sábado, 7 de mayo de 2011

Día 57(28 de abril): La Gran Muralla China

A las siete y media la chica del hotel me fue a despertar, tal como habíamos acordado la noche anterior. Me di un baño rápido, me puse la gloriosa camiseta de Nacional, agarré la bandera de Uruguay y salí al lobby a juntarme con mis compañeros.

Salimos en dos camionetas, casi todos aún íbamos con la almohada en la cabeza. El guía chino comenzó a contarnos en inglés algunos datos de Beijing, mientras las camionetas se iban abriendo paso a través del congestionado tráfico de la capital.


Nuestra primera visita fue Dragon Lan Superior Jade, donde pudimos observar las grandiosas obras realizadas en jade. Luego de una introducción en las que vimos ciertas artesanías en jade y a los obreros tallando las piedras con instrumentos sofisticados, nos dejaron libres para que recorriéramos el sitio donde estaban las obras en exposición. Cada obra tenía una etiqueta con el precio, y todas las que realmente valían la pena por su perfección, tenían un costo inaccesible. Barcos, caballos, halcones, tortugas, guerreros, de una perfección y hermosura que admirarían los mismos dioses.

Nuestra segunda visita fueron las tumbas Ming, donde están enterrados trece emperadores de la dinastía Ming. El sitio también fue declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO.

La tercera, se llevaba todos los laureles y era la visita a la Gran Muralla China. Visitamos la segunda parte de la muralla. Lo primero que sorprende al llegar allí, es la callecita llena de puestos que sube la colina. Láminas, remeras, palos chinos, entre tantas cosas son ofrecidas a los clientes, a veces hasta con cierta violencia. El guía nos aclaró que siempre nos daban precios altísimos, que luego debíamos regatear para llegar a un buen precio. Nos dijo que en dos horas nos encontraríamos en el restaurante para almorzar.

Para subir a la gran muralla, teníamos dos opciones. La primera, era pagar sesenta yuanes y subir en aerosillas y bajar en tobogán, y la segunda era subir y bajar a pie sin realizar un gasto extra. La entrada para visitar la muralla estaba incluida en el precio que habíamos pagado cuando contratamos la excursión.

Así que con un grupo de compañeros, comenzamos a subir las largas escaleras, mientras otros, un tanto intimidados por la longitud de la ascensión, prefirieron hacer uso de las aerosillas. Para nosotros, que ya teníamos arriba el trekking de Abel Tasman, la subida al volcán Batur, y el trekking en la selva, fue muy fácil realizar el ascenso, y en alrededor de quince minutos ya estábamos pisando la gran muralla china.


La muralla, la única construcción humana que puede ser vista desde el espacio, se pierde entre las montañas lejanas en todas direcciones. Construida para evitar la invasión de los guerreros de Mongolia, con sus tres mil kilómetros de extensión, parece contradecir toda lógica, en su infinita extensión para quien viajara a pie.


 
Con Nacho y Carlos, otro compañero del grupo, nos planteamos llegar hasta en punto catorce, que se veía a lo lejos, en la cima de una montaña. Estábamos en el seis, y tomamos el camino que el guía dijo era el más difícil. Fuimos sacando fotos, parando a contemplar el paisaje, y comentando sobre los pintorescos venderos ambulantes, que tenían su puesto en cada recoveco de la muralla.

Dos horas después, intentamos bajar desde el puesto catorce, pero no había escalera desde allí, tal como pensábamos. Así que, rápidamente deshicimos el camino, a veces cortando por caminos de tierra al costado de la muralla, para llegar en hora al almuerzo.

Llegamos con tiempo de sobra para realizar alguna compra en el mercado.

El almuerzo fue un banquete. En dos mesas de once personas cada uno comimos arroz con todo tipo de preparaciones chinas, pasta, pollo, papas, verduras, con las salsas agridulces típicas chinas. Todas las preparaciones estaban sobre un vidrio giratorio, por lo que no había más que girar el vidrio y servirse en el plato.

Luego del banquete seguimos camino. El siguiente punto fue un comercio donde tenían un criadero de perlas. Abrieron una ostra delante de nosotros, en la cual había más de ocho perlas y luego pasamos al sector de venta de las mismas. Ya me estaba cansando el tema de que nos quisieran enchufar tantas cosas.

El último lugar fue una casa de té donde degustamos varias clases de té chinos, sentados en torno a una mesa. Algunos muy ricos. Y bueno, para terminar también nos quisieron enchufar el té y juegos de jarras.

Llegamos al hostel y me di un baño. Luego, algunos salimos a comer al barrio donde están los boliches. Alrededor de una enorme laguna, en la cual pasean varias góndolas, se alinean boliches y restaurantes de varios tipos. Comimos pizza y compartimos cerveza y no dio para mucho más, estábamos agotados de la excursión del día.

Con tres compañeros del grupo, dos chicas y un chico decidimos volver, así que fuimos a la avenida a buscar un taxi. Había comenzado a llover, y comenzamos a ponernos nerviosos porque en la amplia avenida nos encontramos con que muchísimas personas esperaban taxis. Para peor, los taxis no paran siempre, eligen si parar o no en función de si les gusta tu cara o no. Pasaban los minutos y cada vez llovía más, y nuestras esperanzas de encontrar un taxi rápido se iban desvaneciendo. Un hombre de particular paró su auto y nos ofreció llevarnos por cien yuanes. Una locura, habíamos ido por diez yuanes. Cuando pensábamos que se nos iba a complicar muchísimo(o simplemente intentábamos no pensar) un taxi paró y nos ofreció llevarnos por veinte yuanes. Aceptamos sin dudarlo, y a los diez minutos estábamos en el Lama Temple, a cuadra y media del hostel.

En el camino vimos una cantidad impresionante de gente que estaba en nuestra situación de minutos antes, buscando un taxi bajo la lluvia. 

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