Llegamos a Varanasi en la tarde, luego de hacer escala en Delhi.
Lo primero que sorprende de la India es el calor. Siempre me habían dicho que el calor en la India es terrible, así que pensé que estaba preparado psicológicamente para soportarlo. Pero la realidad es que uno de ninguna manera puede estar preparado, y el calor es tan sofocante que a uno parece que le fuera a estallar la cabeza. Se vive en un letargo para el que no hay escapatoria. Ni siquiera en la noche bajan las temperaturas. Uno no sabe lo que es el calor hasta que llega a la India en verano.
En el aeropuerto de Delhi nos estaba esperando el equipo de Lameco. Una vez que nos reunieron a todos salimos rumbo a los ómnibus que aguardaban en el estacionamiento. La claridad del día me cegaba mientras caminaba hacia el vehículo, mareado por el calor infinito e implacable que nos golpeaba en cada inhalación, en cada brisa y a cada paso.
Todos estábamos cansados después de un largo día de vuelos y esperas en los aeropuertos, así que la mayoría iba dormitando en los asientos, extasiados con la frescura del aire acondicionado. Por las ventanas del ómnibus iba observando la ciudad, e iba teniendo una primera impresión de lo que era Varanasi.
La pobreza se extiende en todas direcciones; las calles polvorientas, las casuchas destartaladas pegadas entre sí, la basura y la mugre. Los seres humanos hacinados, apenas vestidos con harapos sobreviven en su letargo, sentados o dormidos en alguna sombra, tirados en las veredas como si hubieran caído por el golpe de un rayo. Los niños desnudos juegan en la tierra, entre los desperdicios, sucios y flacos. Sus madres están sentadas por allí, envueltas en saris, y apenas los miran. Todo es lento en la tarde del verano en Varanasi.
La India es un mundo con sus propias reglas, en el que absolutamente todo tiene que ver con la religión. No es una cuestión de fe como puede ser el cristianismo para muchos en nuestro país. Aquí es una cuestión de vida, desde el nacimiento hasta la muerte, a cada paso y en cada decisión. Es difícil imaginarlo sin haber estado allí.
La religión principal es el hinduismo, pero hay fervientes seguidores de todas las principales religiones; budismo, islamismo, cristianismo, zoroastrismo, jainismo y el sijismo. No hay que olvidar que la India es enorme y viven el ella casi mil doscientos millones de personas. Los creyentes en estas religiones están repartidos en diferentes zonas en la India. Así por ejemplo, la mayoría musulmana se encuentra en Agra, Rajasthán, y Delhi. Los sijistas se concentran en Punjab. Varanasi, es la ciudad hinduista por excelencia. Allí se encuentra el río más sagrado de la India, el río Ganges. Es la ciudad en la que eligió vivir el dios Shiva (uno de los dioses más importantes del hinduismo junto con Brahama y con Vishnu) junto a su espoa Párvati.
Lo más curioso de todo es que todas las religiones están integradas. Es decir, por más que los seguidores son muy fervientes, toleran otras manifestaciones de fe, por lo que no hay conflictos entre ellos.
Cuando llegamos al hotel, fui al cuarto a llevar el equipaje y luego bajé a la piscina. Me quedé esperando la cena allí. Después de cenar había que dormir, ya que al otro día nos levantábamos a las tres de la madrugada para ir a conocer el legendario río Ganges
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