La experiencia que vivimos en este día fue lisérgica. No encuentro otro adjetivo que la defina mejor.
Cerca de las diez de la mañana nos subimos al autobús número seis y comenzamos la excursión que nos llevaría a varios lugares de interés en Nepal. Nuestro guía, llamado Anal, nos iba contando detalles interesantes sobre su país, como por ejemplo que aún estaba en preparación la primera constitución.
En el camino a nuestra primera parada, fuimos conociendo un poco de Katmandú, viendo en movimiento aquella ciudad en ruinas que habíamos visto dormida la noche anterior. Mucha pobreza, mucha basura, mucho hinduismo. La impresión que uno tenía era de incredulidad, parecía imposible que una ciudad como Katmandú pudiera existir en una era como la nuestra.
Nos detuvimos en Swayambhu Mahachaitya. Subimos por una escalinata en la que se amontonaban vendedores que ofrecían colgantes, adornos, pulseras, cuchillas. También mujeres con niños en brazos que pedían limosnas.
Una de las cosas que nos sorprendería durante todo el día es que los nepaleses en su casi totalidad se manejan muy bien en inglés. Pero lo más sorprendente es que muchos de ellos también se comunican muy bien en español, sobre todo los vendedores.
En la cima de la escalinata teníamos una maravillosa vista de la ciudad. Todos los personajes locales eran pintorescos y parecía que estuviéramos soñando. Todo era irreal, fantástico, leve. Así también lo eran los templos budistas que se elevaban a nuestra izquierda. Los caminos que los circulaban estaban repletos de descubrimientos, repletos de aquella sustancia de la que están hechos los sueños.
Con la cabeza volando a mil quinientos metros de altura volvimos hacia nuestro autobús y continuamos hacia nuestra siguiente parada: Hanuman Dhoka Durbar Square.
Para llegar allí nos bajamos del autobús bastante lejos ya que las calles cercanas eran tan angostas que el vehículo no podía circularlas. Cruzamos un puente bajo el cual la basura tapaba al río. Unas vacas pastaban la basura.
Y luego caminamos por más calles de ensueño, tapadas de tierra, con construcciones que parecía que se fueran a venir abajo con la próxima tormenta. Las motos, bicicletas y algunos autos tocaban su bocina al pasar. Los carteles de los comercios aparentaban tener muchos años, o quizá aparentaban ser de comercios ya abandonados.
Una vez en la plaza tuvimos un tiempo libre para recorrerla. Conocimos templos dedicados al dios Shiva, dios hinduista de la destrucción. Además conocimos la morada de la niña diosa. Esta niña es elegida en base a treinta y dos atributos y permanece en esa morada hasta que llega a la pubertad. Sale a su ventana a saludar, pero salvo excepciones no sale de su hogar y realiza allí mismo los estudios escolares. No tiene contacto con el mundo exterior. Se dice que si algún hombre se casa con ella moriría en un lapso de seis meses.
La tercer parada fue en la ciudad de Patan. La sensación de estar en un sueño iba creciendo a medida que íbamos conociendo más y más lugares. Allí aprovechamos para almorzar.
La cuarta parada fue Bhaktapur, ciudad que fue el punto culminante del día. Con Nacho nos perdimos en sus callejuelas y encontramos conventillos sin puertas, con plazas, con mujeres que miraban desde las ventanas. Las fotos ayudarán mejor a comprender porqué se me hace tan difícil describir un lugar así.
La última parada fue visitar un crematorio de hindúes. En el camino hacia allí vimos una cantidad enorme de plantas de marihuana. Crecen en la calle como yuyos. En el crematorio conocimos personajes increíbles.
Luego de visitar el crematorio nuestro viaje lisérgico llegaba a su fin. Volvimos al hotel a cenar y a descansar ya que al otro día nos debíamos levantar muy temprano en la mañana.
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