jueves, 31 de marzo de 2011

Día 28(30 de marzo): Bali

A dos días de haber llegado a Bali, Indonesia, es muy pronto para procesar las sensaciones que estoy viviendo aquí. Para no perder el hilo de las crónicas, haré un resumen de lo que hemos hecho, y divagaré un poco sin ánimo de trasmitir con la lectura lo que uno siente con la piel. Con el paso de los días, las experiencias se van procesando en la conciencia, y uno puede redactarlas de una mejor manera.
Entonces, allí voy.

Por primera vez en el viaje, dejamos las aerolíneas de One World, y tomamos un vuelo de Air Asia, una aerolínea de Low Cost, pero de las más reconocidas e importantes aquí en Asia. Con Juanchi teníamos vuelo al mediodía, y Nacho y Mati tenían vuelo a las cuatro de la tarde. Por lo que nos levantamos temprano, preparamos nuestro equipaje y partimos al aeropuerto.
El vuelo era corto, de apenas dos horas y media, así que en un abrir y cerrar de ojos ya estábamos desembarcando en Bali. Bajamos del avión, y en lugar de pasar a un lugar cerrado como nos habíamos acostumbrado, salimos a un lugar abierto. El calor nos golpeó enseguida. Nos subimos a un ómnibus que nos llevó al edificio del aeropuerto donde haríamos los trámites para entrar al país.
Una vez que salimos del aeropuerto, fuimos a sacar dinero del cajero. Ya sabíamos que un dólar americano valía alrededor de diez mil rupias, por lo que considerando que íbamos a estar casi quince días en Indonesia, debíamos sacar dos millones y media de rupias.
En el breve camino desde que salimos del aeropuerto hasta el cajero, ya comenzaron a ofrecernos taxis, lo que se ha convertido en una constante.
Resulta muy molesto no poder caminar más de media cuadra sin que alguien te pregunte si necesitás un taxi. Incluso si vas descalzo, sin remera y conversando tranquilamente, piensan que necesitás un taxi. Taxi, taxi. Los tacheros pasan y te tocan bocina. Taxi, taxi. No quiero un taxi, no ves que estoy caminando pancho! Tengo piernas no ves?  No sólo con los taxis, te ofrecen masajes cada cinco minutos. Seguramente piensan que estamos contracturados. Esta gente es tan servicial! Hay puestos que venden remeras, carteras, ropa de mujer, lentes de sol. Si venís a Bali no salgas sin lentes de sol. Es más, lleváte un par de repuesto. Sunglasses, sunglasses. Te ven venir, y se pelean entre ellos, no podés pasar por un puesto sin que se te lancen arriba. Es para gritarles, tengo ojos! Si quisiera un refresco voy y te compro, si tenés la heladera llena de botellas de cocacola. Así es todo el día, al principio le contestábamos pero nos dimos cuenta que es peor. Te persiguen.
A pesar de esto, por ahora mi impresión de la gente aquí es buena. Es un país dedicado al turismo, y se ve que en las escuelas le enseñan que es lo que más deben cuidar, que es su fuente de ingresos. Los niños te miran embobados, todos te saludan cuando pasás, te respetan mucho. Si ya sé, están para el peso. Pero en el fondo, si entablas conversación con alguien, siempre están dispuestos a ayudarte. Esto no pasaba en Singapur, que no querían saber nada de nosotros, parecía que nos tenían miedo.
Bueno, se me fue un poco a dónde iba. Hay tanto para contar, tanto para decir, que podría pasarme diez horas divagando y escribiendo.
Luego de regatear el taxi (lo bajamos de ciento cincuenta mil rupias a noventa mil) y subirnos al mismo, entramos a la ciudad. El tráfico es un caos, hay más motos que personas y las calles están congestionadas. Los camiones de carga transitan por las mismas calles que los autos, y todos buscan el huequito para pasar entre ellos. Miles y miles de vehículos intentan abrirse paso, da la impresión de que si pudieran se pasarían unos sobre los otros. La colisión siempre está latente, pero hasta ahora no vimos ningún accidente. Las calles no tienen esquinas, son largas serpientes zigzagueantes, que no parecen tener fin. El chofér dobló en una callejuela, que había pasado desapercibida para mí (a veces son tan angostas que no las ves) y a través de una caminito salimos a una calle más amplia que tenía una cantidad de negocios. De esta manera (o de alguna manera que no comprendo) llegamos a nuestro hotel, en Sanur.
Luego de dormir varios días en cuartos comunales, sin privacidad alguna, en este hotel tenemos dos cuartos para los cuatro. Hay una pequeña piscina con reposeras, e internet gratis. A mi modo de ver, también tiene el mejor desayuno, con ananá, sandía, pan, manteca y café.
Con Juanchi salimos a pasear por las calles de Sanur (o mejor dicho la interminable calle de Sanur, que es un círculo con apenas alguna callejuela que la cruza) cerca del hotel. Un poco la impresión que tuvimos ya la conté en esta entrada. Comimos una pizza gigante que fue nuestro almuerzo y cena. Me compré una bermuda, regateándola a cien pesos uruguayos aproximadamente.
Luego, nos bañamos en la piscina y esperamos que llegaran los demás.
Y así, a pesar de que las palabras nunca puedan contar toda la historia, trascurrió nuestro primer día en Bali.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Día 27(29 de marzo):Singapur 2


Como decía en la anterior entrada, Singapur es el país de lo prohibido. Y si realizas lo prohibido, multa. O pena de muerte. Este caso extremo es para los que trafican drogas. Pero si fumas en lugares prohibidos, multa de mil dólares, si orinas en la calle, multa de mil dólares, si tiras basura, multa de mil dólares, si escupes multa de mil dólares. El chicle está prohibido, no hay chicle en ningún lado! Averiguando con los locales, supimos que se había prohibido el chicle porque ensuciaba la ciudad. La homosexualidad es considerado un acto de gran indecencia, y la pena es la prisión.

El plan para este día era salir a conocer la ciudad, y pasear por el Chinatown. Nos tomamos la línea 33, y llegamos al centro luego de treinta minutos de viaje. Enormes rascacielos dominan la ciudad, construcciones modernas que son centros de oficinas de importantes bancos o empresas globales. Algunos también, son rascacielos residenciales.
Caminamos por parques, puentes, hasta que llegamos a donde debía estar el famoso Merlion, ícono de Singapur, el famoso león que escupe agua. Mirábamos el mapa y a nuestro alrededor, el mapa y a nuestro alrededor. El mapa nos indicaba que sí, que estábamos en el lugar indicado pero al Merlion no lo podíamos encontrar. Hasta que nos dimos cuanto lo que habían hecho los anormales.
The Merlion Hotel, es un hotel de lujo de una sólo habitación, construído alrededor del tronco superior del Merlion. El principal atractivo parece ser, dormir junto a la cara del león. Para el turista común, o quizá también para algún nativo encariñado con Merlion, esto es más que una mala idea, es una aberración. Es como si hicieran una habitación de un mini-hotel que contenga dentro la cabeza de Artigas en el monumento en la Plaza Independencia. Maquiavélico. En el momento que fuimos, no estaba inaugurado, y dejaban pasar a los turistas a observar a Merlion y su suite de luxe, por lo que tenemos alguna foto con el león en cuestión.
Seguimos paseando toda la tarde. Hay un hotel que destaca porque, sobre las tres torres del mismo, hay otra construcción que semeja la base de un submarino. Desde la calle se puede ver que hay árboles y sombrillas. Intentamos entrar, para ver la ciudad desde allí arriba, pero cobraban veinte dólares y la prensa no es agasajada por lo que desistimos. Pudimos ver una maqueta de este submarino, que tiene restaurantes y piscinas.
Más tarde fuimos al China Town con Mati, mientras Nacho iba al hospital acompañado de Juanchi, ya que le dolía el oído. Finalmente tenía una pequeña infección, por lo que lo vacunaron y le dieron unos antibióticos. Hoy ya está en perfectas condiciones y ya no le duele.

lunes, 28 de marzo de 2011

Día 26(28 de marzo): Singapur

Singapur es el país más pequeño de Asia, y con 4.700.000, es el segundo del mundo en densidad de población. Es sobretodo, un país hecho para el comercio, habiéndose convertido en uno de los centros financieros más importantes del mundo

Mis cigarros quedaron retenidos al llegar al aeropuerto. Cuando fuera a salir del país podría retirarlos en la oficina de servicio al turismo, luego de hacer el check-in para el próximo vuelo. La opción para entrarlos al país, era pagar casi cien dólares singapurenses de impuestos, una locura. Luego hablaré sobre todas las prohibiciones que tienen que soportar los habitantes de este país.

Lo primero que nos sorpendió al salir del aeropuerto, y en el viaje en taxi hasta el Betel Box Backpackers, fue el calor intenso y la humedad aplastante que hacían que uno tuviera dificultades para obtener oxígeno. Sobre la piel, se formaba una capa de sudor pegajosa que se empecinaba en quedarse ahí.
El hostel estaba bastante bien, el cuarto era para veinte personas, pero era amplio y ordenado y tenía lockers con cámara de seguridad. Por la noche prendían el aire acondicionado y los colchones eran muy cómodos. Teníamos desayuno, que consistía en pan con mermelada, manteca u otras extrañas sustancias untables con las que preferí no deleitar mi paladar, café con leche y algunas frutas comunes para nosotros, como manzanas, bananas y mandarinas.

Como llegamos en la noche, luego de un largo vuelo de casi nueve horas (pero entre películas, varias comidas y bebidas se pasó rápido), salimos simplemente a dar una vuelta antes de dormir. En la zona de nuestro hostel había varios karaokes y restaurantes. Nos sentamos en uno a picar algo, y a refrescarnos con una cerveza.
Si bien en Singapur se mezcla lo occidental con lo oriental, la sensación de estar en un lugar ajeno ya es notable. El idioma, las personas, la comida, los olores, el clima, nada de esto es parte de nosotros. Creo que sería imposible visitar cualquier país de este continente solo, sin tener alguien de tu mundopara aferrarte a él. La sensación de vacío y desarraigo sería terrible.

domingo, 27 de marzo de 2011

Día 25(27 de marzo): Acuario

Temprano, me preparé un mate y me quedé leyendo en los sillones de la sala de estar. A eso del mediodía llegó un grupo de chicas del grupo de viaje con las que nos habíamos encontrado en Queenstown, y junto a ellas, Mati y Nacho fuimos al acuario de Sydney, reconocido internacionalmente.
Este acuario no tiene nada que ver con el acuario que visitamos en San Francisco. Mucho más grande, este sí vale la pena. Pudimos observar peces de todo tipo y colores, cangrejos, calamares, pulpos, caballitos de mar, manatíes y tiburones. No me molestaría nada trabajar en este lugar, alimentando a los animalitos o limpiando las peceras. El salario mínimo aquí es de veintidós dólares australianos la hora, y el dólar australiano vale un poco más que el dólar americano. Aquí quien trabaja puede vivir dignamente. Haga lo que haga. Esto es una constante que vengo apreciando desde que salí de Uruguay. En Nueva Zelanda también pagan muy bien, e incluso en Estados Unidos, un repartidor de pizzas puede tener su auto propio, y en unos pocos años ahorrar para comprarse una casa. Se valora el trabajo, y se paga lo que vale. Los capitalistas tienen más lo que es lógico, pero la clase trabajadora tiene sus derechos bien ganados y se los respeta. Los problemas de estas sociedades son diferentes. Para poner un ejemplo ilustrativo, en Sydney están eligiendo gobernante. Uno de los postulantes, entre las bases de su candidatura, quiere prohibir que estacionen las casas rodantes en cualquier lugar de la ciudad. Uno piensa en la gran problemática que tenemos en nuestro país en cuanto a la inseguridad, la violencia, la discriminación, el desempleo, la explotación de los trabajadores, la pobreza y tantos otros y no puede más que soltar una lágrima. Y tener envidia de los problemas que aquejan a los habitantes de esta ciudad. Les cambio nuestros problemas por los de ellos. En una cajita de regalo. Sin devolución.

Después de visitar el acuario, tuvimos que hacer un tiempo hasta las siete, que abría un bar en el que había una promoción de pizza. Por cinco dólares all you can eat de pizza con una cerveza. La promo duraba sólo una hora, pero estábamos convencidos de que en esa hora íbamos a comer más de lo que en varios días. Así fue, cada uno terminó comiendo al menos nueve porciones. Mientras tanto, un animador organizaba juegos muy divertidos.
Luego, volvimos al hostel y nos acostamos temprano. Al otro día saldríamos hacia Singapur, nuestro sexto destino, y el primero en continente asiático.

Día 24(26 de marzo): Sydney

Llegamos a Sydney a las cuatro de la tarde, luego de un vuelo cómodo de casi cuatro horas. El servicio era excelente, con almuerzo y postre. Cada pasajero tenía una computadora en la parte trasera del asiento de adelante, en la que podías ver una película, escuchar música, o buscar información sobre tu destino.
Este vuelo lo hice con Juanchi, ya que Nacho y Mati habían partido en la mañana hacia Sydney, porque Rumbos nos había hecho reservas diferentes. Ellos no tuvieron la misma suerte, su avión no tenía estas computadoras y no tenían incluído ni almuerzo ni bebiddas.

Sydney es la ciudad más antigua y más grande de Australia, con más de cuatro millones de habitantes. Nosotros habíamos dejado Nueva Zelanda, país cuya población es aproximadamente la misma que esta gran ciudad. Además de la más grande, es la que tiene mayor costo de vida de Australia, y está entre las quince ciudades más caras del mundo. Según estudios de Mercer y The Economist, lidera el top 10 de las ciudades con mejor calidad de vida del mundo.

Asustados un poco con esto, y para evitar realizar un gasto por encima de nuestro viático, sacamos sólo noventa dólares australianos cada uno, del cajero del aeropuerto.
Nos trasladamos al hostel en Shuttle, un ómnibus enorme y vacío solo para nosotros que nos dejó en la puerta del Brado´s Backpackers. En el camino pudimos ir observando la ciudad, el tránsito, las iglesias, las plazas, las casas, las bahías.
El Brado´s Backpacker queda en el medio de King Cross, lo que es comparable con estar en el medio de la Ciudad Vieja. De entrada nos pareció un lugar sucio, las habitaciones eran para doce personas, por lo que también teníamos que tener cuidado con las pertenencias. Por lo menos había lockers, donde guardamos los pasaportes y las computadoras, para estar más tranquilos.

Nacho y Mati, que habían llegado temprano, estaban descansando en el cuarto, así que con Juanchi salimos a pasear por la ciudad, que ya caía en los brazos de la noche.
Para observar el Opera House, un ícono de Sydney, de Australia y del mundo entero, debíamos acercarnos a la bahía a través de un parque. Nacho, que lo había hecho en la tarde nos advirtió sobre la presencia de unos grandes loros blancos con penachos amarillos, que eran plaga en Sydney. Sin embargo, nos encontramos con colonias de murciélagos que barrían la ciudad desde lo alto. La asociación con Ciudad Gótica fue automática.
A varias cuadras del hostel, luego de haber entrado a varias tiendas para torturarnos con los precios y luego de haber paseado por el muelle, que se adentra en la bahía flanqueado por restaurantes de lujo, y por yates de otro mundo, llegamos al parque. Atravesando la oscuridad del mismo, bajamos una escalinata y llegamos por fin a la bahía, y observamos el Opera House que se encontraba del otro lado. Esperábamos verlo iluminado por luces azules, luciendo así su espléndida y única arquitectura, pero no fue así. Yates y embarcaciones y lanchas surcaban la bahía, y de lejos llegaban las risas y la música de las fiestas que en ellas se celebraban. Las colonias de murciélagos seguían atravesando el cielo en la noche oscura. La llovizna persistente, no nos había amedrentado. Nos quedamos contemplando un buen rato el Opera House, que tantas veces habíamos visto en fotografías y en la televisión.
Una sensación extraña me envuelve al ver en vivo y en directo estas construcciones que he visto durante tantos años, no tanto por lo majestuosa de las mismas, sino por la condición de lejanas e inalcanzables que siempre habían tenido para mí.
Luego subimos por Wilson Street y volvimos al Hostel. Más tarde salimos a conocer nuestro barrio, King Cross, y nos dimos cuenta que estábamos en la zona roja, locales de striptease, chicas con poca ropa ofreciéndose en cada recoveco. Entre estos locales, también había otros donde se podía tomar algo o bailar. A eso de la una me fui para el hostel y me quedé dormido en seguida.

viernes, 25 de marzo de 2011

Día 23(25 de marzo): Christchurch 2

Mati había manejado por la noche, y Nacho había sido el copiloto, por lo que con Juanchi nos levantamos a las siete y continuamos rumbo a Christchurch. Con Juanchi fuimos a devolver lo que había sido nuestro hogar en la última semana. Dos mil seiscientos catorce fueron los kilómetros recorridos, atravesando montañas, ríos, lagos, ciudades, pueblos.  Mañana, Australia, nuestro quinto destino. 


jueves, 24 de marzo de 2011

Día 22(24 de marzo): Abel Tasman

Arrancamos para Abel Tasman bien temprano. Contratamos una lancha que nos llevó a Anchorage, una de las tantas playas de Abel Tasman. El agua, turquesa, las arenas, doradas. Descansamos un rato en esa playa, una bahía con varios yates, kayaks y mucha vegetación.
El agua estaba bastante fría, pero igual dio para darse algún baño que otro. Al rato fuimos a la otra playa cercana Te Pukatea, preciosa como la primera. Era más chica y no había nadie, y aprovechamos para comer  refuerzos de jamón y de postre, una banana.
A mi me sorprendieron estas playas, no pensaba que Nueva Zelanda tuviera playas tan bonitas. Hay que aprender de cómo las cuidan los neocelandeses, convirteron a Abel Tasman en un parque nacional. Nada se puede construir, hay lugares para acampar, pero por un período máximo de dos días. Tienen todo un sistema de lanchas, taxis acuáticos y cruceros organizados para los turistas, que son bárbaros pero caros. Hay muchas playas más al norte pero para llegar hay que pagar por un traslado  o caminar y caminar. Conocimos la primera parte de Abel Tasman, y para volver tuvimos que hacer un trekking por los morros de cuatro horas. Si llegás bien al norte podés pasarte varios días caminando para volver a Marahau, el punto de partida. Llegamos liquidados, y teníamos que hacer al menos cuatro horas hacia el sur, ya que al menos ocho horas nos separaban de Christchurch, donde debíamos devolver la casa rodante al día siguiente, antes de las cuatro.

Día 21(23 de marzo): Nelson

Nelson es una ciudad turística cuyo principal atractivo es su cercanía a Abel Tasman. En temporada alta está llena de turistas, pero cuando llegamos nosotros no había mucha gente. Queda en el centro de Nueva Zelanda, al norte de la isla sur.
Llegamos pasado el mediodía y estacionamos cerca de un club deportivo. Salimos a caminar y enseguida encontramos la biblioteca, donde nos quedamos unas buenas horas aprovechando internet gratis.
Luego, entramos al club deportivo y nadamos un rato en la piscina y nos recuperamos en el jacuzzi. A todo eso, ya eran las seis de la tarde, y fuimos a conocer la ciudad, ahora con ánimo de noche, que en estos lares arranca muy temprano.
Nada había para hacer, por lo que me quedé en un bar que estaban armando un campeonato de poker y me inscribí por diez dólares, mientras los gurises seguían dando vueltas. A eso de las once, había desbancado a todos los jugadores, sumaba una pulsera a mis laureles, y me había hecho con la suma de cincuenta dólares neocelandeses. Saludos especiales a Mario y a Guille.

martes, 22 de marzo de 2011

Día 20(22 de marzo): Trekking en Punakaiki

Salimos de Hokitikka, y la idea era pasar un día tranquilo en algún camping de Greymouth, haciendo carne a las brasas y recuperando un poco la condición de humanos, luego de varios días sin ducha. Cuando llegamos no nos gustó la ciudad, por lo que seguimos más al norte, hacia Punakaiki. En realidad cuanto más al norte estuviéramos era mejor, ya que nuestra idea era pasar dos días en Nelson, que queda bien al norte de la isla.
Nos quedamos en un camping para motor homes en Punakaiki bastante aceptable e hicimos un trekking por un río cubierto de vegetación. Nacho se bañó en el agua congelada; entre todos concluímos que este muchacho no es normal, algo que yo ya sabía pero los demás debían corroborarlo.
Por la noche, buscamos un lugar con resguardo y cocinamos cerdo, cordero y vaca a las brasas, bajo las estrellas, en un "asado" que ya quedó consagrado entre los de antología. Para siempre.

lunes, 21 de marzo de 2011

Día 19(21 de marzo): Paseando por los glaciares

Estoy durmiendo plácidamente, y a Juanchi le suena el despertador. Medio dormido, veo que pasa por arriba mío, y dice: voy a arrancar así llegamos más rápido, sigan durmiendo.
Creo eran sólo las siete y media de la mañana, y la casa rodante ya rodaba tambaleándose por la ruta. El día anterior, no habíamos lavado los platos, y la ruta tenía muchas curvas. Intentaba dormir, pero el ruido de los vasos golpeándose entre sí, las ollas saltando, las mochilas viajando de un lado a otro en cada curva, no ayudaban mucho. Matías e Ignacio dormían al fondo, pero claro, a ellos ni un tsunami los despertaría. Entonces era yo y mi insomnio sobre ruedas, y la casa rodante bamboleándose como si fuera una matraca. Ya imaginaba, los calzones volando, las botellas abriéndose solas, el microondas prendido al mango. Para un poco Juanchi, que se nos viene todo abajo, le digo. Juanchi no responde. Cuando ya me agarraba la cabeza y pensaba que tenía que bajar a ordenar un poco (era difícil sólo imaginar salir de la cama del techo con todo dando vuelta abajo) siento el ruido del desastre. Las ollas volaron a la mierda y todo lo que había dentro de ellas quedó esparcido por la camioneta. Nacho y Matías, durmiendo. Juanchi, conduciendo como un poseso para  llegar antes. Yo, ya había salido de la cama e intentaba no caerme y asirme de algo seguro, pero era difícil entre tanta curva, y tanta porquería. Cuando intentaba pensar cómo limpiar el aceite, el agua y la salsa que había caído en el piso, moviendo las valijas y las mochilas de un lado a otro para evitar un desastre peor, nuestra casa rodante se queda quieta, pero inclinada… peligrosamente inclinada. Veo que Juanchi se baja del vehículo por lo que hago lo mismo. La caravana tenía dos ruedas enterradas en el pedregullo del costado de la ruta, y las otras en el aire. Juanchi se había pasado y había querido ir unos metros marcha atrás para rehacer el camino pero le erró al asfalto. La situación no podía ser peor, la caravana en dos ruedas no se movía, y adentro todo hecho un quilombo. Y Nacho y Mati durmiendo. No sabíamos qué hacer y ya estaba por enloquecer, pero en la vida hay veces que tenemos suerte. Ni tres minutos habían pasado, y el segundo vehículo que pasa (vale aclarar que en esa ruta deben pasar cinco autos por día, y que toman la ruta por error) era un jeep enviado por nuestro ángel de la guardia, que tenía una cuerda con las que nos sacó del problema. Limpiamos todo, y dijimos que nunca más dábamos marcha atrás. Y que después de comer, limpiábamos los platos. Por ahora no lo hemos cumplido, pero al menos ubicamos las cosas de tal manera que no haya huracanes dentro.
En el día visitamos el glaciar Fox y el glaciar Franz Josef. Nada del otro mundo. Bueno, en realidad sí, del otro lado del mundo. Dormimos en Hokitika, ciudad fantasma.

Día 18(20 de marzo): Milford Sound y paseo nocturno en el lago

Hicimos casi trescientos kilómetros desde Queenstown para llegar al sur de la isla, donde está Milford Sound, el lugar donde fue filmada gran parte de la trilogía de “El señor de los anillos”. Una vez allí, almorzamos en la mesa y en las sillas de camping que vienen en la casa rodante. El menú fue panchos a la sartén con arroz y porotos. Quizá parezca un pobre menú, pero comer en el parking con la vista a las montañas a nuestro alrededor lo convirtió en un gran almuerzo.
Luego hicimos un crucero por el lago. En la hora y media que duró el recorrido nunca dejamos de ver grandes montañas cubiertas de vegetación y cascadas que caían desde el cielo, algunas de gran caudal, otras más pequeñas. Nos fuimos internando en el lago hasta que llegamos al océano. Luego dimos media vuelta y volvimos. A mitad de camino, mientras el capitán hablaba en un inglés inteligible, apagó el motor y dejó que el barco se deslizara hasta debajo de una cascada. No pudimos evitar mojarnos, pero como no había nubes, el sol calentaba bastante. También vimos delfines, que siguieron por un tramo a nuestro barco. Un gran paseo, que nos costó sesenta y tres dólares neocelandeses. Un dólar neocelandés equivale a setenta y cinco centavos de dólar americano.
Luego volvimos a Queenstown, otras cuatro horas en la casa rodante. Debo aclarar aquí, que la casa rodante no va a más de cien kilómetros por hora. En parte esto es una suerte, ya que si fuera más rápida, todo lo que tendríamos dentro daría vueltas como dentro de un lavarropas.
Llegamos ya de noche, y con Mati y Nacho salimos a dar una vuelta por la ciudad, ya que era la última vez que estaríamos allí. Al otro día temprano, saldríamos para el norte, visitando los glaciares.
La experiencia que vivimos en esa noche fue única; por primera vez hace testimonio en mi blog Ignacio Astor.
Luego de recorrer varios boliches llegamos al puerto, donde un grupo de personas tiraban cartas de un mazo de poker a un limón situado en un trípode intentando tirarlo. Otros dos, a pocos metros, tocaban en la guitarra “Starway to Heaven”, de Led Zepellin. Nos quedamos escuchando esta canción, muy bien interpretada, cuando:

Nacho: “Vimos una embarcación un tanto singular con unas cuatro a cinco personas, en estado de alcoholismo, en la parte de baja de la misma, y otras dos personas en estado de sueño en la parte alta, sobre unos colchones. Cuando se acercan al muelle, les pido a mis compinches que me saquen una foto, y me subo al barco, previa invitación de su capitán, el señor Tarik, Tarío o Targot. Algo así. Cuando había dado el segundo paso en la embarcación, mis compañeros chacales, ya estaban a punto de abordar la misma. Presentación de por medio, nos invitaron a tomar unas birras, y entre charla y charla, el barco ya había partido, impulsado por un motor Yamaha 250 y comandado por la sub-captina Camila, que no estaba tan mal… en cuanto al pedo se refiere”

Chelo: Descripción de la embarcación: Sobre unos tanques de plástico un piso de madera. En el medio un fogón de hierro, y en los cuatro costados sillones de living. Sobre cuatro caños, se levantaba el segundo piso, donde había varios colchones. Varios tanques con numerosas botellas de bebidas alcohólicas, y en una esquina bajo el segundo piso, un equipo de música, conectado a una batería que funcionaba a pesar de ser embestida continuamente por agua del lago. En las otras esquinas potentes parlantes. El gordo, el capitán, descalzo y vestido de bermudas verdes y remera roja era parte de la embarcación, con sus gritos ebrios y sus indicaciones a la segunda al mando, y sus búsquedas constantes de luz, herramientas y su bebida, que dejaba por cualquier lado.

Nacho: “En el medio del lago, se divisaba una torre con una luz verde, que según contaban los locales del barco, estaba para indicar una pequeña isla de piedras, debajo de la superficie. La sub-capitana me empezó a agitar para que me suba por las escaleras hasta la luz que quedaba a unos diez metros del agua. You have to climb it, me decía. No no, thank you very much, le contestaba. Una vez que llegamos a la base de la estructura, nuestro personaje principal de la historia, el capitán Tarik, se mandó sin mediar palabra, cual luciérnaga, hacia la luz verde, mientras repetía sonidos guturales inentendibles (ver video). Cuando hubo escalado casi toda la escalera, no tuvo mejor idea que utilizar el gran lago de Queenstown como inodoro, haciendo de sus necesidades las únicas precipitaciones, en la clara noche de luna llena.”

Chelo: Me tocó hacer de cuerda humana, sujetando la escalera para que la embarcación no siguiera su curso, mientras el capitán del navío realizaba sus evacuaciones. Pasé un gran susto, ya que parecía que no me daban las fuerzas, pero al final pude sostenerla el tiempo suficiente para que el capitán volviera. Seguimos camino, sentados como en el living de nuestra casa, contemplando las montañas que parecían la sombra de un gigante. Por si fuera poco, a todo volumen sonaban The Doors. Finalmente, desembarcamos del otro lado de las montañas, y debimos descalzarnos y pisar el agua helada para llegar a la orilla. Tremendo paseo, por lo hermoso y lo inesperado. Nunca pensamos fuéramos a navegar por este lago, y menos a bordo de un living acuático con estufa y equipo de música.

sábado, 19 de marzo de 2011

Día 17(19 de marzo): Queenstown

Queenstown es una ciudad ubicada en el centro de la isla sur de Nueva Zelanda. Cuenta con una población de mil doscientos habitantes, pero recibe alrededor de un millón de turistas al año. Es una de las ciudades preferidas por los amantes de los deportes extremos, por su variada oferta; entre las diferentes opciones para los aficionados a las emociones fuertes está el bungee jumping, rafting y la caída libre desde un helicóptero. Para los no tan adictos a la adrenalina, también hay opciones muy variadas. Podés subirte a un crucero o a un jet boat y pasear por el lago, embarcarse a pescar el salmón o alquilar bicicletas.
Toda esta oferta tiene una contra muy importante, ya que no está pensada para cualquier bolsillo. Para que se hagan una idea, saltar en el bungeejumping sale más de usd 150,00, salir a pescar alrededor de usd 100,00 y así podría seguir. 

El día comenzó radiante, el sol, que iluminaba las montañas y el lago, montaba un espectáculo difícil de igualar. Habíamos dormido en la casa rodante, que dejamos estacionada en la rambla del lago, a pocas cuadras del centro de la pequeña ciudad. Habíamos llegado en la noche, por lo que despertarse y ver por primera vez ese paisaje maravilloso no tuvo comparación con nada que haya visto antes. Fui el primero que se despertó, por lo que fui a buscar el desayuno al centro. El día anterior no habíamos podido hacer el surtido que teníamos pensado, por lo que no teníamos nada, ni en la alacena, ni en la heladera. Caminé por la rambla, por el puerto, por la feria, maravillado por la hermosa pequeña ciudad. El aire era límpido y estaba muy fresco, pero ante la carencia de nubes el sol prestaba su abrigo, por lo que era muy agradable caminar por la ciudad.
Luego de desayunar, salimos todos a caminar; nuestra idea era optar por alguna de las actividades tan famosas en Queenstown, pero por una que no nos vaciara tanto el bolsillo. Tuvimos suerte, ya que nos encontramos con un grupo de chicas del grupo de viaje y nos recomendaron que vayamos al Skyline, a tirarnos en la pista de autitos que costaba alrededor de usd 30.00. Pues fue lo que hicimos.


Luego de subir una montaña en aero-sillas, llegas a un restaurante que publicitan como el restaurante con la mejor vista del mundo. Caminas alrededor del restaurante y subes otro trecho más en aerosillas. Mientras, contemplas el majestuoso paisaje de las montañas y el lago y las casitas del pueblo. Una vez arriba comienza la pista. La pista va camino abajo de la montaña, con curvas, lomas, túneles. Quienes adoraban en su infancia tirarse en cartones en las canteras del Parque Rodó, creo que llorarían de emoción al ver esta pista. Es que estos autitos, son como los cartones, pero de plástico y con un volante que te ofrece la posibilidad de frenar si tiras de él hacia ti. En esta pista, jugamos una carrera alocada, saltando lomadas, pasando por túneles, sorteando curvas peligrosas. Y ahí abajo y a tu costado tras las barras de la pista, está el precipicio, más amenazador que nunca.

Por la noche nos quedamos en un camping de motorhomes, ya que necesitábamos cargar la batería de las computadores, las cámaras de fotos, llenar el tanque de agua y bañarnos.

Día 16: (18 de marzo): Viaje en MotorHome

La mejor manera de viajar por Nueva Zelanda es en MotorHome. Son casas rodantes con cocina, heladera, microondas, grill, camas, baño y ducha. Todo lo que necesitas en tu casa lo tienes en tu vehículo en  pequeña escala, pero tienes que tener cuidado ya que te quedas fácilmente sin batería, o sin agua o sin gas.


Peter Jackson, el director de “El señor de los anillos”, que fue filmada aquí, decía que Nueva Zelanda no era tanto un pequeño país como una gran villa. Esa es, exactamente, la impresión que uno tiene luego de haber conducido a través de sus rutas, entre sus montañas, lagos, y visitado varias poblaciones en estos primeros días.


El itinerario del primer día, nos llevó por el Lago Tekappe, el monte Cook y pasamos la noche en Queenstown.

Luego amplío, es difícil conectarse a internet, y sale caro, aunque no lo puedan creer. Ahora estamos en un camping donde cargamos la batería de la motorhome, y tuve que subir un trecho de montaña para poder conseguir wi-fi. Además, se nos queda sin batería la compu y no podemos cargarla ya que necesitamos tener conectada la motor home.

Saludos a todas las personas que me quieren! Estamos aprovechando al máximo esta posibilidad única que tenemos. Gracias.-

Día 15:(17 de marzo): Christchurch





Los uruguayos sabemos cómo festejar. Para superar el bajón que producía estar en esta ciudad, sólo había una solución. En el hostel donde estábamos, había un patio con una barbacoa, y una gran mesa con bancos. En ese momento éramos dos subgrupos, el mío, y el del Ciervo, Cache, Pelu, Groso y Josefina. Compramos un montón de carne de cerdo que estaba baratísima e hicimos una gran fiesta.
Colgamos la querida bandera uruguaya de unas ventanas, bajamos las computadoras y parlantes, y prendimos el gas. Se sumó gente de Alemania e Inglaterra.
Fue fiesta toda la noche. Los uruguayos éramos locales, otra vez.

jueves, 17 de marzo de 2011

Día 15 (17 de marzo): Christchurch


Los fantasmas del terremoto están vivos en Christchurch. A lo largo de sus calles, sus parques y su gente, es que uno vive el desastre como si hubiera ocurrido ayer. Es que las casas derrumbadas, la guardia militar del centro de la ciudad, las vallas que prohíben la entrada a gran parte del centro, los enrejados, las fisuras en las calles, los carteles de advertencia, las pintadas clasificando cada construcción, hacen que uno pueda vislumbrar algo de lo que sucedió aquél día fatídico. Pero es el silencio abrumador, el duelo que los habitantes viven a flor de piel, lo que a uno lo termina de transportar al día de la tragedia y sienta en el alma el dolor de la terrible catástrofe.

Cuando nos levantamos le preguntamos a algunos de los residentes del hostel que podíamos hacer. La respuesta fue contundente. Nada, nos dijeron todos y cada uno de los encuestados. A pesar de ello salimos a caminar, y en seguida me di cuenta de lo cierto de la respuesta. Aquí nada se puede hacer, más que esperar y encontrarse en esta sensación de pérdida, tragedia y angustia. Todo está cerrado, deshabitado y muerto.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Día 13 y 14 (15 y 16 de marzo): El túnel del tiempo

Volar desde Hawaii a Christchurch es toda una odisea. Luego de diez horas y media de vuelo, llegamos a Sydney, donde debimos esperar cinco horas para conectar a Christchurch en un vuelo de tres horas. Un montón de tiempo.
Cuando partimos de Hawaii teníamos una diferencia horaria de siete horas menos con Montevideo (eran ocho hasta el cambio de horario). Ahora en Christchurch, tenemos una diferencia horaria de dieciséis horas más. Por alguna razón que aún no alcanzo a comprender, esto me genera una rara sensación similar a la melancolía. La tierra gira indiferente a nuestros relojes, se ríe de nuestro engaño, de nuestra obsecuente patología de intentar almacenar y estandarizar lo que es efímero y relativo.
El primer vuelo fue bastante cómodo, los asientos se reclinaban lo suficiente para poder descansar la espalda y estirar las piernas. A pesar de ser un vuelo largo, no se hizo tan pesado, teníamos desayuno y almuerzo.
En el aeropuerto de Sydney, tuvimos que hacer un trámite para que mi valija y la mochila de Nacho, siguieran rumbo a Nueva Zelanda, porque se habían equivocado en Hawaii, y no tenían previsto la conexión. Luego de sdolucionar el problema, jugamos un truco en la sala de espera, mientras esperábamos que llegara el avión, que se terminó demorando una hora más de lo previsto.
El problema grande surgió una vez que llegamos a Nueva Zelanda y quisimos salir del aeropuerto. A ocho de los nueve, nos hicieron sacar todo de las valijas, nos hicieron muchísimas preguntas sobre lo que estábamos haciendo en Christchurch, confirmaron la lista de vuelos que tenemos programados, buscaron si teníamos drogas y armas. Todo esto nos llevó alrededor de dos horas más. Nuestro humor no era el mejor, después de la seguidilla de vuelos, esperas en los aeropuertos y como frutilla de la torta este operativo de seguridad. Finalmente, nos dejaron entrar a este país. Mientras íbamos en el Shuttle hacia nuestro próximo hostel, me llamó poderosamente la atención el poco movimiento, el silencio absoluto que reinaba por sobre todas las cosas. Pensé que se debía a que era tarde en la noche, más de las cuatro en hora local. Sin embargo, al otro día me daría cuenta que estaba equivocado, que en esta ciudad sumida en la desgracia, el silencio no sólo era el dios de la noche.

Día 12(14 de marzo): Vuelta a Waikiki

Nos levantamos temprano, aprontamos las cosas, devolvimos las tablas de morey y las patas de rana que nunca usamos, y partimos de vuelta a Waikiki Beach. Hicimos casi el mismo camino que a la ida, por lo que nuevamente pudimos contemplar las hermosas playas y los grandes morros tupidos de vegetación.
Habíamos reservado sólo por esta noche, en el Polynesian Hostel, alojamiento que quedaba a media cuadra que el anterior, donde se estaba quedando el otro grupo de uruguayos en el momento de la evacuación.
Me quedé con las valijas y mochilas en el salón comunal,  ya que era muy temprano para hacer el check in. Los chiquilines partieron a devolver la camioneta; luego de eso tomarían un ómnibus e irían a Pearl Harborl, esa visita a mi no me interesaba y prefería tomarme el día para pensar y estar tranquilo.
A primera hora de la tarde, cuando estaba en la habitación leyendo un poco, apareció un tejano que iba a ser nuestro compañero de cuarto por esa noche. Me contó que estaba en el ejército y que había pasado los últimos nueve meses en Afganistán. Su tarea principal era manejar un tanque de guerra. Tenía veintiún años, y se había tomado unas pequeñas vacaciones en Hawai, antes de volver al cuerpo. Como los chiquilines aún no habían regresado, bajé con el militar a tomar unas birras a la playa de Waikiki. Me sentía local, mostrándole al recién llegado los atractivos principales de las inmediaciones.
Más tarde conocimos a otro gringo, que había estado en Uruguay hace poco tiempo y había quedado embelesado con Cabo Polonio y Punta del Diablo. Incluso me mostró las fotos que había sacado en Punta de Diablo; que sorpresa la mía cuando en una de ellas pude ver el rancho en el que me había alojado en el mes de Febrero.
A la noche, luego de comer salimos a las calles de Waikiki, se sumaron un grupo de chicas del grupo de viaje que se estaban alojando en el mismo hostel, y estos dos personajes que había conocido en la tarde.
A las cinco de la mañana nos pasaba a buscar el Shuttle que nos llevaría al aeropuerto, ya que volábamos hacia Christchurch a las ocho. Antes de volver al hostel, a las cuatro de la mañana, me di mi último baño en las playas de Hawaii; no lo pensé entonces, pero quizá ésta haya sido mi manera de decirle adiós a este lugar paradisíaco.

lunes, 14 de marzo de 2011

Día 11(13 de marzo): North Shore

Por la mañana disfrutamos de la "playa privada", nos bañamos, tomamos mate y conversamos un buen rato. Luego, fuimos a hacer snorkell cerca de Shark´s Cove, a metros de nuestro alojamiento. Nunca imaginé fuera tan divertido nadar entre rocas y peces, fue una muy linda experiencia. Ya estábamos desquitando parte del alojamiento ya que por lo general te alquilan estas cosas.
En la tarde fuimos a visitar otra playas, pero al final volvimos a la nuestra ya que no tenía nada que envidiarle a las demás.
Al caer la noche, nos pusimos a escuchar música tirados en las camas, y nos dormimos sin cenar, todos estábamos cansados, y a la mañana había que partir temprano para Waikiki a dejar la camioneta.

Día 10(12 de marzo): North Shore

Luego de hacer el check out en el Hokondo Waikiki Beachside Hostel, Mati y Nacho fueron hasta las cercanías del aeropuerto, donde teníamos pensado alquilar el auto, ya que era el lugar más barato que habíamos conseguido. Con Juanchi nos quedamos esperando con las valijas a que nos pasaran a buscar.
Aparecieron con una camioneta Jeep espectacular, la cual  iba a ser nuestro medio de transporte por los próximos dos días, en nuestra aventura hacia North Shore.
Waikiki es el lugar más turístico de Hawai, los hoteles abundan y el turismo es la fuente de ingresos de la mayoría de los lugareños. Mucha gente en la playa, en la calles, servicios y propuestas gastronómicas, excursiones, todo lo que uno quiera lo tiene al alcance de la mano. Nosotros somos más bohemios, y North Shore, según habíamos averiguado, era el lugar que tenía las mejores playas, era más tranquilo, y no era tan turístico.
Para llegar a North Shore debíamos tomar la ruta que recorre la isla de Ohau por la costa desde el sur hasta el norte. Por el camino íbamos parando en diferentes puntos, cuando queríamos.
El primer lugar donde nos detuvimos, nos llamó la atención por la cantidad de autos que estaban estacionados al costado de la ruta, pensamos que estaban allí por la vista a los morros y al hermoso mar de aguas azules transparente. Cuando nos bajamos de la camioneta nos dimos cuenta de que era un poco más que eso.


Desde la ruta hasta el mar, formando pequeñas elevaciones, la lava que se había deslizado desde el volcán hacía mucho tiempo, se había solidificado. Era increíble caminar por esa lava rocosa, que en un tiempo remoto había brotado enfurecida de las entrañas de la tierra, extendiendo hacia al mar sus ardientes garras. El paisaje se hacía más impactante con los morros llenos de vegetación alineados a ambos costados, y el mar que en su mayor plenitud y belleza golpeaba con rabia sobre las rocas. Piscinas naturales, una tortuga gigante, cangrejos, en fin nuestra primer parada era muy promisoria.
Seguimos nuestro camino por la ruta, bordeando el mar y avistando hermosas playas en cada vuelta del camino. Los morros a nuestra izquierda, siempre cubiertos de nubes, y el sol sobre nosotros, y a nuestra derecha el océano en su magnitud.
Nuestra segunda parada fue Makappu Beach, una playa entre los morros, con una vista genial sobre dos pequeñas islas, la cual luego nos enteraríamos, era famosa por el bodysurfing, más conocido por nosotros como morey. Las olas se formaban perfectas a metros de la costa, con una fuerza que uno se sentía una hoja a merced de un temporal. Había que esperar que rompiera una para meterse, y luego para salir esperar que se acabara la tanda de grandes olas.
La última parada fue la playa de Lanikai, una playa que había salido la mejor playa de USA en el año 2004. Es una playa muy tranquila y muy bonita, con aguas transparentes.

Cuando quisimos acordar estaba anocheciendo, y la idea de pasar la noche en nuestra camioneta no era muy tentadora, si bien ésta era amplia y confortable.
Seguimos el camino y nos detuvimos en Sunset Beach a preguntar por alojamientos. Nos dieron varias opciones. Toda la oferta, que no era mucha, estaba al costado de la ruta por la que íbamos, sólo había que estar atento, ya que esta parte de la isla se distinguía por la carencia de señales o indicaciones.
Finalmente, conseguimos un cuarto con cocina y baño en una casa bien sobre la playa, cuya vista al mar y las rocas hacía valer cada centavo de los usd 138,00 que pagamos por la noche entre los cuatro. Además teníamos snorkell, tablas de morey y patas de rana gratis.
Hicimos un surtido en Foodland, el super más cercano. Todos los precios estaban rebajados para los poseedores de Makai Card, pero se nos ocurrió preguntar si podíamos hacernos una. La mujer de la caja nos dijo que sólo necesitábamos un teléfono de diez cifras. Le tiré cualquier número y ya teníamos la Makai Card y todos los descuentos, que a nosotros nos representó un ahorro de veinte dólares en una compra de sesenta y seis.
Luego, fuimos a conocer el centro, pero nos dimos cuenta que North Shore carece del mismo, por lo que volvimos rápidamente a nuestra habitación.
Hicimos un arroz con porotos, y dormimos acunados por el golpe de las olas sobre las rocas a pocos metros de nosotros.
Estábamos en Ohau, en las islas perdidas de Hawaii, en una casa a orillas del océano.

Día 9(11 de marzo): Waikiki Beach

En la mañana, después de llevar las valijas y las mochilas a nuestro hostel, me quedé un buen rato redactando la evacuación por el tsunami que habíamos vivido la noche anterior. Estaba en el salón comunal, y la televisión estaba prendida en el canal de noticias CNN.
Luego del mediodía, salimos con Mati a comer y a hacer playa, mientras que los demás se fueron al volcán Diamon Head, un volcán inactivo desde el cual hay una vista fenomenal de todo Waikiki. Había que subir el volcán a pie, y como no había dormido mucho preferí quedarme y descansar un poco.
Encontramos un lugar donde vendían algo muy parecido a nuestro asado, con arroz, choclo, macarrones y ensalada, y no dudamos un segundo en entrarle.
Luego paseamos por la avenida y nos llamó la atención una fila que había frente a un local comercial. Nos acercamos y pudimos averiguar que se trataba de la tienda de Apple, y la cola a se debía a que ese día a las cinco de la tarde, salía al mercadeo el IPAD 2. Había gente con sillas, manteles, mochilas, lo que hacía pensar que estaban hace un muy buen rato esperando. Por supuesto, todos andaban o con computadoras, Iphone, auriculares, y claro con el IPAD 1. Filmamos un video muy jugoso en donde le preguntamos a la gente que hacían allí, que era el IPAD 2, y a los que estaban más lejos les decíamos que ya no quedaban más.



Luego playita, con siesta incluída, y volver al Hostel. Salí un rato de noche pero me volví enseguida porque estaba muy cansado, las piernas ya sentían el trajín y la noche anterior había sido complicada.
Fue un día de descanso, muy tranquilo pero necesario.

viernes, 11 de marzo de 2011

Día 8(10 de marzo): Evacuación en Hawaii

LLegamos a Hawaii y nos pasamos el día recorriendo la playa y la rambla. Agua caliente y salada, transparente, un clima muy cálido. Muchos surfistas. Por la tarde artistas callejeros, mucho para ver.



Paso a contar como vivimos la amenaza de tsunami en Waikiki Beach, en la isla de Ohau en Hawaii.

Nos estamos quedando en el Hokondo Waikiki Beachside Hostel, a una cuadra de la playa de Waikiki. Las habitaciones son de ocho personas, y nosotros (Nacho, Juanchi, Mati y yo) la estábamos compartiendo con uno tipo de Nuevo México, dos brasileros y una brasilera. La brasilera está trabajando aquí en Hawaii, y se embarca temprano. Mientras charlábamos, luego de bañarnos, descansando un poco antes de salir caminar por la avenida e ir a algún boliche, a la brasilera la llamaron por teléfono. Eran alrededor de las ocho y media hora de aquí. En seguida que corta la llamada, nos cuenta que hubo un terremoto en Japón, y que esperaban que venga un Tsunami para aquí. Lo tomamos con calma, si bien la había llamado su jefe, aún no había nada oficial. Con Juanchi bajamos al salón comunal a meternos en Internet para averiguar de qué iba la cosa. Luego de googlear confirmamos que en efecto había una amenaza de tsunami, cuya intensidad era imposible de determinar. En lo personal no me alarmé demasiado, entiendo que por lo general sobredimensionan este tipo de advertencias. Sin embargo había que estar atento.
El hostel tiene un salón comunal, donde hay varias mesas con sillas, dos teles gigantes, un expendedor de bebidas, otro de snacks y golosinas,una pequeña cascada artificial y una barbacoa. Se encuentra en la planta baja, a metros de el acceso principal. Las habitaciones consisten en dos bloques de pequeños apartamentos, enfrentados a través de un pasillo abierto. Cuando estábamos en el salón comunal, conversando que hacer luego de haber obtenido información en la red, hace acto de presencia el encargado del hostel y comienza a decirnos a todos los allí presentes que tenía que comunicarnos algo. Luego va hasta el pasillo y llama a gritos a las demás personas que estaban el el hostel en sus habitaciones. Al rato estábamos todos reunidos en el salón comunal. Allí nos comunica lo que ya sabíamos, y nos dice que empaquemos las cosas porque seguramente en media hora tendríamos que evacuar a una parte alta. Algunos realizan preguntas, pero el estado general es tranquilo. El golpe del Tsunami se esperaba alrededor de las tres de la mañana y en ese momento recién eran las nueve y media. Había mucho tiempo para ponerse a salvo.
Subimos a nuestras habitaciones y guardamos nuestras pertenencias en las valijas y mochilas. Estábamos en el cuarto piso, por lo que también charlamos entre nosotros la posibilidad de quedarnos allí, ya que el tsunami nunca iba a afectar un piso tan alto. Decidimos esperar la nueva comunicación del encargado del hostel.
Alrededor de media hora después, sale al pasillo. Lo veíamos desde arriba, desde el balcón que conecta todos los apartamentos del piso. Nos comunica que en efecto había que evacuar (aunque no era obligatorio hacerlo ya), que el hostel iba a cerrar por la noche, que no había que alarmarse, que teníamos mucho tiempo por delante y nos da una dirección de una escuela que quedaba aproximadamente a un kilómetro lejos de la playa.
Comenzamos a bajar nuestro equipaje, y nos detuvimos en la puerta del hostel. A media cuadra, en otro hostel, se encontraban cinco integrantes más de nuestro grupo de viaje, por lo que nos unimos a ellos para decidir que hacer.
Mientras tanto, sonaban las sirenas de alarma de tsunami regularmente. Contrastaba la tranquilidad y la parsimonia de la mayoría de los presentes con esas alarmas que a nosotros eran lo que más nos ponía nerviosos. Los locales comerciales cercanos a la playa comenzaban a cerrar, pero nadie parecía ir apurado, gente riendo, conversando animadamente. Quienes estábamos más tranquilos intentábamos tranquilizar a quienes estaban más nerviosos.
Alrededor de las once, y sin la orden de evacuación inmediata recibida, decidimos comenzar a caminar montaña arriba, en busca del centro de acogida que aparentemente quedaba a pocas cuadras. Intentamos seguir las instrucciones recibidas, y había unos pocos grupos de personas que caminaban a pocos metros de nosotros. Paramos en una estación de servicio, para comprar agua y víveres para pasar mejor la noche. Autos de policía con sirenas prendidas pasaban junto a nosotros.
En la estación de servicio conseguimos que un yankee nos arrimara en su camioneta medio kilómetro montañana arriba y nos dejar en un supermercado SafetyWay. Ya estábamos más seguros al estar bastante lejos de la costa. Entramos al supermercado a comprar los víveres que no habíamos podido comprar en la estación de servicio, ya que una vez que arreglamos el pick up, fuimos corriendo a buscar a quienes estaban en la cola esperando pagar los alimentos, para no hacer esperar al yankee y también para aprovechar la oportunidad de una rápida evacuación.
Luego de hacer las compras, seguimos caminando un poco más, ya que nos decían que había una universidad cerca donde posiblemente estuvieran recibiendo gente evacuada. Pero por más que caminamos bastante e intentamos seguir las instrucciones tampoco pudimos encontrarla.
Finalmente, luego de cruzar un puente, dimos con un centro de rescate de animales perdidos. El hombre de la recepción hizo todo lo posible por ayudarnos, realizó varias llamadas y nos comunicó que no había ningún lugar cercano donde estuvieran recibiendo evacuados. Lo estábamos esperando en el frente de la oficina, la mayoría acostados en el suelo, con la cabeza apoyada en mochilas, descansando las piernas. Otros, sentados en los bancos. Ya nos habíamos instalado, habíamos llegado a nuestro centro de acogida. Nos indicó que era mejor que nos acomodáramos en el recodo del centro de rescate, que íbamos a estar más cómodos. Una vez allí, le pedimos nos mantenga actualizados sobre la situación del tsunami.


Ya era alrededor de la una de la mañana, y lo que sabíamos era que a las tres de la mañana se esperaba el golpe. Comenzaba a lloviznar, y la noche se ponía cada vez más fresca. Algunos tenían abrigos adecuados pero otros no. Quienes estaban más cansados, se durmieron enseguida, otros se quedaron charlando y otros sólo meditando. Ya nos habíamos comunicado con nuestras familias, para que sepan que estábamos seguros, y que cuando escucharan que había un tsunami pronosticado en Hawaii no entraran en pánico.
Cada tanto alguno se dirigía hacia la oficina a preguntar sobre las novedades. El hombre tuvo una disposición increíble, nos ofreció café, chocolates, nos permitió usar el baño, nos tuvo siempre al tanto, y cuando se acercaba la hora, a las tres de la mañana, nos acercamos a la oficina, dejó la puerta abierta y subió la radio para tener las noticias.
Quienes fuimos hasta ahí nos fuimos dando cuenta de que nada dramático iba a pasar, los conductores del programa de radio tomaban todo a la ligera e incluso hacían chistes sobre el tema. El tsunami iba golpear primero la costa norte y luego pasaría por la costa sur donde estábamos nosotros. Pero cuando golpeara la costa norte, la ola iba a tener sólo seis pies, por lo que cuando pasara a la sur lo iba a hacer todavía con menos intensidad; iba a ser un pequeña ola, una subida de la marea un poco más grande de lo normal.
Alrededor de las cuatro el hombre nos dio un mensaje del gobierno sobre el tsunami en el que decía que éste había sido pequeño en Ohau pero que nos se debía ir aún a las zonas costeras. Era sabido que el tsunami apenas había hecho subir un poco la marea, no había llegado a la calle.
Esperamos un poco y a las cinco, decidimos pedir unos taxis para que nos arrimaran lo más cerca posible del hostel, para poder descansar en una cama. El hostel donde estábamos nosotros estaba cerrado pero sabíamos que el del otro grupo estaba abierto. Por lo que terminamos durmiendo de a dos en la cama de otro hostel, con el otro grupo.
Hoy en la mañana todo estaba normal, en la playa no había ni rastros del tsunami, y ya había gente surfeando y tomando sol.

Día 7(9 de marzo): San Francisco

El día 9 de marzo fuimos a El Embarcadero, donde entramos al acuario y al museo de cera. El acuario no lo recomiendo, es un espejito de color. El museo de cera es más interesante.
Luego fuimos a Castro, el barrio gay, las calles estaban llenas de banderas con los colores del arco iris, la bandera que representa a la comunidad gay, y por supuesto muchísimos homosexuales. No le encontré mayor atractivo al barrio.
Y de a poco nos dimos cuenta, que ya estábamos cumplidos en San Francisco, que mañana nos iríamos a Hawai sabiendo que aprovechamos al máximo el tiempo en este destino.
Luego de eso me fui a dormir una siesta al hostel, se está haciendo sentir esto de caminar como loco todos los días, ya me duelen las piernas, por lo que hay que ir recargando la batería en todos los momentos en que se pueda.
De noche en el Hostel, había queso y vino gratis, así que no gastamos en cena. Luego salimos a dar nuestra última vuelta por los boliches de San Francisco, pero no había nadie en ningún lado. Igual ya veníamos de una buena fiesta en la noche anterior.

Día 6(8 de marzo): San Francisco

El 8 de marzo nos levantamos a media mañana y fuimos a visitar China Town, el barrio chino de San Francisco, donde hay locales donde venden productos chinos; artesanías, estatuas, adornos en hierro, cobre, marfil. Lámparas, ajedreces, grandes figuras de animales en materiales varios. También comidas típicas; carne seca, raíces. No compramos nada porque en este viaje tan increíble que estoy haciendo también paso por China, y allí podré conseguir alguna cosilla más barata.
En un bar del barrio escuchamos un griterío importante, y cuando nos acercamos estaban viendo el partido Barcelona-Arsenal por la liga de campeones, toda la barra brava del Arsenal estaba allí. El Bar tenía al menos cinco televisores LCD, estaba colmadísimo de simpatizantes con la remera del Arsenal, todos muy efusivos. Por supuesto, entramos al Bar y nos quedamos viendo el partido hasta el final (un partidazo si los hay) apoyando al Arsenal y sumándonos al griterío general. Queríamos que clasificara el Arsenal para ver como festejaban, pero al final fue imposible dar con Messi y Barcelona se impuso clasificando a la próxima ronda.

Día 5(7 de marzo): Golden Gate

Luego de la visita a la prisión de Alcatraz, fuimos al Golden Gate, uno de los puentes más famosos del mundo. La vista del puente y de la bahía es muy bonita desde el mirador, y sacamos las clásicas fotos con el puente detrás.

Teníamos las valijas y las mochilas en la camioneta de mi primo, ya que habíamos decidido no seguir en el hostel donde nos habíamos alojado las primeras dos noches en San Francisco.
Luego buscamos un hotel donde quedarnos, pero todos estaban por encima de nuestro presupuesto, queríamos pagar no mucho más de usd 100,00 los cuatro, y en los hoteles no nos ofrecían nada por menos de usd 150,00. Finalmente, encontramos el Usa Hostel, un hostel que está bien arriba en el ranking del Hostel World. Sacamos nuestro carnet de estudiante y logramos un descuento de un dólar por noche, y al pagar en efectivo otro dólar más. Terminamos en usd 28,00 cada uno cada noche.
Nos despedimos de mi primo y Nati, les doy las gracias por querer ser también parte de este viaje sumarse en esta etapa en San Francisco, haciendo quince horas para llegar allí. Me emocioné al verlos partir, me hizo reflexionar sobre el paso del tiempo, las cosas que dejas atrás, los recuerdos. Gabi, pasamos unos días bárbaros e inolvidables, te mando un abrazo grande y nos vemos en diciembre, cuando vuelvas a Montevideo.
El nuevo hostel era mucho mejor que el anterior, teníamos un cuarto para nosotros solos, desayuno, pool, futbolito, poker, todo limpio y nuevo. La gente tenía muy buena onda. El estar en hostel te permite conocer gente de todos lados. Por poner un ejemplo jugué un poker con dos indios, dos australianos, un suizo, un israelita y una yankee. Como siempre dejando bien parado al país gané diez dólares en una hora, mientras esperaba que los chiquilines terminaran de jugar a un juego que organizó el Hostel de preguntas sobre cultura general, que daba como recompensa al ganador tres botellas de vino. También ganaron, utilizando un recurso un tanto cuestionable, aunque no estaba fuera de las reglas.

martes, 8 de marzo de 2011

Día 5(7 de marzo): Cárcel de Alcatraz

El paseo a la isla de Alcatraz está bueno. Te tomás el barco en el puerto, te llevan a la isla que queda a un kilómetro y medio, te muestran unos videos, y luego recorres las instalaciones de la cárcel equipado con unos auriculares en los que te van contando la historia de Alcatraz desde que comenzó siendo una isla fuerte que protegía la entrada a la bahía luego de la depresión americana hasta que cerraron la prisión en el año 63. Mientras, vas recorriendo las instalaciones, las celdas, el comedor, las oficinas. Quien quiera saber la historia puede leerla en Internet, es bastante interesante.

La vista desde la isla a la bahía de San Francisco es hermosa.

Las condiciones en las que vivían los reclusos, en esta prisión cuya fama es de escala mundial, y que califican como un lugar inhumano, imposible para tener una vida en las más mínimas condiciones, eran mucho mejores que las que tienen los presos en muchas cárceles de nuestro país hoy en día. Ellos tenían una gran biblioteca donde podían elegir libros, podían pintar, tenían radio, y las celdas de aislamiento en los que colocaban a los que no acataban tampoco eran tan horribles. Nuestros presos conviven de a ocho en celdas pensadas para dos personas, apenas reciben alimentos,  viven en un clima de violencia, y conociendo a la calidad de nuestra policía, son abusados y denigrados por los oficiales, quienes representan la autoridad, y para ellos son el símbolo de lo que está del otro lado. Cuando logran salir, salen peor y con más resentimiento. La delincuencia se multiplica.

Por favor, presupuesto para nuestras cárceles, que dejen de ser un lugar de tortura y que pasen a tener un fin social, de rehabilitación. No me conmoví en lo más mínimo al escuchar la historia de estos reclusos, y eso es lo que más me duele en el corazón.

Estamos anestesiados por la realidad que viven los presidiarios en nuestro país.


lunes, 7 de marzo de 2011

Día 4(6 de marzo): Yosemite Park



Si siguen el blog habrán notado que me tomé unos días para escribir sobre el Yosemite Park. El paseo fue tan espectacular que necesitaba de unos días para poder procesar la experiencia.

Nos levantamos muy temprano en la mañana, desayunamos, preparamos el mate y partimos rumbo a Yosemite. Las nubes cubrían el cielo, y durante las cuatro horas y media que nos llevó llegar al parque llovió muchas veces. La ruta trascurría entre valles, serpenteando y subiendo las montañas. La niebla dominaba el paisaje, permitiendo sólo imaginar las montañas más lejanas.

El tramo más difícil del camino fue la última montaña antes de llegar al Yosemite Park. La ruta la subía rápidamente; sin barandas, los barrancos lucían amenzadores.

Pero llegamos, a pesar de que quien iba manejando era yo.

El parque Yosemite debe ser más grande que Montevideo. Lagunas, montañas, cascadas secoyas, variada fauna hacen un lugar que debe ser muy pintoresco para visitar en verano.
Cuando preparábamos el viaje y veíamos las fotos del parque, en nuestro país, lo que imaginábamos era una hermosa laguna rodeada de grandes árboles con montañas atrás.

Lo que nunca pensamos es que en realidad, íbamos a visitar el parque en invierno. Cuando entramos al parque, y seguimos subiendo por la carretera, y vimos nieve todos estábamos sorprendidos.

Maravillados por el paisaje, continuamos la ruta, entre montañas, túneles, lagos y árboles nevados y detuvimos el auto sobre una cascada, que caía desde una altura increíble. Nos acercamos caminando, jugando con la nieve, derrapando sobre ella, subiendo a través de las rocas, algunas con hielo. Tomamos el agua que caía desde la montaña y la encontramos purísima.

Luego hicimos varios recorridos, pasamos por puentes, caminos, rocas. Estaba muy frío, pero no llovía y no había viento por lo que no nos congelamos. Una mención a la ropa del uniforme. Si bien hubo quejas, es excelente. El polar es abrigado y la campera de lluvia no deja pasar el viento. Ahora la estamos usando todo el día, no nos la queremos sacar, vamos uniformados para todos lados.

Comimos unos refuerzos de jamón al borde de una laguna con el agua cristalina, y el paisaje alrededor que nos dejaba mudos. Los cuervos, con su pelaje negro azabache, volando a nuestro alrededor nos acompañaron durante el almuerzo.

Seguimos el camino en la camioneta, pasamos por una tienda de regalos, consultamos a donde podíamos ir y terminamos en una pista de patín sobre hielo en el medio de la montaña. La primera vez en mi vida que patiné sobre hielo, lo hice en el Yosemite Park, muy lejos de mi hogar, a casi dos mil metros de altura, en una pista abierta con las montañas nevadas a mi alrededor. Nacho, se puso los patines, pero más que patinar en la pista, la pista patinó con él. Más de diez caídas en un recorrido de no más de diez metros, todo filmado con mi cámara Canon.

Salimos del parque antes de que anocheciera, cargando antes nafta en una estación de servicio sepultada en la nieve al comienzo del parque.

Y luego hicimos el camino de vuelta, otras cuatro horas y media, algunos durmiendo, otros tomando mate, intentando entender la experiencia que habíamos tenido, pero era algo que al menos a mí me llevó varios días.

El viaje a Yosemite, valió cada kilómetro recorrido, y me creó un recuerdo que guardaré por siempre en una cajita de cristal.

Día 3(5 de marzo): San Francisco

Llegar al aeropuerto de Miami para tomar el vuelo a San Francisco no fue apto para cardíacos. Producto de un accidente, cerraron todos los carriles de la autopista, el tiempo iba transurriendo y no avanzábamos ni un centímetro. Nos encontrábamos en el medio del embotellamiento, y nos faltaba más de la mitad de camino, pero nos corrimos hacia la banquina y pudimos tomar un desvío y salir más adelante, donde la autopista ya estaba libre. Tuvimos muchísima suerte.

El vuelo fue en un Boeing, igual que el vuelo de Montevideo-Miami, sólo que en ésta oportunidad no estaba lleno por lo que fue mucho más cómodo.

Llegamos 1130 al aeropuerto de San Francisco. Con Gabriel, mi primo habíamos quedado en encontrarnos a las 1230, por lo que lo tuvimos que esperar un rato. En este aeropuerto no tuvimos demoras; nos bajamos del avión, caminamos unos pasillos y retiramos las valijas y estábamos fuera del aeropuerto. En los vuelos internos es así.

Nos encontramos con el primo y Nati y salimos hacia el San Francisco Internacional Hostel. Una vez que dejamos las valijas, salimos a caminar por la ciudad, Mason Street, Market Street, hasta el Embarcadero donde se encuentra la bahía y los muelles.

Ya desde el comienzo nos deslumbró la ciudad, con su arquitectura, sus calles, su gente. Caminamos por Market Street y paseamos por El Embarcadero. En San Francisco siempre hay algo que ver, algo que te sorprende. La movida cultural es extensísima. Para dar una idea, en menos de una cuadra, vimos una banda de reggae, un tipo vestido de calavera que corría a la gente, un viejo negro tocando el violín pero si bien tenía cuerdas y tocaba con arco con cerdas sólo lo hacía chirriar y era muy pero muy gracioso. En otra un negro que se contorsionaba, tengo un video del Nacho que le da unos pesos cuando termina que está imperdible. Caminábamos deslumbrados, alucinados con la ciudad. Comimos calamares y pescados. A esa altura estábamos lejísimos del Hostel, pero con Nacho conseguimos que unas asiáticas nos arrimaran en el auto.

De noche no dio para mucho, estaba cansadísimo, por lo que acompañé un rato a los gurises y luego me acosté a dormir.

El hostel no estaba muy bueno, compartí habitación con Juanchi y  nos tocó en el cuarto donde dormían un nigeriano y un yankee que se pasaban todo el día tomando vodka y eran pesadísimos. Igual nosotros picábamos en el Hostel.

Al día siguiente teníamos todo preparado… nos levantaríamos a las siete y partiríamos al parque Yosemite, en un viaje en de 400 km.