Temprano, me preparé un mate y me quedé leyendo en los sillones de la sala de estar. A eso del mediodía llegó un grupo de chicas del grupo de viaje con las que nos habíamos encontrado en Queenstown, y junto a ellas, Mati y Nacho fuimos al acuario de Sydney, reconocido internacionalmente.
Este acuario no tiene nada que ver con el acuario que visitamos en San Francisco. Mucho más grande, este sí vale la pena. Pudimos observar peces de todo tipo y colores, cangrejos, calamares, pulpos, caballitos de mar, manatíes y tiburones. No me molestaría nada trabajar en este lugar, alimentando a los animalitos o limpiando las peceras. El salario mínimo aquí es de veintidós dólares australianos la hora, y el dólar australiano vale un poco más que el dólar americano. Aquí quien trabaja puede vivir dignamente. Haga lo que haga. Esto es una constante que vengo apreciando desde que salí de Uruguay. En Nueva Zelanda también pagan muy bien, e incluso en Estados Unidos, un repartidor de pizzas puede tener su auto propio, y en unos pocos años ahorrar para comprarse una casa. Se valora el trabajo, y se paga lo que vale. Los capitalistas tienen más lo que es lógico, pero la clase trabajadora tiene sus derechos bien ganados y se los respeta. Los problemas de estas sociedades son diferentes. Para poner un ejemplo ilustrativo, en Sydney están eligiendo gobernante. Uno de los postulantes, entre las bases de su candidatura, quiere prohibir que estacionen las casas rodantes en cualquier lugar de la ciudad. Uno piensa en la gran problemática que tenemos en nuestro país en cuanto a la inseguridad, la violencia, la discriminación, el desempleo, la explotación de los trabajadores, la pobreza y tantos otros y no puede más que soltar una lágrima. Y tener envidia de los problemas que aquejan a los habitantes de esta ciudad. Les cambio nuestros problemas por los de ellos. En una cajita de regalo. Sin devolución.
Después de visitar el acuario, tuvimos que hacer un tiempo hasta las siete, que abría un bar en el que había una promoción de pizza. Por cinco dólares all you can eat de pizza con una cerveza. La promo duraba sólo una hora, pero estábamos convencidos de que en esa hora íbamos a comer más de lo que en varios días. Así fue, cada uno terminó comiendo al menos nueve porciones. Mientras tanto, un animador organizaba juegos muy divertidos.
Luego, volvimos al hostel y nos acostamos temprano. Al otro día saldríamos hacia Singapur, nuestro sexto destino, y el primero en continente asiático.
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