Bien temprano, dejamos el pueblo de Chitwan y partimos hacia Pokhara, la tercera ciudad en población de Nepal.
El viaje fue largo e incómodo, ya que el estado de las calles hacía que el vehículo traqueteara y saltara imprevistamente. Para peor el camino era zigzagueante e íbamos bamboleándonos de un lado a otro.
A primera hora de la tarde llegábamos al hotel en Pokhara, llamado Shangrilla, como el de Katmandú. Hasta ahora fue el hotel que más me impresionó con los cuartos entre jardines, flores, árboles, palmeras, varios comedores. Se encuentra entre las montañas, y hacia donde mires puedes contemplar las verdes elevaciones que llegan hasta las nubes. Por supuesto, tiene una hermosa piscina y todas las comodidades de un hotel de primer nivel.
Dejamos el equipaje y a la hora ya salimos nuevamente para visitar una cascada y una cueva. De la cascada caía muy poco agua y la cueva no tenía atractivo alguno.
Luego fuimos al lago Phewa. Nos subimos a una canoa y visitamos el templo Barahi ubicado en una isla cercana al embarcadero. Desde allí teníamos una vista majestuosa a los picos nevados del Annapurna, macizo de 55 kilómetros de longitud, cuya cumbre más elevada, Annapurna I se encuentra a 8.091 metros sobre el nivel del mar. Fue la primera cumbre de más de 8.000 metros escalada por un ser humano. Es considerada la montaña más peligroso de ascender en el mundo.
Después del paseo por el lago, caminamos por las calles del centro, compramos alguna cosa y volvimos al hotel. La comida que ofrecían los vendedores ambulantes eran papas al horno en un palo, salchichas, huevo, pollo frito.
En el hotel ya estaba esperándonos la cena. La calidad de la misma (cuyo manjar más alabado fueron las milanesas de pescado con puré de papas) hizo que solicitáramos la presencia del chef y lo felicitáramos a través de un multitudinario aplauso.
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