Los uruguayos sabemos cómo festejar. Para superar el bajón que producía estar en esta ciudad, sólo había una solución. En el hostel donde estábamos, había un patio con una barbacoa, y una gran mesa con bancos. En ese momento éramos dos subgrupos, el mío, y el del Ciervo, Cache, Pelu, Groso y Josefina. Compramos un montón de carne de cerdo que estaba baratísima e hicimos una gran fiesta.
Colgamos la querida bandera uruguaya de unas ventanas, bajamos las computadoras y parlantes, y prendimos el gas. Se sumó gente de Alemania e Inglaterra.
Fue fiesta toda la noche. Los uruguayos éramos locales, otra vez.
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