra. El santuario fue construido por el rey Amenhotep pero fue terminado y ampliado por faraones en tiempos posteriores.
Esperamos en las puertas del templo, que se abría majestuoso, enorme, ante nosotros. El sol ya se había ocultado y las esfinges y los pilares se sumían en las penumbras. De pronto se encendieron los focos y una música misteriosa comenzó a sonar de los potentes amplificadores. Una voz en español nos invitó a adentrarnos en el templo.
Y así conocimos el templo, seducidos por la voz que nos iba contando detalles e iba descubriendo misterios de aquella remota época. Podíamos ver algunos jeroglíficos tallados en las piedras, muros y pilares. También esculturas de varios reyes. Muchos pasillos y cámaras se abrían en todas direcciones.
La voz, acompañada de la música sedante y seductora, nos fue guiando hasta que llegamos al lago sagrado. Allí nos sentamos en el estrado y presenciamos el final del espectáculo. Fue una experiencia magnífica, muy estimulante.
Luego volvimos al crucero para pasar la noche.