En la habitación que compartía con Nacho y con seis desconocidos, dormía en una cucheta en la cama de abajo. En la de arriba, dormía Nacho. Cuando me desperté lo llamé, pero no me respondía. Pensé que seguía durmiendo. Cuando fui hasta el baño y miré hacia donde debía estar, nadie estaba allí.
Así que me preparé un mate y salí del cuarto para ver si lo encontraba con el resto de los uruguayos. Habíamos quedado que en la mañana iríamos hasta la estación de tren donde reservaríamos pasajes para irnos a Shanghai el 30.
Encontré al resto de los uruguayos en el bar del segundo piso, desayunando, pero Nacho no estaba. Como ellos pensaban ir al zoológico y otros paseos que no estaban entre los más importantes ya que iban a estar más días que yo en Beijing, y esperarían a otra tanda que llegaba al otro día para hacer los más importantes, me quedé un rato esperando a Nacho.
A la media hora, sin noticias del él, salí rumbo a Tiananmen y a la ciudad prohibida. La plaza de Tiananmen, fue construida cuando la creación de la República Popular China en 1949, para desarrollar actos políticos masivos, como los que se realizaban en la Plaza Roja de Moscú. Tanto la plaza como la ciudad prohibida, atraen muchísimos turistas; en especial turistas chinos, que la ven como un símbolo de su nuevo país.
Cuando estaba llegando a la plaza, luego de haberme tomado un taxi que me arrimara allí (soy muy malo con los mapas y preferí pagar un poco más, antes de meterme en el subte y gastar menos), una china me tocó el brazo y me contó que era estudiante de arte, y me invitó a visitar la exposición. Acepté, ya que no tenía apuro ninguno. En la exposición, pude ver pinturas en varios materiales muy bonitas, pero lo que más me llamo la atención es la simbología existente en cada uno de los animales, en cada una de las flores, en cada uno de los colores. Absolutamente todo simboliza algo. Los símbolos de la felicidad, de la familia, del poder son muy recurrentes, así como los símbolos que representan al hombre y a la mujer, el día y la noche, en fin, la dualidad.
Como no quise comprar nada, continué camino hacia la plaza. Me mareaba un poco la cantidad impresionante de gente que pasaba, se veían algunos occidentales, pero una amplia mayoría, una mayoría contundente, eran chinos. Previamente, no me había informado correctamente sobre la mejor manera de recorrer Tiananmen y la ciudad prohibida, por lo que caminé un poco perdido entre la gente, mirando las altas paredes, las amplias escalinatas. Todo es de color rojo y amarillo. Al otro día, aprenderíamos que el color rojo significa el poder, y el color amarillo lo imperial.
La ciudad prohibida se ha convertido hoy en día en el Palacio Museo. Es un enorme complejo de 980 edificios y 7.107 habitaciones. Ocupa una superficie de 720.000 metros cuadrados. Fue declarado patrimonio histórico de la humanidad en 1987 por la UNESCO, y la cantidad de objetos de arte que allí se encuentran es impactante. Podemos encontrar, por ejemplo, esculturas, adornos, vasijas de cerámica, vestimenta, del año 600.
Compré el ticket por sesenta yuanes (ciento ochenta pesos uruguayos) y luego de rechazar varias ofertas para hacerme de guía por parte de varios chinos, entré a la ciudad prohibida.
Dentro, se respira un aire de solemnidad y se siente el peso del pasado, de los tantísimos años transcurridos, de las santísimas historias que sucedieron allí.
En la ciudad prohibida, vivían los emperadores, junto a sus esposas y a sus concubinas. Se comenzó a construir en el año 1402, y albergó a varías dinastías. Habría que realizar un profundo estudio sobre la historia de China para poder entender un poco sobre estas dinastías, y sobre los diferentes emperadores, y sobre la manera en que gobernaban, y sobre las diferentes fechas de celebraciones, con rituales muy rigurosos. En aquellos tiempos, las personas comunes no podían acercarse a los emperadores y a los sitios en que éstos vivían.
Una vez dentro de la ciudad prohibida, alquilé una guía automática en español por cuarenta yuanes. Consistía en un aparato con un mapa conectado a un audífono. A medida que atravesabas los diferentes lugares de interés, te iban relatando que significaban y a veces narraban alguna historia interesante. En el mapa, los lugares que no habías visitado tenían una luz roja, y a medida que los ibas visitando, esa luz se apagaba, por lo que en todo momento sabías que te faltaba por visitar.
Luego de recorrer la ciudad prohibida por alrededor de tres horas, salí de ella, y me dispuse volver al hostel. Me subí a una moto que tenía un asiento detrás, previo arreglo con el conductor de la suma de treinta yuanes. En el camino, le pedí al conductor que me llevara de pasada a algún lugar de artículos electrónicos barato, para poder ver los precios. No me gustó nada, así que seguí para el hostel. Cuando me bajé de la moto, el chino (grande, alto y gordo), me rechazó los treinta yuanes que le tendía con la mano, y me dijo que no eran treinta yuanes, sino treinta dólares. Le dije que no, que de ninguna manera, que ese no era el precio arreglado. Se enojaba, ponía cara de malo, y levantaba las manos. Comencé a ponerme nervioso, pero tampoco acepté su “reducción” del precio a cincuenta yuanes. Le dije que si no agarraba los treinta yuanes, me iba, y comencé a caminar. Finalmente, los aceptó, pero para ser sincero mi corazón galopaba violentamente dentro de mi pecho.
Al llegar a la cuadra del hostel, vi a lo lejos al Nacho, que estaba alquilando una bicicleta. Cuando me vio llegar, canceló el alquiler, y salimos rumbo a la estación de trenes para poder comprar el pasaje a Shanghai. Nacho me contó que en la noche, no soportó los ronquidos de un compañero de cuarto y fue hasta recepción para que lo cambiaran de cuarto, por eso no lo había encontrado a la mañana.
Fuimos en metro, y si no fuera por un extranjero que vivía en China que tuvimos la suerte de encontrar, no hubiéramos entendido como funcionaba éste. Una vez que lo hubimos hecho, no tuvimos problemas para manejarnos dentro. Con la suma de dos yuanes, podés hacer todos los transbordos que quieras. Es muy barato.
En la primera estación de trenes a la que fuimos, los pasajes para la fecha que queríamos estaban agotados. Todo estaba en chino, y nadie hablaba inglés. Ni siquiera el lenguaje de señas, tan universal que lo considerábamos, nos daba resultado. Parecía que estuviéramos en otro planeta, y fuéramos incapaces de comunicarnos con el resto de los habitantes. Nos empezamos a poner un poco nerviosos, ya que teníamos todas las fichas puestas en este tren.
Al final, un policía, que al menos sabía alguna palabra en inglés, nos indicó que, si bien los pasajes a Shaghai, desde esta estación estaban agotados, podíamos comprar otro en otra estación, en otra línea.
Así que de vuelta al subte, de vuelta a los transbordos. En la próxima estación tuvimos un poco más de suerte. Pero no mucha, y paso a explicar el porqué.
La estación en sí, era mucho más moderna y amigable con el extranjero. Letreros en inglés indicaban las direcciones. Cuando un chino nos explicó que los pasajes los podíamos comprar en unas máquinas electrónicas, hacia allí fuimos, pero no pudimos conseguir los lugares que queríamos. No tuvimos más remedio que comprar un pasaje sin asiento. Pensábamos viajar en tren de noche, acostados en una cama, y ahora estábamos obligados a viajar de día, durante once horas, parados. Sería muy cansador, pero la opción del vuelo era muy cara.
Por lo menos teníamos el pasaje en la mano, y de alguna manera, pasaríamos esas once difíciles once horas.
Cuando llegamos al hostel, comenzaron a llegar más y más uruguayos del grupo de viaje, y cuando quisimos acordar éramos cerca de veinte tomando cerveza y comiendo algo en el bar de arriba, y contando las historias de cada uno en los distintos países en los que hemos tenido la suerte de visitar. Me emociona ver a mis compañeros del grupo disfrutando tanto de cumplir este sueño para el que tanto hemos luchado. Luego de verlos tanto tiempo en Uruguay, participando de las asambleas, trabajando en las comisiones, y anticipando con ansiedad y esperanza este viaje en los eventos hoy tenemos el gusto de re encontrarnos en estas tierras tan lejanas como son las de China.
Contratamos una excursión para visitar la muralla China junto con otros lugares de interés, así que al otro día, veintidós uruguayos integrantes del Grupo de Viaje de Ciencias Económicas 2011, pisarían por primera vez en sus vidas la gran muralla China
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