La vista que teníamos sobre el volcán Batur y su lago desde el ventanal era asombrosa. El día estaba despejado, y podíamos ver hasta el humo que salía de algunas partes del volcán, activo en la actualidad.
Rápidamente, preparamos nuestras mochilas, compramos agua y víveres y partimos, sin tener mucha idea en dónde íbamos a comenzar el trekking para subir al volcán. Sabíamos que la entrada al camino, era detrás de un templo. Pero la ubicación de dicho templo era desconocida para nosotros.
Bajamos al pueblo del valle, donde cada persona nos ofrecía hacernos de guía, luego del pago claro, de una suma de dinero que no queríamos desembolsar. No nos ayudaban mucho cuando le decíamos que queríamos hacer el camino por nuestra cuenta, por lo que tampoco estábamos seguros de que el templo y el camino que encontramos luego, fueran los indicados. Aún así, dejamos las motos en la entrada de aquél templo, vacío y sucio, y tomamos el camino, que comenzaba a su costado.
Como no nos habían dado mucha información, no sabíamos con que nos encontraríamos. El camino atravesaba un bosque de pinos. Las plantas tropicales rozaban el borde del camino, y uno iba avanzando y rozando con sus piernas y brazos las hojas y ramas. Imaginaba que podía haber víboras, arañas y cualquier alimaña escondida. También estábamos un poco sugestionados, ya que habíamos visto telarañas gigantes de varios metros que colgaban de las columnas y de los tejados de las casas de los habitantes de este pueblo. En esas telarañas vivían cientos de arañas del tamaño de una manzana. Era terrorífico.
La subida fue tremenda, el camino era muy vertical, entre rocas y piedras y la altura nos quitaba oxígeno. Íbamos parando cada diez metros a tomar aliento, y por momentos pensaba que no iba a poder llegar. Mati se apunó y no pudo seguir. Con Juanchi nos costó pero pudimos llegar luego de un gran esfuerzo. Nacho no sé como hizo pero llegó como veinte minutos antes que nosotros, junto con el guía y nos esperaron arriba.
Podíamos seguir y llegar a la cima del volcán propiamente dicha, pero ya estábamos muy cansados y debíamos pagar un poco más y ya nos sentíamos satisfechos de haber llegado hasta ese punto. Comimos algo y nos fuimos.
En el camino de vuelta, nuestro joven guía nos contó que nunca en su vida había salido de Bali y que había aprendido inglés por necesidad y de la gente. Imaginar su vida en una choza a la sombra del volcán, sin haber salido nunca de su isla, y viviendo de manera tan precaria me llenó de tristeza. Sin embargo, el personaje no parecía triste, le belleza de las cosas simples pueden llevar a una persona a tener una vida feliz y sin complicaciones.
Luego volvimos a Ubud, deseando llegar para darnos un baño en una piscina. El resto del día fue de descanso para recuperarnos de la larga caminata.
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