A dos días de haber llegado a Bali, Indonesia, es muy pronto para procesar las sensaciones que estoy viviendo aquí. Para no perder el hilo de las crónicas, haré un resumen de lo que hemos hecho, y divagaré un poco sin ánimo de trasmitir con la lectura lo que uno siente con la piel. Con el paso de los días, las experiencias se van procesando en la conciencia, y uno puede redactarlas de una mejor manera.
Entonces, allí voy.
Por primera vez en el viaje, dejamos las aerolíneas de One World, y tomamos un vuelo de Air Asia, una aerolínea de Low Cost, pero de las más reconocidas e importantes aquí en Asia. Con Juanchi teníamos vuelo al mediodía, y Nacho y Mati tenían vuelo a las cuatro de la tarde. Por lo que nos levantamos temprano, preparamos nuestro equipaje y partimos al aeropuerto.
El vuelo era corto, de apenas dos horas y media, así que en un abrir y cerrar de ojos ya estábamos desembarcando en Bali. Bajamos del avión, y en lugar de pasar a un lugar cerrado como nos habíamos acostumbrado, salimos a un lugar abierto. El calor nos golpeó enseguida. Nos subimos a un ómnibus que nos llevó al edificio del aeropuerto donde haríamos los trámites para entrar al país.
Una vez que salimos del aeropuerto, fuimos a sacar dinero del cajero. Ya sabíamos que un dólar americano valía alrededor de diez mil rupias, por lo que considerando que íbamos a estar casi quince días en Indonesia, debíamos sacar dos millones y media de rupias.
En el breve camino desde que salimos del aeropuerto hasta el cajero, ya comenzaron a ofrecernos taxis, lo que se ha convertido en una constante.
Resulta muy molesto no poder caminar más de media cuadra sin que alguien te pregunte si necesitás un taxi. Incluso si vas descalzo, sin remera y conversando tranquilamente, piensan que necesitás un taxi. Taxi, taxi. Los tacheros pasan y te tocan bocina. Taxi, taxi. No quiero un taxi, no ves que estoy caminando pancho! Tengo piernas no ves? No sólo con los taxis, te ofrecen masajes cada cinco minutos. Seguramente piensan que estamos contracturados. Esta gente es tan servicial! Hay puestos que venden remeras, carteras, ropa de mujer, lentes de sol. Si venís a Bali no salgas sin lentes de sol. Es más, lleváte un par de repuesto. Sunglasses, sunglasses. Te ven venir, y se pelean entre ellos, no podés pasar por un puesto sin que se te lancen arriba. Es para gritarles, tengo ojos! Si quisiera un refresco voy y te compro, si tenés la heladera llena de botellas de cocacola. Así es todo el día, al principio le contestábamos pero nos dimos cuenta que es peor. Te persiguen.
A pesar de esto, por ahora mi impresión de la gente aquí es buena. Es un país dedicado al turismo, y se ve que en las escuelas le enseñan que es lo que más deben cuidar, que es su fuente de ingresos. Los niños te miran embobados, todos te saludan cuando pasás, te respetan mucho. Si ya sé, están para el peso. Pero en el fondo, si entablas conversación con alguien, siempre están dispuestos a ayudarte. Esto no pasaba en Singapur, que no querían saber nada de nosotros, parecía que nos tenían miedo.
Bueno, se me fue un poco a dónde iba. Hay tanto para contar, tanto para decir, que podría pasarme diez horas divagando y escribiendo.
Luego de regatear el taxi (lo bajamos de ciento cincuenta mil rupias a noventa mil) y subirnos al mismo, entramos a la ciudad. El tráfico es un caos, hay más motos que personas y las calles están congestionadas. Los camiones de carga transitan por las mismas calles que los autos, y todos buscan el huequito para pasar entre ellos. Miles y miles de vehículos intentan abrirse paso, da la impresión de que si pudieran se pasarían unos sobre los otros. La colisión siempre está latente, pero hasta ahora no vimos ningún accidente. Las calles no tienen esquinas, son largas serpientes zigzagueantes, que no parecen tener fin. El chofér dobló en una callejuela, que había pasado desapercibida para mí (a veces son tan angostas que no las ves) y a través de una caminito salimos a una calle más amplia que tenía una cantidad de negocios. De esta manera (o de alguna manera que no comprendo) llegamos a nuestro hotel, en Sanur.
Con Juanchi salimos a pasear por las calles de Sanur (o mejor dicho la interminable calle de Sanur, que es un círculo con apenas alguna callejuela que la cruza) cerca del hotel. Un poco la impresión que tuvimos ya la conté en esta entrada. Comimos una pizza gigante que fue nuestro almuerzo y cena. Me compré una bermuda, regateándola a cien pesos uruguayos aproximadamente.
Luego, nos bañamos en la piscina y esperamos que llegaran los demás.
Y así, a pesar de que las palabras nunca puedan contar toda la historia, trascurrió nuestro primer día en Bali.