LLegamos a las 520 al aeropuerto de Miami, luego de un vuelo sin sobresaltos pero muy incómodo porque los asientos estaban pegados unos con otros, y no había casi espacio para las piernas. Encima me tocó en el asiento del medio de la fila del medio. Para ir al baño tenía que despertar a la señora de mi derecha, quien poco más se tenía que incorporar en su asiento para que yo pasara. Ir por el pasillo de la izquierda ni lo consideraba ya que el yankee rubio altísimo de al lado no tenía cara de buenos amigos.
Pero al fin el avión aterrizó, y sin casi haber pegado un ojo en toda la noche llegamos a nuestro primer destino. Las distancias en el aeropuerto de Miami son enormes, pasillos y pasillos alfombrados con carteles que te indican a dónde ir, pero das vuelta al recodo y a lo lejos ves otro cartel que te indica lo mismo, parece que nunca terminás de caminar hasta que te subís a un tranvía muy moderno que te lleva a donde te van a realizar el control del pasaporte y de las visas.
Ahí se arman filas y filas de turistas que esperan para realizarse el control. Deambulando entre la gente, muy dueños de lugar, imponen orden los policías del estado de Florida, salidos de una película de Hollywood. Muy pintoresco uno, un tal Mr.Jones, un negro gigante de dos metros, que gesticulaba y ordenaba que apaguen los celulares.
Te hacen llenar unos formularios bastante largos con muchos datos, uno de ellos la dirección del lugar donde nos ibamos a quedar. No teníamos la dirección por lo que cuando el primero llegó al mostrador rebotó, fuimos a informes de American Airlines, donde nos tiraron una dirección cualquiera de Fort Lauderdale, con la que entramos sin problemas.
A todo esto eran ya más de las 700, y el primo de Juanchi, que nos esperaba desde las 530, estaba por llamar a Montevideo para ver si efectivamente habíamos salido.
Guardamos las valijas en el auto y salimos para Fort Lauderdale.
arriba!
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