Estoy durmiendo plácidamente, y a Juanchi le suena el despertador. Medio dormido, veo que pasa por arriba mío, y dice: voy a arrancar así llegamos más rápido, sigan durmiendo.
Creo eran sólo las siete y media de la mañana, y la casa rodante ya rodaba tambaleándose por la ruta. El día anterior, no habíamos lavado los platos, y la ruta tenía muchas curvas. Intentaba dormir, pero el ruido de los vasos golpeándose entre sí, las ollas saltando, las mochilas viajando de un lado a otro en cada curva, no ayudaban mucho. Matías e Ignacio dormían al fondo, pero claro, a ellos ni un tsunami los despertaría. Entonces era yo y mi insomnio sobre ruedas, y la casa rodante bamboleándose como si fuera una matraca. Ya imaginaba, los calzones volando, las botellas abriéndose solas, el microondas prendido al mango. Para un poco Juanchi, que se nos viene todo abajo, le digo. Juanchi no responde. Cuando ya me agarraba la cabeza y pensaba que tenía que bajar a ordenar un poco (era difícil sólo imaginar salir de la cama del techo con todo dando vuelta abajo) siento el ruido del desastre. Las ollas volaron a la mierda y todo lo que había dentro de ellas quedó esparcido por la camioneta. Nacho y Matías, durmiendo. Juanchi, conduciendo como un poseso para llegar antes. Yo, ya había salido de la cama e intentaba no caerme y asirme de algo seguro, pero era difícil entre tanta curva, y tanta porquería. Cuando intentaba pensar cómo limpiar el aceite, el agua y la salsa que había caído en el piso, moviendo las valijas y las mochilas de un lado a otro para evitar un desastre peor, nuestra casa rodante se queda quieta, pero inclinada… peligrosamente inclinada. Veo que Juanchi se baja del vehículo por lo que hago lo mismo. La caravana tenía dos ruedas enterradas en el pedregullo del costado de la ruta, y las otras en el aire. Juanchi se había pasado y había querido ir unos metros marcha atrás para rehacer el camino pero le erró al asfalto. La situación no podía ser peor, la caravana en dos ruedas no se movía, y adentro todo hecho un quilombo. Y Nacho y Mati durmiendo. No sabíamos qué hacer y ya estaba por enloquecer, pero en la vida hay veces que tenemos suerte. Ni tres minutos habían pasado, y el segundo vehículo que pasa (vale aclarar que en esa ruta deben pasar cinco autos por día, y que toman la ruta por error) era un jeep enviado por nuestro ángel de la guardia, que tenía una cuerda con las que nos sacó del problema. Limpiamos todo, y dijimos que nunca más dábamos marcha atrás. Y que después de comer, limpiábamos los platos. Por ahora no lo hemos cumplido, pero al menos ubicamos las cosas de tal manera que no haya huracanes dentro.
En el día visitamos el glaciar Fox y el glaciar Franz Josef. Nada del otro mundo. Bueno, en realidad sí, del otro lado del mundo. Dormimos en Hokitika, ciudad fantasma.
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