La segunda parte del periplo hacia Pnhom Phen comenzaba muy temprano en la mañana. Con la almohada en la cabeza aún, nos embarcamos en un pequeño barco y seguimos el curso del río Mekong.
La primera parada fue en la casa de una familia dedicada a la pesca. Allí nos mostraron cómo mantienen y alimentan a sus peces atrapados bajo su casa flotante.
Varias horas después, llegábamos a la frontera de Camboya. Desembarcamos y realizamos los trámites de salida de Vietnam y de entrada a Camboya.
El fin del periplo estaba cerca, pero antes tuvimos que cambiarnos de barco. Horas más tardes, llegábamos por fin a Phnom Penh, la capital del Reino de Camboya.
Aquí nos separamos en dos grupos. El nuestro estaba integrado por Julio, Virgin, Karlita, Chompi, Mati, Nacho y yo. Nos quedaríamos una noche en Phnom Penh para poder visitar al día siguiente los campos de exterminio de la dictadura comunista de Pol Pot y el Museo del Genocidio. Los demás seguirían hacia Siam Reap para poder visitar con más tiempo los templos de Angkor.
Subimos por una rampa y ya estábamos en las calles de esa ciudad. Tener un conocimiento sobre lo que había pasado en este país poco más de treinta años atrás hacía que adonde mirara encontrara fantasmas y sonidos de aquellos lúgubres tiempos.
Llegamos al hotel en tuk tuk. Así le llaman los camboyanos a las moto taxis que son el transporte más común en la ciudad. La ciudad me resultaba muy interesante, con sus mercados desordenados, sus casas y edificios descuidados, un tráfico no tan saturado. Sentía algo más que flotaba en el aire, quizá producto de mi imaginación. O no.
Con algo de parsimonia, nos bañamos y salimos a conocer la ciudad y a cenar. Lo primero que nos llamó la atención fue la gran oferta de carne en puestos callejeros y el olor a grasa y carne a la parrilla. También el aspecto desvencijado de las calles y casas, que hacían que uno sintiera que había vuelto al pasado, quizá treinta años atrás. Nos cruzábamos con monjes de hábito naranja, niños vendiendo pulseras, libros y marihuana, hombres lisiados que se arrastraban como podían. Todo es tan diferente que creo sólo lo entendíamos por haber viajado ya varios meses por Asia. Cada tanto nos cruzábamos con templos hindúes, nos ofrecían transporte, se nos acercaban niños.
Cuando nos topamos con un limpio restaurante con un gran cartel de Happy Pizza, decidimos cenar allí y probar aquella pizza. Cuando le preguntamos porque le decían Happy nos contestó que era porque la hacían con marihuana. Pedimos dos grandes, pensando que nada nos iba a hacer, que tendría alguna hierba pero nada más, que era más verso que otra cosa.
Comimos con apetito, sin preocuparnos por la marihuana. Cuando una hora después caminábamos por la rambla me di cuenta de que comenzaba a hacer efecto. Pensé que iba a ser un efecto leve, pero cada vez sentía menos las piernas. Entramos a una heladería y cuando quisimos acordar hacía media hora que estábamos allí y no parábamos de reírnos. Volvimos hacia el hotel a descansar. La cabeza me volaba de un lado a otro y no podía coordinar una acción de complejidad mínima, como hacer una entrada en el blog. Mantener una charla normal era algo impensable así que cuando me comuniqué con mi madre y mi hermano por Skype deben haber pensado que algo me pasaba. Cuando lean esto van a enterarse de que no coordinaba porque habíamos comido Happy Pizza. Algunos de los chiquilines tuvieron una mala experiencia, como ataques de pánico. Cuidado con la comida camboyana! Al otro día fuimos a otro restaurante a almorzar y tuvimos que pedirle que no le pusieran hierbas a las hamburguesas, ya que también venían con marihuana.
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