domingo, 29 de mayo de 2011

Día 88(29 de mayo): Resumen semanal playas de Tailandia

A continuación un resumen de lo que fueron estos nueve días en las islas de Tailandia.

Llegamos al aeropuerto de Phuket en la noche. Llovía torrencialmente y era difícil negociar con los tailandeses que se aprovechaban del estado del tiempo  y no querían bajar los precios. No tuvimos más remedio que aceptar a regañadientes el precio ofrecido, no sin antes discutir acaloradamente con varios de ellos. No veníamos teniendo una buena relación con los habitantes de este país.

Un minibús nos dejó en Martini´s House, un apart hotel que habíamos reservado la noche anterior. Nos alojamos los tres en un cuarto bastante cómodo. Nacho se quedó durmiendo y con Mati salimos a conocer la noche de Phuket.

Nos tomamos un tuk tuk en la calle del hotel y le pedimos que nos llevara a la calle donde estaban los boliches.

Explicar la noche de Phuket es difícil. En aquella calle se alinean bares, boliches, pubs, prostíbulos a lo largo de alrededor de diez cuadras. Las callecitas que cortan esta calle larga también están repletas de bares y boliches. La música suena a todo volumen y las mujeres se ofrecen en cada rincón. Bailando sobre las mesas, caminando por las calles, sentadas en los taburetes de los bares, vestidas provocativamente, con minifaldas y escotes pronunciados. La mujer tailandesa es muy voluptuosa y de facciones muy bonitas.

Cuando caminábamos por entre la gente, por entre los bares no podíamos creer lo que veíamos. Es como un quilombo gigante; las mujeres te miran libidinosamente, te tocan, te agarran del pelo.

Entre las ofertas de la noche, podés sentarte en un bar a tomar una cerveza mientras una chica tailandesa de minifalda se te refriega acaloradamente, podés entrar a shows de striptease donde las mujeres bailan sin nada arriba y sin nada abajo, podés tomar una observando cómo mujeres en tanga bailan a diez centímetros, podés ir a shows donde mujeres hacen “arte” con su cuerpo. También podés ir a discotecas a bailar, en un ambiente de prostitución. Más del setenta por ciento de las mujeres son prostitutas, a grosso modo.

Otro tema son los lady boys que a la par de las mujeres, también bailan, tocan, se ofrecen. Algunos son muy evidentes, pero otros son más difíciles de diagnosticar.


El segundo día alquilé una moto temprano y fui hasta la playa de Phuket. Muy bonita pero nada comparado a lo que habíamos visto en Filipinas. Desde la playa pude ver que a lo lejos, al terminar la bahía había una pequeña playa entre las rocas. No sabía cómo llegar, ya que daba toda la impresión de que era la playa privada de un hotel.

Siguiendo la calle que bordeaba la playa me dirigí hacia allí. Tuve que realizar unos desvíos y me topé con una calle cerrada por una valla con una garita al lado. Le expliqué al hombre que estaba sentado en ella que quería conocer las instalaciones del hotel, me preguntó si había avisado por teléfono a lo que le respondí que por supuesto que sí.

Así pude conocer el lujoso hotel y la hermosa playa, y sacar unas hermosas fotos del atardecer.

El tercer día nos dirigimos hacia PhiPhi, unas de las islas más visitadas por el turismo europeo. Las playas son paradisíacas, y como decía en la anterior entrada está lleno de europeos que vienen de vacaciones y quieren pasar de fiesta.



Es por eso que en los siguientes cinco días, durante el día recorríamos las playas cercanas o nos embarcábamos a conocer otras islas. Una de las que conocimos fue Maia Island, la isla donde fue filmada la película “La Playa”, protagonizada por Leonardo di Caprio.

La mayoría de los integrantes del grupo de viaje, se unen al grupo grande en Bangkok, pero antes de unirse tienen unos días de relax en las islas tailandesas. Es por eso que Phiphi, estaba copado por uruguayos (cerca de trescientos cincuenta), y a donde fuéramos, sea a comer, a determinada playa, o a comprar algo al supermercado era imposible no cruzarte con alguien del grupo.

La próxima etapa del viaje tiene un ritmo muy alto, ya que todos los días tiene actividades organizadas y visitas guiadas. Esto es sumamente interesante, pero implica un cambio en la manera en que uno vive el viaje.

Hasta ahora era fácil perderse entre los habitantes, integrarse en la cultura local, conocer gente de otros países, aprender de esa manera. A partir de ahora, vamos a ser una masa de uruguayos visitando un lugar tras otro; aprendiendo mucho es verdad a través de los guías y a través de las diferentes actividades, pero perdiendo ese encanto de sentirse un extranjero perdido en el mundo. Por eso digo que hay que cambiar el chip y aprender a disfrutar otra manera de viajar, que va a tener muchísimo de aprendizaje y muchísimo que compartir, pero va a ser diferente

El encontrarse con tantos uruguayos en PhiPhi hizo que me diera cuenta de que ya estaban concluyendo las dos primeras etapas del viaje, y se estaba acercando la tercera. Mucha alegría de ver esos rostros disfrutando de estar viviendo experiencias para toda la vida. Muchos amigos, muchos conocidos. El saber que estamos compartiendo aquello para lo que tanto luchamos. También se da la posibilidad de conocer a muchas personas que sólo conocíamos de vista, ya que es imposible poder conocer de cerca a más de cuatrocientas personas que integran el grupo de viaje.

Por la noche, los boliches de la playa estaban preparados para los europeos. Hasta las once de la noche festivales de fuego y luces, amenizados con música electrónica. Enseguida se abría la pista y la gente la llenaba, bailando los éxitos que venimos escuchando desde que comenzamos el viaje en todas las discotecas a las que vamos. A las dos se cortaba la música y a las tres ya prácticamente no quedaba nadie ni en las calles, ni en la playa.

Luego de estar cinco días en Phiphi, volví a Phuket donde pasé dos días más recorriendo las playas cercanas.

Tailandia es un paraíso; sin embargo el encanto de El Nido en Filipinas con su gente amable, sus playas casi vírgenes, y sus noches en las que las velas eran la única luz, y se podía escuchar el murmullo del mar, no puede compararse con nada en el mundo.

domingo, 22 de mayo de 2011

Día 81-88 (22 de mayo-29 de mayo): Semana de descanso

Familia, amigos, amigas, compañeros, compañeras, vecinos, vecinas, visitantes esporádicos, fieles seguidores.

Luego de casi tres meses de viaje estoy cerca de concluir la Etapa 2. En estos tres meses he escrito casi todos los días, disfrutándolo la mayoría de las veces y otras veces obligándome a hacerlo para no perder el hilo del blog.

Para comenzar con muchas ganas y energías la redacción de la tercer etapa del viaje, he decidido dejar de escribir por una semana, hasta que entre al grupo en Bangkok.

En estos días estaré en PhiPhi y en Phuket. Playa, sol y noches descontroladas. Muchos europeos que vienen a Tailandia a descocarse. Así que en sí tampoco hay mucho que contar.

La Etapa 3 es con el grupo de viaje, más de cuatrocientos uruguayos divididos en dos sub grupos.

Visitaremos además de Tailandia, Nepal, India, Emiratos Árabes, Egipto, Turquía. Esos países sí que van a tener experiencias que valen la pena que queden por escrito.

Hasta dentro de una semana!

Día 80(21 de mayo): Llegando a Tailandia

El tailandés es un tipo raro. Agresivo y timador. De todos los asiáticos ha sido el menos agradable.


La relación con ellos comenzó antes de llegar a Tailandia. Es cierto que quizá la compañía de autobuses (si es que compañía es el nombre adecuado) fuera parte camboyana y parte tailandesa, o quizá incluso sólo camboyana, pero a fin de cuentas eso no importa ya que tiene que ver con lo que es Tailandia.

Como mencionaba en la anterior entrada, habíamos reservado un pasaje de ómnibus desde Siam Riep a Camboya y los términos arreglados eran los siguientes: a las dos de la mañana nos pasaban a buscar en van, nos llevaban a la terminal desde donde salía el ómnibus con asientos camas hasta la frontera. Allí hacíamos los trámites de salida y entrada, nos tomábamos otro ómnibus cama y nos dejaban en Bangkok cerca de las diez de la mañana.

A las tres menos cuarto de la mañana aún no había aparecido la camioneta. Estábamos con las valijas y las mochilas prontas desde las dos, y para matar el tiempo tuve el placer de mirar una película camboyana cómica con los recepcionistas del hotel. Nada que envidiarle tienen estos señores del arte fílmica a la televisión uruguaya y a programas tan cómicos como los de Carballo y compañía. Puglia se hubiera divertido mucho al ver algunas de las escenas y hubiera tenido que dejar la grasienta pata de pollo frito en el plato mientras sus sonoras carcajadas eran amplificadas por su caja de resonancia estomacal.

En el momento en que la película alcanzaba su mejor momento y el desgraciado protagonista estaba por conquistar a su amor platónico, sonaron unos bocinazos y vimos a la camioneta tras las rejas de hotel.

Rápidamente, saboreando las imágenes mentales que quedaron luego del festín televisivo, subimos nuestro equipaje a la camioneta.

Algunas decenas de minutos después llegábamos a la terminal donde se veían varios ómnibus esperándonos para partir. Nos bajamos de la camioneta y le dimos el ticket a un señor con pinta de bandido que nos indicó cual ómnibus era el nuestro.

Subimos al ómnibus y buscamos algún asiento libre. Muchos asientos estaban ocupados y uno podía ver cuan relajados iban todos en sus asientos camas que no podían replegarse, pero que permitían una cómoda posición vertical. Los agujeros de los asientos le daban la posibilidad a uno de que pudiera acomodar mejor los codos y las protuberancias de la espalda. Además nos prestaban unas mantas, gesto de fraternidad al prójimo mediante, cuya limpieza compartíamos con los anteriores un millón mil quinientos pasajeros. El aire no refrescaba demasiado, ya que esa gente estaba preocupada con los cambios de temperatura. Además el sudor es bueno ya que uno puede adelgazar.

Una hora después de que el moderno vehículo traqueteara la ruta camboyana nos detuvimos, sin mayores explicaciones. La mayoría de los pasajeros se bajaron y quedamos algunos occidentales preguntándonos a que se debía tan estratégica parada.

La cosa no se podía poner mejor. Después de una hora en la que intentamos comunicarnos con los amigos tailandeses sin resultado positivo, nos acercamos a los hindúes que venían en el ómnibus que estaba estacionado detrás. Primero busqué a un hindú sin bigote pero por más que me esforcé no pude encontrarlo. No sabía a cual dirigirme de todos ya que tenía miedo de que al hablar algo saliera volando de su bigotito. Utilizando los amplios conocimientos adquiridos en estadística, elegí dirigir mi palabra al que tenía el bigote más chico, ya que pensé que tenía menos probabilidades de que aquello que esconden en el bigote saliera disparado hacia mí, o que aquello que saliera fuera tal vez un poco más chico.

La respuesta a mi pregunta no pudo ser más satisfactoria. La oficina de migración abría a las siete, así que teníamos tres horas más para disfrutar en la frontera, tres horas más para mirarles el bigote a los hindúes. Motivados por tal panorama, pensábamos lo desafortunados que eran los que salían a las seis de la mañana de Phnom Penh y llegaban a la frontera cuando la oficina estaba abierta, y no tenían estas tres horas para conocer el punto donde el piso deja de ser  Camboya  y pasa a ser Tailandia.

Podría contar sobre todo lo que hice en esas tres horas, con detalles y claridad, pero como quiero seguir adelante en el relato voy a hacer un pequeño resumen: le miré el bigotito a los hindúes.

Cuando se estaba haciendo de día, nos ordenaron que nos subiéramos al ómnibus. El ómnibus retrocedió unos metros y se metió marcha atrás en una entrada. Aparcó y nos pidieron que nos bajáramos y sacáramos el equipaje de cada uno. Nos señalaron el ómnibus de los hindúes, adonde llevamos el equipaje y nos subimos al mismo. Pude verle los bigotitos con más nitidez.

El ómnibus avanzó otros diez metros, pasó debajo de un cartel que cruzaba la calle y se detuvo. Allí sacábamos las valijas. Este subir y bajar de vehículos seguramente era para despistar a los curiosos que querían sacarle fotos a los bigotes de los hindúes. O para engrosar la cola de la oficina de migración, que ya andaba por la cuadra y media y era muy pintoresco el rejunje de nacionalidades. Además el movimiento que había en la vuelta hizo que la hora y media que pasamos parados y avanzando paso por paso al rayo del sol se hiciera muy ameno. Lady boys haciendo el trámite de migración le daban el toque que faltaba.

Después de la salida tuvimos que hacer la entrada, a la que llegamos luego de atravesar una marea de camboyanos. Esperamos casi una hora del otro lado, a un individuo que estaba en nuestro grupo que se había perdido entre Camboya y Tailandia. O había alquilado un cuarto de hotel y estaba matraca que matraca con un tribilín. Nunca apareció así que probablemente haya sido esto último.

A todo eso ya eran más de las doce del mediodía. Nuestro vuelo desde Bangkok a Phuket salía a las nueve de la noche y teníamos que mandar una encomienda. Desde donde la íbamos a mandar no teníamos ni la menor idea, pero era un problema para adelante. Más si ya íbamos rumbo a Bangkok, en la camioneta y teníamos tres horas de viaje. Pero quince minutos después de que salimos, la camioneta giró a la derecha. Estacionó y nos pidió que bajáramos el equipaje. Me alegré de que el viaje se estirara un poquito más, ya que podía disfrutar cómo Nacho y Mati se agarraban los pelos y puteaban en español a los choféres, a la moza del restaurante, a la de una tienda que quedaba cerca.

En diez minutos volverían a buscarnos, pero claro, diez minutos tailandeses son sólo comparables con diez minutos uruguayos. Elevados al cuadrado.

A la hora y media volvieron, se les había pinchado la rueda. La rueda que tenían no parecía nueva, pero no había porqué desconfiar de los tailandeses que son un encanto.

A las cuatro y media de la tarde llegábamos al aeropuerto de Bangkok, donde tendríamos la mala suerte de encontrar la oficina de correos en el aeropuerto. Y yo me quedé con ganas de salir a recorrer las calles en una búsqueda frenética por una oficina de correos y después una corrida hacia el aeropuerto como la de Shanghai. Hubiera sido una buena anécdota.

Día 79(20 de mayo): Siam Riep y los templos de Angkor

En Siam Riep se encuentran los templos de Angkor; el más grande, más conocido y mejor conservado es el templo de Angkor Wat.

Comenzó a construirse en el año 1.113 y su construcción tardó muchos años. Cerca de 400.000 personas y 4.000 elefantes fueron empleados en ella. Al principio era un templo hinduista, pero luego se transformó al budismo.

Con el plan de conocer la ciudad antigua de Angkor y el templo de Angkor Wat, nos tomamos un tuk tuk con Nacho y Mati.

Demás está decir que pasear por la ciudad de Siam Riep (así como Phnom Penh) en tuk tuk, es tan pero tan pintoresco que uno desea que el viaje no concluya nunca.

Cuando llegamos a la ciudad debimos comprar un ticket de entrada que nos valió veinte dólares. Nosotros teníamos la visita sólo por el día, pero pueden sacarse tickets para varios días. Te sacan una foto y la imprimen junto al ticket. Una pareja de novios llegaron en limusina y se sacaron fotos en la entrada. Luego veríamos muchas más parejas en el templo de Angkor. Seguimos adentrándonos en Angkor y te sorprenden los enormes árboles, los puentes de piedras decorados con estatuas, arcadas de grandes dimensiones y con dibujos tallados.


En el templo de Angkor contratamos un guía que nos fue contando la historia del templo. También nos indicaba donde podíamos sacar las mejores fotos.




El segundo templo que visitamos fue el Angkor Tom. A diferencia del Angkkor Wat, este está en ruinas. Sin embargo visitarlo es toda una experiencia. Allí nos encontramos con gente del grupo de viaje.

Cuando salimos del templo no encontramos al tuk tuk. Nos pusimos nerviosos ya que Matías había dejado el cuadro que recién había comprado. Finalmente Nacho lo encontró en un estacionamiento que quedaba como a un kilómetro casi una hora después.

Se largó a llover copiosamente y nos subimos rápidamente al vehículo. Decidimos volver al hotel y saltearnos el paseo por el lago ya que llovía demasiado y no queríamos estropear los cuadros.

Luego descansamos, ya que al otro día teníamos un largo viaje hacia Bangkok. Habíamos contratado un ómnibus con asientos cama que salía a las dos de la mañana, pasaba por la frontera y a las diez nos dejaba en Bangkok.

Día 78(19 de mayo): Phnom Penh y el Genocidio Camboyano

En el año 1975, los jemeres rojos liderados por Pol Pot tomaron el control de Phnom Penh, capital de Camboya. Comenzaba así una dictadura comunista que dejaría más de dos millones de muertos, en lo que se conoce como el genocidio camboyano.

Una vez que Pol Pot tomó el control de la ciudad, obligó a todos sus habitantes a movilizarse hacia el campo y destruyó escuelas, universidades, hospitales, bancos, pagodas, monumentos, y todo aquello que recordase a la burguesía y al pasado. De ese modo podría organizar una nueva sociedad, sin clases, sin mercado y sin moneda, y sin una cultura propia, basada en el trabajo agrario y en la auto sustentación.

A los campos de exterminio eran llevados todos aquellas personas que a juicio de los líderes del partido eran consideradas peligrosas para el régimen. Entre ellas se encontraban estudiantes, profesionales, intelectuales. Era mejor que muriesen diez personas inocentes a que una culpable quedara viva. Se mataban familias enteras, inclusos soldados del partido. A los campos de exterminio eran llevados con la única intención de ser asesinados.

La población de Camboya previa a la dictadura era de siete millones de personas. Si bien es difícil llegar a datos reales porque muchos de los registros fueran eliminados, se cree que murieron entre un millón y medio y tres millones de personas en los cuatro años que duró el régimen. No todos fueron asesinados sino que muchos de ellos murieron trabajando en el campo, de hambre o de enfermedades. Si a eso le sumamos que las mentes más preparadas fueron eliminadas sistemáticamente en ese período y que todos los habitantes de Camboya mayores de treinta y cinco años tienen recuerdos traumáticos de aquella época, podemos suponer lo difícil que viene siendo para Camboya dejar atrás ese episodio negro en su historia y salir adelante y satisfacer las necesidades de su población.

En dos tuk tuk nos dirigimos hacia el campo de exterminio abierto al público en Phnom Penh. Allí; luego de pagar la entrada contratamos un guía. Luego de una introducción, entramos al Memorial, donde se pueden observar miles y miles de cráneos, huesos, y ropa de las víctimas que murieron en ese campo. Ninguno pudo ser identificado ya que no quedan registros y sólo están clasificados por sexo y por edad.


Ya entrando en el campo propiamente dicho rápidamente puedes ubicar las fosas compartidas donde eran arrojados los cuerpos. El trabajo de exhumación está lejos de ser concluido, y cuando llueve mucho, los huesos salen a la superficie. Hay huesos por todos lados, en las fosas, pero también por el sendero de tierra por el que caminábamos.

Terrible es conocer como mataban a los niños, tomándolos de las piernas y golpeándoles la cabeza contra los árboles. A otros los tiraban para arriba y los esperaban con la ballesta levantada. Muchas mujeres eran violadas antes de ser asesinadas. Ni siquiera los soldados estaban seguros entre ellos ya que también recibían órdenes para matarse cuando algunos adquirían demasiados conocimientos.


Antes de terminar la visita, vimos un video y unas salas con fotografías e información importante.

Habíamos contratado los tuk tuk por todo el día o al menos el tiempo que quisiéramos. Nuestra siguiente visita era el Museo del Genocidio así que salimos de The Killing Fields y los tuk tuk nos estaban esperando para llevarnos allí.

Antes de 1975, lo que es ahora el Museo del Genocidio Tuol Sleng había sido un centro educativo. En los años del terror, había sido transformado en S-21, siendo designado para detención, interrogación, tortura y asesinato de los detenidos después de que su confesión haya sido documentada.

El Museo fue abierto en 1979, cuando comenzó la persecución de los líderes de la Kampuchea Democrática.

Una vez que llegamos allí también contratamos un guía. El guía, un camboyano de poco más de cincuenta años, había vivido en carne propia el éxodo hacia el campo, y había estado trabajando allí durante los cuatro años que duró el régimen. Nos contó como era el día a día; se despertaban cuando salía el sol, sólo paraban para comer un cuenco de arroz y seguían trabajando hasta la noche. Así todos los días. Hombres y mujeres estaban separados, los casamientos se realizaban por sorteo, pero pocas fuerzas quedaban para la reproducción luego de la mala alimentación y el trabajo forzado de todos los días. Su esposa actual (la misma que tuvo desde que trabajaba en el campo) tiene graves traumas de aquella época, pero el prefirió estar a su lado y acompañarla.


En el paseo por el museo pudimos entrar a las celdas donde los prisioneros eran encadenados en camas de hierro durante todo el día, y conocimos los diferentes tipos de torturas a los que eran sometidos. En cada celda, hay una foto en blanco y negro que muestra con que se encontraron UFNSK cuando descubrieron el centro de torturas. Encontraron sobre todo cuerpos en estado de descomposición.

Después volvimos al hotel, con el estómago revuelto; debíamos hacer un tiempo hasta que saliera el ómnibus hacia Siam Riep a las seis de la tarde.

En el camino hacia Siam Riep, cuando paramos para ir al baño en un parador, la noche estaba oscura y el cielo estaba cubierto de estrellas.

Pensé en lo afortunado que era de conocer esas tierras que pocos tienen la posibilidad de conocer, de estar forjando recuerdos imborrables para mi futuro, de poder alcanzar un nivel de comprensión del mundo que sólo se logra viajando a su ancho, de estar viviendo en ese momento y cada día emociones tan profundas que quedarán grabadas en mi para siempre.

Son muchos los sentimientos que afloran, pero cumplir un sueño cuya realización supera las enormes expectativas que tenía puestas en él me da una felicidad que no puedo comunicar con palabras.

Muchas gracias a todos por estar siempre allí, siguiéndome desde lejos.

viernes, 20 de mayo de 2011

Día 77(18 de mayo): LLegando a Phnom Penh

La segunda parte del periplo hacia Pnhom Phen comenzaba muy temprano en la mañana. Con la almohada en la cabeza aún, nos embarcamos en un pequeño barco y seguimos el curso del río Mekong.

La primera parada fue en la casa de una familia dedicada a la pesca. Allí nos mostraron cómo mantienen y alimentan a sus peces atrapados bajo su casa flotante.

Varias horas después, llegábamos a la frontera de Camboya. Desembarcamos y realizamos los trámites de salida de Vietnam y de entrada a Camboya.

El fin del periplo estaba cerca, pero antes tuvimos que cambiarnos de barco. Horas más tardes, llegábamos por fin a Phnom Penh, la capital del Reino de Camboya.

Aquí nos separamos en dos grupos. El nuestro estaba integrado por Julio, Virgin, Karlita, Chompi, Mati, Nacho y yo. Nos quedaríamos una noche en Phnom Penh para poder visitar al día siguiente los campos de exterminio de la dictadura comunista de Pol Pot y el Museo del Genocidio. Los demás seguirían hacia Siam Reap para poder visitar con más tiempo los templos de Angkor.

Subimos por una rampa y ya estábamos en las calles de esa ciudad. Tener un conocimiento sobre lo que había pasado en este país poco más de treinta años atrás hacía que adonde mirara encontrara fantasmas y sonidos de aquellos lúgubres tiempos.

Llegamos al hotel en tuk tuk. Así le llaman los camboyanos a las moto taxis que son el transporte más común en la ciudad. La ciudad me resultaba muy interesante, con sus mercados desordenados, sus casas y edificios descuidados, un tráfico no tan saturado. Sentía algo más que flotaba en el aire, quizá producto de mi imaginación. O no.

Con algo de parsimonia, nos bañamos y salimos a conocer la ciudad y a cenar. Lo primero que nos llamó la atención fue la gran oferta de carne en puestos callejeros y el olor a grasa y carne a la parrilla. También el aspecto desvencijado de las calles y casas, que hacían que uno sintiera que había vuelto al pasado, quizá treinta años atrás. Nos cruzábamos con monjes de hábito naranja, niños vendiendo pulseras, libros y marihuana, hombres lisiados que se arrastraban como podían. Todo es tan diferente que creo sólo lo entendíamos por haber viajado ya varios meses por Asia. Cada tanto nos cruzábamos con templos hindúes, nos ofrecían transporte, se nos acercaban niños.

Cuando nos topamos con un limpio restaurante con un gran cartel de Happy Pizza, decidimos cenar allí y probar aquella pizza. Cuando le preguntamos porque le decían Happy nos contestó que era porque la hacían con marihuana. Pedimos dos grandes, pensando que nada nos iba a hacer, que tendría alguna hierba pero nada más, que era más verso que otra cosa.

Comimos con apetito, sin preocuparnos por la marihuana. Cuando una hora después caminábamos por la rambla me di cuenta de que comenzaba a hacer efecto. Pensé que iba a ser un efecto leve, pero cada vez sentía menos las piernas. Entramos a una heladería y cuando quisimos acordar hacía media hora que estábamos allí y no parábamos de reírnos. Volvimos hacia el hotel a descansar. La cabeza me volaba de un lado a otro y no podía coordinar una acción de complejidad mínima, como hacer una entrada en el blog. Mantener una charla normal era algo impensable así que cuando me comuniqué con mi madre y mi hermano por Skype deben haber pensado que algo me pasaba. Cuando lean esto van a enterarse de que no coordinaba porque habíamos comido Happy Pizza. Algunos de los chiquilines  tuvieron una mala experiencia, como ataques de pánico. Cuidado con la comida camboyana! Al otro día fuimos a otro restaurante a almorzar y tuvimos que pedirle que no le pusieran hierbas a las hamburguesas, ya que también venían con marihuana.

Día 76(17 de mayo): Partiendo hacia Camboya

Salimos muy temprano de Ho Chi Minh prestos a realizar el periplo que nos llevaría hasta Phnom Penh, capital de Camboya, a través del río Mekong en un viaje de dos días.

El río Mekong es el río más largo del sudeste asiático, atravesando seis países (China, Birmania, Camboya, Laos, Vietnam, Tailandia) en su longitud de 4.880 kilómetros. Sus aguas dan sustento a cien millones de personas a través de la pesca y del cultivo del arroz que facilita con su caudal.

La primera parada luego de varias horas en ómnibus fue el mercado flotante de Can Tho en el Delta del Mekong. Allí bajamos del ómnibus y nos subimos a un bote que nos paseó por el mercado. Allí varias embarcaciones venden frutas y comida.

Siguiendo viaje por el delta de Mekong bajamos a visitar la pequeña fábrica de una familia. Allí hacían caramelos de coco, galletas de arroz, preparaban bebidas espirituosas. Observamos todo el proceso de fabricación. Resulta muy interesante ver cómo en el proceso nada se desaprovecha, y utilizan hasta la cáscara de arroz como sustituto de la leña.


Desde allí fuimos a almorzar, donde nos deleitamos con pescado (pez oreja de elefante) y con camarones a la parrilla. Como siempre los uruguayos tenemos un problema con la puntualidad y siempre nos damos un margen de tolerancia de diez o quince minutos. Esto no pasa en el resto del mundo y cuando volvimos al bote utilizando hasta el último de los minutos de tolerancia el guía estaba molesto. Y más molesto se puso cuando Guille y Vicky se dieron cuenta que habían dejado la mochila en el restaurante y tuvieron que volver a buscarla, caminando más de doscientos metros por el sendero de tierra. Comenzó a gritar y tuvimos que pararle el carro.

Seguimos camino por el Mekong más de una hora, observando de vez en cuando grupos de vietnamitas en canoas buscando peces, o mujeres que lavaban ropa. Es que todo a lo largo del río, tienen un hogar muchísimos vietnamitas. Todos muy simpáticos nos saludaban al pasar. Por momentos el río tenía un caudal pequeño y los arbustos y las ramas acariciaban los costados de nuestro bote.

Desembarcamos en Vinh Long sólo para subirnos al mismo ómnibus que habíamos dejado horas antes y continuamos camino. Poco después dejamos el ómnibus y mediante ferry cruzamos el río. Esperamos al ómnibus del otro lado, nos subimos y seguimos camino.

Visitamos brevemente una granja de cocodrilos, donde éstos estaban separados por edad. En donde estaban los más chicos, estaban sueltos muchos pollitos que se amontonaban entre ellos. Cuando un cocodrilo tenía hambre, no tenía más que acercarse a las pobres víctimas. Nos subimos al ómnibus sabiendo que ya no pararíamos más hasta llegar al final del recorrido del primer día.

Ya eran casi las ocho de la noche y la primera etapa del periplo estaba llegando a su fin. Íbamos a pasar la noche en un hotel flotante en Chau Doc. Para llegar a él tuvimos que subirnos a otro bote que cruzó el río. Nos dimos una ducha y volvimos a tomarnos el bote hasta el otro lado del río, donde nos subimos a un barco para cenar allí, mientras éste nos paseaba de un lado al otro del río.

La cena era frugal, fideos con vegetales. Sin embargo el paseo era excepcional y la sensación de estar en un lugar perdido en el mundo potenciaba la experiencia. Abrimos un vino, que Mati había comprado días atrás en la bahía de Ha Long. El vino vietnamita nos dio ánimo festivo y cuando nos quisieron llevar a nuestro hotel flotante le dijimos que de ninguna manera que queríamos festejar un poco.

Es que parte del grupo se había quedado en el hotel flotante del otro lado del río, y en su hotel había un gran bar con una amplia pista y varias mesas. Allí, hicimos un jolgorio importante hasta que dos horas después nos invitaron a retirarnos.

A esa altura ya estábamos enfiestados y cuando llegamos a nuestro hotel fuimos a procurar cerveza. De la mano del “comandante” Astor, lo que parecía una misión imposible se transformó en un juego de niños. Nos quedamos conversando y festejando junto a Julio, Virgin, Nacho y Mati hasta cerca de las dos de la madrugada.

Día 75(16 de mayo): Túneles de Cu Chi

A primera hora de la mañana, salimos de excursión a conocer los túneles Cuchi, utilizados por los Vietcong para esconderse de los americanos y sus aliados durante la guerra de Vietnam.

El guía, un pintoresco gordito llamado Alex nos fue entreteniendo casi la totalidad de las tres horas que duró el trayecto hasta allí.

Los túneles utilizados por los Vietcong tienen una extensión de alrededor de doscientos kilómetros. El espacio para moverse dentro de ellos es muy pequeño. Los vietnamitas son de contextura delgada y  podían atravesarlos, pero los soldados norteamericanos eran mucho más corpulentos y no podían siquiera entrar en ellos.

El siglo pasado fue muy complicado para los vietnamitas. Parte de los túneles utilizados por los Vietcong habían sido realizados cuando peleaban por la independencia contra Francia en la década del cincuenta. Así que cuando empezó la guerra y tuvieron que esconderse, ya tenían parte del trabajo hecho.

Lo primero que nos mostró el guía cuando llegamos fue una de las entradas a estos túneles. La abertura, escondida en el piso por un bloque de concreto cubierto por hojas muertas era tan pequeña que apenas entraba mi cintura. En contra de todo pronóstico metí la panza para adentro y callando a los contras pude meterme y tapar la abertura como debían haber hecho miles de veces los Vietcong.

Luego nos enseño una trampa, también cubierta de hojas y vegetación. Quien pasara por ahí no se daría cuenta de que lo que estaba pisando no era tierra sino una plancha giratoria; al pisarla caías dentro del pozo lleno de pinchos. No había chance de sobrevivir.

A través de un sistema de señales (ramas quebradas, flores quemadas con cigarros) los Vietcong se comunicaban entre ellos para que no cayeran ellos mismos en sus propias trampas. Los conductos de ventilación de los túneles se disimulaban con pequeñas montañas de tierra que simulaban hormigueros. De esta manera también se deshacían de la tierra que sacaban para hacer los túneles. Luego tuvieron que plantar chili para que los perros no pudieran identificar ningún tipo de olor. Utilizaban sandalias de goma diseñadas de manera que la huella quedara al revés, para que sus enemigos pensaran que caminaban para el lado contrario al que lo hacían realmente.

Más adelante pudimos observar a través de muñecos móviles un día de trabajo en las tiendas. También nos mostraron cerca de diez tipos de trampas.

Los tiros que veníamos escuchando desde que habíamos llegado se sentían muy cerca. Entramos al campo de tiro y pudimos disparar con una AK-47.

Lo último que hicimos antes de terminar la visita fue quizá lo más impactante. Un sector de los túneles ha sido ampliado para que un occidental de estatura normal pueda atravesarlo. Nos metimos dentro y atravesamos un trecho, pudiendo experimentar de alguna manera lo que deben haber sentido los Vietcong al moverse por ellos. Se dificulta la respiración, la sensación de claustrofobia es angustiante y uno desea salir inmediatamente de esa madriguera. En la primera salida que encontramos subimos casi desesperados.

Los túneles tenían varios pisos de profundidad y pensaba como sería respirar en los más profundos si la respiración se hacía casi imposible en el primero, aún siendo ampliado para el turismo.

Terminada la visita volvimos rumbo a la ciudad y pensamos visitar el Museo de la Revolución pero no lo pudimos encontrar rápidamente. Así que pusimos rumbo a los mercados para realizar alguna compra de ropa y adornos.

Por la noche salimos a comer. La oferta sexual en Saigón es muy grande, entre restaurantes y bares normales, se encuentran varios bares donde chicas vietnamitas se prostituyen.

jueves, 19 de mayo de 2011

Día 74(15 de mayo): Ho Chi Minh

Antes del mediodía ya estábamos dejando nuestras valijas en el Red Sun Hotel, en el Distrito 1 de Ho Chi Minh. El distrito 1 también es llamado Saigón, nombre usado además para nombrar a toda la ciudad.

Descansamos brevemente en los cuartos y salimos a almorzar. Inmediatamente después nos dirigimos hacia el Museo de la Guerra.

Este museo le muestra al mundo las atrocidades, destrozos y sufrimientos generados por la Guerra de Vietnam. A través de varias salas con fotografías impactantes, llama a la paz a través del dolor.


Antes de entrar al museo propiamente dicho, nos sacamos varias fotos en el patio donde se exhiben helicópteros, aviones, bombarderos, tanques y otros vehículos de guerra de las fuerzas aéreas norteamericanas. Si bien teníamos cierto conocimiento del terror de la guerra de Vietnam, no éramos plenamente conscientes de lo que significó para el pueblo vietnamita. Es por eso que en las fotos lucimos sonrientes.

Una vez dentro las sonrisas se borraron dramáticamente de nuestros rostros. Es que la realidad de lo que fue la guerra y lo que siguen siendo hoy las secuelas de la misma, golpean muy duro, profundamente, desde el comienzo.

Lo primero que ves al entrar al museo, es un grupo de seres humanos con deformaciones producto de la herencia de las armas químicas utilizadas en la guerra.

Hombres y mujeres de poco más de veinte años sufriendo hoy las secuelas de una guerra de la que ni siquiera fueron contemporáneos. Un hombre sin ojos tocando el órgano, otro de medio metro y retorcido sobre sí mismo en una silla de ruedas hilando, otros con las piernas deformes, otros con rostros deformes. Todos allí juntos, unidos en un rincón, haciendo una denuncia absoluta sobre los horrores de la guerra, que fue para ellos su razón y su sinrazón de ser. El ciego sin ojos tocaba una melodía triste en el órgano, y otros ciegos lo secundaban cantando tímidamente. Golpeado y conmovido hasta la médula por este testimonio viviente, subí hasta el segundo piso, donde se encontraba la primera exposición.

En la primera exposición fotografías sobre los años previos a la guerra daban una adecuada introducción al contexto en el que se desarrollaría.

Las siguientes exposiciones eran ya más fuertes. En una exhibían fotografías tomadas durante la guerra por fotógrafos extranjeros que luego morirían en ella, haciendo un tributo a esas víctimas.

En otra las mejores fotografías tomadas en la guerra te transportaban a aquellos terribles momentos. Compasión y empatía ante la contemplación de aquellos rostros asiáticos eternizados en un rictus de sufrimiento. Odio e impotencia ante la contemplación de aquellos rostros americanos iluminados por la locura. Es que al contemplar estas imágenes uno entiende que el hombre puede no tener límite alguno en su maldad.

En otra galería se exhibían las armas utilizadas por los norteamericanos. A su vez, se mostraban fotos sobre las diferentes armas ilegales que utilizaron, como el agente naranja y las bombas napalms. Imágenes de pueblos y ciudades arrasadas, en un cóctel de atrocidad combinado con imágenes de rostros quemados por las armas químicas.

En otra galería se exhibían imágenes de los defectos de nacimientos generados por las armas químicas. Aberración tras aberración.

En otra se exhibía la reconstrucción de Vietnam, una vez que terminó la guerra.

En otra, se exhibía el apoyo mundial a Vietnam, con manifestaciones en cada ciudad. Encontramos la foto que mencionaba al apoyo de Uruguay.

Con los ojos al borde de las lágrimas y sintiéndome agotado salí de museo y me junté con los demás. El silencio era la muestra de que todos estábamos conmocionados. Ya no se nos pasaba por la cabeza sacarnos una foto animadamente con los vehículos de guerra.

Luego fuimos hasta la catedral de Notre Dame, donde no pudimos entrar ya que había una misa y estaba lleno. Lo más sorprendente es que mucha gente estaba sentada en sus motos fuera de la iglesia escuchando el sermón. Lo apodamos la moto misa.


Después de parar en un café a refrescarnos volvimos al hotel caminando por una avenida de Ho Chi Minh. Es demencial cruzar las calles repletas de motos. Más tarde nos enteraríamos de que sólo en Ho Chi Minh hay seis millones de motos.

A continuación participación estelar nachesca sobre la comida callejera vietnamita.

Nacho: A poco de terminar nuestra estadía en Vietnam, me he dado cuenta que la comida callejera varía mucho de ciudad en ciudad. Desde las “pascualinas” de Hanoi que estaban muy buenas, pasando por las baguettes fritas cubiertas con una misteriosa carne picada de Hoi An, llegamos a los fideos de plástico con aderezos irreconocibles servidos en bolsas de plástico de Ho Chi Minh City. Sin embargo, hay un plato que se repite en toda calle vietnamita y que no es la rata. Me refiero a la baguette rellena de tomate, lechuga, pepinos, cebolla y zanahoria, con sus opciones de carne picada, puerco o pollo. Es clara la influencia francesa en este sabroso bocadillo, que puede acompañarse como en todo el sudeste asiático con chili o ketchup. No me quiero despedir sin antes hacer una mención a grandes bocadillos como los deliciosos cangrejos fritos de Hoi An o los huevos de codorniz o gallina a peso en las calles de Ho Chi Minh. Para Info y Piques 2012 quiero recomendar un puestito callejero en Hanoi a cinco pesos el vaso de cerveza y Spring Rolls (arrolladitos primavera) muy enchumbados en aceite y demorones más no por eso dejaban der gustosos. Mamá no te preocupes que mi estómago viene respondiendo muy bien y ya ha generado todos los anticuerpos necesarios para sobrevivir a la gastronomía callejera de todo el sureste asiático. TQM.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Día 73(14 de mayo): Último día en Hoi An

Como se venían días de actividad continua y de mucho movimiento,  me propuse tomar un día de total relax en la piscina del hotel. Además quería recuperarme completamente de la espalda y no exigirla nuevamente subiéndome a una moto.

Así que mientras unos iban a la playa a darse un baño y a tomar sol y otros iban al centro a realizar compras o a levantar sus encargos del día anterior, me quedé leyendo, escuchando música, escribiendo y bañándome en la piscina.

Así se pasó la mañana y la tarde, reflexiva y tranquila. Una mención especial a la siesta escuchando Sabina en la piscina. En este día, el descanso y la reflexión renovaron mis fuerzas y mis energías.

Cuando se había puesto el sol, fuimos con Matías al centro. Como mencionaba anteriormente, Hoi An es muy conocido por las casas que hacen ropa a medida. El día anterior Nacho y Mati se habían tomado las medidas y encargado varios pantalones de lino. Pasamos a retirarlos y aprovechamos a caminar por las callecitas llena de comercios, cuyas artesanías, formas y luces te transportan por un momento a otro mundo. En la noche todo se vuelve más calmo y más leve, como si un encantamiento se apoderase de Hoi An.



Luego volvimos al hotel a pagar la cuenta y a cenar. La recepcionista (que daba la impresión de ser también la dueña) nos había pedido de que pagásemos la cuenta antes de las nueve de la noche. Cuando llegamos, fuimos hasta la recepción a preguntar cuanto debíamos, ya que no sólo teníamos que pagar los cuartos sino también los alimentos y las bebidas que habíamos consumido, cuya cuantía no habíamos controlado.

En los hoteles de Vietnam se quedan con los pasaportes el tiempo que dure tu estadía. Mientras mirábamos el recibo, la recepcionista nos dio un fajo de pasaportes para que buscáramos los nuestros. El mío no estaba. Tampoco estaba en otros fajos que fue sacando de la caja fuerte, y de varios cajones bajo el mostrador.

Ante mi negativa a su pregunta de si ya me lo había dado, la recepcionista comenzó a ponerse nerviosa. Me pidió que le preguntara a mis compañeros si no se lo habían llevado por error cuando habían pagado minutos antes. Fui hasta el comedor donde algunos cenaban y otros estaban con las computadoras. Ninguno se lo había llevado por error.

Volví a la recepción con la respuesta, y Mati y Nacho comenzaron a buscar detrás del mostrador, en el piso, entre las bolsas, hasta en la heladera. Checha me decía que cuando buscaba el de ella creyó haber visto el mío, pero no podía asegurarlo. Intenté mantener la calma, pero pasaban los minutos y la búsqueda frenética de compañeros y empleados del hotel no daba frutos. Me quisieron acompañar al cuarto a buscarlo ellos mismos, y tuve que aceptar a pesar de que sabía que no había tocado el pasaporte desde que llegué al hotel.

Todo se volvió un caos, ya que también había compañeros del Grupo de Viaje que estaban viajando en otro grupo libre, que cuando se enteraron que mi pasaporte no aparecía fueron a la recepción a verificar que los suyos sí estuvieran.

La gente de recepción los atendía y dejaban de buscar el mío, y yo les pedía que se fueran que primero teníamos que solucionar mi problema que era más urgente. Al fin y al cabo el pasaporte que no aparecía era el mío, y sin pasaporte no podía seguir viajando. A pesar de eso me sentía bastante tranquilo, no era momento de entrar en crisis.

La única chance que quedaba a esa altura es que lo hubieran agarrado por error José y su novia, que habían salido al centro. Karlita le pidió la llave a la recepcionista, y cuando entramos al cuarto, a la luz de la lámpara resplandecía mi pasaporte. José explicó luego que se lo habían dado y se lo quedó para dármelo luego.

Solucionado el percance no quedó más que cenar e irse a dormir, ya que al otro día muy temprano, volábamos hacia Ho Chi Minh.

Día 72(13 de mayo): Danang

Con Nacho y Mati alquilamos unas motos en la puerta del hotel y salimos a conocer las playas de Danang. El camino es a lo largo de la costa y se pueden observar cantidad de obras a medio construir, maquinaria pesada en terrenos arenosos, carteles donde se muestran dibujos de los próximos hoteles de lujo. Uno puede imaginar el enorme capital invertido allí y pensar que en los próximos años va a ser un destino frecuentado por los más ricos.

Antes tantos hoteles y terrenos vallados no encontrábamos manera de llegar a la playa para darnos un baño, así que dejamos las motos estacionadas en el parking de un hotel y nos metimos en él como si fuéramos sus huéspedes. Cuando llegamos a la lujosa piscina, Nacho se apuró a darse un baño mientras veíamos que un chico del hotel se nos acercaba con unas toallas. Hicimos como que no le entendíamos cuando nos preguntaba el número de cuarto y seguimos a través del puente que cruzaba la piscina hacia la playa. Dejamos rápidamente las cosas en la orilla y entramos en el mar de agua celeste y transparente, fresca y con un agradable oleaje. Enseguida vimos que se armaba un concilio entre los guardavidas, los empleados que cuidaban las reposeras y los que estaban en el bar. En el hotel había muy pocos huéspedes ya que estábamos en temporada baja, por lo que no tenían mucho para hacer. Inmediatamente vimos cómo dos se acercaban hasta la orilla y comenzaban a hacernos señas y a llamarnos desesperadamente. Hicimos como que no los vimos y seguimos disfrutando del baño.

Media hora después ya se habían cansado de hacernos señas, así que tranquilos salimos del agua, recogimos nuestras cosas y nos fuimos caminando por la arena.

Nos refrescamos tomando un jugo y cuando encontramos una salida hacia la calle, nos topamos con un casino. Entramos un rato y Mati ganó sesenta dólares y yo perdí veinte. Como estaba dulce, invitó con camarones a la parrilla en un restaurante sobre la playa. Espectacular la vista que teníamos desde allí al mar y a los botes, al cerro y a una enorme escultura que nos hacía acordar al Corcovado de Río de Janeiro.


Así que luego de comer fuimos hasta allí para poder ver de cerca de que se trataba. Pudimos comprobar que se trataba de un templo budista con varias estatuas de piedras. Dentro de la más grande, la que se podía ver desde la costa, una mujer arrodillaba realizaba sus rezos. Muchos turistas sacaban fotos en las inmediaciones.



Deshicimos el camino hacia Hoi An pero antes bajamos a una playa a la que bajaban cientos, y miles de vietnamitas. Las motos se aglomeraban en la entrada al parking. En la playa pudimos observar varias cosas que nos sorprendieron

Como ya habíamos visto, tanto hombres como mujeres se bañan en su mayoría con ropas largas. Vaqueros, buzos de manga larga y vestidos.

Da la impresión que disfrutan de aglomerarse ya que habiendo lugares más cómodos y espaciosos para estar, se juntan todos en el mismo lugar.

Policías con silbato llamaban la atención a todos aquellos que jugaban con una pelota cerca de la muchedumbre.

Sobre la orilla, guardavidas controlaban que nadie se fuera a bañar fuera de la zona de baño, delimitada con bollas. Otro guardavida controlaba lo mismo en un bote.

Sólo Nacho se bañó y liego seguimos hacia Hoi An donde paramos a tomar algo en un restaurante en la playa.

Luego de volver al hostel, salimos a comer algo con la gente que ya estaba dentro del Grupo de Viaje y más tarde unos pocos fuimos a conocer un boliche que quedaba enfrente al mar.