martes, 10 de mayo de 2011

Día 65(6 de mayo): En ómnibus hacia Nanning

Finalmente tuvimos comunicación con Nacho y en la mañana, fuimos hasta el hostel donde estaba el otro grupo. Debíamos irnos a Hanoi, Vietnam, y los chiquilines habían contratado una camioneta que nos llevaría a Guilin, para desde allí tomar un ómnibus hasta Nanning, ciudad china cercana a Vietnam, donde pasaríamos la noche, culminando la primera etapa del periplo hacia Hanoi. Al otro día, desde Nanning, pasaríamos por la frontera donde haríamos los trámites de la salida de China, y de la entrada a Vietnam y continuaríamos el trayecto hasta Hanoi.

El hostel del otro grupo quedaba bastante alejado del centro, pero  nos tomamos una moto taxi y en cerca de veinte minutos estábamos allí. Subimos a la terraza, donde los chicos nos dijeron que Nacho había salido en bicicleta a buscarnos. Como nos había pasado siempre en China, estábamos cruzados.

Luego de tomar unos mates en la terraza (desde la cual se veían elevaciones rocosas con vegetación y en el valle una pequeña plantación de arroz), nos subimos a la camioneta. El grupo se conformaba por Vicky, Guille, Laura, Checha, Mati, Nacho y yo. En el centro de Gulin, debíamos pasar a buscar a Carlita y Chompi. A esta última le dolía mucho un pie, y en el médico confirmó que tenía fractura de cartílago por lo que debía usar un vendaje y hacer reposo por los próximos veinte días. También debíamos pasar a buscar a José y su novia, que se sumaban al grupo.

En Guilin debimos esperar varias horas entre que iban a buscar a los demás chiquilines y luego para tomar el ómnibus a Nanning. Pensábamos salir a las dos de la tarde, pero finalmente recién pudimos salir a las cuatro.

A las diez de la noche, llegábamos a Nanning, una gran ciudad. No es una ciudad turística, y no encontramos a ningún occidental en la noche que pasamos allí. Sólo salimos a cenar y luego a descansar para continuar con la Etapa 2 del periplo hacia Hanoi, por lo que no hay mucho para contar sobre nuestro paso por esta ciudad.

Queda mencionar una anécdota sobre el viaje en ómnibus. Como Nacho comentaba algunas entradas atrás, los chinos se caracterizan por ser gritones. Yo iba sentando en la penúltima fila de asientos, la última fila que tenía dos asientos a cada lado. En la última se alineaban cinco asientos, todos ocupados por chinos. En los asientos de mi costado y los de  adelante había chicos del grupo.

Desde el comienzo del viaje, la china que iba detrás de mi(primer plano en foto), dejó claro que sobresalía entre los demás chinos por su elevadísimo caudal de voz. Si los chinos son gritones de por sí, imaginen lo que es una china gritona. Entre los cinco chinos se pasaban hablando (gritando), y muchas veces nos dábamos vuelta y les hacíamos señas para que bajaran el volumen. Como los niños chicos, nos miraban, se reían y a los dos minutos ya estaban gritando de nuevo.

De a poco nos fuimos acostumbrando, y la interminable charla de bar entre los chinos pasó a ser parte del ruido ambiente. Avanzando entre la ruta que bordeaba montañas, contemplando grandes campos de cultivo, observando a los laboriosos trabajadores que aparecían de vez en cuando, me fui durmiendo, mecido por el ruido del motor. Cuando estaba dormido profundamente, y ya no era consciente de donde estaba, salté de mi asiento porque algo me había asustado. Miré a mi alrededor y mis compañeros estaban igual de asustados. La china, había recibido una llamada al celular, y le gritaba al mismo como si estuviera en el estadio y hubiera hecho un gol su equipo. La mirábamos de pesados, le hacíamos señas para que bajara el volumen, pero la china, no se daba por aludida. Saqué mi cámara y la puse en filmación y se la coloque en la cara a veinte centímetros de distancia, para ver si se percataba de que nos estaba molestando muchísimo. Pero para qué, cuando hice eso el resto de los chinos estallaron en carcajadas y comenzaron a aplaudir y a hablar entre todos. No sabía si nos estaban tomando el pelo, o si habían salido de paseo escolar.

Cuando ya se había hecho de noche, y estábamos por llegar a Nanning, a la china le volvió a sonar el celular. Comenzó a gritar desaforadamente, escupiendo palabras imposibles de entender a su artefacto. Fue la gota que derramó el vaso, y con Mati agarramos los parlantes, los conectamos a la computadora, los pusimos al máximo volumen, y los apuntamos a su cara a veinte centímetros. En la computadora pusimos Ji,Ji,Ji de Los Redondos, apretamos Play y la música comenzó a sonar a todo trapo. Me paré en el asiento, y con toda la fuerza que encontré, como si fuera la última vez que pudiera usar la voz, comencé a cantarle el tema en la cara, gritando y desentonando lo más que podía. Los demás comenzaron a cantar también haciendo un estruendo considerable y llamando la atención de todos los pasajeros, que se daban vuelta en sus asientos. Al principio la china me miraba con cara de susto, pero cuando sus amigos chinos comenzaron a aplaudir y a sumarse al jolgorio, se le fue un poco aunque se notaba que no estaba muy cómoda. Como para terminar nuestro espectáculo, luego pusimos cumbia y arrancamos a bailarles en la cara, y luego ya que estábamos terminamos bailando por todo el ómnibus por un largo rato.

Cuando nos bajamos en Nanning, el ómnibus era un basurero. Los chinos ponen todo a lo largo del pasillo papeleras para tirar la basura, pero el problema es que con el movimiento del ómnibus éstas salen de paseo todo a lo largo, derramando su contenido, y terminan cumpliendo la función contraria para las que fueron hechas.

A su vez, los chinos escupen en todos lados, haciendo sonidos guturales, por lo que el ómnibus no sólo era un basurero sino también un escupidero. 

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