Al despertarme se me partía la cabeza y no podía mover la mandíbula. Tenía un poco de fiebre, pero no tenía la cara hinchada, así que luego de consultar con la doctora comencé a tomar anti inflamatorios y algún calmante.
Luego de desayunar partimos hacia el río Kwai, conocido por ser atravesado por el “ferrocarril de la muerte”, y por tener un puente que fue bombardeado en la segunda guerra mundial.
Allí pasamos dos noches en un hotel flotante sobre el río. Los cuartos eran cómodos pero no había aire acondicionado ni electricidad así que había que aguantar el calor como se podía. El río corría muy rápido y tenía muchos remolinos. Para llegar de una punta a la otra del hotel, sólo había que saltar al río y dejarse llevar por la corriente y subirse en el lugar adecuado. Para volver no había otra que hacerlo caminando. Ni Michael Phelps podría con ese río.
De un lado estaba el hotel, y del otro la selva con su tupida vegetación y los ruidos de insectos. Me hizo acordar mucho a Bukit Lawang en Sumatra, Indonesia.
Antes de que cayera la noche con algunos amigos nos pusimos a jugar al truco y abrimos el primer whisky. En mi caso podría decirse que el consumo de whisky era medicinal ya que no podía más del dolor en la mandíbula y en los dientes.
Los cuartos estaban organizados de a grupos de a tres, y en cada plataforma había dos hamacas paraguayas, dos mesas con sillas, reposeras, y un lugar amplio para estar. Denominamos a una de estas plataformas El Antro de la Selva y hubo música, cánticos y festejos hasta pasada la medianoche. Siempre estuvo colmada, salvo cuando fuimos a cenar y cuando fuimos a ver un espectáculo de danza que organizaba el hotel.
En la mañana del segundo día había una visita a unas cuevas cercanas. Seguía con un terrible dolor y preferí quedarme. Ya había conocido muchas cuevas en lo que va del viaje además.
En la tarde se organizó un campeonato de fútbol con los locales y los uruguayos ganamos. Intenté jugar pero no estaba en condiciones, así que bajé al hotel.
En la noche varios uruguayos hinchas de Peñarol se tomaron una lancha para volver al embarcadero, y de allí un ómnibus hacia Bangkok para poder ver el partido que comenzaba a las siete de la mañana. Los demás nos quedamos una noche más en el hotel.
Al día siguiente volvimos a Bangkok. En el camino pudimos conocer un museo en el que se hace un tributo a las víctimas que murieron durante la construcción de las vías del “ferrocarril de la muerte” durante la segunda guerra mundial. Los japoneses llevaron cerca de sesenta mil prisioneros de guerra aliados y los obligaron a construir las vías, haciéndoles trabajar dieciocho horas diarias, apenas alimentándolos y sin medicamentos. Las vías recorren una extensión de más de cuatrocientos kilómetros y para su construcción se utilizaron además doscientos mil asiáticos. El motivo era establecer un canal de suministros entre Tailandia y Birmania.
Luego fuimos a almorzar y nos subimos un trecho al ferrocarril. Más tarde conocimos el puente que cruzaba el río que fue bombardeado por los aliados.
Volvimos hacia Bangkok en ómnibus charlando con el guía Victor. Le pedí que me hiciera la traslación a mi nombre a Tai. Me llamo Manat.
El Tai es un lenguaje que utiliza tonos. Es decir, una palabra pude pronunciarse en cinco tonos. Tono grave, normal, agudo, ascendente, descendente. De acuerdo al tono puede significar cosas totalmente diferentes.
Cuando llegamos a Bangkok, le pedí al profesor que me acompañara al hospital para hacerme unas placas. El dolor no remitía y tenía miedo de que se me hubiera roto algún hueso. Por suerte sólo era el dolor del golpe y de la inflamación, y me recetaron un relajante muscular, un anti inflamatorio y antibióticos por si se me producía una infección.
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