jueves, 14 de abril de 2011

Día 40(11 de abril): Trekking en la selva de Sumatra

Algunas nubes cubrían el cielo, pero en general estaba despejado así que no tendríamos problemas para realizar el trekking en la selva. Finalmente, Obiwan no nos acompañó, ya que tenía problemas en la espalda y terminamos yendo con su hermano, igualito al protagonista de “The Jungle Book” y con Qcumber, otro indonés chiquitito.

Salimos muy temprano, cruzamos el río en canoa, y entramos a la selva. El camino subía la colina entre grandes árboles y plantas tropicales, y ya comenzamos a impregnarnos de sensaciones. La humedad, el aroma a tierra y vegetación, el barro, los colores vivos, los sonidos de los animales y de los insectos. Siempre, Qcumber delante, nosotros en el medio, y el hermano de Obiwan por último.

Llegamos a una explanada desde la cual pudimos ver cómo alimentaban a un orangután. Estos animales, que podrán ver en fotos, son grandes monos de pelaje rojo, que utilizan el peso de su cuerpo para moverse entre los árboles. Desde donde estábamos podíamos ver cómo uno de ellos, colgado de una rama, recibía bananas por parte de uno de los cuidadores del parque. Pero también veíamos que todo a nuestro alrededor estaba en movimiento. Las hojas y las ramas de los árboles se movían, después de que los monos pasaran entre ellas.

Luego continuamos el camino, que seguía subiendo la colina. Pudimos ver hormigas enormes, del tamaño de dos falanges.La selva se cerraba sobre nosotros, y apenas nos llegaba la luz del sol. El suelo estaba húmedo y lleno de hojas muertas, teníamos que tener cuidado a cada paso de no resbalar, ya que el diluvio de la noche anterior había dejado mucho barro tras su paso. Íbamos avanzando lentamente, ayudándonos de ramas, troncos, plantas, lianas y raíces.

En un alto del camino, nos esperaba el punky monkey, de pelaje blanco y negro, con una cresta en su cabeza. Estaba sentado cómodamente, entre unas ramas bajas, como quien se sienta en el living de su casa. Nos miraba atentamente, pero muy tranquilo. Sacamos varias fotos y seguimos caminando.

Al rato paramos a comer frutas, mandarinas, bananas y una fruta extraña de color negro cuyo nombre no recuerdo. Y seguimos avanzando, subiendo y bajando las colinas a un ritmo constante. El sonido de la selva, y su paisaje  primitivo te hipnotizan suavemente, y uno puede atisbar cierto recuerdo en lo más profundo de su ser, como si un instinto primario asomara a la luz. El cuerpo y la mente se van adaptando a este hábitat, como si lo reconocieran como parte de un pasado antiguo, enterrado en lo más profundo de nuestra genética.

Hicimos varios altos en el camino. Como cuando vimos un orangután en un árbol alto, como cuando vimos varios monitos que saltaban de rama en rama. Al pasar por encima de nosotros quebraron una rama que cayó a pocos metros de Nacho. También nos detuvimos cuando vimos una cigarra grande y azul que inflaba su lomo con cada chillido o como quiera se llame el ruido que hacía. El ruido de estas cigarras se escucha constantemente, pero se ve que no se ven tan fácil, ya que incluso los guías le sacaron una foto.

Cuando estábamos un poco cansados,  nos detuvimos en una cañada. Qcumber sacó de su mochila unas bolsas y repartió el almuerzo en hojas de carton. Arroz con varios condimentos y verduras, un omellete, tomate y pepino, fue el almuerzo que engullimos con voracidad, ayudados sólo con las manos, ya que en la selva no hay cubiertos. De postre, el ananá más sabroso y jugoso que probé en mi vida. Llenos, descansamos un rato sentados en las rocas, remojando los pies en el agua fresca.

Luego retomamos el camino, que cada vez se hacía más difícil, y el cansancio se sentía más, sobre todo cuando subíamos. Y claro, la selva se extendía interminablemente, en todas las direcciones, absoluta, severa y eterna.

Cuando estábamos muy cansados, luego de más de seis horas de haber partido y dejado la “civilización”, escuchamos el río correr muy cerca de nosotros. Sabíamos que estábamos llegando. Y en seguida, a la vuelta del camino, apareció ante nosotros el campamento.

A primera vista, un gordo indonés cocinaba a la sombra de un toldo que se sostenía por ramas. A su alrededor, varios recipientes con verduras, pollo e ingredientes para la cena. Lo secundaba su ayudante que recibía las órdenes y las cumplía rápidamente.Un poco más atrás y a la izquierda, la carpa donde dormiríamos, varios toldos sostenidos con ramas fijas, y colchonetas de goma eva. El río corría rápidamente  un poco más allá y golpeaba contra las piedras estruendosamente. Y selva y más selva por doquier, casi como una presencia.

Dejamos las mochilas y nos dimos un baño en el río. El agua fresca era revitalizante, pero había que tener cuidado ya que la corriente era muy fuerte. Tomamos café, comimos algo, descansamos y conversamos un rato. Ya anochecía, y con el anochecer también venía la lluvia. El río cargado del agua de la lluvia y de barro comenzó a crecer rápidamente y a tomar un color marrón oscuro. Con el río así era imposible hasta acercarse. Las rocas donde habíamos estado minutos atrás habían desaparecido.

Nos guarecimos en nuestra carpa y esperamos a que estuviera la cena. El gordo indonés había estado cocinando por horas, así que teníamos muchas expectativas puestas en ella. Qcumber empezó a traer los recipientes, cada uno con una preparación para ponerle al arroz, que abundaba en una fuente. Y así fue que cenamos en la selva de Sumatra, junto a tres indoneses, cubriéndonos de la lluvia en nuestra carpa, a la luz de las velas y con un fogón encendido a pocos metros, mientras la vida en la selva continuaba a nuestro alrededor, ajena a nuestra presencia.

Cuando terminamos comenzó el show del cocinero y Qcumber. Comenzaron a hacer trucos con las cartas (muy malos magos por cierto) y plantearon muy interesantes juegos de ingenio.

Lo peor del trekking fue intentar dormir, en esas colchonetas de dos centímetros sobre el suelo rocoso del campamento. Sin almohada y nada para cubrirse, cada posición resultaba más incómoda que la otra, por lo que la noche fue una carrera por dormirse antes de que los músculos y los huesos se quejaran por la posición y tuvieras que acomodarte de otra manera En realidad, sólo pude dormitar, y desear que se hiciera el día lo más pronto posible. Pensaba cómo sería despertar en plena jungla, luego de haber pasado la noche en ella.

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