En la noche anterior el grupo se había dividido en dos. Algunos habían hecho el trekking en la montaña y habían pasado la noche allí. Otros nos habíamos quedado en el hotel de Pokhara, para realizar el trekking al día siguiente.
Así que en la mañana muchos nos quedamos disfrutando del hotel, bañándonos en la piscina o navegando en internet. El óminibus que nos llevaría a los pies de la montaña para comenzar el trekking, recién salía a las tres de la tarde, luego de que los compañeros volvieran de su aventura extrema contratada.
Al principio el camino era accesible, la subida no era demasiado empinada y por momentos los árboles nos hacían sombra. Ya nos cruzábamos con niños que corrían hacia nosotros saludándonos y pidiéndonos lapiceras y dulces. Las precarias casas de los habitantes de la montaña lucían llenas de vida y con las puertas abiertas. Las chapas de los techos estaban aseguradas con piedras, ramas pesadas y hasta troncos. Las gallinas correteaban por la tierra y chivos amarrados descansaban en los establos.
A medida que seguíamos subiendo nos íbamos encontrando con menos casas y con menos seres humanos. Sin embargo, cuando el camino comenzó a hacerse difícil y debíamos detenernos para tomar aire y refrescarnos, aún seguíamos escuchando correr y jugar a los niños de la montaña.
Habíamos llegado. El campamento tenía todo. Las carpas estaban armadas y en su interior estaban las colchonetas y los sobres de dormir, las toallas y botellas de agua. Había tiendas con baño y otras con ducha. A las brasas se cocinaban partes de un chivo. Más atrás en una tienda vendían refrescos, cerveza y hasta whisky. En la carpa más grande, las mesas y las sillas estaban preparadas para la merienda y la cena.
Desde nuestras carpas se veían los picos nevados del Himalaya, aunque cuando llegamos estaba nublado y no podíamos contemplarnos en su magnitud.
Después de bañarnos y de merendar algo ya se hizo la noche. Cenamos en la carpa grande y presenciamos un espectáculo de danza y canto típico, realizado especialmente para nosotros por los habitantes de la montaña.
En el medio del círculo un gran fogón iluminaba la noche. A su alrededor los bailarines se contorsionaban al ritmo de los instrumentos de percusión y de las melodías que cantaban las mujeres más mayores. Al rato nos invitaron a bailar y de pronto el baile típico se convirtió en un trensito internacional.
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