Daxu es una pequeña aldea en las riberas del río Li. A pocos kilómetros de Guilin, supo en otros tiempos tener su esplendor, cuando el ferrocarril le daba vida, y era un punto de paso obligado para todos aquellos que llegaran por estas tierras de China. El desuso del ferrocarril varias décadas atrás como medio de transporte, tanto de personas como de mercancías, hizo que esta aldea quedara suspendida en el tiempo.
Con el mate de la mañana, nos tomamos un taxi siguiendo las indicaciones recibidas por parte de la recepcionista del hostel. El taxi nos llevó hasta el punto donde nos debíamos tomar un ómnibus hacia Daxu. A su vez, de esta manera pudimos ir conociendo un poco la ciudad de Guilin, en la cual residen sólo 620.000 habitantes. Es muy poco para una ciudad de China, país de más de mil millones de habitantes.
A los veinte minutos desde que el ómnibus comenzara el trayecto, ya estábamos en Daxu. Nos dejó en una avenida llena de comercios a ambos lados. Sin edificios y todo con aspecto desvencijado. Sin embargo no era el Daxu que pretendíamos conocer, aquél cuyas fotos nos habían impresionado y transportado por un momento a la antigua China.
En primer lugar, queríamos conocer la calle empedrada con casitas de madera, adornada con lámparas rojas con letras amarillas, y la puerta de piedra que daba acceso a ella. En segundo lugar, la estación de trenes, y en tercer lugar el mercado donde vendían carne de… pero mejor lo dejo para después.
El problema era que en Daxu, no había ninguna posibilidad de encontrar a alguien que hablara inglés, ya que no sólo no es punto turístico sino que además no ha avanzado como tantas ciudades de China, abriéndose al mundo. Es, como decía, un aldea perdida, como tantas otras debe haber en este enorme país.
Haciendo señas, y repitiendo las palabras Ling River, fue que nos señalaron una dirección, para nosotros tan buena como cualquier otra. Caminamos hacia allí, y a menos de una cuadra ya comenzó a cambiar todo. La calle asfaltada dejó paso a una callecita de piedras tan angosta que sólo permitía el paso de dos personas a la vez. A ambos lados, casas de madera, muy viejas, como a punto de venirse abajo. Algunos chinos, trabajaban en las puertas o en el lobby de sus casas. Trabajos de carpintería, de orfebrería y otros que se repetían pero no podíamos entender en qué consistían. Los chinos más mayores, sólo estaban sentados en las puertas, y nos miraban pasar.
La callejuela era zigzagueante, y se adentraba más y más en el Daxu que queríamos ver. De pronto, nos topamos con un arroyo, y unas escaleritas que subían un puente que lo cruzaba. Algunos chinos pescaban. Cuando subimos las escaleras y llegamos al puente, ante nosotros, la gran puerta nos recibió y nos invitó a entrar a aquél lugar que tanto queríamos conocer.
Las fotos iluminarán mejor que cualquier descripción que pueda hacer.
Cuando llegamos al final, ante nosotros apareció un descampado por el que cruzaba el río Ling. Nos quedamos sentados un rato en el puente, comiendo bananas y tomando los últimos mates.
Luego bordeamos el río y llegamos a las vías del tren. Caminamos por ellas pero nunca encontramos la estación, a pesar de que intentamos comunicarnos de forma infructuosa con unos chinos jóvenes.
Volvimos a la avenida principal y buscamos un lugar para comer. Como siempre, comida picante, para la cual Nacho parece estar muy bien preparado. Mientras comíamos conversamos sobre el lugar que nos quedaba recorrer. El mercado que habíamos visto en fotos parecía inaccesible, ya que habíamos caminado bastante, y lo único que habíamos visto eran puestos callejeros en las calles. Dijimos que si no lo encontrábamos rápidamente, volvíamos a Guilin para tomarnos una siesta.
Como no lo encontramos, nos subimos al primer ómnibus que pasaba. El ómnibus estuvo parado un rato esperando gente, y luego siguió por la avenida, lentamente, para esperar a algún otro pasajero. En eso, vimos a nuestra derecha algo que podía ser el mercado. Decidimos bajarnos en ese mismo momento e ir a ver si era ese, y así lo hicimos. De cualquier manera aún no habíamos pagado el boleto.
Entramos al mercado y como siempre nos disgustó la venta de patas de gallina, de pico de pato, pero allí en ese mercado, también vendían otra cosa, que era aún más desagradable que cualquier otra cosa que hubiéramos visto.
Colgados de ganchos, perros sin vísceras y chorreando sangre, con piel, cabeza y hasta colmillos, eran ofrecidos para la venta. El kilo era vendido a quince yuanes, algo así como cuarenta y cinco pesos uruguayos.
Luego de haber visto todo lo que nos habíamos propuesto volvimos a Guilin a dormir una merecida siesta. Ya sentíamos el trajín de Beijin y de Shanghai, donde habíamos caminado muchísimo.
A las seis de la tarde, Nacho se fue a Yangshou a encontrarse con el otro grupo, mientras que con Mati nos quedamos una noche más.
Una noche que terminó siendo muy loca, recorriendo el centro de Guilin, paseando por la rambla de las pagodas, entrando por la cocina a unos clubes bailables muy extraños, y terminando jugando a la generala y tocando el piano. Pero para profundizar sobre esto y sobre tantas otras cosas que nos han pasado y que es imposible transcribirlas por escrito, ya tendré tiempo una vez en Montevideo.
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