sábado, 7 de mayo de 2011

Día 64(5 de mayo): Yangzhou

Salimos con Mati de Guilin rumbo a Yangzhou, la zona más turística de la región. Allí estaba Nacho con el otro grupo. Esperábamos recibir un mail de Nacho en la mañana para que nos diera indicaciones de cómo llegar al hostel donde estaban, pero cuando chequeamos la casilla aún no lo había mandado.

Cuando llegamos a Yangzhou, unos chinos nos ofrecieron un hostel que quedaba cerca de la estación de ómnibus. Como no sabíamos donde estaba el otro hostel, y teníamos una sola noche en Yangzhou decidimos quedarnos allí, en el centro.

Una vez hubimos dejado las cosas en la habitación y bajado al lobby del hostel, un chino comenzó a ofrecernos un tour por las principales atracciones de la región. Resultó bastante pesado y el precio era bastante alto, pero nos costó muchísimo sacárnoslo de arriba. Nos costó tanto, que media hora después, cuando ya habíamos alquilado unas bicicletas para recorrer la ciudad por nuestros medios, aún seguía intentado convencernos de hacer el tour con él. Me tocás una vez más y te doy, le decía Mati, pero el chino claro, no lo entendía. A empujones logramos deshacernos de él, y pudimos comenzar el recorrido.

No teníamos mucha idea de a donde ir. Habíamos pasado por una oficina de turismo, pero la chica que atendía no tenía idea de nada, y estoy siendo generoso. En el mapa que nos ofrecía, no sabía indicarnos un punto de interés.

Así que nos dejamos llevar e íbamos preguntando cada tanto, hasta que decidimos ir a unas cuevas que tenían termas, baños de barro, y se accedía a través de un río subterráneo.

Yangzhou está construido entre pequeñas elevaciones de forma puntiaguda, repletas de vegetación, que se pierden en la lejanía. Las distintas formas que adoptan, y la gran cantidad de ellas hacen que uno se sienta en un mundo de fantasía. Muchas motos y muchas bicicletas, que se hacen lugar en las avenidas y en las pequeñas callejuelas que abundan en la zona cercana al río. Tiene muchísimas atracciones, pero por una cuestión de tiempo, no podíamos hacer más que una.

Cuando hubimos identificado la calle que nos llevaría a las cuevas, y avanzábamos por ella, dos chinas se nos acercaron en moto. Nos cayeron muy simpáticas, y se ofrecieron para acompañarnos y hacernos una suerte de guías de ruta. También nos aconsejaban en que lugar ir parando para sacar fotos.

Así llegamos a Water Cave, o más precisamente al lugar donde vendían las entradas y desde el cual salían los ómnibus que nos dejaban en la puerta de la cueva. Mati y una de las chinas aprovecharon que el ómnibus no estaba para ir a comprar comida, pero demoraron tanto que el ómnibus los levantó en el camino.

Subimos por una calle de pedregullo, mientras conversábamos con un par de argentinos. El ómnibus estaba destartalado y podía llevar no más de veinte pasajeros. En determinado momento, el chofer comenzó a “manejar” de una manera muy extraña. Parecía que el volante estaba inclinado y algo no iba bien. Un mejicano le gritaba stop, stop, stop. Entonces me percaté de que al chino se le había roto el volante, e intentaba manejar con el volante suelto, mientras el ómnibus seguía expreso hacia los matorrales. Algunos empezaron a gritar y el chino gracias a dios pisó los frenos y detuvo el vehículo.

Mati intentó arreglar el desperfecto, a continuación su testimonio.

Mati: Cuando vi que el chino manejaba con el volante en el aire, me di cuenta de que estábamos en un problema. La gente comenzó a bajar y yo me arrimé hacia el chino. Agarré el volante, lo giré y vi que estaba bien, el problema era que se había salido un tornillo que sujetaba la barra del volante al tablero. Calcé mi pierna contra la barra del volante, de manera que quedara fijo y le hice señas al chino, para que probara andar de esa manera. El chino se negaba, pero le insistí tanto que probó. Anduvimos unos metros, pero la gente comenzó a decir que no era seguro y pidió que paremos. Ahí comenzó el plan B, buscar el tornillo y la tuerca. En el piso entre los pedales, había toda especie de tornillos y tuercas, y el mejicano, me señaló por donde había caído la tuerca. Encontré una tuerca pero no podía enroscarla ya que el tornillo era muy corto y el chino, no tenía una llave, por lo tanto quedó frustrada la reparación del vehículo. Que chino pajero, incapaz de tener un juego de herramientas.

Chelo: Continuamos a pie, a pesar de que nos avisaron que era un trayecto de cinco kilómetros. Pero la verdad que a esta altura, con tanto traqueteo arriba nuestro estado físico es muy bueno, mucho mejor que el que teníamos un montón de tiempo atrás, cuando comenzamos el viaje el dos de marzo.

Pero veinte minutos después apareció otro ómnibus y llegamos mucho más rápido.

Para entrar en la cueva, nos subimos a una canoa muy precaria e ingresamos a través de un agujero en la piedra. Debíamos agacharnos mucho y bajar la cabeza, ya que el techo con piedras puntiagudas estaba muy cerca. A diferencia con el río subterráneo de Palawan, aquí el trayecto navegable era muy corto, y enseguida tuvimos que bajarnos para continuar el trayecto a pie.



En esta cueva no necesitamos llevar focos, ya que dentro de la misma ya hay muchas luces instaladas. Recorrimos el camino entre las piedras, escaleras de metal y puentes de madera, que ya se estaban pudriendo por el agua que caía. Se podían observar figuras en las rocas, hongos, dedos, manos, como en la cueva de Palawan.

Al rato llegamos a las aguas termales. El agua y el paso del tiempo había formado pequeñas piscinas en distintos niveles. Las de abajo no eran tan calientes porque recibían el agua de las de arriba.

Luego de disfrutar de un baño de agua caliente, seguimos adentrándonos en la cueva hasta que llegamos a los baños de barro. Mati se bañó pero a mi no me dieron ganas, no era en absoluto como en las fotos que promocionaban el lugar. Más que barro era agua con barro.

Y después deshicimos el camino, primero caminando a través de la cueva, luego en la canoa por el río, y finalmente en bicicleta hasta el hostel, donde nos quedamos descansando hasta el otro día.

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