A primera hora de la mañana, salimos de excursión a conocer los túneles Cuchi, utilizados por los Vietcong para esconderse de los americanos y sus aliados durante la guerra de Vietnam.
El guía, un pintoresco gordito llamado Alex nos fue entreteniendo casi la totalidad de las tres horas que duró el trayecto hasta allí.
Los túneles utilizados por los Vietcong tienen una extensión de alrededor de doscientos kilómetros. El espacio para moverse dentro de ellos es muy pequeño. Los vietnamitas son de contextura delgada y podían atravesarlos, pero los soldados norteamericanos eran mucho más corpulentos y no podían siquiera entrar en ellos.
El siglo pasado fue muy complicado para los vietnamitas. Parte de los túneles utilizados por los Vietcong habían sido realizados cuando peleaban por la independencia contra Francia en la década del cincuenta. Así que cuando empezó la guerra y tuvieron que esconderse, ya tenían parte del trabajo hecho.
Lo primero que nos mostró el guía cuando llegamos fue una de las entradas a estos túneles. La abertura, escondida en el piso por un bloque de concreto cubierto por hojas muertas era tan pequeña que apenas entraba mi cintura. En contra de todo pronóstico metí la panza para adentro y callando a los contras pude meterme y tapar la abertura como debían haber hecho miles de veces los Vietcong.
Luego nos enseño una trampa, también cubierta de hojas y vegetación. Quien pasara por ahí no se daría cuenta de que lo que estaba pisando no era tierra sino una plancha giratoria; al pisarla caías dentro del pozo lleno de pinchos. No había chance de sobrevivir.
A través de un sistema de señales (ramas quebradas, flores quemadas con cigarros) los Vietcong se comunicaban entre ellos para que no cayeran ellos mismos en sus propias trampas. Los conductos de ventilación de los túneles se disimulaban con pequeñas montañas de tierra que simulaban hormigueros. De esta manera también se deshacían de la tierra que sacaban para hacer los túneles. Luego tuvieron que plantar chili para que los perros no pudieran identificar ningún tipo de olor. Utilizaban sandalias de goma diseñadas de manera que la huella quedara al revés, para que sus enemigos pensaran que caminaban para el lado contrario al que lo hacían realmente.
Más adelante pudimos observar a través de muñecos móviles un día de trabajo en las tiendas. También nos mostraron cerca de diez tipos de trampas.
Los tiros que veníamos escuchando desde que habíamos llegado se sentían muy cerca. Entramos al campo de tiro y pudimos disparar con una AK-47.
Lo último que hicimos antes de terminar la visita fue quizá lo más impactante. Un sector de los túneles ha sido ampliado para que un occidental de estatura normal pueda atravesarlo. Nos metimos dentro y atravesamos un trecho, pudiendo experimentar de alguna manera lo que deben haber sentido los Vietcong al moverse por ellos. Se dificulta la respiración, la sensación de claustrofobia es angustiante y uno desea salir inmediatamente de esa madriguera. En la primera salida que encontramos subimos casi desesperados.
Los túneles tenían varios pisos de profundidad y pensaba como sería respirar en los más profundos si la respiración se hacía casi imposible en el primero, aún siendo ampliado para el turismo.
Terminada la visita volvimos rumbo a la ciudad y pensamos visitar el Museo de la Revolución pero no lo pudimos encontrar rápidamente. Así que pusimos rumbo a los mercados para realizar alguna compra de ropa y adornos.
Por la noche salimos a comer. La oferta sexual en Saigón es muy grande, entre restaurantes y bares normales, se encuentran varios bares donde chicas vietnamitas se prostituyen.
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