Después de comer el mejor desayuno desde que salí de viaje, y luego de unas cuantas horas de relax en la piscina escuchando música, nos fuimos en bicicleta hasta la playa de Hoian. El equipo estaba formado por Mati, Nacho, Julito y Virgin.
Iba despacio, cuidándome de no agarrar ningún pozo, ya que si bien tenía mejor la espalda no quería sentirla de nuevo.
La playa de Hoian tiene una única entrada, y a ésta se accede cuando se termina la calle en la que se ubica nuestro hotel, tres kilómetros tierra adentro.
El sol estaba bien alto, y no era hora para estar al rayo del sol, así que aprovechamos las reposeras de un restaurante cubiertas por un techo de paja. Allí, sin ningún apuro, y entre baño y baño en el mar, comimos calamares, camarones, cangrejos, carne y papas fritas, con alguna caipirinha. Aprovechamos para ponernos al día con Julio y Virgin, con varias anécdotas del viaje.
Los vietnamitas no bajan a la playa en las horas que el sol está más fuerte. Recién lo hacen cuando está por ocultarse, poco antes del atardecer. Y aún así, la mayoría que baja a la playa lo hace con pantalones y camisas largas, que no se sacan ni para bañarse.
Las mujeres usan tapaboca, sombreros, varias remeras, buzos de manga larga y pantalones largos, para que el sol no pueda encontrar un huequito para colarse. La belleza en Vietnam, va mucho en el color de la piel. Las mujeres con piel más blanca son las más codiciadas.
A eso de las cuatro de la tarde volvimos al hotel a darnos un baño en la piscina. En el camino, pude presenciar la salida de clase de escolares, con toda la energía y bullicio característico.
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