Casi todos los integrantes del grupo de viaje que estaban en el hostel, salieron temprano rumbo a Tiananmen y a la ciudad prohibida. Como yo ya había realizado la visita, decidí quedarme en el hostel descansando para recuperar fuerzas, ya que al otro día bien temprano, tendríamos el viaje en tren de once horas a Shanghai sin asiento. Con Nacho, que sí hacía el paseo, quedamos en encontrarnos a la una y media en las puertas a la izquierda de la ciudad prohibida, para ir al mercado de las sedas, para realizar alguna compra.
Ya sabía cómo manejarme en el metro, así que no tuve dificultades para llegar a la plaza. El sistema de metro en Beijing es muy bueno y permite llegar a casi cualquier parte de la ciudad en cuestión de minutos.
Intenté quedarme en el lugar donde le había indicado al Nacho, pero me di cuenta de que mis indicaciones no había sido del todo exactas, y entendí que probablemente no nos encontraríamos. De todas maneras, me dispuse a esperar en la entrada de la ciudad prohibida para ver si veía salir a alguien del grupo.
Con el mate de compañero, notaba las penetrantes miradas de todos los chinos que pasaban a mi lado. No había uno que no me mirara como si fuera una extraña atracción. Algunos miraban el mate con ojos curiosos. No había ningún occidental. Cientos, y miles, y decenas de miles de asiáticos, como hormigas volviendo al hormiguero.
Cuando me di cuenta de que no iba a ser posible encontrarme con nadie, comencé a buscar occidentales para poder preguntarles donde quedaba el mercado de las sedas, ya que me había confiado que iba a encontrar a alguien y no había averiguado donde quedaba. Como decía en una anterior entrada, la amplia mayoría de los chinos no entiende una palabra de inglés, pero lo peor de todo es que el lenguaje de las señas no funciona en absoluto. El otro problema que tenía era que no conocía la traducción de seda al inglés. Lo que tenía al menos, era el mapa de la ciudad.
Hasta que me encontré con dos occidentales que me supieron guiar al mercado, caminé sin rumbo. Finalmente era fácil llegar, sólo debía tomarme la línea uno del metro y bajarme luego de dos paradas.
El mercado de las sedas tiene seis pisos, y es el mercado más famoso y el más frecuentado por los extranjeros que visitan Beijing. Ropa, calzado, alfombras, adornos, artículos electrónicos; todo puedes encontrar, y todo debes regatear.
En la entrada al mismo, ya me encontré con tres integrantes del grupo de viaje. Estos en particular, no estaban en el mismo hostel que nosotros, pero me contaron que también otro grupo grande de compañeros se hospedaba con ellos. Me asesoré sobre los precios y sobre los artículos que se habían comprado, y luego entré al mercado.
El encuentro con estos compañeros, fue sólo el comienzo. Pareciera que a todos los integrantes de grupo se les hubiera ocurrido visitar el mercado de las sedas el mismo día y a la misma hora. A lo largo de los varios pisos, me iba cruzando con muchos compañeros que no veía desde que dejé Montevideo varios meses atrás.
En el mercado caminas por los pasillos y los vendedores te llaman, te tocan y te atosigan. Hay cosas muy buenas y baratas, pero debes pelear por el precio y no dejarte amedrentar por las caras y los gestos de ellos. Es toda una experiencia.
Por la noche cenamos un buffet para todos en el hostel, y me fui a acostar temprano, ya que de madrugada teníamos que ir a la terminal de trenes para viajar a Shanghai.
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