Temprano, desayunamos en nuestro palacio y luego de un baño rápido en la piscina, salimos a visitar el templo de los monos. Caminamos cerca de veinte minutos, y allí lo teníamos, delante de nosotros. Unas puertas de arquitectura balinense, con sus típicas figuras con rostros deformes y rasgos desproporcionados, daban paso a un camino de piedra que se adentraba en lo que parecía la selva misma.
Árboles centenarios flanqueaban el camino, y sobre éste sus lágrimas; las hojas podridas que habían caído desde lo alto. La vegetación explotaba hacia donde pudieras ver.
La cantidad de monos que hay en este templo es enorme, son más de cuatrocientos ejemplares. Los hay de todos los tamaños, grandes, medianos y los más pequeños que van colgados del pelaje de su madre. Los macacos caminan a tu alrededor, juegan con las esculturas y escalones, trepan por los árboles, y si les das comida, incluso trepan sobre ti. Yo no me animé a dejar que uno se me subiera, pero los demás si lo hicieron y tienen sus fotos con los macacos aberrantes colgados de sus hombros. Uno percibe la diferencia de rangos entre ellos sin tener una idea cabal de cómo funciona la misma, y la ley del más fuerte está más presente que nunca. Paseando un rato los ves jugar, pelearse, alimentarse, correr, trepararse. Muchas veces muestran los dientes, y la sensanción de que en cualquier momento se te sube uno está todo el tiempo. Yo me saqué de arriba las bananas que llevaba, ya que de otra manera te persiguen para que se las des. Son animales salvajes y su comportamiento es impredecible. No en vano, al comprar el ticket contratas también un seguro por muerte, accidente o daño físico. Al menos eso dice en la boletería.
Luego seguimos rumbo a las terrazas de arroz, las cuales no me impresionaron mucho. El cielo estaba encapotado y la tormenta era inminente. En todo el camino, se puede observar la gran calidad de las obras de los artesanos, escultores y pintores balinenses. Las esculturas y artesanías en madera, vidrio, metales, piedras, arcilla, cemento, hueso y todo tipo de materiales son magníficas. Es una pena no poder comprar un montón de ellas, que en nuestro país deben tener un valor altísimo y aquí están regaladas.
Antes de llegar a Butar, nos detuvimos en una granja donde cultivaban cacao, café, vainilla, ginger, ananá, entre otras cosas. Especial mención para un tipo especial de café. Café Luwak. Para prepararlo le dan semillas de café a los Luwak, una especie de ardilla. Ellos las comen, y en su organismo ocurre un proceso que mejora su calidad, luego con los excrementos largan las semillas que no son completamente procesadas. Con esas semillas se hace el café Luwak, un café de altísimo costo.
Tuvimos el gusto de probarlo, junto con otros tipos de café y té que nos daban como cortesía. En realidad todos eran de cortesía salvo el café Luwak cuya taza costaba cincuenta mil rupias. Pero no podíamos irnos sin probar ese café tan especial por lo que pagamos una taza entre todos. Y tanto Nacho como Mati y yo, compramos Ginseng Cofee para mandar en la próxima encomienda. Es el que más nos gustó, según Nacho que está acá a lado y quiere comentar sobre el café tiene el sabor del Bailey´s pero sin alcohol. A mi no me gusta el Bailey´s pero este café me encantó.
Continuamos rumbo a Banur, pero comenzó a llover a raudales, y la espesa niebla nos quitaba toda visibilidad. Por primera vez, había refrescado y ninguno había considerado este imprevisto y no teníamos abrigo. Decidimos buscar algún lugar para parar por ese día, y continuar camino al volcán al día siguiente.
A continuación participación estelar nachesca:
Nacho: Ubicada en la ladera cerca de la cima de una montaña a mil doscientos metros de altura, se encontraba una especie de casa de familia-hotel con un gran ventanal hacia la niebla. Ni bien entramos, quedamos asombrados por un bonito living con cuadros, microondas y una televisión a la que no le funcionaba el control remoto. Tuvimos que conformarnos con un partido de la Champions Liga asiática. Constaba de un cuarto con dos camas grandes, muy prolijas a primera vista, pero grande fue nuestra sorpresa al ver lo que era el baño, el cual tenía una canilla del cual caía un hilo de agua, una gran palangana como ducha, un inodoro medio sucio, todo condimentado con un toque de orín balinense.
Ni bien hicimos el “check-in”, cayeron un par de pesonajes que buscaban sacarnos algún mango. Primero una vendedora de dibujos tan talentosa como atomizante que consiguió sacarle a Matías diez dólares por dos dibujos que probablemente no lleguen a Montevideo, en base a llorarle la milonga, y luego un veterano, hermano de la dueña de casa para vendernos una excursión al volcán Batur, dándonos a entender con sus precios que pensaba que éramos europeos.
Como detalle final, es importante mencionar el Room 03. Por debajo de su puerta cerrada, se vio una luz durante toda nuestra estancia en la casa, de a ratos se escuchaban cartoons, de a ratos ruidos de pajaritos y creí escuchar susurros en alguna ocasión. Finalmente, nunca no esteramos que es lo que había allí, pero podría ser algo digno de un cuento de Stephen King.
Chelo: Antes de que cayera la noche, nos enteramos que detrás de esa espesa niebla, se encontraba en efecto el propio volcán Batur, por lo que si al otro día el clima nos ayudaba, podríamos contemplarlo a través del gran ventanal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario