Escribo desde la playa del hotel, mientras en un brasero se cocinan los peces que pescamos hoy con aparejos, desde el bote.
Salimos alrededor de nueve y media de la mañana. El equipo estaba conformado por Matías, Ciervo, el israelita, un francés y una francesa. En la mañana, la pesca no fue muy productiva. Apenas pescamos tres, habiéndonos cambiado de lugar varias veces. Los guías, viendo que nada salía dijeron de ir a almorzar a la playa más cercana.
Cocinaron los tres pescados frescos, junto con otros que tenían y algunos calamares. Para acompañar arroz, tomate, pepino, y una salsa con vinagre, soja y cebolla. Sentados en rocas, comimos con las manos, y luego hicimos media hora de relax, disfrutando del baño en el agua caliente y transparente.
Luego volvimos a pescar a aguas profundas y ahí sí se puso bueno. Comenzó a picar, y pudimos pescar unos cuantos, cerca de treinta.
La profundidad, era de cerca de cincuenta metros, así que demorábamos bastante para recoger la línea.
Este día se lo dedico a mi padre, pescador de flor con años de experiencia. Amante de la lisa. A pesar de que llueva, lo pueden encontrar en pleno invierno en la costa de Montevideo, intentando pescar alguna, pero sin importarle si salen o no.
Hoy, por primera vez, tampoco me importaban si salían o no.
Espero que entiendas lo que quiero decir. Gracias, viejo.
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