sábado, 7 de mayo de 2011

Día 61(2 de mayo): Shanghai 2

Habíamos quedado con Nacho en levantarnos a las ocho de la mañana e ir a buscar a Carlita a la otra habitación, pero nos dormimos y cerca de las diez de la mañana fue Carlita quien nos golpeó la puerta. La demás gente, había salido muy temprano a realizar un tour.

Subimos a desayunar a la terraza, y luego bajamos al cuarto para terminar de preparar las cosas para salir todo el día a las calles de Shanghai. Cuando llegamos al cuarto nos encontramos con Mati que acababa de llegar y estaba ordenando sus cosas.  Qué sorpresa la mía, ya que no lo esperaba hasta el otro día, donde pensaba encontrarlo en el aeropuerto de Pudong para tomar el vuelo a Guilin.

Abrazos de por medio, y mientras nos contábamos rápidamente las respectivas historias y experiencias de los últimos días, salimos a la calle y nos fuimos dirigiendo a la People´s Square.

El día anterior en nuestra visita a la plaza, había visto un juego al que quería subir. En la plaza hay un pequeño parque de atracciones, pero una en particular atrajo mi atención. Es como un barco vikingo que a la vez es un rock and samba pero sin música. En las fotos puede observarse claramente.

Nos subimos, y puedo asegurar que la sensación que uno tiene es muy extrema. Con el estómago en cualquier lado menos en su lugar de origen, y con la cabeza girando de un lado a otro, nos bajamos haciendo malabares para no darnos contra el piso.

Fuimos al Museo de Arte, donde pudimos contemplar impresionados, objetos de tiempos tan distantes como de seis mil años antes de Cristo. No podíamos creer que existieran objetos tan avanzados para la época en que fueron creados. En aquellos momentos los chinos le sacaban mucha distancia a otras civilizaciones. Y pareciera ser que en la actualidad, los chinos estuvieran pugnando por volver a ser la civilización pionera. Con su crecimiento económico del orden del ocho por ciento anual, pienso que no les va a costar muchos años conseguirlo.

A continuación acompañamos a Carla hasta un hospital, mientras paseábamos por la ciudad, ya que el día anterior se había roto una muela y necesitaba atención médica.

Como no quiso que nos quedáramos con ella, seguimos camino.

A continuación participación estelar nachesca sobre los chinos gritones.

Nacho: Los chinos son hasta el momento y por lejos, los más gritones de toda Asia. También son los más quemados por la vida. Grande fue el cambio al llegar de Filipinas, país de personas muy amables, y en el cual no escuché ni un insulto ni una discusión en mis doce días allí. A los quince minutos de llegar a China, creo que ya había escuchado una. Puede llegar a ser muy atomizante, un chino hablándote por celular al lado tuyo, y estoy siendo generoso al decir hablando, porque en realidad gritan. Y gritan sin modular la voz ni hacer una pausa, y en una lengua bastante desagradable para un oído occidental. Y más para un oído fino como el mío, que gusta de buena música como los Buenos muchachos y Los Redondos. Slds pra tds. (Esto lo saqué del Twitter de Forlán)

Chelo: El Nacho se separó para ir a una tienda a comprarse un Ipod, así que con Mati seguimos con la idea de ir a la rambla del río. Nunca llegamos, ya que en el camino paramos en un shopping para niños de seis pisos. Quería comprarle juguetes a Fabrizio, y nos encontramos con una juguetería que era el sueño de todo niño. Había muchos juegos que no conocía, todos para pensar. La verdad que los chinos tienen un ingenio envidiable. Colgados con los juguetes, incluso jugando a algunos con las vendedoras, y comprando otros, se nos pasaron alrededor de tres horas.

Cuando salimos a la Nanking Road, la calle peatonal que llega hasta el río, era tanto el mar de gente, que decidimos volver al hostel. Además los vendedores ambulantes nos veían con bolsas de compras, y nos querían vender hasta el agua de los floreros.

En la noche salimos a comer a un restaurante cercano al hostel, y sobre la comida china hace una participación estelar Matías.

Mati: Habíamos decidido con el Chelo, probar el famoso pato chino. Por tal motivo salimos en procura de él. Caminamos una cuadra y nos encontramos con un restaurante típico chino cuya higiene era aceptable. Decidimos ingresar en él. La carta estaba escrita en chino, lo que hacía imposible comprender donde se encontraba el pato que queríamos comer. Empezamos a mirar las fotos que estaban en la carta, hasta que el Chelo por fin encontró el pato. La moza nos avisó mediante señas, que el plato este era frío. Entonces le pedimos si nos lo podía dar caliente, y nos dijo que no y nos mostró otro plato, que también tenía pato y estaba caliente. Ordenamos el plato sugerido por la moza.
Tuvimos una espera de unos diez minutos, en los cuales tomamos una cervecita para hacer tiempo. Una vez transcurridos estos diez minutos, se aparece la moza con dos especies de braseros con unas ollas encima. Al arrimar mi nariz a la olla, se me vino el mundo abajo. Era un ensopado lleno de algo similar a chauchas con unos huesos de carne de dudosa procedencia y una baranda muy fuerte. Con el Chelo nos miramos y mediante las miradas decidimos entrarle a dicho plato. El gusto del ensopado estaba de menos. Por lo tanto decidí sólo comer los pedazos de “pato”. Comer esa carne era complicado ya que era puro huesos, así que fui masticando el noventa por ciento del hueso porque era el único alimento que podía ingerir. A mi lado, el Chelo con sus palitos chinos, trataba de pescar los pedazos de pato que chupeteaba tratando de sacarle carne, cosa casi imposible. En menos de cinco minutos ya había pescado todos los pedazos de “pato”  y me quería ir a la mierda. El Chelo, terminó de chupetear sus huesos y le pedimos a la moza que se llevara las chauchas esas que nos había dejado y nos trajera la cuenta. Tuvimos que pagar unos cincuenta yuanes (ciento cincuenta pesos uruguayos) un precio excesivo para China, sin haber podido comer una mierda. Conclusión: Fue la peor comida desde que salí del Uruguay, sólo comparable al plato que nos sirvió Obiwan en la selva con mantequilla de maní. Ya de recordarlo me dan arcadas. Terminamos comiendo en la calle unos pinchitos de carne (no sabemos ni queremos saber de que animal eran).

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