Nos levantamos temprano, aprontamos las cosas, devolvimos las tablas de morey y las patas de rana que nunca usamos, y partimos de vuelta a Waikiki Beach. Hicimos casi el mismo camino que a la ida, por lo que nuevamente pudimos contemplar las hermosas playas y los grandes morros tupidos de vegetación.
Habíamos reservado sólo por esta noche, en el Polynesian Hostel, alojamiento que quedaba a media cuadra que el anterior, donde se estaba quedando el otro grupo de uruguayos en el momento de la evacuación.
Me quedé con las valijas y mochilas en el salón comunal, ya que era muy temprano para hacer el check in. Los chiquilines partieron a devolver la camioneta; luego de eso tomarían un ómnibus e irían a Pearl Harborl, esa visita a mi no me interesaba y prefería tomarme el día para pensar y estar tranquilo.
A primera hora de la tarde, cuando estaba en la habitación leyendo un poco, apareció un tejano que iba a ser nuestro compañero de cuarto por esa noche. Me contó que estaba en el ejército y que había pasado los últimos nueve meses en Afganistán. Su tarea principal era manejar un tanque de guerra. Tenía veintiún años, y se había tomado unas pequeñas vacaciones en Hawai, antes de volver al cuerpo. Como los chiquilines aún no habían regresado, bajé con el militar a tomar unas birras a la playa de Waikiki. Me sentía local, mostrándole al recién llegado los atractivos principales de las inmediaciones.
Más tarde conocimos a otro gringo, que había estado en Uruguay hace poco tiempo y había quedado embelesado con Cabo Polonio y Punta del Diablo. Incluso me mostró las fotos que había sacado en Punta de Diablo; que sorpresa la mía cuando en una de ellas pude ver el rancho en el que me había alojado en el mes de Febrero.
A la noche, luego de comer salimos a las calles de Waikiki, se sumaron un grupo de chicas del grupo de viaje que se estaban alojando en el mismo hostel, y estos dos personajes que había conocido en la tarde.
A las cinco de la mañana nos pasaba a buscar el Shuttle que nos llevaría al aeropuerto, ya que volábamos hacia Christchurch a las ocho. Antes de volver al hostel, a las cuatro de la mañana, me di mi último baño en las playas de Hawaii; no lo pensé entonces, pero quizá ésta haya sido mi manera de decirle adiós a este lugar paradisíaco.
Habíamos reservado sólo por esta noche, en el Polynesian Hostel, alojamiento que quedaba a media cuadra que el anterior, donde se estaba quedando el otro grupo de uruguayos en el momento de la evacuación.
Me quedé con las valijas y mochilas en el salón comunal, ya que era muy temprano para hacer el check in. Los chiquilines partieron a devolver la camioneta; luego de eso tomarían un ómnibus e irían a Pearl Harborl, esa visita a mi no me interesaba y prefería tomarme el día para pensar y estar tranquilo.
A primera hora de la tarde, cuando estaba en la habitación leyendo un poco, apareció un tejano que iba a ser nuestro compañero de cuarto por esa noche. Me contó que estaba en el ejército y que había pasado los últimos nueve meses en Afganistán. Su tarea principal era manejar un tanque de guerra. Tenía veintiún años, y se había tomado unas pequeñas vacaciones en Hawai, antes de volver al cuerpo. Como los chiquilines aún no habían regresado, bajé con el militar a tomar unas birras a la playa de Waikiki. Me sentía local, mostrándole al recién llegado los atractivos principales de las inmediaciones.
Más tarde conocimos a otro gringo, que había estado en Uruguay hace poco tiempo y había quedado embelesado con Cabo Polonio y Punta del Diablo. Incluso me mostró las fotos que había sacado en Punta de Diablo; que sorpresa la mía cuando en una de ellas pude ver el rancho en el que me había alojado en el mes de Febrero.
A la noche, luego de comer salimos a las calles de Waikiki, se sumaron un grupo de chicas del grupo de viaje que se estaban alojando en el mismo hostel, y estos dos personajes que había conocido en la tarde.
A las cinco de la mañana nos pasaba a buscar el Shuttle que nos llevaría al aeropuerto, ya que volábamos hacia Christchurch a las ocho. Antes de volver al hostel, a las cuatro de la mañana, me di mi último baño en las playas de Hawaii; no lo pensé entonces, pero quizá ésta haya sido mi manera de decirle adiós a este lugar paradisíaco.
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