Antes del amanecer nos fueron a despertar a las carpas. Cuando salí de ella el día estaba nublado y no se podían apreciar los picos nevados. Pero después de desayunar, el cielo se abrió y tuvimos la suerte de ver la aparición de los picos más altos del Himalaya. Contemplar estos picos con nieves eternas en la cima del mundo es algo que me dejó sin aliento. Fue una experiencia única y me hubiera gustado quedarme horas tirado en el pasto, tomando algún mate y picando alguna cosita, en este magnífico escenario.
Pero lamentablemente no teníamos tiempo para esto, ya que debíamos descender la montaña antes de que hiciera demasiado calor para hacerlo. Debajo de la montaña nos esperaban los autobuses para emprender el viaje hasta Katmandú, que desde Pokhara eran más de seis horas.
Bajamos la montaña por un lado distinto al que la habíamos subido, y casi todo el camino tuvimos a nuestras espaldas los picos nevados. El clima nos acompañó y sólo hacía falta detenerse y mirar hacia atrás para perder la vista entre las cumbres más altas del mundo.
Así como en la subida, esparcidas a lo largo del camino de tierra y rocas, se ubicaban algunas casas perdidas, y me imaginaba lo que sería vivir allí durante toda la vida. También nos cruzábamos con niños vestidos con harapos agujereados y llenos de tierra.
Cuando habíamos llegado a los pies de la montaña, las casas se encontraban agrupadas y había almacenes y alguna plaza donde se juntaban los lugareños. Allí compré caramelos para repartir entre los niños que jugaban por los alrededores.
Y seguimos caminando, entre plantaciones de maíz y de arroz, respirando el aire del campo y de las montañas.
El viaje en ómnibus fue nuevamente agotador. Las seis horas por calles destrozadas y bordeando colinas, moviéndote de un lado a otro, buscando una posición cómoda en el pequeño asiento. Al menos se reclinaba bastante.
Ya casi era de noche cuando llegamos a Katmandú, y nos alojamos en el mismo hotel en el que nos habíamos alojado cuando comenzó nuestra travesía en Nepal.
Sólo dio para salir a comprar algo de ropa, reunirnos a conversar algunos temas en una Asamblea, cenar y luego a dormir. Al otro día volábamos hacia Varanasi en la India y había quienes tenían vuelo directo y otros que hacían escala en Delhi.
Nuevamente tuve mala suerte y me tocó el que hacía escala, por lo que debía despertarme a las cinco de la mañana. Los que volaban directo, tenían el vuelo recién a las dos de la tarde y podían dormir hasta tarde. Para ellos, y para algunos que no se querían perder ninguna, se armó una fiesta con música en el salón del hotel.
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