Llegamos a Sydney a las cuatro de la tarde, luego de un vuelo cómodo de casi cuatro horas. El servicio era excelente, con almuerzo y postre. Cada pasajero tenía una computadora en la parte trasera del asiento de adelante, en la que podías ver una película, escuchar música, o buscar información sobre tu destino.
Este vuelo lo hice con Juanchi, ya que Nacho y Mati habían partido en la mañana hacia Sydney, porque Rumbos nos había hecho reservas diferentes. Ellos no tuvieron la misma suerte, su avión no tenía estas computadoras y no tenían incluído ni almuerzo ni bebiddas.
Sydney es la ciudad más antigua y más grande de Australia, con más de cuatro millones de habitantes. Nosotros habíamos dejado Nueva Zelanda, país cuya población es aproximadamente la misma que esta gran ciudad. Además de la más grande, es la que tiene mayor costo de vida de Australia, y está entre las quince ciudades más caras del mundo. Según estudios de Mercer y The Economist, lidera el top 10 de las ciudades con mejor calidad de vida del mundo.
Asustados un poco con esto, y para evitar realizar un gasto por encima de nuestro viático, sacamos sólo noventa dólares australianos cada uno, del cajero del aeropuerto.
Nos trasladamos al hostel en Shuttle, un ómnibus enorme y vacío solo para nosotros que nos dejó en la puerta del Brado´s Backpackers. En el camino pudimos ir observando la ciudad, el tránsito, las iglesias, las plazas, las casas, las bahías.
El Brado´s Backpacker queda en el medio de King Cross, lo que es comparable con estar en el medio de la Ciudad Vieja. De entrada nos pareció un lugar sucio, las habitaciones eran para doce personas, por lo que también teníamos que tener cuidado con las pertenencias. Por lo menos había lockers, donde guardamos los pasaportes y las computadoras, para estar más tranquilos.
Nacho y Mati, que habían llegado temprano, estaban descansando en el cuarto, así que con Juanchi salimos a pasear por la ciudad, que ya caía en los brazos de la noche.
Para observar el Opera House, un ícono de Sydney, de Australia y del mundo entero, debíamos acercarnos a la bahía a través de un parque. Nacho, que lo había hecho en la tarde nos advirtió sobre la presencia de unos grandes loros blancos con penachos amarillos, que eran plaga en Sydney. Sin embargo, nos encontramos con colonias de murciélagos que barrían la ciudad desde lo alto. La asociación con Ciudad Gótica fue automática.
A varias cuadras del hostel, luego de haber entrado a varias tiendas para torturarnos con los precios y luego de haber paseado por el muelle, que se adentra en la bahía flanqueado por restaurantes de lujo, y por yates de otro mundo, llegamos al parque. Atravesando la oscuridad del mismo, bajamos una escalinata y llegamos por fin a la bahía, y observamos el Opera House que se encontraba del otro lado. Esperábamos verlo iluminado por luces azules, luciendo así su espléndida y única arquitectura, pero no fue así. Yates y embarcaciones y lanchas surcaban la bahía, y de lejos llegaban las risas y la música de las fiestas que en ellas se celebraban. Las colonias de murciélagos seguían atravesando el cielo en la noche oscura. La llovizna persistente, no nos había amedrentado. Nos quedamos contemplando un buen rato el Opera House, que tantas veces habíamos visto en fotografías y en la televisión.
Una sensación extraña me envuelve al ver en vivo y en directo estas construcciones que he visto durante tantos años, no tanto por lo majestuosa de las mismas, sino por la condición de lejanas e inalcanzables que siempre habían tenido para mí.
Luego subimos por Wilson Street y volvimos al Hostel. Más tarde salimos a conocer nuestro barrio, King Cross, y nos dimos cuenta que estábamos en la zona roja, locales de striptease, chicas con poca ropa ofreciéndose en cada recoveco. Entre estos locales, también había otros donde se podía tomar algo o bailar. A eso de la una me fui para el hostel y me quedé dormido en seguida.
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