A las cuatro y veinte de la mañana, la china de la recepción me fue a despertar al cuarto. Por suerte, había aprontado la valija y la mochila la noche anterior.
Me encontré con Nacho que increíblemente se había levantado en hora y salimos a las calles de Beijing. Nos tomamos el metro que abría a las cinco; cuando llegamos a las puertas, en ese mismo momento una mujer policía estaba corriendo las rejas.
No teníamos mucha idea de cómo funcionaba la estación (según me habían dicho la más grande de toda Asia), pero queríamos estar bien temprano para evitar problemas. Nos imaginábamos las masas de chinos avanzando, y nosotros totalmente despistados sin poder comunicarnos con nadie.
Sin embargo no tuvimos ningún problema. Muy temprano estábamos en la terminal, esperando que habilitaran el paso para hacer el check-in y entrar al tren.
El tren salía a las siete y cuarenta y siete, y poco después de las siete abrieron las puertas y pudimos entrar. Buscamos ser de los primeros, ya que éramos seatless(es decir no teníamos asiento asignado) y queríamos agarrar un buen lugar en el vagón para pasar las once horas que duraba el trayecto.
Nos tocó el vagón cuatro, y en una rápida ojeada pudimos ver que los mejores lugares estaban al final, detrás de los últimos asientos. Allí nos instalamos con nuestras valijas y mochilas.
Las primeras tres horas de recorrido pude dormitar un poco, escondido como un polizón. Me despertaba, me paraba y miraba para afuera. Luego volvía al piso. El paisaje era monótono y aburrido, edificios derruidos, otros en construcción, y fábricas; pequeños pueblos industriales al costado de las vías. Pensaba lo que sería vivir en ellos, y en el hastío que tendría.
Nacho, que había conseguido lugar tras las filas de tres asientos (las mías eran de dos) seguía durmiendo sin ningún problema ya que podía estirar todo el cuerpo.
Dejé la mochila en mi lugar y me fui a recorrer los otros vagones. Me encontré enseguida con el comedor, cuyos asientos estaban ocupados por otros seatless, que abundaban en los pasillos. Me acerqué a las camareras chinas que atendían y les dije que quería almorzar algo y que no tenía asiento. Se acercó a uno de los seatless y lo sacó volando. Fui a buscar mi mochila y por fin tenía asiento!
Lentamente, con total parsimonia (tampoco tenía hambre) fui comiendo mi porción de pollo con arroz, vegetales y huevo. Por momentos miraba a mi alrededor, y sentía que me miraban raro, como esperando que me vaya del asiento. Pero por nada del mundo me iba a ir de allí.
Me puse a leer y haciéndome el boludo, y comenzó a pasar el tiempo. Al rato cayó Nacho y pidió el almuerzo y consiguió un lugar allí. Yo me pedí un café. Y así fue pasando el rato, cada tanto ordenábamos una cerveza, una bolsa de pop, y nos dimos cuenta de que ya estábamos instaladísimos y nadie nos iba a mover de allí.
A continuación comentario nachesco sobre los seatless del tren.
Nacho: Ser un seatless en un tren es como ser un homeless en una ciudad. Sos un ser que estorba en el ambiente e indeseable para algunas personas. El seatless juega su papel de diferente manera según la persona. Algunos se aguantan estoicamente las diez horas parados como quien espera quince minutos el bondi. Otros, abren su banquito portátil (fabricado yo creo por seatless para seatless) y se plantan en el medio del corredor. Unos más, como nosotros buscan el primer rinconcito que se aparezca para echarse e intentar descansar. Y por último, están los seatless al alpiste, grupo en el cual también nos incluimos, que están a la espera del primer asiento que quede vacante o garronean inescrupulosamente asiento en el comedor (nosotros al menos compramos algo).
Chelo: Al fin y al cabo el tiempo se pasó más rápido de lo que nos habíamos imaginado, y el viaje no fue tan desagradable.
Cuando llegamos a la estación de Shanghai y salimos a la ciudad, nos topamos de golpe con una de las ciudades más pobladas y modernas del mundo. La velocidad con que la gente circulaba, los grandes edificios, los carteles luminosos y las pantallas gigantes nos impresionaron rápidamente.
Ante la falta de Juanchi, ninguno de los dos se había acordado de fijarse en Internet cómo hacíamos para llegar al hostel, una vez que estuviéramos en la estación. Vimos un Mc Dolnald´s enfrente y fuimos hasta él, pero no tenía wi-fi. Nos dijeron que sí había otra sucursal, a una cuadra de distancia. El otro problema era que mi netbook no tenía batería.
En el siguiente Mc Donald´s no tenían enchufe, así que tuve que salir disparando buscando un lugar, mientras que Nacho esperaba en las mesas. Por suerte, dentro del edifico del Mc Donald´s encontré un depósito, donde la pude enchufar luego de hacerle señas desesperadas al chino de turno.
Solucionado el problema de la batería, surgió el problema de que en el wi-fi de Mc Donald´s debías mandar un mensaje de tu celular para poder conectarte, pero mediante señas desesperadas convencí a la encargada que lo mandara desde su celular.
Y luego de todo esto pudimos averiguar la manera de llegar, que incluía un transbordo en el metro.
En el hostel, The Phoenix, nos encontramos rápidamente con Carlita, Laura, Chompi, Checha, Vicky y Guille. Dejamos las cosas, y con Carlita, Laura y Chompi salimos a dar una vuelta en la movida nocturna de la ciudad.
Bailamos un rato en una discoteca, y luego volvimos al hostel a dormir luego de un largo día.
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